Discutir Malvinas es recuperar conciencia nacional: sobre falsos dilemas, dobles discursos y un texto bien actual de Fermín Chávez

A 40 años del conflicto bélico entre nuestro país e Inglaterra y la OTAN, la presencia del actual enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, la desinformación mediática y la indignación exagerada de la intellingentzia autóctona y foránea obliga a examinar con una lupa más afilada el legado malvinense y de qué manera será interpretado oficialmente por el actual gobierno. Tendríamos que asumir un parafraseo para avivar zonzos: “dime si apoyas las decisiones de la OTAN y te diré quién eres”. El General supo afirmar con una frase encriptada, pero lógica: “la única verdad es la realidad”. Estamos todos de acuerdo, aunque tendríamos que precisar entre nosotros cuál es la verdad, o en todo caso a qué proyecto social adherimos.

Hablar de “proyecto social” –en términos del catalán Joseph Fontana– es más amplio que el término contemporáneo conocido como ideología. Según Fontana (1999: 9), “toda visión global de la historia constituye una genealogía del presente. Selecciona y ordena los hechos del pasado de forma que conduzcan en su secuencia hasta dar cuenta de la configuración del presente, casi siempre con el fin, consciente o no, de justificarla. (…) La descripción del presente –producto obligado de la evolución histórica– se completa con lo que llamo, genéricamente, una ‘economía política’, esto es: una explicación del sistema de relaciones que existen entre los hombres, que sirve para justificarlas y relacionarlas –y con ellas, los elementos de desigualdad y explotación que incluyen– presentándolas como una forma de división social de trabajos y funciones, que no sólo aparece ahora como resultado del progreso histórico, sino como la forma de organización que maximiza el bien común. De esta evolución del pasado al presente, mediatizado por el tamiz de la ‘economía política’, se obtiene una proyección hacia el futuro: un proyecto social que se expresa en una propuesta política”.

Muchas veces la “sujeción” de los sujetos[1] ante lo que prolifera en los medios hegemónicos termina interviniendo en dichas construcciones, a veces ambiguas e inconsistentes: si bien toda guerra es antipática y difícil de defender, el grado de condena general que recibe el accionar de Rusia actualmente difiere de forma diametral con respecto al habitual modus operandi de la OTAN y Estados Unidos: la decisión rusa de invadir bélicamente resulta un ataque a la “democracia” ucraniana –indignación a la que se suma Israel, mientras sigue arrasando con Palestina. Sin embargo, en 2014 el presidente –democráticamente elegido– Yulia Timoshenko fue depuesto por manifestar una visible simpatía pro-rusa que lo convertía así en no alienante a los intereses de la OTAN. Si bien este artículo no cae en posicionamientos partidistas pro-rusos, ni se propone condenar las decisiones soberanas de ambos países, este acontecimiento que es tapa de todos los portales de información nos sirve para aventurar cómo concebimos nuestra soberanía nacional en torno a las Islas Malvinas. A falta de replicadores lúcidos visibles pertenecientes al campo nacional y popular, resulta siempre oportuno volver a las fuentes revisionistas.

Abril de 1984. A dos años del conflicto militar y a medio año de vida democrática de la mano del triunfo socialdemócrata, el pensador nacional Fermín Chávez –quien fuera director de la segunda época de Movimiento en tiempos de dictadura (Manson, 2012)– era convocado por la revista periodística El Porteño para reflexionar en torno al evento Malvinas. El Porteño fue una de las tantas publicaciones que sellaba las bases de un nuevo periodismo de tinte progresista que satisfacía las demandas de la primavera alfonsinista.[2] En el mismo número en que entrevistaban a Pino Solanas, donde aparecía un texto de un Vargas Llosa que denostaba el intervencionismo yanqui y donde Fogwill analizaba el pensamiento peronista de Leonardo Favio como si fuera un personaje anacrónico,[3] el historiador peronista nogoyaense Fermín Chávez no le esquivaba el bulto a la convocatoria para titular su excursus “Cuando Malvinas no es sólo Galtieri”. Dicha reflexión es una de las más lúcidas de los textos contemporáneos en torno a “lo que nos dejó Malvinas” y que es necesario recuperar para comprender sin prejuicios la efeméride: una cosa eran las intenciones de la dictadura cívico militar y otra la demanda histórica por legítimos derechos soberanos.

