Las siete dimensiones del Pensamiento Nacional

“La historiografía viviente, como la define el filósofo, es un ‘acto de pensamiento (filosófico) correlativo a un estímulo práctico moral y es preparación para una acción’. Allí es donde se hace necesario el revisionismo que se aúna al historicismo para modificar la educación superior. Cuando las reformas sociales erradican las supuestas certezas que planteaba la primacía del racionalismo universal, comienza el desafío al pensamiento y a la filosofía que busca la salida al caos, un nuevo intento de comprender el novum, de volver a armonizar el pensamiento con la realidad” (Ana Jaramillo).

 

La Universidad Nacional de Lanús, definida como urbana y comprometida con la región, el país y Nuestra América, propone al Pensamiento Nacional y Latinoamericano como campo problemático y como objeto de estudio, destacando un precedente histórico que ya no admite marcha atrás, dentro de un universo académico donde esta fuente de la historia ha sido menospreciada y obliterada por quienes creyeron que las casas de estudio debían continuar con la tradición impresa de una razón universal de matriz eurocéntrica y consecuentemente desvinculada de las realidades y las necesidades de la comunidad. Desde hace más de diez años esta casa de estudios viene desarrollando el Seminario Pensamiento Nacional y Latinoamericano que fue concebido con carácter transversal, es decir, que atraviesa todas las carreras y que, además, constituye una condición académica de egreso.

En ese orden de ideas, el presente texto se orienta no solamente a enmarcar “Las siete dimensiones del Pensamiento Nacional” que –a nuestro criterio– caracterizan esta matriz epistemológica original emergida en Nuestra América a partir de su milenario devenir histórico, sino además a reconocer a modo de homenaje el trabajo colectivo de una pléyade de mujeres y hombres del pensamiento y la cultura que en diferentes épocas han asumido un manifiesto compromiso con el presente y el porvenir de la nación. Dicha pléyade se ha caracterizado por concebir y expresar sus ideas y emociones con un sentido profundamente nacional y latinoamericano, y además en su mayoría asumida activamente en la vida política, comprometiéndose con diversos movimientos de fuerte impronta revolucionaria.

Esta matriz de pensamiento de sustrato eminentemente popular que detenta una particularidad específica no ha surgido en el seno de las unidades académicas, sino, por el contrario, a partir de una labor extra o para académica. En consecuencia, durante décadas sus obras fueron negadas y aún quienes eventualmente accedieron temporariamente a la docencia han sido perseguidos física, intelectual o moralmente. Recordemos que cierta intelligentzia los denominaba despectivamente “profesores flor de ceibo”.[1]

Así, pensadores y pensadoras como Arturo Jauretche, Aturo Sampay, Manuel Ortiz Pereyra, Raúl Scalabrini Ortiz, Nimio de Anquín, Alcira Argumedo, Graciela Maturo, Manuel Gálvez, Fermín Chávez, Juan Perón, Enrique Oliva, Norberto Galasso, Jorge Abelardo Ramos, Gustavo Cirigliano, Ramón Doll Ugarte e inclusive Ana Jaramillo, entre otras y otros, han sido perseguidos, menoscabados y deshonrados de alguna u otra forma.

La “Siete Dimensiones del Pensamiento Nacional” aquí presentadas conforman algunas de las que ya fueron desarrolladas con intensidad en el libro Introducción al Pensamiento Nacional que publicáramos con Emmanuel Bonforti y editado por la Editorial de la Universidad Nacional de Lanús y resultan de una elaboración de más de 15 años de trabajo por parte de quienes asumimos la ardua labor de recuperar textos y obras de aquellas y aquellos pensadores que dejaron marcas y huellas indelebles en la historia revolucionaria de Nuestra América.

