El peronismo clásico y las Fuerzas Armadas: nervadura orgánica de la Patria, voluntad espartana del Estado e identidad histórica

Cuando Perón realizó el acto de entrega de los sables a los nuevos generales el 12 de enero de 1948, pronunció unas palabras conmemorativas donde remarcó lo honroso de apadrinar una nueva promoción de generales de la Nación. En el discurso, destacó que el sable que recibirían los oficiales sería “el más alto símbolo del mando militar”, al que sólo pueden aspirar “aquellos que, luego de larga, difícil y límpida trayectoria de soldados, hayan llegado a merecer el insigne honor que representa colgar al cinto la réplica del sable con que el Gran Capitán de los Andes trazó la historia patria, dándonos la libertad y la soberanía”. A continuación, Perón destacó las virtudes del “dignísimo grado de general” que, emulando al padre de nuestra identidad, debían vestir con orgullo: “Con legítimo orgullo y honda satisfacción llegáis al punto culminante de la carrera en mérito a vuestros propios merecimientos y adquirís así las más grandes responsabilidades dentro de la institución y ante el pueblo entero de la Nación”. Más adelante, remarcó: “Asimismo, contraéis el compromiso ineludible de ser modelo por vuestros actos públicos y privados y por el cúmulo de virtudes que deben adornar vuestras vidas con los destellos propios de las almas puras, nobles y generosas. Conocéis perfectamente cuáles son esas virtudes, las habéis inculcado y las habéis practicado a través de toda vuestra existencia de soldados. Ejercitadlas hoy más que nunca, con el profundo convencimiento de que, por el dignísimo grado que habéis alcanzado, ellas no sólo servirán de ejemplo para vuestros subordinados, sino que trascenderán a toda la ciudadanía para crear ese clima de confianza tan indispensable en el pueblo, que necesita sentir que su libertad está realmente respaldada por los hombres que tienen sobre sí la grave responsabilidad de asegurar la defensa nacional”.

En ese discurso ya clásico, Perón enfatiza que los ejércitos valen “lo que valen sus cuadros”, y que por lo tanto éstos constituyen el fiel reflejo de sus generales, “toda vez que ellos son los responsables de su educación moral y espiritual y de su preparación profesional”. Por eso la importancia del modelo que toman. El militar debe dedicar su vida al servicio de la Nación, misión en la cual el Ejército tiene el privilegio de ser su más pura expresión, manteniéndose totalmente alejado de los intereses particulares de determinados sectores o tendencias, por lo que, entre las principales características, destaca la necesidad de “neutralidad política” que deben tener las Fuerzas Armadas. Pero esa neutralidad, que significa el respeto de las libertades ciudadanas, no implica, en absoluto, “desentenderse de la suerte y de la vida del pueblo, elemento básico y fundamental de la defensa nacional y que, por lo tanto, merece nuestra especial y principalísima preocupación”.

En palabras del líder, sólo pueden existir ejércitos de carácter nacional, en los cuales estén representados todos los sectores del país, con una composición que les asegure una estrecha vinculación con todas las clases sociales de la comunidad, y una íntima relación con los destinos de sus pueblos, por lo que observa que el Ejército llega a constituirse en una institución del Estado “y no en una casta, condición que a veces se pretende atribuirle”. Las Fuerzas Armadas por lo tanto “encarnan” la voluntad del Estado, y de su capacidad depende el orden y la seguridad que la Nación necesita “para vivir, desarrollarse y progresar conforme al anhelo de alcanzar los grandes destinos que la Divina Providencia le hubiere deparado”.

El mismo año, en la tradicional Comida Anual de Camaradería de las Fuerzas Armadas ofrecida el 5 de julio, el mandatario brindó otro discurso de tono similar, con consideraciones sobre la nacionalidad, el valor y los principios morales de las Fuerzas. En el mismo, Perón remarcó que, si no hubiera sido por el esfuerzo y el patriotismo de las Fuerzas Armadas, habría sido imposible obtener la prosperidad alcanzada. Asimismo, y lo que resulta más interesante, da una visión de complementariedad entre las y los civiles y los militares, como partes de un organismo colectivo que se nutre de factores disímiles, un bloque formado por secciones heterogéneas pero que se ensamblan, entendiendo a la Nación como diversos complementos de un único organismo.

Por todo esto, los valores morales de las Fuerzas Armadas son para Perón la representación genuina del pueblo argentino, “con todas sus grandezas y todas sus virtudes”, ya que sus cuadros y el personal de sus filas proviene de los más diversos hogares y regiones del país. El resumen de sus hábitos y conductas son un baluarte simbólico de la tradición que debe protegerse. Para Perón, en definitiva, las Fuerzas Armadas constituyen la “nervadura orgánica” de la Patria, una organización compleja y completa, sobre la cual se organiza el resto de las partes de lo colectivo, siendo el símbolo de la “más completa organización que pueden representar las agrupaciones humanas”, con un instinto gregario imperecedero, rutilante, que palpita.

