La Patria en el pensamiento de Nimio De Anquín

A lo largo de estos últimos años mi objeto de estudio ha sido el Pensamiento Nacional y Latinoamericano. He finalizado la Especialización que se dicta en la Universidad Nacional de Lanús, centrándome en la obra de Rodolfo Kusch. En este camino, si algo he podido advertir es que la caracterización teórica de lo que es el Pensamiento Nacional no puede estar escindida del concepto de Patria. Como construcción epistemológica, el Pensamiento Nacional está identificado con distintos acervos de conocimiento: Historia, Economía, Geografía o Cultura. Así, siguiendo a Alcira Argumedo, el Pensamiento Nacional sería una matriz de pensamiento autónomo, ajeno tanto al liberalismo como al marxismo.

Dentro de esta matriz la idea de Patria ocupa un rol preponderante. No como mera abstracción, sino como un punto de partida desde donde se busca confrontar con las cosmovisiones foráneas. Patria, sería así, el lugar de pertenencia y punto de partida para la proyección de un futuro singular. Juan José Hernández Arregui (1972: 16) en su libro ¿Qué es el ser nacional? afirma que Patria y ser nacional son caras de la misma moneda. “Antes de proceder al análisis factorial es ventajoso acercarnos al tema, sustituyendo la idea de ‘ser nacional’ por otra más limitada y comprensiva. Al obrar así, intuimos que la palabra ‘patria’ –al menos desde el punto de vista emocional– expresa aproximadamente lo mismo. El ‘ser nacional’ (…) es la patria”. Dicho en otras palabras, indagar sobre el Pensamiento Nacional implica preguntarse, entre otros, por el concepto de Patria, por el lugar desde donde se habla y hacia donde se proyecta. Explorar este concepto en la amalgama de autores del Pensamiento Nacional sin duda sería un trabajo de largo aliento. En las siguientes páginas pretendo un objetivo más cercano: ofrecer una mirada sobre el concepto de Patria en la obra del filósofo argentino y pensador nacional Nimio de Anquín.

Nimio de Anquín nació en Córdoba en 1896 y murió en la misma ciudad en 1979. Se desempeño como docente en filosofía y vicedecano en la Universidad de Córdoba hasta 1955, cuando “Revolución libertadora” lo despojó de sus cargos, hecho que provocó que comenzara a impartir enseñanza en la Universidad Católica de Santa Fe. La profundidad de su conocimiento no se condice con la cantidad de obras publicadas. De Anquín se reconoce como un “buen contemplante de esencias”. De hecho, la mayoría de sus discípulos le atribuye no solo una propensión al diálogo, sino también una profundidad vastísima de su conocimiento. En este sentido, y enalteciéndolo, Alberto Buela (2008: 157) recupera la sentencia de Alberto Caturelli: “No dudamos en proclamar a Nimio de Anquín la primera cabeza filosófica de Hispanoamérica”. Los dos únicos libros publicados en vida son Ente y Ser (1962) y Escritos políticos (1972). Este último es una recopilación de diversos trabajos suyos. Uno de ellos lleva por nombre La crisis del patriotismo. Aquí es donde nos vamos a detener.

De Anquín (1972: 8), en el prólogo de Escritos políticos, señala los diferentes trabajos que lo componen, remarcando que le “agrada mucho La crisis del patriotismo, artículo inspirado en los griegos, romanos y Machiavello, que va sin modificaciones: es una buena inyección para un pueblo anémico habituado a las masturbaciones alberdianas”. La referencia es elocuente: toma a los antiguos para formular el concepto de Patria, y es a partir de esa formulación lo que lleva a la crítica mordaz de Juan Bautista Alberdi.

Podemos definir a De Anquín como un pensador situado. Esta es una alusión a una idea esbozada por Rodolfo Kusch, que hablaba de un “pensar situado desde América”. Esto quiere decir un pensamiento condicionado por la tierra donde emana el marco teórico a partir del cual se piensa la realidad. En De Anquín aparece esta idea de arraigo como sustrato cultural, que a su vez ha de dar la forma política por la cual nuestro país asume su autoconciencia frente a las corrientes foráneas. Por el contrario, para Alberdi (1852: 92) la patria no se liga al suelo, sino a la libertad: “Recordemos a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos y solo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre”.