Vale aclarar que recurrimos a la combinación de Pensamiento Nacional y Latinoamericano porque la voz “Nacional” ha sido utilizada exprofeso como recurso de autodenominación por las autoras y los autores comprometidos con esta matriz para marcar una fuerte presencia del denominado pensamiento situado. Lo nacional entonces incluye lo latinoamericano y en nada se acerca a un elitismo nacionalista de orientación superior y chauvinista. En tal sentido, Juan José Hernández Arregui sostenía: “Hay pues un nacionalismo reaccionario y uno revolucionario. Un nacionalismo ligado a las clases privilegiadas y un nacionalismo que se expresa en la voluntad emancipadora de las grandes masas populares” (Hernández Arregui, 1969: 15). A partir de las reflexiones de Hernández Arregui puede observarse que en Nuestra América, a consecuencia del devenir de nuestra propia modernidad, emergió un nacionalismo que traccionó hacia la industrialización, la justicia social y la integración regional a nivel continental, sin descartar la producción primaria que, por el contrario, en su afán de sostener determinados privilegios de los propietarios terratenientes aliados al capital extranjero –principalmente inglés– proponía un nacionalismo ligado a un tradicionalismo banal y un culto a las formas.

Corría el año 1998, en pleno auge del mal conceptualizado neoliberalismo, donde la “globalización” y la fujiyamización del pensamiento proponían la destrucción paulatina y sistemática de los valores comunitarios y espirituales, en el escenario de teorías filosóficas que planteaban el fin de la historia y el comienzo de una modernidad líquida. Eran tiempos en que un antiguo y vetusto liberalismo maquillado aspiraba consolidarse en el mundo como “la única” teoría política exitosa. En ese momento, un puñado de argentinos y argentinas asumimos el compromiso histórico de evitar que dicho contexto opacara y condenara al olvido a aquellas mujeres y hombres del pensamiento y la cultura que consagraron honra, fortuna y vida por un país justo, libre, soberano y geopolíticamente integrado a la Patria Grande. En este reciente escenario histórico y político –absolutamente desfavorable– y guiados magistralmente por nuestras maestras y maestros, nos convocamos casi espontáneamente para asumir la ardua y compleja tarea de recuperar aquellos textos escritos entre fines del siglo XIX y el siglo XX, desde una perspectiva epistemológica integral y con una mirada historicista. Cabe señalar que una mirada nacional y latinoamericana de la realidad histórica no integraba, en dicha época, la cotidianeidad de los círculos culturales. Más bien era despreciado inclusive por estructuras políticas “afines”. Por el contrario, era un pensamiento que se transmitía artesanalmente de maestro o maestra a discípulo o discípula. Este complejo escenario dificultó la recolección de los textos, y hubo que recurrir a librerías de antiguos que mantenían las obras, a sindicatos, a bibliotecas personales y a casas de trabajadores y trabajadoras de la cultura que mantenían su conciencia nacional latente, a pesar de tanta censura. Debe hacerse mención que algunos sindicatos colaboraron económicamente y logísticamente en esta labor, demostrando su compromiso e implicancia en la necesidad de mantener vigentes las ideas que los representaban.

Las “siete dimensiones del Pensamiento Nacional” constituyen el razonamiento, la intuición y la pasión –expresada en una síntesis transformadora– de una ardua labor de argentinos y argentinas que, con plena conciencia histórica y una fuerte implicancia con las ideas de pensadores y pensadoras nacionales del siglo XX, fuimos recuperando a través del estudio, el análisis, la investigación y la interpretación de más de diez mil textos, entre libros, artículos, ensayos y revistas. Para ello, dedicamos un tiempo sin límite para intercambiar, consensuar y debatir la comprensión y la sistematización de contenidos que nunca fueron tenidos presentes y que forman parte de la deuda moral de la educación y de la búsqueda de la identidad argentina. Esta arqueología educativa que nos propusimos resulta indispensable y es parte integrante de la epopeya que debemos tener todos los hombres y todas las mujeres para encontrar en la memoria histórica la verdad de la conciencia y de la identidad nacional.

