Los aspectos sociales del pensamiento económico de Alejandro Bunge

Las antecedencias de los procesos que cambiaron la historia explican gran parte de esos cambios. Buscar en las primeras ideas de pioneros que anticiparon su época se torna una necesidad para la comprensión de los procesos históricos. Al hablar de desarrollo económico de base industrial y centrado en la expansión del mercado interno, y sostenido por una férrea alianza entre sectores populares y gobierno, sólo es posible la remisión al gobierno justicialista iniciado en 1946. Incluso algunos historiadores e historiadoras marcan el inicio institucional de un nuevo proyecto de desarrollo nacional –en torno del cambio de la matriz agroexportadora de la economía hacia el fomento sostenido del sector secundario– a mediados de la década del treinta y consolidado con el golpe del 4 de junio de 1943. El contenido fundamental de estos cambios, sin embargo, ya se encontraba incipientemente en el pensamiento y la obra de visionarios, como es el caso de Alejandro Bunge (Buenos Aires, 1880-1943). Nacido en el seno de una familia perteneciente a la oligarquía de origen alemán, su pensamiento joven gira desde la defensa de los postulados liberales de la generación del ochenta (Asiaín, 2014: 83) hacia el pensamiento socialcristiano cuando emigra a Alemania a desarrollar sus estudios de Ingeniería. Esto coincidente con su primera formación como sacerdote católico en el mismo país. Allí toma contacto con las primeras encíclicas sociales y su pensamiento da un giro importante merced a ese trayecto formativo. Una vez en Argentina y ya como funcionario del área de estadísticas del Estado nacional, Bunge comienza en la década del treinta a estudiar seriamente la coyuntura económica. Publica una revista, titulada Revista de Economía Argentina, en la que, condicionado por los cambios productivos devenidos del proceso de sustitución de importaciones, postula proposiciones de cambio de la matriz productiva para la economía argentina. Denunció al ciclo económico agroexportador como algo ya agotado para nuestra economía, y afirmó que debía transitar hacia la consolidación y expansión del sector industrial. Por ello es que –aun en los marcos de una economía de mercado– piensa en la centralidad que adquiere la estabilidad monetaria, la ampliación del mercado interno y la intensificación del intercambio comercial con otras economías, pero resguardando –proteccionismo mediante– ciertos nichos productivos. Esta defensa de una industria nacional lo lleva a publicar un periódico, Acción Industrial, de clara apuesta a la promoción de estos postulados en el debate de su tiempo.

Si bien la obra de Bunge, de fuerte influencia socialcristiana, es destacada como antecedente del proyecto económico del justicialismo, acaso su originalidad es que en pleno apogeo de la Economía como disciplina consagrada ya como escindida de lo político y lo social, reconcilia Economía y Política desde una necesaria vinculación con las consecuencias sociales de las proposiciones económicas: una economía al servicio del ser humano, y no a la inversa.

 

