La realidad capitalista y las marcas de un retorno sintomático en lo social: lo hegemónico y las lógicas del poder

El capitalismo es una realidad configurada sociohistóricamente, otrora pretendida como contingente, aunque aún no presenta señales de su consunción. En su modo actual de funcionamiento está todo el tiempo amenazado por crisis, marchas y contramarchas. Ciclos fácticos y contrafácticos que no hacen más que producir efectos deletéreos en los pueblos y las naciones, pero que nunca lo afectan como sistema imperante. A pesar de ello, Jorge Alemán sostendrá, siguiendo las enseñanzas del maestro Ernesto Laclau, que el poder del capital no es hegemónico, porque la hegemonía en stricto sensu exige siempre de la heterogeneidad, de la diferencia, del sujeto del significante, de lo fallido, en la articulación de demandas no-satisfechas, que insisten y resisten en una cadena equivalencial. Este detalle semántico acerca de la hegemonía es lo que marca la diferencia con la homogeneización imperante del orden capitalista.

Por otra parte, tal como nos revela el sociólogo americano Erik Olin Wright, el capitalismo puede tener diferentes “reglas de juego” según las políticas sociales en las que se exprese: se puede tener un capitalismo que otorgue enormes privilegios al trabajo calificado, o se puede tener un capitalismo que reduzca las ventajas al trabajo –ya sea calificado o no calificado. En palabras de Wright, la mayoría de los países de América Latina han intentado promover el crecimiento económico a través del estímulo a las inversiones capitalistas extranjeras por medio de la reducción de impedimentos para esas inversiones, en lugar de promover proyectos de distribución de recursos guiados por una combinación de imperativos capitalistas y prioridades sociales.

 

La producción de subjetividad en los dispositivos de poder

Es sabido que el capitalismo como macrosistema socioeconómico global regula las relaciones intersubjetivas y, por lo tanto, no es meramente un programa financiero. Para lograr su reproducción ilimitada ha logrado intervenir, modular y producir una nueva forma de subjetividad. “El método es la economía, el objetivo es el alma”, dirá en su día una dama británica. Nuevos modos de acumulación del capital –simbólico-cultural-de conocimiento– que trasmutan la clásica plusvalía descripta por Marx, en un intento de dinamitar todos los pactos sociales –incluso el derecho a la educación, a la salud, a la justicia social y la garantía de su acceso por parte del Estado– haciendo que el (a)salariado efectivamente deje de serlo.

De este modo se rompen, se degradan las relaciones históricas del propio vínculo capital-trabajo, dando lugar a un proceso de desposesión, permitiendo que se trabaje precariamente, generando condiciones de incertidumbre e inestabilidad como normales, para que el programa de terror se sostenga. Salarios insuficientes, pobreza, desocupación, como marcas sintomáticas de un retorno en lo social del malestar. Porque ya no se trata del concepto de alienación en el sentido que Marx le otorgó, donde hay una parte de sí mismo que resulta extraña, para-otro, que a través de una praxis uno podría recuperar para-sí; sino de algo más grave aún: producir e inventar una nueva subjetividad servil y acrítica.

Ante este panorama glovolizado, ¿cuáles son las posibles alternativas a este orden capitalista en las que el psicoanálisis tiene algo para decir? En primer lugar, el pensamiento de Jorge Alemán da tres pistas al respecto: la necesidad de organizarse colectivamente sin sofocar la dimensión singular de la experiencia de cada quien; vehiculizar la experiencia de y en lo político hacia una transformación del sujeto en relación con lo real del sexo, la muerte y el lenguaje en sus múltiples derivaciones; y, por último, habitar nuevas experiencias populares de soberanía, en oposición a los poderes de las corporaciones neoliberales capitalistas. Seguiremos la pluma del pensador, escritor, ensayista y psicoanalista argentino como brújula para nuestras reflexiones.