Las primeras conferencias que exhibieron nuestro trabajo se desarrollaron en espacios de formación sindical o en ámbitos de educación no formal. También fueron expuestos dentro de organizaciones libres del pueblo y muy excepcionalmente en instituciones políticas y ámbitos gubernativos, comprobando así que el recurso didáctico de las “siete dimensiones del Pensamiento Nacional” obtenía impactos –teóricos y prácticos– promisorios y reconocidos.

Finalmente, es importante destacar que cada una de las siete dimensiones responde y refleja “voces” que hemos inferido e iluminado de textos de autores y autoras pertenecientes a nuestra matriz, y que han sido enunciados explícita o implícitamente.

 

Las siete dimensiones del Pensamiento Nacional y Latinoamericano

En el Manual de Zonceras Argentinas, Arturo Jauretche –abogado, político, docente y pensador particularmente empático y comprometido con el destino de la Patria– sostenía que la estructura cultural ha sido pensada y desarrollada por una intelligentzia alejada del país y la región, y en consecuencia una colonización cultural de orientación iluminista y eurocéntrica contaminaba toda posible identificación del pueblo argentino con lo propio, circunstancia que lo conducía hacia la autodenigración.

El concepto de intelligentzia fue adaptado por Jauretche para caracterizar a un sector que monopolizaba los espacios de interpretación del saber y la alta cultura. Como ejemplo, observaba que la historiografía liberal hegemónica había construido un relato donde los acontecimientos históricos relevantes habían sido protagonizados por individuos y no por entidades colectivas como los pueblos. Similar matriz nutría los círculos literarios y periodísticos obnubilados por la falsa dicotomía civilización versus barbarie que caracterizó la etapa fundacional del Estado argentino con posterioridad a las guerras civiles. Debemos reconocer que tal matriz lógicamente no era homogénea y que la generación fundacional demostraba matices que no eran debidamente explicitados en los ciclos escolares. El caso más paradigmático es el de Juan Bautista Alberdi.

El carácter centralista y despectivo hacia lo tradicional del relato histórico consagrado después de las batallas de Caseros (3 de febrero de 1852) y de Pavón (17 de septiembre de 1861) comenzó casi inmediatamente a generar una contracultura que impulsó a un destacado conglomerado de investigadores de nuestras provincias no sólo a indagar y cuestionar tal relato, sino también a litigar contra las categorías dominantes y elaborar otras que pudieran dar cuenta de una realidad espacial y temporal como la nuestra, absolutamente diferente a la europea. Emergieron entonces conceptos –algunos originales y otros adaptados críticamente– a partir de los cuales se buscaba una aproximación a la realidad y a la formación de una incipiente conciencia nacional: “cipayo”, “vendepatria”, “colonización cultural”, “zoncera” y “semicolonia” sólo serán algunos de ellos. El escritor Jorge Abelardo Ramos, por ejemplo, dando continuidad a la idea de colonización cultural de Jauretche y desde la perspectiva de la izquierda nacional, adaptará la categoría de semicolonia que desarrolló Vladimir Illich Uliánov (Lenin): “En las naciones coloniales, despojadas del poder político director y sometidas a las fuerzas de ocupación extranjeras, los problemas de la penetración cultural pueden revestir menos importancia para el imperialismo, puesto que sus privilegios económicos están asegurados por la persuasión de su artillería. (…) En la medida que la colonización pedagógica –según la feliz expresión de Spranger, un imperialista alemán– no se ha realizado, sólo predomina en la colonia el interés económico fundado en la garantía de las armas. Pero en las semicolonias, que gozan de un status político independiente decorado por la ficción jurídica, aquella ‘colonización pedagógica’ se revela esencial, pues no dispone de otra fuerza para asegurar la perpetuación del dominio” (Jauretche, 1958: 146).

