Factores asociados al bienestar psicológico en el agro bonaerense: explorando el mito de la felicidad rural

A partir de entrevistas y una encuesta realizada en septiembre de 2018, en San Agustín y en Balcarce, dos agrolocalidades de la provincia de Buenos Aires, nos hemos propuesto explorar las percepciones acerca de la calidad de vida de sus habitantes y medirla a partir de un índice de bienestar psicológico, el BIEMPS-J.[1]

La calidad de vida, en tanto valor subjetivo percibido por los sujetos, responde a una construcción más compleja que los ingresos y el nivel de consumo. La hipótesis para trabajar es que la percepción de “el campo” –en tanto categoría nativa que refiere a un espacio geográfico, cultural y productivo, a menudo asociado con la vida apacible y la felicidad– dependería del espacio de socialización de los sujetos. Para quienes llegaron a dichos espacios de grandes, su idealización va deshaciéndose y la “magia del lugar” no sería tal. En cambio, para las y los nativos, junto con sus sinsabores, seguridad y contención, brinda una relativamente alta calidad de vida. Los objetivos del presente trabajo, por lo tanto, serán explorar dicha hipótesis, vinculando el mencionado índice al lugar de residencia, la dimensión trabajo, la edad, el sexo, los vínculos habitacionales y la sociabilidad lúdica.

Argentina posee una superficie de 2.780.400 kilómetros cuadrados y una población –estimada al 1 de julio de 2019– de 45 millones de habitantes. La población rural de todo el territorio no llega al 10% del total. En la provincia de Buenos Aires, más del 96% de la población reside en áreas urbanas, mientras que el resto vive dispersa o en localidades de menos de 2.000 habitantes. Particularmente en las pequeñas localidades del sudeste de la provincia, a partir de la década de 1960 se inició un proceso cíclico de despoblamiento y crecimiento que se manifiesta de modo heterogéneo para el total de las localidades. Entre las causas de este proceso en los espacios estudiados se cuentan la concentración de la tenencia de las tierras; la tecnificación de las actividades agrarias que desplaza mano de obra y población; el crecimiento de otras actividades en los núcleos urbanos principales como polos de atracción para la mano de obra; la disminución de las utilidades generadas para las y los trabajadores y pequeños productores relacionados con el agro; un cambio de tendencia laboral y ocupacional, orientándose hacia actividades con asentamiento urbano; abandono de la capacidad instalada en localidades rurales y disminución de la inversión en obras y servicios públicos; aislamiento o desintegración territorial; y potenciación de las actividades locales que funcionan de retenes de población (Diez Tetamanti, 2007: 16).

Balcarce es el espacio geográfico que hemos seleccionado para el análisis. Se encuentra ubicada a 376 kilómetros de la capital de la provincia. En su zona urbana hay 38.376 habitantes. Además, el partido está conformado por cinco localidades rurales de menos de 500 habitantes cada una: Los Pinos (337 habitantes en 2010), Napaleofú (374), Ramos Otero (95), San Agustín (498) y Villa Laguna La Brava (115). En cuanto a su estructura productiva, la zona posee una ubicación privilegiada por su cercanía con importantes centros, especialmente los puertos de Quequén, Bahía Blanca y Buenos Aires. Cuenta con cantidad y variedad de servicios en salud, educación y financieros. Además, posee muy buena cobertura de los medios masivos de comunicación: canales de TV abiertos y de circuito cerrado, emisoras radiales, periódicos, antenas de servicios para telefonía celular y red inalámbrica, etcétera. Está integrada al resto del territorio nacional por un importante sistema de transporte. La red vial incluye las rutas 226 y 55. También posee transporte interurbano de pasajeros de corta, media y larga distancia. La estructura industrial es liderada por la rama alimenticia, orientada a la elaboración de chacinados y productos lácteos y otras actividades tradicionales de la zona, como las fábricas de alfajores y de fraccionamiento de miel y sus derivados. Existen además molinos harineros y frigoríficos. En cuanto a la actividad agraria, las tierras son aptas para la agricultura, en especial para la siembra de cereales y papas, y hacia el noreste se torna ganadera (INTA, proyecto RIAP).