Economía y sociedad como aspectos indisolubles para la nueva Argentina

En consonancia con las formulaciones del desarrollo industrial en Argentina, en Bunge se aprecia una mirada integral del proceso de desarrollo económico desde la perspectiva humanista y cristiana del trabajo y de la economía. Esa integralidad –consecuente con lo perfilado desde la Doctrina Social de la Iglesia y como parte de esa inescindible recurrencia de lo económico y lo político como unidad de proyección– no sólo implica las definiciones técnico-económicas, sino también las implicancias sociales de estos cambios en tanto condiciones iniciales y futuras del desarrollo económico. Esa recuperación es fruto del contexto de cambios a los que Bunge asiste y analiza, fundamentalmente en lo que respecta al crecimiento industrial, la concentración de población generada por el modo de organización de la producción, los flujos migratorios y las necesidades de incorporación de mano de obra en el pujante sector industrial en desarrollo. Al considerar el crecimiento económico y la expansión de una economía mercadocéntrica de base industrial, Bunge incorpora en sus análisis factores de consolidación y sustentabilidad del nuevo modelo que propone como superador al agroexportador. En ese modelo, la dinámica poblacional que permita consolidar un mercado de trabajo que incorpore trabajadores y trabajadoras a la producción se convierte en un punto crucial. “Aun cuando este fenómeno es mundial y no únicamente de la Argentina, y sea innegable que su existencia debe atribuirse en gran parte al progreso de la industria, que cada día requiere menos hombres en las labores rurales, pues los sustituye con máquinas sembradoras, recolectoras, transportadoras, etcétera, es necesario levantar de una vez por todas el censo total del país y tener cifras exactas para medir la importancia de la concentración de habitantes en las grandes ciudades y del estancamiento que en esta materia parecería haberse producido en el campo” (Bunge, 1939: 94 ). En efecto, a Bunge le preocupa la inexistencia de datos fehacientes sobre los hechos demográficos y su inadecuación para ponerlos a disposición de una planificación de la producción, en lo que respecta a la organización de la industria. El último censo nacional antes de la fecha en la que Bunge escribe ese trabajo había sido en 1914, por lo que los cambios en el modelo de acumulación y sus transformaciones socioeconómicas, demográficas y sociourbanas no podían mensurarse en detalle, tal como lo ameritaba el contexto. Bunge va a emprender desde su lugar en la Dirección de Estadística una tarea de proyección y estimación de los flujos demográficos a través de sus publicaciones. Percibe que se trata de una planificación de la distribución poblacional en dirección a la conformación de un mercado de trabajo correspondiente al modelo de desarrollo industrial, pero también piensa en el largo plazo: la proyección y el cambio de matriz productiva de la economía no era percibida como algo episódico, sino como una apuesta a consolidar la base material del desarrollo económico, político y social de la Nación Argentina. Sus estudios demográficos prestaban atención al crecimiento o decrecimiento vegetativo de la población: la mirada puesta en esos procesos también podía proyectar la conformación de un mercado de trabajo y las posibilidades de anticipar la factibilidad de un crecimiento sostenido de ese modelo o su puesta en crisis por esas fluctuaciones vegetativas. “Cuando la población de un país tiende a estabilizarse se producen cambios que se hace necesario considerar, en particular los de las proporciones entre los diversos grupos de edades. Tales proporciones no se modifican mientras la población crece, y se alteran fundamentalmente cuando deja de crecer, obligando a la revisión de muchas normas en todos los órdenes. La política económica, la política social y las previsiones administrativas y comerciales habrán de ser muy distintas ante una perspectiva de una población apenas mayor que la actual, dentro de veinte años” (Bunge, 1939: 133). En toda su producción se encuentra prematuramente la necesidad de pensar en políticas públicas centralizadas y planificadas, y lo notable es que las piensa en el marco de un régimen oligárquico liberal. Es cierto que en varios artículos Bunge menciona la experiencia del naciente New Deal del gobierno de Roosevelt, pero sus proposiciones van más allá de las experiencias del naciente keynesianismo de la época. Pensar la planificación intersectorial de las políticas como convergencia en el desarrollo industrial y una economía centrada en el mercado interno es propio del Estado Social que Bunge anticipa, propone y promueve.