Por su parte, la generación previa al surgimiento del primer peronismo tomará conciencia de: a) impugnar la matriz del pensamiento iluminista y eurocéntrica incorporada acríticamente; y b) promover una episteme situada que valorice, reconozca y potencie todos los aspectos que constituyen la conciencia nacional. En el libro Los Silencios y las Voces de América Latina, la socióloga y política argentina Alcira Argumedo describe esta experiencia de la siguiente manera: “Denominamos matriz teórico-política a la articulación de un conjunto de categorías y valores constitutivos que conforman la trama lógico-conceptual básica y establecen los fundamentos de una determinada corriente de pensamiento. (…) Las matrices de pensamiento son formas de reelaboración y sistematización conceptual de determinados modos de percibir el mundo, de idearios y aspiraciones que tienen raigambre en procesos históricos y experiencias políticas” (Argumedo, 2014: 17).

El aporte de las “siete dimensiones del Pensamiento Nacional” que presentamos como la confluencia de la teoría y la práctica –expresada en un extraordinario recurso y ejercicio didáctico– debe comprenderse como parte de un todo, y aunque las dimensiones maduraron en forma paulatina se retroalimentan en un devenir político, cultural y comunitario que aspira a la liberación integral, retomando indiscutiblemente el sendero de integración planteado para construir la Patria Grande y para realizar Nuestra América.

 

Primera dimensión: autoconocimiento

Como mencionamos anteriormente, la matriz de pensamiento iluminista, positivista y eurocéntrica ha sido plasmada desde el ámbito político, pedagógico y educativo con posterioridad a las guerras civiles. Bartolomé Mitre, Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento expresaron los objetivos de una entente triunfante que procuró modelar el país bajo un proyecto agroexportador y que instituyó como sujeto histórico primordial a la oligarquía terrateniente –con la cual Sarmiento tuvo sus disputas– bajo la figura del estanciero.

La idea de “integrar” esta región a una división internacional del trabajo donde nuestro rol se reduciría a la exportación de materias primas intentó obstaculizar todo posible desarrollo de un capitalismo nacional y soberano. En el caso particular de Mitre, se presentó la hábil estrategia de politizar un sistema educativo, inundándolo de falsas creencias, como la neutralidad de la ciencia y la apoliticidad. No obstante, los hechos demuestran que nada más subjetivo que intentar objetivar el acto educativo. Así, Jauretche sostuvo: “No es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico. De tal manera, el revisionismo se ve obligado a superar sus fines exclusivamente históricos, como correspondería si el problema fuera solo de técnica e investigación, y apareja necesariamente consecuencias y finalidades políticas” (Jauretche, 2016: 16).

Legitimar la negativa para desarrollar un modelo de país industrialista y un capitalismo nacional e integrado continentalmente desveló por décadas a los sectores oligárquicos dominantes. Esa falsificación paradójicamente se caracterizó por la narrativa apolitizada de la historia y por el individualismo filosófico, que fue presentada con rasgos universalistas. De tal forma fue concibiéndose una visión binaria, racial y dicotómica que con certeza será resumida en la trágica expresión “civilización o barbarie” –la “zoncera madre” que las parió a todas: “Esta es la raíz del dilema sarmientino de ‘civilización o barbarie’ que sigue rigiendo a la intelligentzia. Se confundió civilización con cultura, como en la escuela se sigue confundiendo instrucción con educación. La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quien abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América” (Jauretche, 1958: 150).

Nuestros pueblos continúan lamentablemente siendo modelados en su gran mayoría por una mirada eurocéntrica o norteamericano-céntrica. El patrón hegemónico es impuesto a través de los sistemas educativos y las estructuras culturales. Es aquello que el filósofo argentino Enrique Dussel denominó “Mito de la Modernidad”, es decir, los círculos de saberes europeos han promovido una falsa conciencia que la modernidad habría comenzado con el “descubrimiento” europeo sobre tierras americanas, dando por cuenta milenios de historia. Así, lo moderno, para la escuela y la academia, sólo remite a lo racional, burgués, blanco y capitalista.