Un general de la Patria, por lo tanto, conduce un grupo de hombres con una misión global en el colectivo de la Patria. Es una misión histórica, una misión verdaderamente épica, pero tangible. Las virtudes del conductor deben ser inculcadas desde el inicio temprano de la carrera militar, teniendo en cuenta que no se aprende con una simple preparación teórica, sino que conlleva un ejercicio de aprendizaje, el cual permite adquirirlas a lo largo de toda la carrera, conociendo a los hombres, tomando contacto con ellos y adentrándose en los universos de mentalidades que representan la heterogeneidad rica y porosa de la Patria.

Ahora bien, comprendiendo la portentosa misión de un general de la Patria, se entiende la importancia de los valores morales que deben acompañarlo, la ceremoniosa rectitud que debe caracterizarlo, y el modelo que constituye cada uno de estos hombres para sus subordinados. Por eso, la presencia de un general es la personificación de la institución, es un exponente de ella y de toda la tradición que lo acompaña. La sola presencia de un general de la Nación debe ser “máxima garantía” de honestidad, rectitud y caballerosidad, no sólo dentro de las unidades que comande, sino también en el ambiente ciudadano, “donde es contemplado con admiración y respeto porque su alta jerarquía lo convierte en el más elevado exponente de la institución que representa”, y porque ven en él al heredero de una gloriosa tradición histórica.

Finalmente, esa rectitud y esa honestidad deben decorarse con cierta austeridad y vida espartana. Como sabemos, el espíritu castrense está embebido de consideraciones espartanas, o representaciones vinculadas a la idealización del ambiente moral y espiritual de la vida de cuartel de los peloponenses. Perón en reiteradas oportunidades ha citado a Licurgo, en contraste con la visión peyorativa de la vida castrense que tenían los jonios. Un poco en tono de provocación, Perón ha dicho en más de una oportunidad que, por la visión de camaradería, sobriedad, mesura y fraternidad, Licurgo de alguna manera fue el primer justicialista de la historia. Por ello es muy común observar que, en discursos vinculados a las Fuerzas Armadas, el líder justicialista retome ideas relacionadas con ese espíritu que comentamos.

Dentro de la comunidad organizada, las fuerzas armadas de la Nación son para Perón algo así como la columna vertebral que sostiene verticalmente a todo el organismo, formando parte de la unidad general, “pero no como una parte inerte, sino como un órgano vivo integrante de todos e integrado por todos los demás”. Las Fuerzas Armadas debían ser siempre en la vida nacional lo que eran en ese momento: parte del pueblo, trabajando para el pueblo y compartiendo con el pueblo sus afanes y sus inquietudes.

Esas Fuerzas Armadas son las que proveen además de la heroicidad que nutre el sentido de pertenencia. Al germen de la heroicidad de la Argentina había que buscarlo, para Perón, en la empresa hispana en América, el cual se desenvuelve en el pueblo que, “virtuoso y digno, pacífico y laborioso”, con la generosidad del Quijote, asume una defensa de sus ideales. El peronismo pretende ser en este sentido un “quijotismo”, flujo misional para resguardar los valores épicos y evangélicos, y además enfrentar el espiritualismo ante el materialismo en boga. Por eso el mandatario argentino prefirió remarcar, entre las múltiples opciones que podría haber tomado, la “palpitación humana” de Cervantes. Porque Cervantes personificaba la ruta tradicional que la Argentina debía recuperar, marcada por la espiritualidad greco-latina y la ascética grandeza ibérica y cristiana.

Si de heroicidad hablamos, San Martín es el héroe máximo, el “héroe entre los héroes”. Sin él seguramente se habrían diluido los esfuerzos de los otros héroes, y muy posiblemente no habría existido el aglutinante que dio nueva conformación al continente americano. Para Perón, San Martín no fue sólo el Libertador, fue además el creador de nuestra nacionalidad. Y toda la generación constituyente del 53 fue hija de ese proceso heroico enmarcado por San Martín. Se lo puede encontrar a San Martín como un auténtico modelo, colectivo o individual, que Perón observa como símbolo de unión y glorificación, el cual que puede otorgarle un sentido trascendente a la nacionalidad y, por qué no, alimentar el instinto gregario y hasta la conducta propia de cada individuo.

Columna vertebral del orden, nervadura que aglutina y da movimiento orgánico a la Patria, resguardo de valores e identidad: Juan Perón identificaba con esos conceptos –entre otros– a las Fuerzas Armadas de nuestro país, a las que pertenecía y desde las cuales surgió como hombre de conducción. En tiempos recientes no siempre se ha enseñado a las y los oficiales de nuestras fuerzas esa consagración misional que Perón identificaba en ellos, y la vocación altruista que les asignaba.

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