San Agustín, espacio en el que también focalizaremos, es una localidad del sureste que integra el partido de Balcarce. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2010, este poblado contaba con 498 habitantes: un 8% menos que en 2001 y 5% menos que en 1991, lo cual sugiere que la crisis de 2001 favoreció a que la localidad –un poco más protegida de la mercantilización de la vida de las grandes urbes y por la arquitectura de las viviendas– se presentara como una suerte de refugio. Está ubicada a 25 kilómetros por ruta asfaltada de la ciudad cabecera del partido. Se la considera una zona de aptitud agrícola, aunque hay establecimientos de producción mixta, y predomina la producción agrícola extensiva: soja, trigo, maíz, girasol y papa. El cierre del ramal ferroviario en la década de 1990, el acercamiento relativo –para quienes poseen movilidad propia– de la ciudad cabecera del partido y la percepción de las y los nativos de la falta de empleo, producen, junto con una merma del número de habitantes, la sensación de que “el pueblo va para atrás” o que “está muriéndose”. Aunque no existen datos, ya que el Censo no los desagrega para esta localidad, se percibe una población envejecida. Está percepción es compartida por la gente del pueblo, quienes reiteradamente expresan que las y los jóvenes se van a estudiar y ya no regresan, por la falta de oportunidades. Por último, una característica común con otras pequeñas localidades de la provincia de Buenos Aires es la ausencia del tren, que ha sido un factor determinante para que la actividad económica del pueblo disminuyera.

En este trabajo puntualizaremos –a partir de encuestas y entrevistas– acerca del bienestar psicológico en tanto indicador de la calidad de vida de sus habitantes. ¿Por qué explorar el bienestar psicológico? Durante las últimas tres décadas, asociadas a las críticas de la noción del desarrollo entendido como el aumento del producto bruto interno de los años 60 y 70, comienzan a aparecer cuestionamientos y propuestas alternativas al concepto de bienestar como sinónimo de consumo (Sen, 1996; Gudynas, 2006; Sánchez, 2006; Sassen, 2015; Salvia, 2018). Parte de las nuevas propuestas, sobre todo las basadas en los trabajos de Amartya Sen, se enfocan en las potencialidades respecto al poder hacer. El bienestar entonces tiene que ver con el consumo, pero también con las libertades positivas garantizadas por el Estado, con las libertades políticas, con el acceso a la salud, con el bienestar psicológico que permite a las personas proyectar un futuro, en definitiva, con la capacidad de cada uno de construir su propia biografía (Bandrés, 1994; Sen, 1996; Castel y Haroche, 2000). De estas dimensiones que hacen al bienestar, en este trabajo nos enfocaremos en la del bienestar psicológico y su relación con las dimensiones materiales.

Consideraciones metodológicas

Para abordar el estudio hemos recurrido a 133 encuestas autoadministradas por adolescentes, adultas y adultos, realizadas en la ciudad de Balcarce y el pueblo de San Agustín y a nueve entrevistas semi estructuradas que profundizan en el uso del tiempo.

El índice de bienestar psicológico se registró a partir del BIEMPS-J, un test estandarizado diseñado para ser realizado de forma autoadministrada (Casullo, 2002). Consta de trece proposiciones acerca de las que se debe contestar “Acuerdo”, “Ni acuerdo ni desacuerdo” o “Desacuerdo”.[2] A las respuestas “Acuerdo” se les otorgó un punto, a las “Ni acuerdo ni desacuerdo”, dos puntos, y a las “Desacuerdo”, tres puntos. Sumando las respuestas se construyó el índice de bienestar psicológico de cada respondiente que potencialmente puede ir desde 13, el puntaje ideal de bienestar, a 39, un puntaje que reflejaría un gran malestar. A partir de esto, hemos construido tres categorías de bienestar: “muy bueno”, “bueno” y “regular”.