El autoconocimiento no debe entenderse bajo ningún concepto ni desde ninguna perspectiva como limitación estricta a lo histórico –aunque aquí recurrimos brevemente a la historicidad para dar cuenta de él. Se extiende a todos los campos posibles de la ciencia, la cultura, la política, la tecnología y la epistemología, entre los más destacados. De esta forma, el autoconocimiento constituye un recurso para neutralizar un déficit manifiesto.

 

Segunda dimensión: autorreflexión

Si el autoconocimiento implica desmantelar el velo eurocéntrico y recuperar la historicidad integral de Nuestra América, la autorreflexión implica un autoanálisis colectivo que permite identificar las cuestiones que demandan una reflexión creativa y situada espacial y temporalmente. Nos encontramos ante el campo de aquellas categorías a partir de las cuales nos relacionamos con el mundo. Muchas de ellas contienen una impronta universal y fueron adoptadas acríticamente, resultando inútiles e inhábiles para dar cuenta de lo particular, de lo propio.

En el campo de la economía, como ejemplo, el filósofo y político peruano Raúl Haya de la Torre –fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana en Perú– llamaba a la reflexión: “¿Por qué no construir en nuestra propia realidad ‘tal cual es’ las bases de una nueva organización económica y política que cumpla la tarea educadora y constructiva del industrialismo, liberada de sus aspectos cruentos de explotación humana y de sujeción nacional?” (Castro y Núñez, 2010: 36).

Por su parte, Fermín Chávez –historiador, epistemólogo y ensayista entrerriano– lo hace desde una mirada más integral, partiendo de su valiosa premisa de que las crisis argentinas son primero ontológicas y luego políticas, culturales y económicas: “La recuperación de la conciencia nacional devela los elementos que integran el sistema de dominación, siendo las estructuras espirituales, dirigencia, elite y aparatos de poder. Para este atentado a la conciencia nacional liberadora, propone una nueva episteme, una ‘epistemología para y desde la periferia’ y la necesidad radica en la transformación tanto del sujeto, como del objeto, de ahí el reclamo de otra episteme y la demanda de una nueva cultura. Estamos colonizados culturalmente. Esta nueva ideología debe ocupar todo el espacio cultural: ontológico, lógico, psicológico ético y estético” (Chávez, 1983: 22).

Reconocernos en el nosotros y comprender que los mecanismos de dominación han moldeado parcialmente nuestra forma de interpretar la vida y el mundo nos permitirá identificar los falsos relatos. Desde la discriminación a nuestros compatriotas latinoamericanos –como consecuencia del fraccionamiento o balcanización geográfica y cultural– hasta la falaz creencia de que el liberalismo económico y el individualismo filosófico son indicadores de una presencia que mella nuestra autenticidad. Rodolfo Kusch, antropólogo y especialista en culturas americanas, afirmaba: “Y he aquí nuestra paradoja existencial. Nuestra autenticidad no radica en lo que occidente considera auténtico sino en desenvolver la estructura inversa a dicha autenticidad. (…) Se trata de otra forma de especialización a partir de un horizonte propio. Sólo el reconocimiento de este último dará nuestra autenticidad” (Kusch, 1962: 125).

La autorreflexión representa un doble desafío: a) un batallar contra las categorías adoptadas acríticamente que impiden la cabal comprensión de lo propio; y b) una actividad creativa que implica instituir otras categorías que nos acerquen a dicha comprensión.