Las exigencias de lo ilimitado del capital muchas veces se soportan por encima de las posibilidades simbólicas y materiales con las que el sujeto[1] ingresa al lazo social –laboral, en el mejor de los casos. La experiencia del amor, la sexualidad, lo político, la amistad y las invenciones humanas exige siempre la referencia al límite: bordea así un significante vacío, hegemónico, pero no totalizable mediante la lógica totalitaria del mercado.

La producción de una subjetividad neoliberal desde ciertos dispositivos de rendimiento hace que esta se sitúe siempre en un “más allá del principio de placer” (Freud dixit). La coerción que ejerce el superyó –como instancia del aparato psíquico con funciones de conciencia moral– se expresa en la clínica a través enunciados subjetivos en los que subyace un permanente sentimiento de insatisfacción e inestabilidad: “no estar a la altura de…”; “no adaptarse a determinadas normas”; “no ser lo suficientemente exitosa, trabajadora, ganadora”; cuando en otras ocasiones puede alojarse, encarnarse en el cuerpo bajo formas psicosomáticas múltiples.

El neoliberalismo cultiva sus propios discursos ajenos al sujeto a través de sus dispositivos de poder, con la promesa –oferta– de alcanzar ideales yoicos cada vez más elevados e inalcanzables: exitismo, competitividad, adaptación, resiliencia, juventud, potencia, virilidad, y la serie puede continuar… Objetivaciones exacerbadas referidas al rendimiento desde el esfuerzo, la tenacidad, más aún, desde el sacrificio o la competencia con una misma o uno mismo. Fábricas del eterno deudor que pretenden hacer desaparecer al inconsciente a favor de los aparatos de la pulsión de muerte –plus-de-goce– consumados como logros –o en su contra. Máximas que enfrentan a los sujetos con la depresión como patología de la época. Goces mortíferos de la (auto)explotación.

Por eso, cuando conocemos de cerca el lugar central que el trabajo ocupa en la subjetivación humana, estamos en condiciones de cuestionar profunda y críticamente estos enunciados. Incluso de preguntarnos si aquí no se estaría gestando, fabricando, un nuevo tipo de subjetividad vulnerable, incierta, con límites poco sólidos en su cotidianeidad. ¿Cuánto habrá de salud mental en estas condiciones de vida subjetivas y objetivas para aquellos trabajadores y trabajadoras? ¿Cuánta potencialidad encierra este tipo de enunciados a los fines de conformar intentos de producción de subjetividades neoliberales?

 

El psicoanálisis y lo político del sujeto: salidas posibles a la encerrona neoliberal

Otros interrogantes que, por insistir, resisten, nos interpelan, a saber: ¿qué hay en el sujeto que no sea colonizable por la estructura del capital? ¿Qué hay del sujeto que no esté al servicio o a disposición servil de aquél?

Es un hecho de estructura que existe una dimensión en la construcción subjetiva –subjetivación– ligado a las determinaciones y a los procesos sociales de objetivación en el trabajo que producen subjetividad. Las figuras del empresario de sí y del deudor-acreedor lo confirman, pero también se expresa una subjetividad social que no se amolda acríticamente a las precarias condiciones laborales que el contexto de sus organizaciones sociopolíticas dispone, en quienes no cesa la lucha colectiva por mejorar sus condiciones de vida y salud. Con ello, la militancia sociopolítica será otro espacio insustituible colectivo de resistencia social en el cual un sujeto como hecho político puede advenir. En palabras del gran Jorge Alemán, será la forma en que Eros pueda confrontar a la pulsión de muerte. Nos referimos al Pueblo como sujeto y a lo político como práctica instituyente desde una perspectiva emancipatoria de los discursos superyoicos, como huellas sintomáticas de un retorno en lo social.

El capitalismo no juega su partida exclusivamente en el terreno del poder económico-financiero, sino que intenta tocar las fibras íntimas de la vida de los seres fabricando individuos empresariales, eficaces, rendidores, y de ser posible arriesgados y dispuestos a la incertidumbre permanente, como garantía de éxito social. Subjetividades de y para la mera gestión eficiente mercantilizada y el rendimiento de sí-mismos y de los otros. Testimonios de la reproducción autoerótica a la que empuja la técnica del capital, pero además reversos del esfuerzo por parte del sujeto de rescatar su singularidad expulsada del funcionamiento capitalista.