El bochornoso accionar de la dictadura en torno a la aventura militar significó para la intelligentzia el mejor ejemplo para ilustrar los males que acarrea el nacionalismo a la vida cívica: el triunfo de Raúl Alfonsín significó la instalación de un nuevo dilema que tenía su correlato con el clásico sarmientino “civilización y barbarie”.[4] Ahora bajo una nueva dicotomía, “democracia versus autoritarismo”, terminaba definiendo que este último no era únicamente la dictadura, sino todo elemento o grupo que alterase el orden democrático –entendiendo a la democracia como liberal.[5] Al entender como sinónimos a la democracia y el liberalismo, el nacionalismo –estrictamente antiliberal desde principios del siglo XX– se perfilaba como un enemigo a combatir, ya que de sus entrañas abrevaban no solo las guerrillas que dominaron la escena en los 70, sino también el sindicalismo combativo y, desde el luego, el peronismo.

La fervorosa primavera nacionalista que surgía el 2 de abril de 1982 con la recuperación de las Islas Malvinas terminaba siendo asociada al derrotero de la feroz dictadura y a la poca lúcida imagen del “majestuoso” Leopoldo Fortunato Galtieri, con su impronta de borrachín empedernido. Sin embargo, no deberíamos tener vergüenza en mantener nuestra posición soberana sobre las Islas Malvinas y recuperar no solo la hidalguía de nuestros valientes soldados, sino también la del “malentretenido” Gaucho Rivero, los ricos debates parlamentarios enarbolados por John W. Cooke en tiempos de Perón (Cooke, 2007), la diplomacia de dicho gobierno, la gesta del Grupo Cóndor… Por todo eso y mucho más, es importante volver a Fermín para reflexionar y contribuir a la construcción de una epistemología propia.

 

“Cuando Malvinas no es solo Galtieri”, por Fermín Chávez[6]

Como en toda otra cuestión de fondo concerniente a la Argentina como Nación, cada vez que hablemos o escribamos sobre Malvinas será menester aclarar primero nuestra posición, lo que los griegos llamaban thesis: si nos situamos en la periferia o en el centro del mundo; en el Sur o en el Norte. Es decir, si partimos o no de un reconocimiento de la cuestión nacional y de la cuestión colonial. Si hablamos como si fuéramos habitantes de Londres o París, es una cosa. Si lo hacemos como parroquianos de Buenos Aires o Montevideo, otro gallo es el que canta.

Días atrás, una remozada escritora argentina, en un programa de TV con nombre de un homóptero bullanguero, repitió conocidos denuestos sobre la guerra de la Malvinas, con un simplismo propio de jardín de infantes y un decir al estilo de la señora Thatcher. Naturalmente, y sibilinamente, nuestra prosista se salteaba la cuestión nacional, como una basurita de la que sólo deben ocuparse “los negritos que votaron a Perón”. Creo que es tiempo de parar la mano y de decir con megáfono que ni el 2 de abril, ni el 14 de junio, son fechas de las que debamos olvidarnos.

Como en la conocida canción rioplatense, “una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa”. En el 2 de abril no estuvo solamente Galtieri, aunque él pensara en lo suyo: estuvo también el pueblo argentino y la dirigencia política y gremial que en seguida asumió su papel sin mayores cálculos de rédito inmediato. Y en la Plaza de Mayo, aquel día en que Galtieri estuvo a punto de levantar los brazos –bajo una tranca emocional–, no estaba solamente el penúltimo virrey puesto por el Pentágono.