 

Tercera dimensión: autoestima (colectiva)

La estima está relacionada con la afectividad, con la valoración positiva que se tiene sobre algo o alguien. Arturo Jauretche advertía que los pueblos tristes no triunfan, y de manera similar Juan Domingo Perón sostenía que el pueblo defiende la tierra donde no es feliz. Dimensionar la importancia del afecto y la estima colectiva es: a) aproximar una valoración positiva de los orígenes históricos, culturales y espirituales americanistas; y b) reflexionar acerca de los mecanismos autodenigratorios que la formación racionalista e iluminista inculcó en nuestro espíritu. Una conocida misiva que Sarmiento remitió a Mitre, pidiendo no ahorrar sangre de gauchos por considerarlos salvajes y bárbaros, da cuenta precisa de ello. El padre de la educación sentía una inevitable repugnancia por los pueblos americanos. Entonces: ¿el problema es histórico o político? La falsificación del relato histórico fue colindante de la deformación cultural. Jauretche recurrió –como sostuvimos en varios pensamientos en este texto– a la metáfora de que la intelligentzia “lee sin digerir”, que piensa y escribe sobre la Argentina de las formas, mientras que los pensadores y las pensadoras nacionales lo hacen desde la realidad de los pueblos. La define así: “Señalaré por qué es intelligentzia y no inteligencia la constituida por gran parte de los nativos que a sí mismos se califican como intelectuales, y cómo han conformado su mentalidad, cómo se comportan, y sobre todo cómo está constituido el aparato ‘cultural’ que la dirige y difunde para evitar la creación de un pensamiento propio de los argentinos” (Jauretche, 1958: 145).

La superestructura cultural del coloniaje actúa por medio de los deformadores históricos y políticos identificados con el vocablo original intelligentzia; siendo este sector fruto de la colonización pedagógica, y al mismo tiempo, reproductor de ella. La historia falsificada ha sido una de las más eficaces contribuciones de la inteligencia cipaya frente a la autopercepción, afectando directamente la estima por nuestra cultura. La autoestima constituye una estrategia para neutralizar los mecanismos autodenigratorios internalizados que circundan nuestras conciencias y que promueven el desapego y el menoscabo de lo propio.

 

Cuarta dimensión: autoconciencia

Fermín Chávez enseñaba que conocer no es sólo percibir y recibir información, sino que conocer es también a-percibir. La a-percepción nos vincula al campo de la conciencia. La a-percepción presupone en cierto sentido que el sujeto cognoscente sólo puede conocer plenamente si es consciente de su situación espacio-temporal y afectiva al momento de percibir: “Desentrañar las ideologías de los sistemas centrales en cuanto ellas representan fuerzas e instrumentos de dominación es una de las tareas primordiales de los trabajadores de la cultura en las regiones de la periferia. Pero la realización cabal de esta tarea presupone, a su vez, la construcción de un instrumento adecuado; necesitamos pues, de una nueva ciencia del pensar, esto es, una epistemología propia” (Chávez, 1977: 38).

No solo basta con despojarnos de la matriz eurocéntrica, sino elaborar una matriz propia con identidad e historia. Para algunos pensadores y pensadoras de la descolonización pedagógica es prerrequisito necesario pensar, diseñar y construir una matriz para poder fundar una epistemología para y desde la periferia. Autores como Enrique Dussel remiten a la eticidad del proyecto pedagógico.

La autoconciencia puede sintetizarse en la legendaria sentencia de Raúl Scalabrini Ortiz: “volver a la realidad como imperativo inexcusable”, para recuperar el pensar desde sí para sí.

 

Quinta dimensión: autoafirmación

Todo proyecto de país debe asentarse en bases culturales sólidas y reales. Ello implica conocerse, percibirse, identificarse con las realidades diversas y heterogéneas de nuestros pueblos americanos. De esta forma, podremos consolidar los lazos políticos, culturales, espirituales y epistémicos para proyectarnos y conformar políticas exteriores conjuntas, complementarias y soberanas. De lo particular a lo general, desde lo nacional a lo latinoamericano, y desde América al mundo.

Para el iluminismo, las particularidades americanas fueron vistas como signos de debilidad. En cambio, para nuestros pensadores y pensadoras los rasgos americanos fueron siempre considerados como indicadores de fortaleza.