La pregnancia de este tipo de discursos economicistas e individualizantes sobre la desigualdad social y su imposición constante a través de diversos medios no será sin efectos subjetivos, ni sin impacto sobre las prácticas y vivencias cotidianas de las personas, las que –de acuerdo a cierto posicionamiento ético e ideológico– podrán estar orientadas hacia una lógica acrítica y reproductiva vivenciadas en el yo. O, por el contrario, tenderán a producir efectos transformadores con vivencias sostenidas en “nosotras” y “nosotros”.

Más allá de la tradición clásica de raíz marxista –vale decir, de la preconización de la superación de los antagonismos sociales– nos situamos, con Jorge Alemán, en la superficie de nuevas prácticas de lo común, en el horizonte de experiencias subjetivas de invención de lazos sociales inéditos. Anudamientos entre lo político y el psicoanálisis en tanto discurso emancipatorio que intentan recomponer la relación entre el Estado y los actores institucionales atravesados por múltiples demandas heterogéneas encadenadas. Duelo simbólico que va, de la gran batalla revolucionaria inspirada en Marx, a las pequeñas batallas socioculturales cotidianas encarnadas en los sujetos políticos concretos.

Para ello constituye una posición ético-política sostener la singularidad irreductible del sujeto en su existencia hablante, sexuada y mortal. En una apuesta para rescatar lo inapropiable de las lógicas de poder. Entonces –resta decir con Lacan– el inconsciente del sujeto en su aspecto estructural, correlacionado con la falta constitutiva –que lo sostiene en el deseo-del-Otro–, nunca fue ni será el resultado directo e inmediato de una construcción histórica imperante.

 

Disculpen mi interrupción: ¿la salida es por acá?

Una pregunta nodal insiste: ¿qué hay en el sujeto que pueda sustraerse al goce mortífero del capitalismo, en vías de que la subjetividad no sea reabsorbida por completo en la lógica del capital? ¿Qué parte de cada quien no puede ser reintegrada en la forma de fetichismo de la mercancía? Nos introducimos así en la vía de indagar y revisar nuestras relaciones con el deseo, las pérdidas, los duelos y los mismos ideales. En el camino de los recursos subjetivos del síntoma, en los modos de amar, del erotismo, y en las formas de vincularse con la amistad.

Desde las relaciones con el Otro-de-lo-social que no ingresan –o al menos no quedan capturadas– totalitariamente en el circuito mercantil, encontraremos estrategias subjetivas colectivas para evitar esas capturas, menos para cancelar las relaciones sociales capitalistas que para transformarlas en cuanto a los efectos del aplastamiento del sujeto deseante.

Sostener esa irreductibilidad al poder, centrada en la articulación de la cadena de discursos sociales en los que el sujeto y sus prácticas puedan hacerse representar, es una de las formas de evitar que el capital realice su “crimen perfecto”, al decir de nuestro autor. Sin ello, solo resta admitir la producción biopolítica de subjetividades individualistas en masa. Junto a ello, podremos presuponer una apuesta sin garantías, a saber: que la hegemonía popular propicie la emergencia de un sujeto cuyas prácticas sociales instituyentes sean el sínthome anudado de una construcción social emancipatoria.

 

Jorgelina Farré es licenciada en Psicología, especialista en Docencia Universitaria, docente e investigadora en proyectos acreditados en la Catedra de Psicología Social (FP-UNLP) y en el Programa de Formación Interprofesional de la Prosecretaría de Salud (UNLP). Atención en clínica con orientación psicoanalítica en Adolescentes, Adultos y Adultos Mayores. Feminista y peronista.

[1] No hay producción del sujeto en sentido lacaniano. En tanto efecto del lenguaje, el sujeto es anterior a los intentos neoliberales de producción de subjetividades. Siempre hay en Lacan una apelación a lo político fundamental, una invariante estructural en la causación del sujeto que es anterior a las derivaciones sociohistóricas de los dispositivos de poder.

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