Lo que nos interesa señalar de esta oposición es que el pensamiento de De Anquín está determinado por el suelo. De allí que se desprenda, por un lado, el problema que afronta la Argentina frente a las teorías cosmopolitas y disolventes, y, por el otro, la respuesta que se ha de dar frente a esto: “El problema primordial nuestro no es el del comunismo ni el del antisemitismo, sino el de la autoafirmación, el de la adquisición de una personalidad. ¿Cómo podremos tomar una posición internacional si carecemos de personalidad, de autoconciencia? El problema fundamental para nosotros, ciudadanos de un país emergente, es el formarnos con una vigorosa autoconciencia, o sea un problema de cultura, en cuanto cultura implica, como dije otra vez, ‘la consecución del areté o aristeía, la perfección total del hombre considerado universalmente’. Esta perfección es platónica y, cuando se logra, da como resultado el ciudadano ideal, con una profunda autoconciencia que incluye la conciencia de sí y la conciencia del todo cuya versión política es la polis. Y todo lo que tienda a disociar esa unidad vital y ontológica, es mortal y debe ser combatido sin cuartel: la suma de la enemistad para nosotros es el liberalismo democrático; así como la única posibilidad de salvación, en este momento de nihilismo, es el nacionalismo integral” (De Anquín, 1972: 90).

Aquí hay que distinguir entre nacionalismo y patria. El nacionalismo es la forma política que expresa esa unidad vital y ontológica, mientras por Patria vamos a aludir a la personalidad propia de cada pueblo. La Patria es la sustancia cultural, mientras que el nacionalismo es la expresión política y geopolítica de dicha sustancia. Respecto a la caracterización del concepto de patria en el pensamiento de Nimio De Anquín (1972: 47), lo primero que tenemos que decir es que tomó la etimología de Patria para esbozar una definición. “Comencemos por la definición del patriotismo. No es difícil: es simplemente el amor a la patria, o sea, el amor a los padres y a la tierra de los padres, pues patria viene de pater. La etimología latina de esta palabra es la siguiente: pater no es el progenitor, pues a este se le llama generalmente parens como sujeto de la paternidad física, sino es el padre en sentido social, el dominus, el pater familias, o como diríamos nosotros en castellano, es el señor de la familia, el hombre que es uno de los representantes de las series de las generaciones”. Aquí señalamos una primera apreciación: Patria es sinónimo de dominio, de representación generacional de un grupo humano. Ahora bien, ese dominus no puede ser entendido sin un marco territorial; el dominio se expresa en la tierra.

“Pero Patria no solamente lleva consigo el significado generacional y de dominio, sino también incluye una connotación de lugar o terránea. Patria, pues, significa la sangre generacional y la tierra donde se aposentaron las generaciones que la poseyeron y la dominaron como señores” (De Anquín, 1972: 47). La tierra adquiere un sentido ontológico. Es el sustento y el fundamento que le da sentido a la familia. La tierra es el hábitat que los padres conquistaron a través del trabajo y la sangre.

Aclaremos brevemente este punto: la pregunta sobre el Ser es la pregunta que se ha hecho la filosofía a lo largo de la historia. De Anquín (1994: 46) lo resuelve en pocas palabras: “pues las cosas son porque hay algo que ‘hace que sean’: ese algo es el Ser: las cosas son por su ser. Las cosas no son porque son, sino que son por su Ser”. Frente a esto cabe la pregunta: ¿qué es ese algo que nos hace argentinos y argentinas? ¿Qué es ese algo que nos hace latinoamericanos y latinoamericanas? A lo que podemos aventurar como respuesta: la tierra.