En un país mentalmente colonizado, y en el que todos somos blancos o blanqueados, tal como es la Argentina, existen y operan zonas grises muy vastas, en donde el ojo no puede ver con la claridad con que percibe lo negro y lo blanco. No estamos en África, donde basta el color para saber quién es el dominado y cuál el poder dominador. Entre nosotros esas zonas grises fueron construidas pedagógicamente, por medio de hábitos que todo sistema cultural puede implantar, a modo de segunda naturaleza.

Muchos argentinos, sobre todo del ámbito de la intelligentzia, apenas la Task Force entró en operaciones empezaron a recuperar su segunda naturaleza, momentáneamente averiada por la operación del 2 de abril, cuyos orígenes nada limpios aparecían cuestionados desde el vamos. Y terminaron coincidiendo no sólo con madama Margaret Thatcher, sino con toda la visión eurocéntrica y con los intereses materiales de la Comunidad Europea. Acabaron creyendo que la respuesta bélica de Gran Bretaña era en realidad una cruzada por los derechos humanos violados por la dictadura pentagonista.

Los europeos, liberales, laboristas y socialdemócratas, no querían entender que el episodio Malvinas era una parte de las luchas anticolonialistas del pueblo argentino. Ellos preferían mirar al mundo en términos de democracia y dictadura, que no es ni puede ser la visión de los pueblos periféricos de América y de África. Como bien señalaba Fernando E. Solanas (Les Nouvelles Litteraires, 13-19 de mayo de 1982), “el nacionalismo entre nosotros es un valor progresista, no un valor retrógrado. No es posible que la comunidad europea imponga sanciones a la Argentina en el único momento en que el conjunto de los argentinos está unido por una causa justa, con el apoyo de todos los países del Tercer Mundo. ¡Es de una hipocresía increíble esta política! Que en un momento tan delicado se olviden todos los principios expuestos, por ejemplo, en Cancún, por François Mitterrand, es muy doloroso para nosotros los latinoamericanos. Uno tiene la impresión de asistir a un viejo reflejo de la Europa colonial”.

De un modo parejo, quienes se disponen a execrar una vez más la batalla del Atlántico Sur contra la OTAN también manifiestan un viejo reflejo, ubicados como están mentalmente en el centro y no en la periferia. Y difícilmente puedan conmoverlos las más recientes revelaciones sobre la intervención del imperialismo yanqui en la resolución bélica del conflicto, puesto que para ellos primero es “la democracia” y después las otras cuestiones de dominación y de explotación.

Hace muchos años, un joven veinteañero, Arturo Palenque Carreras, visitó a Leopoldo Lugones en su escritorio de la biblioteca del Consejo Nacional de Educación, y le preguntó a boca de jarro: “Dígame, ¿por qué cree usted que somos una colonia?”. El poeta de Villa María del Río Seco lo llevó, sonriendo, ante dos mapas, con el sistema ferroviario de la Argentina, el uno, y con el sistema de los Estados Unidos, el otro. Y parado frente a este último le apuntó: “Como ves, en los ferrocarriles norteamericanos sus líneas férreas están tendidas en forma paralela, del Atlántico al Pacífico. Atraviesan el territorio para llevar riqueza de un lado a otro del Continente. Este es un país”. Y agregó el viejo criollo: “Fijate, en cambio, en el trazado de los ferrocarriles argentinos: son un gran embudo destinado a llevar al puerto de Buenos Aires la producción agropecuaria. No les interesa el comercio interno, sino la exportación hacia la metrópoli. Esta es una colonia”.

En el caso Malvinas podemos plantear una construcción alegórica parecida si recordamos lo que ocurrió con el precipitado bautismo de Port Stanley, el cual comenzó a ser llamado Puerto Rivero tras la ocupación de abril. Inmediatamente se movilizaron los intereses del imperio y sus académicos locales, apoyados por la intellingentzia colonizada que se mostraba escandalizada por tamaño atrevimiento. ¿Cómo ponerle el nombre de un bandolero gaucho, sobre el que había caído el juicio final de la Academia Nacional de la Historia? ¿No era una insolencia de militares nacionalistas apurados, o confundidos? Hasta intervino Julio Gancedo quien, con su buena presencia habitual, llamó a la cordura y aconsejó un nuevo nombre para el lugar: jamás Antonio Rivero, “delincuente común” argentino que el 26 de agosto de 1833 había encabezado la revuelta contra el arbitrario Mathew Brisbane, y contra el encargado de la bandera inglesa William Dickson, y otros agentes y negreros británicos.