Pero no sólo tiene en mira a los trabajadores como sujetos centrales para el desarrollo industrial desde un punto de vista meramente productivo, sino que además va a anticipar la necesidad de políticas que garanticen satisfactorias condiciones de vida para los trabajadores, las trabajadoras y sus familias. Se advierte en ello tanto la mirada estratégica del crecimiento del número de obreras y obreros necesarios para consolidar el proceso de industrialización, como una perspectiva humanista que dirige su mirada a las condiciones de vida, particularmente al problema de la vivienda popular, consecuencia de la urbanización espontánea y no planificada, los procesos de producción, los flujos migratorios internos y externos y la pobreza. No llega a este análisis solamente desde la especulación teórica, sino que su implicación en las organizaciones de obreros católicos lo tienen como partícipe directo de la situación social de los obreros en la década del treinta: su objetivo es promover una sociedad en la que todos los sectores obtengan beneficios de modo equitativo, conforme al ideario socialcristiano con norte en la idea del Bien Común. En varios números de su Revista de Economía Argentina desde 1938 a 1943 analiza en detalle la evolución del déficit habitacional y las estrategias de acceso de los trabajadores y las trabajadoras a la tierra y a la vivienda. En ello radica la correlación con la posterior política de desarrollo integral promovida por el gobierno justicialista desde 1946, cuando la política de desarrollo económico se diseñó e implementó paralelamente a un complejo conjunto de políticas sociales que significaron una redistribución del ingreso y una elevación inédita en las condiciones de vida de los trabajadores y las trabajadoras.

En numerosos textos desde 1938 Bunge no sólo advierte sobre el problema de la tierra y la vivienda como problema social que impacta directamente en la organización familiar y las condiciones de vida, sino que además enfatiza la centralidad de dos efectores para su resolución: la cooperativización de los propios trabajadores y trabajadoras, y la intervención estatal como estrategia fundamental para enfrentar el problema. En julio de 1939, con motivo de la celebración del primer Congreso Panamericano de la Vivienda Popular, Bunge revela a modo de síntesis su particular preocupación: “¿Qué vamos a exhibir los argentinos en el primer Congreso Internacional de la Vivienda Popular? (…) Yendo hacia poblaciones más grandes, cuando se tratara de la vivienda urbana, podríamos mostrarles algunos atrayentes grupos de casas construidas para las familias de sus obreros por fábricas, empresas de servicios públicos o por algunos gobiernos provinciales o por el municipio. Pero, por su escaso número en el conjunto de las viviendas modestas no son representativas. Tampoco lo serían, por la misma razón, las 660 viviendas que en total ha podido construir la Comisión Nacional de Casas Baratas (no es error de imprenta, no faltan tres ceros a la derecha, ni siquiera dos ceros, ni uno: seiscientas sesenta en veintitrés años). La vivienda popular realmente representativa en nuestro país es la vivienda de una habitación, esos 200.000 o más hogares de una sola pieza, en cada una de las cuales viven y a veces también trabajan los padres y todos sus hijos, cualquiera sea su número, sexo, edad y enfermedades; algunas veces dos familias en una de ellas. Esas piezas que dan al patio de una casa antigua ensombrecida por un edificio gigante al lado. Esa y no otra es la vivienda popular urbana en las grandes ciudades argentinas” (Bunge, 1939: 198).

La preocupación por la vivienda popular sintetiza una serie de problemas sociales que Bunge anuncia y denuncia en sus escritos, a modo de una replicación de la cuestión social producto del desarrollo industrial y la modernización capitalista en curso. Pero el diagnóstico no se dirige solamente a evaluar las deficitarias condiciones de vida de los trabajadores, sino que al mismo tiempo denuncia como ineficaces las políticas de ese Estado liberal oligárquico para dar respuesta a las necesidades sociales en la magnitud con la que se configuraban en ese momento. Lo que conlleva esa crítica, además, es la proyección y la demanda de políticas sociales abarcativas, universales e intersectoriales que no se encontraban en su época, pero él ya anticipaba la necesidad de una intervención mediante políticas centralizadas y planificadas desde el nivel central del Estado. “Si una nota de violín puede producir el desprendimiento de un macizo de montaña, bien puede esperarse que las vibraciones de una clarinada, que llama a un Congreso Internacional en nuestra propia casa, precipite esas leyes que desde hace tiempo están a punto de desprenderse de las carpetas del Congreso Nacional, como un hecho físico necesario por la ley de la gravedad, que ha quedado en suspenso por un misterio de la naturaleza” (Bunge, 1939: 199).