Ahora bien, siguiendo a Heidegger, el Ser ha de tener un sentido. En este caso, el sentido de la tierra es la sangre generacional que dominó ese espacio a través del trabajo y la sangre. El patriotismo así entendido, como sangre y tierra, existe en tanto y en cuanto el Estado lo consagre. “De aquí sacamos inmediatamente la conclusión que para que se den los dos elementos constitutivos del patriotismo, el amor a los padres y a la tierra de los padres, es necesario que el Estado sobre el que se ejercita ese amor sea de este mundo, sea secular y humano” (De Anquín, 1994: 50). El Estado secular, como institución monopólica del ejercicio de la violencia, es el garante del patriotismo. Esto significa que el Estado debe ser de este mundo, se debe proyectar en un plano terrestre y concreto. Es por ello que los Estados que se proyectan en un mundo celestial, como el cristiano o el judío, carecen de los elementos constitutivos del patriotismo. No hay en los Estados celestiales tierra ni sangre generacional, y por lo tanto no hay patriotismo.

Ahora bien, el patriotismo no es algo dado. No es un elemento que exista de por sí, sino que, nuevamente, es el Estado quien debe sostener su existencia, y para ello ha de ofrecer ciertos estímulos: grandeza, poder y gloria. Un Estado que no promueva estos estímulos está condenado a perecer. La grandeza, material y espiritual, es aquella que permite que un país no caiga bajo la órbita de los Estados hegemónicos. Sostiene De Anquín (1994: 51): “Nuestro país tuvo un momento en su historia en que gozó de la conciencia de grandeza cuando el ejército sanmartiniano cruzó la Cordillera, arrolló a los españoles en Chile y plantó su bandera en Lima. Después hemos vivido de recuerdos, aunque vigorizados alguna vez como en la época de Rosas, cuando enfrentamos a las potencias extranjeras. (…) La conciencia de grandeza argentina se ha transformado en el acoquinamiento y humillación frente a los países anglosajones”. La grandeza, así, parece referir a lo que entendemos por soberanía política, como el ejercicio de la autoridad, siguiendo al bien común, en un territorio. Ahora bien, un concepto lleva al otro. Para que un Estado posea y ejerza grandeza, es menester que pueda esgrimir la espada como forma de disuasión, que sea poderoso. Lo que otrora era el gallardo espíritu argentino hoy es apenas un hálito de supervivencia física. Nuestras decisiones no son nuestras, sino que son las directrices que vienen del norte. Con esto –sigue De Anquín (1994: 53)– se mancilla la gloria de estas tierras: “las glorias pasadas de nuestra historia en vez de enorgullecernos nos humillan, al poner en evidencia nuestra traición al legado de los ‘patres’”.

¿Qué hay que hacer frente a esto? De Anquín (1994: 94) parece diagramar una respuesta. Si el dilema actual es que la democracia liberal ha corroído los pilares de la argentinidad a través de la mitificación de la historia, el camino ha seguir es reafirmar la cultura vital de la Argentina. No se trata de crear, sino de estribar, de afirmar, una cultura patriótica en la virtud. “Una cultura que en nuestra tierra promueva una formación virtuosa, dada la situación histórica del medio, no puede hacerlo sin fomentar aquel sentido presocrático de la arete, con todas sus implicancias salvíficas del honor nacional, de la grandeza de la patria, de su gloria, de su poder, del orgullo de pertenecer a una polis soberana amasada con la sangre y con la tierra”. La tarea, señala, equivale a (re)enseñar a caminar a un paralítico. No es una tarea circunstancial o momentánea. Es una tarea épica, en la que, en palabras del filósofo cordobés, nuestra cultura debe inculcar a las nuevas generaciones revitalizadas por el sentimiento de grandeza, poder y gloria. Frente a este futuro, recuperamos la frase de Eurípides también citada por De Anquín: Duro es el destino.

 

Bibliografía

Alberdi JB (1852): Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. La Plata, Terramar, 2007.

Buela A (2008): Pensamiento de ruptura. Buenos Aires, Theoría.

De Anquín N (1972): Escritos políticos. Santa Fe, Instituto Leopoldo Lugones.

De Anquín N (1994): El Ente y la memoria. Buenos Aires, Bonum.

Hernández Arregui JJ (1972): ¿Qué es el Ser Nacional? Buenos Aires, Hachea.

 

Mauro Scivoli es licenciado en Ciencias Políticas, especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano y doctorando en Filosofía (UNLa).

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