Lo nacional es político

Globalización versus soberanía

Se puede ver el enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia, entre aliados occidentales y aliados orientales, se pueden hacer todas las especulaciones geopolíticas y geoeconómicas que se quiera, pero… ¿cuáles son las ideas matrices que se enfrentan? ¿Qué cosmovisiones entran en coalición? ¿A qué ideas o proyectos civilizatorios pretende alimentar esta disputa por los recursos naturales del mundo? ¿Qué culturas entran en guerra? Después de las catástrofes de las guerras mundiales, siempre hay una redefinición de las reglas del juego. Las reglas del juego las ponen los organismos internacionales. Es ahí donde se definen los arbitrajes y se construyen las “instituciones internacionales”, como la ONU, el FMI o la OMS, todas surgidas de la última guerra mundial. El andamiaje de la burocracia internacional suele ser el resultado de la guerra mundial. Después de una guerra mundial –o de una pandemia– hay que prestar atención con lo que pasa en esos organismos. Ver la redefinición del tablero.

 

El globalismo es cool y el nacionalismo es barbarie

Las empresas transnacionales han logrado vencer a las entidades supranacionales. En la lucha entre lo supranacional y lo transnacional ganó lo trans. Las empresas han suplantado a las viejas instituciones internacionales de la posguerra en su definición y control del mundo. ¿Cómo puede parecer inocente que la Agenda 2030 que propone la ONU esté “auspiciada” por el Foro de Davos que reúne a las empresas más poderosas del mundo? ¿Son naciones las que reúne la ONU? ¿O son megaempresas? ¿Qué lugar hay para la idea de nación? ¿Qué es una nación para el Foro de Davos, para Nestlé o para BlackRock?

La globalización, en un principio, ha contado con la avenencia de los Estados, pero ahora estarían dejando de ser Estados nacionales, para pasar a ser simplemente Estados, es decir, entidades sin identidad nacional, estructuras burocráticas delegadas desde arriba por el poder transnacional. Los Estados estarían dejando de representar a una nación, a un pueblo, a una cultura, a una tradición, para subordinarse a los mandatos de las organizaciones internacionales ya manejadas en su seno por empresas, y no por el conjunto de las naciones-Estado.

La ONU es un club de empresarios, los presidentes sirven el café. Más que Organización de Naciones Unidas sería Organización de Empresas Unidas, y los presidentes son simples delegados para mantener a las poblaciones –ya no pueblos– calmas y obedientes.

 

Nadie vio El viaje de Chihiro

En los primeros minutos de la película de Miyazaki quedan retratadas las principales cosmovisiones de la humanidad: los padres de Chihiro, típicos burgueses consumistas, entran a un mercado chino agitando sus tarjetas de crédito a los gritos. Hay un banquete delicioso servido, pero nadie los atiende. Desesperados por consumir, empiezan a los mordiscones con todo lo que encuentran. La voraz comilona deja a la niña detrás, avergonzada, diciendo a sus padres que es mejor irse. La ignoran masticando sin parar, hasta que terminan convertidos en dos enormes y asquerosos cerdos. ¿Será una metáfora del consumismo? Abandonada y angustiada por la gula voraz de sus padres, Chihiro, una niña de unos 10 años, se pierde en los sótanos de un templo que es sauna de los dioses. En la sala de máquinas, a la niña asustada y perdida la espera una araña gigante de hábiles tentáculos, a la que la niña debe pedir trabajo. En el rostro del arácnido se ve representado un bigote gigante y unos lentes redondos, al mejor estilo Stalin. Con cada una de sus patas mueve las manecillas de una imparable máquina de vapor. Miles de obreros, simbolizados como carboncitos con patas, al verla ayudar a uno, le solicitan la “ayuda social” a Chihiro y la rodean desesperados para que ayude a todos. El Stalin arácnido se enfurece y, sin dejar de girar las manecillas, la mira fijo con sus lentes redondos y le grita: “no los ayudes, que vas a romper el hechizo”. ¿Será el hechizo del trabajo? ¿Una metáfora del productivismo comunista? Luego llega desde lejos el dios apestoso y todos se tapan la nariz. Lo llaman el dios hediondo –toda una definición de Rodolfo Kusch. Chihiro, la niña encargada de bañarlo en la más absoluta soledad, ya que nadie soporta el olor, le arranca de sus entrañas una bicicleta oxidada, de la que tirando y tirando sale toda la mugre de basura y electrodomésticos depositados en su lecho. El dios apestoso y hediondo, una vez sano y limpio, vuela. Es un río, el dios hediondo resulta ser un caudaloso y brillante río, que al ser sanado se convierte en el dios anciano de la tradición china, un dragón. ¿Será el río contaminado una metáfora del pueblo? Tres escenas en los primeros minutos de la película se pueden entender con claridad como la Tercera Posición: el consumismo de los cerdos occidentales; el productivismo insectificante de la economía comunista; y el pueblo, el río contaminado que –ante la solidaridad desinteresada de una niña inocente– cobra vida convirtiéndose en el dragón, símbolo de la tradición de la nación china.