En el espíritu de estas ideas, Fermín Chávez afirmaba que nos sobra identidad y que las particularidades pueden constituir una unidad sin inconvenientes. Si retomamos la cuestión histórica, bien vale recurrir al maestro Gustavo Cirigliano, que afirmaba: “Somos el conquistador y el indio, el godo y el patriota, la pampa privilegiada y el interior relegado, el inmigrante esperanzado y el gaucho condenado. Somos los dos, no uno de ellos solamente. Si nos quedamos con uno de los dos, siempre llevaremos a cuestas un cabo suelto sin anudar, siempre cargaremos un asunto inconcluso que no lograremos cerrar, siempre habrá un pedazo de nosotros que no lograremos integrar” (Cirigliano, 1972: 141).

La autoafirmación implica aceptarnos integralmente tal como somos, pero para ello resulta fundamental tener conciencia de la verdadera identidad, donde no es necesario dilapidar, negar y ocultar el pasado, el presente y el futuro de la historia. Los y las representantes de los procesos históricos, las corrientes historiográficas y las teorías existentes sólo tuvieron como objetivo general escribir, describir y relatar la historia a través de una visión esmerilada, a través de la inexistencia del nosotros, del pueblo y de Nuestra América.

 

Sexta dimensión: autodeterminación

Las dimensiones anteriormente explicadas se relacionan con déficits que ha creado “la generación de la falsa conciencia”, como expresa Ernesto Goldar (1973) sobre la alienación que lisa y llanamente implica el distanciamiento con la realidad: sólo a partir de tales elaboraciones puede concebirse una decisión soberana determinada.

Juan Domingo Perón en julio de 1947 presentaba ante el mundo a nuestro país como una nación soberana, pacífica y solidaria: “Ha sido siempre tan fervorosa como sagrada la razón que nos llevó a cumplir con la más alta misión: la de la solidaridad. Por eso mismo, queremos hoy decirle al mundo que nuestra contribución a la paz interna e internacional consiste, además, en que nuestros recursos se suman a los planes mundiales de ayuda para permitir la rehabilitación moral y espiritual de Europa, para facilitar la rehabilitación material y económica de todos los pueblos sufrientes” (Juan Domingo Perón, 2005: 48).

La autodeterminación constituye la voluntad consciente –no alienada– de llevar a cabo un proyecto soberano, circunstancia que resulta imposible en el marco de una marcada colonialidad. Como señalaba Gustavo Cirigliano: “quien no vive en su propio proyecto, seguro vive en el proyecto de otro más poderoso que él”.

 

Séptima dimensión: autorrealización

La autorrealización, que se encuentra en el plano de la conciencia en forma de modelo, aspira a concretarse en la práctica en forma de proyecto, en una acción orientada hacia la libertad plena: “La conciencia nacional es la lucha del pueblo argentino por su liberación. En este sentido, el interés por la historia es la conciencia de la libertad como necesidad. Esta conciencia es colectiva pese a que sus formulaciones conscientes surjan de mentes individuales. A esta conciencia histórica han resistido y resisten otras fuerzas” (Hernández Arregui, 1969: 49).

Nuestra América ha llevado a la práctica diversas experiencias reconocidas. Podemos resaltar algunas de ellas: el Aprismo, el Varguismo y el Justicialismo.

La autorrealización es el modelo puesto en práctica, siempre y cuando el bienestar del pueblo y la justicia social imperen. Además, la autorrealización implica el fortalecimiento de ámbitos de integración con nuestros hermanos y hermanas, donde dicha integración no debe circunscribirse al campo de lo material, sino extenderse a lo político, cultural, militar, epistémico y espiritual.

