9 de junio de 1956: Juan José Valle, la revolución fusilada

“¡Viva la patria!” (Juan José Valle)

“…y el resto es literatura” (Paul Verlaine)

 

En muchos argentinos, algunas fechas materializan conductas gloriosas que refuerzan las convicciones de homenaje a quienes dieron la vida por sus ideales y por la causa del pueblo en la lucha por la justicia y la libertad. Por eso, este artículo no difiere mucho en forma, ni en fondo, de otros que escribiera ocupando el mismo tema, y además es siempre oportuno y permanente brindar el necesario reconocimiento, sin distinción de banderías, a quienes cayeron en defensa de un país más justo, más digno y más libre.

La suerte del General Valle estaba echada de antemano. Aramburu y Rojas sabían. Pudiendo abortar el intento que buscaba restaurar la ausente vía democrática, decidieron que era mejor “escarmentar”. Mientras los golpistas ensangrentaban al país, otros eran los conspiradores, los sediciosos, no ellos, los verdaderos responsables. En ese aciago mes de junio de 1956 fueron ejecutados en distintos lugares de Buenos Aires un grupo de militares y civiles que protagonizaron un movimiento en contra de la autollamada “Revolución Libertadora” que derrocó en el año 1955 al gobierno de Juan Perón, reelecto en 1952 por más del 60 por ciento de los votos. Junto con el general Raúl Tanco, Valle encabezó un alzamiento cuyo propósito era “restablecer la soberanía popular y el Estado de Derecho”. Muchos militares peronistas habían sido encerrados desde el año anterior en el barco-prisión Washington, anclado aguas adentro del Puerto de Buenos Aires.

Castigados y aislados, los generales Valle y Tanco, entre otros oficiales, comenzaron allí a conspirar para diseñar un movimiento que exigía el cese de la persecución al peronismo, la restitución de la Constitución de 1949 y la libertad a miles de presos políticos. Esa fue la génesis del movimiento que comenzaron a gestar con fuerza en el verano de 1956. Los jefes indiscutidos del movimiento eran Valle y Tanco, más oficiales como los coroneles Cogorno, Alcibíades Cortínez y Ricardo Ibazeta y el capitán Jorge Costales, entre otros. La revolución de Valle es recordada porque, al fracasar, los participantes fueron pasados por las armas, siendo fusilados –aplicando la ley marcial con retroactividad– civiles, suboficiales y oficiales, entre ellos algunos que no formaban parte del movimiento. Por eso se buscó la impunidad de los delitos, borrando u ocultando los registros, salvo evidencias que hoy están guardadas en el museo penitenciario en el barrio de San Telmo. Fue un anticipo del genocidio, desgraciadamente no el único, que habría de sobrevenir en 1976. Sin Aramburu, Rojas y Prebisch no habrían existido Videla, Massera o Martínez de Hoz.

Aquellos del 56 denunciaron la entronización en el poder de minorías antinacionales que enajenaron el patrimonio del país y traficaron con el hambre y el dolor de los trabajadores y las trabajadoras; la sustitución de la Constitución y las leyes y la creación de tribunales y comisiones especiales; el confinamiento en campos de concentración, la discriminación entre réprobos y elegidos, la privación de empleos a miles de ciudadanos y ciudadanas; el decreto totalitario 4161 del 5 de marzo de 1956, que prohibió el uso de palabras, fechas, símbolos, fotografías, y cualquier cosa que tuviera que ver con el “régimen depuesto”. El terrorismo de Estado marcaba con sangre los comienzos de un período de violencia, golpes militares y rebeliones. En efecto, en los bombardeos de junio de 1955, 34 aviones de la fuerza aérea y la marina argentina arrojaron bombas que cayeron sobre la población civil, su propio pueblo, en su gran mayoría oficinistas sorprendidos a la hora del intermedio laboral y ocasionales pasajeros y pasajeras del lugar, dejando más de 300 muertos y mil heridos. Le siguió el golpe de Estado de septiembre de 1955. La masacre que empezó el 9 de junio de 1956 duró exactamente tres días. Lanús, Campo de Mayo, la Escuela de Mecánica del Ejército y La Plata se constituyeron en escenarios macabros. En un basural de José León Suarez unos pocos escaparon milagrosamente del alevoso fusilamiento, algunos eludiendo el pistoletazo del remate. Si durante los siguientes días de junio no hubo más fusilamientos fue porque el general Juan José Valle, que no había sido capturado, decidió entregarse voluntariamente a cambio del compromiso de que se detendría la matanza y la promesa de que su vida sería respetada. Se cumplió lo primero, pero él fue fusilado el martes 12 de junio. Los detenidos quedarían en esa condición hasta la llegada al poder del presidente Arturo Frondizi, quien asumió en 1958.

A seis meses del hecho, el periodista Rodolfo Walsh encuentra a uno de los sobrevivientes, y luego descubre que hay más de uno. Operación Masacre fue una investigación periodística que culminó siendo parte de los libros más importantes de la literatura argentina. Reconstruye ahí el fusilamiento y pulveriza la versión oficial de los hechos. Walsh inauguraría así la novela testimonial, mucho antes de que Truman Capote escribiera A sangre fría, que consagró el género.

Lo que constituía un horroroso crimen falto de antecedentes no impidió que una parte de la sociedad argentina y la mayoría de los partidos políticos siguieran en aquel entonces rindiendo homenaje a las obras de la Revolución.

El objetivo de los bombardeos y los fusilamientos fue imponer el terror, golpear en forma feroz e indiscriminada como escarmiento sobre el conjunto de la sociedad. Sólo así sería posible desmontar un modelo socioeconómico en el que el ingreso y el poder estaban repartidos de modo mucho más equitativo que en los años dorados de la oligarquía a los que se intentaba volver. Después de los hechos, el semanario Palabra Argentina, dirigido por el tucumano Alejandro Olmos, se atrevió a organizar “Marchas del Silencio” para desagraviar a las víctimas. El coronel Ricardo Ibazeta, uno de los caídos, era primo de Olmos. El mismo Olmos años después hizo un extraordinario trabajo de investigación militante, para demostrar y denunciar a la espuria deuda externa conformada por Martínez de Hoz, Videla y sus socios golpistas. Su investigación y la denuncia que inició durante esos años son un símbolo. Junto a Valle y los fusilados de aquella época son parte de la lucha permanente por la dignidad de la República.

En estos tiempos, la justicia condenó a varios de los herederos de aquel 55, clausurando la impunidad que siempre tuvieron. La sangre generosa de estos compañeros, caídos a manos de la infame “revolución libertadora”, será por siempre un pedestal que lleva adelante la digna bandera de la justicia y la libertad.

 

Humberto Rava es militante peronista, exsecretario de Derechos Humanos de Tucumán.

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