 

La cancelación de la identidad nacional

¿Qué es lo que es define en esta guerra? La globalización inventó su propia izquierda: la izquierda cultural, o simbólica, una izquierda barata, nada de lo que reclama implica tocar grandes intereses. Son posturas individuales e identitarias frente a problemas globales, humanitarios. Se evita apreciar el problema raíz de la ausencia de soberanía como causa de las problemáticas sociales.

 

Una supuesta idea del bien

Políticamente correctos, miles de jóvenes persiguen las modas de ser buenos hablando con la e y manteniendo impoluto el peinado. La contradicción se da entre un moralismo global o un nacionalismo popular, pero el nacionalismo está prohibido. ¿Quién quiere ser patriota hoy? Se puede ser marxista, feminista, liberal, anarquista, capitalista, comunista… pero lo que no se puede ser es nacionalista. Lo moral es global, lo global es moral, y lo nacional es bárbaro, malo, prepotente y antiguo. Mientras que la realidad es que cada una de las injusticas que sufre un individuo devienen de la ausencia de soberanía del país en el que reside.

 

Víctimas

Las injusticias sociales son consecuencia de las injusticias nacionales, ya que hay países víctimas de las injusticias de otros países, pero la victimización solo opera en el terreno individual, no queda bien una nación victimizada, salvo cuando sirve a los intereses globales, como es el caso de Ucrania. Cuando la nación bombardeada no responde a la estética de la globalización occidental se lo naturaliza como efectos no deseados de la expansión del mundo libre.

 

Micro injusticias simbólicas

Ese mudo libre está lleno de justicias simbólicas, formas de vida legítimas, culturas aprobadas dentro del paradigma moderno. Lo tradicional es bárbaro, porque no permite la libertad individual, incluso cuando esa libertad individual sea elegir vivir la propia tradición. El verdadero enemigo de la modernidad es la tradición, porque tradición es comunidad. El individualismo políticamente correcto y sin tradición es la propuesta cultural de la globalización.

 

Un reclamo sin destinatario

Las injusticias nacionales son invisibilizadas por las injusticias individuales, micro injusticias que reclaman su solución, no ya al Estado, sino a la sociedad en general, un reclamo sin destinatario claro. El lugar de la demanda deja de estar en el Estado, es un lugar vacío. Se pide un cambio de actitud, una deconstrucción. Se reclama a entidades extrajeras o empresariales para que intervengan por los derechos concluidos.

 

Empresariado de bienestar

Las ONG o las empresas intervienen en lo social ante la impotencia del Estado, cuando su impotencia deviene de esas mismas empresas. Esa red compleja de empresas y ONG hoy abarca toda la superficie global y está buscando eliminar a los Estados en la organización y la planificación territorial. Es el control absoluto de la humanidad por parte del empresariado. Es pedirle a una empresa minera que reparta bidones de agua, es pedirle a los Grobo que repartan tierras.