Los dispositivos de dominación aún continúan vigentes y se expresan hoy en forma de guerras híbridas implantadas desde fines del siglo pasado. Un ejemplo puede manifestarse con la cuestión Malvinas –herida colonial irredenta y emblema de este patrón histórico de dominación– que limita nuestras capacidades de autorrealización: “La desmalvinización no tuvo por objetivo principal invalidar a los militares, sino sentar las bases para el paulatino restablecimiento de las relaciones bilaterales entre ambos Estados, a fin de restaurar los lazos asimétricos deteriorados por la guerra, e instituir posteriormente un nuevo engranaje económico-financiero que ciertos ensayistas describieron, en términos jauretcheanos, como ‘el nuevo estatuto legal del coloniaje’” (Pestanha, 2015).

La autorrealización es el proyecto concretado, liberado de las ataduras y presto a concretar los anhelos colectivos. Es el proyecto de nación que respeta y valora el origen, el desarrollo y el futuro de los pueblos. La autorrealización es saber realmente de dónde venimos y hacia dónde vamos como pueblo, como Estado y como Nación. Sin autorrealización no existe memoria, ni conciencia, ni identidad de las mujeres, de los hombres, de los pueblos y de las naciones. La historia sin autorrealización siempre será escrita y relatada por aquellos que deciden nuestra vida.

 

Bibliografía

Argumedo A (2004): Los silencios y las voces en América Latina (Notas sobre el pensamiento nacional y popular). Buenos Aires, Pensamiento Nacional.

Castro LA y RE Núñez (2010): Haya de la Torre, Víctor Raúl: 1895-1979. El antiimperialismo y el APRA. Lima, Congreso del Perú.

Chávez F (1977): Iluminismo e historicismo en la cultura argentina. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

Chávez F (2012): Epistemología para la periferia. Remedios de Escalada, UNLa.

Cirigliano G (1972): Filosofía de la Educación. Buenos Aires, Humanitas.

Dussel E (1980): La eticidad del proyecto pedagógico. Bogotá, Nueva América.

Goldar E (1973): La descolonización ideológica. Buenos Aires, Peña Lillo.

González F (2013): Apuntes de Cátedra: Historia Argentina del siglo XX. Buenos Aires, IFSEducare.

Hernández Arregui JJ (1969): Nacionalismo y liberación. Buenos Aires, Hachea.

Jaramillo A (2014): La descolonización cultural. Remedios de Escalada, UNLa.

Jauretche A (1958): Los profetas del odio y la yapa: la colonización pedagógica. Buenos Aires, Peña Lillo.

Jauretche A (2016): Política Nacional y Revisionismo histórico. Buenos Aires, Corregidor.

Kusch R (1962): América Profunda. Buenos Aires, Hachette.

Kusch R (1998-2003): Obras Completas. Buenos Aires, Fundación Ross.

Perón JD (2005): Obras Completas. Buenos Aires, Editorial Docencia.

Pestanha F (2015): La disputa por Malvinas. http://nomeolvidesorg.com.ar/wpress/?p=2225.

[1] Luego del derrocamiento de Juan Domingo Perón el 16 de setiembre de 1955, las profesoras y los profesores de la universidad y las maestras y los maestros de las escuelas que ejercieron la docencia durante el peronismo (1946-1955) fueron caracterizados despectivamente como “flor de ceibo”. Al cuerpo docente se lo representó peyorativamente con la finalidad de asociar la teoría, el pensamiento y la realización nacional, social y popular con la flor nacional de nuestro país: la flor de ceibo. El antiperonismo identificó, caracterizó y señaló a los profesores universitarios y a los maestros de escuelas como docentes vulgares. Así como sentenció al profesor y al maestro como “flor de ceibo”, también hizo lo propio con obreros y trabajadores intensivos que participaron en el proceso de industrialización del peronismo, que fueron referenciados como “cabecitas negras”. La “flor de ceibo”, los “cabecitas negras”, los “descamisados”, los “grasitas”, los “orilleros”, la “negrada”, entre otras, son expresiones discriminatorias y estigmas de la historia argentina.

Share this content:

Deja una respuesta