Nuestros resultados en principio tienen como referencia los presentados por el trabajo de Casullo (2002:105) que muestra resultados recogidos de siete zonas urbanas en Argentina, Perú, España y Cuba, cuya desviación estándar es similar a nuestro relevamiento, pero los índices de bienestar psicológico en Balcarce y San Agustín obtuvieron puntajes superiores que en ese estudio, lo que indica menor bienestar. Estos datos son coincidentes a otros: cuando se pedía que refirieran entre tres y cinco palabras que asociaban con su lugar de residencia, y los resultados de las entrevistas y las observaciones, en particular para los varones.

Resultados

Los primeros resultados arrojan que vivir en la ciudad de Balcarce favorece más el bienestar psicológico que vivir en San Agustín. Las entrevistas revelan que, para quienes viven en San Agustín, las características de las actividades cotidianas y la sociabilidad suelen tornar la vida un poco monótona, y ello podría explicar subjetivamente el menor índice de bienestar en dicha población. La falta de agua corriente y de calefacción también afectan negativamente al índice de bienestar. El índice en cambio no varía según el régimen de tenencia de la vivienda, según si son inquilinos y propietarios.

Tabla 1. Índice de bienestar psicológico según lugar de residencia

Localidad

Índice de Bienestar Psicológico

Total

Muy bueno Bueno Regular
Balcarce 41% 44% 15% 100%
San Agustín 20% 23% 57% 100%

 

La lectura de estos datos, interpretados a la luz de las entrevistas y las observaciones, es que la pobreza estructural afecta los niveles de bienestar psicológico, en tanto marca ciertos límites a la subjetividad y la percepción de la posibilidad de escribir la propia vida.

Sin embargo, aunque el hogar tenga capacidad de ahorro –lo cual se asocia con un relativo buen pasar económico y cierto nivel de consumo– no alcanza para afectar positivamente los índices de bienestar psicológico. Pero esto sí sucede con el nivel de ingresos, el trabajo en blanco y la cantidad de tiempo que las y los entrevistados trabajan: las personas que no trabajan son quienes poseen los peores índices de bienestar. El trabajo refuerza la autoestima y aumenta las posibilidades materiales de autonomía frente a la construcción de los propios destinos. Otro factor que afecta negativamente el bienestar psicológico es si existe algún miembro del hogar que trabaje o sea productor en el sector agropecuario, algo coincidente con distintos análisis previos (Giddens, Bauman, Luhmann y Beck, 1996; Sennett, 2000; Gras y Hernández, 2016; Kay, 2016; Paz, 2017; Muzlera, 2014 y 2018).

Asimismo, vivir en pareja o con al menos un hijo o hija aumenta las posibilidades de alcanzar mayores índices de bienestar psicológico, especialmente la segunda condición: vivir con al menos un hijo o hija. Quienes se reúnen con frecuencia con familiares, amigas o amigos, sin ningún otro fin que el de reunirse, son quienes alcanzan mayores niveles de bienestar psicológico, y quienes nunca se reúnen alcanzan los peores niveles. Sin embargo, las y los adolescentes –principalmente los varones– son quienes tienen peores índices de bienestar y quienes –por una enorme diferencia– presentan mayores frecuencias de sociabilidad lúdica.

Lo dicho hasta aquí habilita nuevas preguntas y una reformulación de hipótesis de trabajo futuras, pero no conclusiones. En estos espacios, las y los adolescentes y los varones de todas las edades muestran un menor nivel de bienestar. También el malestar se asocia con el estrés que produce la responsabilidad de sostener económicamente un hogar, lo que se condice con que el bienestar psicológico sea peor entre cuentapropistas y pequeños productores agropecuarios que entre trabajadoras y trabajadores asalariados. El dinero no hace la felicidad, pero el trabajo y el amor sí.