El Estado queda anulado, no sirve ni para ayudar. Se construye así una disociación entre Estado y Nación. Siendo el Estado solo un administrador de bienes y no la encarnación jurídica de una Nación, solo se le reclama que administre bien, y si no lo hace, se busca la solución en el empresariado. Es la forma liberal de entender al Estado. Al quedar desdibujada la cuestión nacional, el Estado ya no debe solucionar la situación de dependencia colonial, sino solo mitigar sus efectos. Y ya ni eso: las mismas empresas que participan del saqueo colonial pueden mitigar los efectos de forma más eficiente. El Estado no participa en la descolonización, ni en la soberanía territorial, ni en la protección social. Falta que se concrete la privatización de las fuerzas de seguridad –proceso que va en ese camino con el aumento de la seguridad privada, y el entrenamiento privado de las fuerzas federales– y el Estado ya no será ni siquiera el monopolio legítimo de la fuerza: en los hechos no habrá mas Estado.

 

Se politiza todo para no politizar nada

En definitiva, todas las nuevas modas de participación social o rebeldías modernas anulan la cuestión de la soberanía. Hay una politización del individuo, un individuo superideologizado, pero desatento a las cuestiones centrales de su comunidad nacional. La hiperinformación lo hace ser partícipe de todas las problemáticas que atañen al mundo, quiere ser justo con los animales, con los pobres, con las mujeres, con las diversidades sexuales, con los pueblos originarios, con los jubilados, pero no puede ver que la raíz de las injusticias es la ausencia de un Estado soberano. De esta manera la militancia pierde una mirada estratégica. Apunta al Estado solo como administrador social eficiente, como bolsa de derechos, mientras que el Estado lo que debe garantizar es el derecho básico y primordial a tener una Nación.

 

Estado proveedor de derechos sin pertenencia nacional

Se reclama como en una feria de derechos, sin la más mínima predisposición a asumir obligaciones, porque cualquier obligación debería basarse en un sentimiento de pertenencia nacional. La pertenencia a un colectivo nacional es mal vista, lo que está de moda es la pertenencia a colectivos que luchan por las injusticias. Entonces, se participa desde la superficie del problema para nunca resolverlo, pero siempre quedar en un lugar políticamente correcto. Se estetiza la participación, al mismo tiempo que se la esteriliza. Si no es el Estado Nacional al que se le reclaman los derechos, ¿a quién? ¿A la comunidad internacional, a la ONU, a los empresarios solidarios? Y si no se lucha para que el Estado tenga todos sus recursos en su poder, si no se lucha por un Estado soberano, ¿cómo podemos pedirle cada vez más y más derechos?

 

Sin Estado no hay derechos, sin Nación no hay Estado

El origen de los derechos es un Estado soberano que tiene en su poder los recursos del territorio, para administrar esos recursos en beneficio del Pueblo. Es por eso que no se trata de repetir como loros las tres banderas del Justicialismo, sino que hay que ver la relación entre ellas: sin Soberanía Política no hay Independencia Económica, porque si no podés decidir sobre tu territorio y sus recursos, menos vas a poder decidir sobre tu economía. Y sin Independencia Económica no hay Justicia Social, porque las cuentas no las maneja el Pueblo, sino que hay que pedir permiso al FMI. El silogismo permite la siguiente conclusión: sin Soberanía Política no hay Justicia Social.

Lo que está aconteciendo hoy es una moda militante del reclamo de justicia social sin soberanía política, como si fuera posible la Justicia Social en una nación dependiente y colonizada, sometida al constante saqueo de sus recursos. “Lo personal es político” es resultado del individualismo político, la sobreideologización del individuo que lucha más por su identidad egótica que por su tierra. Lo nacional sí es político, porque lo nacional es comunidad, y es la comunidad la que debe empoderarse, y la principal comunidad es la comunidad nacional, aquella que ha fundado al Estado, al que desde las más variadas militancias le reclaman interminables derechos. La politización de la identidad individual es una politización vacía, porque no tiene la potencia de la comunidad y todo lo que no politiza a la comunidad nacional es parte de la despolitización.

La desmalvinización es el eje, la columna vertebral de la despolitización del pueblo argentino, y no se logra solo con ocultar la gesta heroica del Pueblo por su territorio. Muchas veces alcanza con marearnos constantemente con reclamos ínfimos y variados para despistarnos de lo central. Hay que querer vencer y para eso necesitamos causas que no dividan. Lo nacional es político. Y si alguien se ofende, no es personal.

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