En 1580, la reina de Inglaterra había hecho caballero a Francis Drake, a quien había otorgado patente de corso para que asaltase por la derecha posesiones y barcos españoles en diversas latitudes. Es decir, era un delincuente común, pero con patente oficial, cosa que solamente los imperios pueden mostrarle a la historia. Parodiando a Lugones diríamos que la diferencia de estas consagraciones es lo que distingue una colonia de un imperio. Un poder subordinado no puede, evidentemente, realizar tales hazañas: hacer oro de un zorullo.

De espaldas a la historia, que “siendo siempre virgen a veces es ramera” –como diría Enrique Banchs–, y pensando seguramente en la cobardía de algunos generales, muchos argentinos no querrán acordarse del 2 de abril, cansados de muerte, dolor y luto sin sentido. Pero es que la lucha contra el colonialismo siempre tiene sentido, aun mezclada a intereses menores y bastardos.

No sólo el 2 de abril. Nuestra memoria debiera recobrar otras fechas olvidadas, eclipsadas por razones diversas y por mezquinas parcialidades. Como aquel 8 de setiembre de 1964, en que el aviador Miguel L. Fitz Gerald plantó una bandera argentina en nuestro archipiélago irredento. Y como ese 28 de septiembre de 1966, en que el Grupo Cóndor, después de secuestrar una máquina en vuelo, aterrizó en Puerto Soledad y bautizó, por primera vez, con el nombre de Puerto Rivero a la capital de nuestras Malvinas. ¿Es que acaso Gran Bretaña, en lugar nuestro, vacilaría en convertirlas efemérides entrañables?

 

Bibliografía

Cooke JW (2007): Acción parlamentaria. Buenos Aires, Colihue.

Chávez F (1956): Civilización y barbarie. Buenos Aires, Trafac.

Fontana J (1999): Historia: análisis del pasado y proyecto social. Barcelona, Crítica.

Foucault M (1998): Microfísica del poder. Madrid, La Piqueta.

Manson E (2012): Fermín Chávez y su tiempo. Buenos Aires, Fabro.

Otal Landi J (2019): “La problemática en torno a los nacionalismos en Argentina”. En http://reseniandolahistoria.blogspot.com/2019/10/nacionalismos.html.

Otal Landi J (2021): El Joven Fermín Chávez. Buenos Aires, Fabro.

 

Julián Otal Landi es profesor en Historia egresado del ISP “Dr. Joaquín V. González” y docente titular de la cátedra de Historia de la Historiografía y Teoría de la Historia en dicha institución. Autor de los libros Vibración y Ritmo (Insolubles, 2020) y El Joven Fermín Chávez (Fabro, 2021).

[1] Según Foucault (1998), cae el último bastión del sujeto autónomo, libre, para postular el “sujeto sujetado”: no un sujeto que se produce a sí mismo desde la libertad de su autodeterminación, sino “producido” por las tecnologías de poder, a partir en especial de dos formas de dominación: panoptismo y sociedad disciplinaria, y poder pastoral.

[2] De sus páginas se desprendería la célebre publicación Cerdos y Peces.

[3] Julián Otal Landi: Era… cómo podría explicar (en prensa).

[4] El propio Fermín fue uno de los develadores sobre dicho problema de corte ontológico con su obra Civilización y barbarie (1956). Ver Otal Landi (2021).

[5] Los ejemplos son varios y contundentes. Para una aproximación ver Otal Landi (2019).

[6] Texto publicado en revista El Porteño, año III, número 28, abril de 1984.

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