Durante toda su vida pública como funcionario, académico y político, Alejandro Bunge logró anticiparse a su época y señalar el rumbo desde toda tribuna que pudo ocupar e incluso crear. La fecunda labor realizada en el campo de la docencia y la investigación fue promotora de decenas de herederos institucionales que han continuado con su tarea de investigación y de proposición política, tendientes al logro de un proyecto de desarrollo autodeterminado por el propio pueblo argentino, con base industrial y en dirección al bien común. Fueron ideas fundantes de lo que encarnaría luego el proyecto político que en la historia realizará esas transformaciones: el justicialismo.

 

Conclusiones                                

El examen de estos aspectos conduce a ciertos interrogantes que aún poseen actualidad. ¿Es posible reconciliar desarrollo industrial y políticas sociales, en el marco de la cuarta revolución industrial? ¿Cuál es la centralidad que adquiere en este contexto la política económica dirigida hacia el pueblo? Notoriamente hasta en los apartados puramente macroeconómicos, existe en Bunge una permanente mirada en una economía antropocéntrica enfocada en el bienestar del pueblo, como cuando plantea anticipadamente la necesidad de un desarrollo industrial regional desde la Unión Aduanera del Sud (Bunge, 1930: 41). Para Bunge, no existe desarrollo económico sin bienestar de la sociedad. Cuando el justicialismo desarrolle en sus planificaciones integrales la intersectorialidad entre política económica y políticas sociales –éstas entendidas como constitutivas de las primeras– concretará las ideas de transformación que habían surgido en este debate previo.

Las tensiones presentes en ese contexto continúan vigentes. Su reflexión acerca de una economía que contiene al ser humano como centro suponía una superación a una economía liberal ortodoxa de esa época, en la que el mercado como entidad autorregulada prescindía de la consideración de las consecuencias sociales que objetivamente esa economía producía. “Una economía nacional es el resultado histórico de un conjunto de hechos, factores y fuerzas que se producen y actúan en una nación, tales como el territorio, su población, la acción de sus gobiernos, la acción individual creadora, la vida internacional, la orientación de los intereses corporativos y la influencia del pensamiento constructor y de los ideales de su pueblo” (Bunge, 1930: 7). Los procesos de transformación de un orden pueden rastrearse en las ideas de sus pioneros, quienes, formando parte de sus pueblos, perciben que esos procesos se encuentran en el orden anterior y los impulsan: anticipando, lidiando con lo que domina y abriéndose paso en los proyectos que devienen de modo irrefrenable, como la historia misma.

 

Bibliografía

Asiain A (2014): “Alejandro Bunge (1880-1943). Un conservador defensor de la independencia económica y la soberanía nacional”. Ciclos, 42/43.

Bunge A (1930): La Economía Argentina, volumen IV: Política Internacional. Buenos Aires, Compañía Impresora Argentina.

Bunge A (1938): “Acción industrial”. Revista de Economía Argentina, 242.

Bunge A (1939): “¿Qué vamos a exhibir los argentinos en el primer Congreso Internacional de la Vivienda Popular?”. Revista de Economía Argentina, 253

Bunge A (1939): “Nuestra inesperada y prematura madurez”. Revista de Economía

Argentina, 251.

Instituto Alejandro Bunge (1943): Soluciones Argentinas. Buenos Aires, Kraft.

Instituto Alejandro Bunge (1943): Soluciones argentinas a los problemas económicos y sociales del presente. Buenos Aires, Economía Argentina.

Resico MF (2012): “Aportes del humanismo cristiano en economía al desarrollo argentino: vida y obra de E. Lamarca, A. Bunge y F. Valsecchi”. En Doscientos años del humanismo cristiano en la Argentina: dimensión ética, compromiso con la república, la democracia y el bien común. Buenos Aires, Educa.

 

Miguel E. V. Trotta es licenciado en Ciencia Política (UBA), abogado (UBA), magister y doctor en Servicio Social y Políticas Públicas (PUCSP, Brasil). Docente e investigador (UNLa) e investigador visitante (UNIFESP, Brasil).

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