Bibliografía

Bandrés E (1994): “Amartya Sen Inequality reexamined”. Revista de Economía Aplicada, 6-II.

Castel R y C Haroche (2000): “Individuos por carencia”. En Propiedad Privada, Propiedad Social, Propiedad de sí mismo. Conversaciones sobre la construcción del individuo moderno. Rosario, HomoSapiens.

Casullo MM (2002): Evaluación del bienestar psicológico en Iberoamérica. Buenos Aires, Paidós.

Diez Tetamanti J (2007): San Agustín y Mechongué, los pueblos cuentan desde su lugar. Buenos Aires: SPU-MINCYT.

Giddens A, Z Bauman, N Luhmann y U Beck (1996): Las Consecuencias perversas de la modernidad. Barcelona, Anthropos.

Gras C y V Hernández (2016) “Modelos de desarrollo e innovación tecnológica: una revolución conservadora”. Mundo Agrario, 17 (36), e028.

Gudynas E (2011): “Debates sobre el desarrollo y sus alternativas en América Latina: Una breve guía heterodoxa”. En Más allá del desarrollo. Quito, Fundación Rosa Luxemburgo y AbyaYala.

INTA (2019): Proyecto RIAP. Caracterización del Área de Inlfuencia de la EEA INTA Balcarce. http://www.inta.gov.ar/balcarce/riap/zonal.htm#IIIF.

Kay C (2016): “La transformación neoliberal del mundo rural: procesos de concentración de la tierra y del capital y la intensificación de la precariedad del trabajo”. RELAER, 1-1.

Muzlera J (2018): “La unión del espanto que abonó la semilla del voto macrista”. Panamá.

Muzlera J (2014) “Un colectivo más fuerte es un riesgo social más bajo”. FECOFE, Valores, intercambio y mercados globales. 3-10.

Paz R (2017): “Las grietas de los agronegocios y los imperativos de la agricultura familiar: hacia una perspectiva conceptual”. Revista Latinoamericana de Estudios Rurales, II(3).

Sánchez H, AP Gómez Olaya, A Herrera, LV Ángel y M Llanos (2006): “Evaluando el bienestar de los colombianos a través del índice de progreso genuino IPG”. Revista De Economía & Administración, 3-1.

Sassen S (2015): Expulsiones. Brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires, Katz.

Sen AK (1992): Inequality reexamined. Oxford University.

Sen AK (1996): “Capacidad y bienestar”. En La calidad de vida. México, FCE.

Sennett R (2000): La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Angrama.

 

José Muzlera es licenciado y profesor de Sociología (UBA), magíster en Ciencias Sociales (IDES-UNGS) y doctor con mención en Ciencias Sociales y Humanas (UNQ). Marina Poggi es licenciada en Comunicación Social egresada (UNQ), especialista en Ciencias Sociales y Humanidades (UNQ) y doctora en Ciencias Sociales y Humanidades (UNQ). Ambos son docentes en la UNQ e investigadores del CONICET con lugar de trabajo en el CEAR-UNQ.

[1] Una versión preliminar de este estudio ha sido presentada en las XI Jornadas Interdisciplinarias de Estudios Agrarios y Agroindustriales 2019 organizadas por el Centro Interdisciplinario de Estudios Agrarios (CIEA-UBA).

[2] Las trece proposiciones son: “Creo que sé lo que quiero hacer con la vida; Si algo me sale mal puede aceptarlo, admitirlo; Me importa pensar qué haré en el futuro; Puedo decir lo que pienso sin mayores problemas; Generalmente le caigo bien a la gente; Siento que podré lograr las metas que me proponga; Cuento con personas que me ayudan si lo necesito; Creo que en general me llevo bien con la gente; En general hago lo que quiero, soy poco influenciable; Soy una persona capaz de pensar en un proyecto para mi vida; Puedo aceptar mis equivocaciones y tratar de mejorar; Puedo tomar decisiones sin dudar mucho; Encaro sin mayores problemas mis obligaciones diarias”.

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