¿Presencialidad o no presencialidad? ¿Es esa la pregunta?

La dinámica de la realidad política lleva a repensar también las respuestas sobre lo que está sucediendo. Poner en debate la presencialidad o no en nuestras escuelas desde el aparato opositor muestra que, en todas sus estrategias nefastas y con la complicidad de los medios, llevan a confundir políticas de salud pública con políticas educativas.

El cierre de escuelas que ordenó el DNU del presidente se estableció a partir del aumento de contagios. ¿Por qué el cierre de las escuelas? Porque los sistemas educativos son los que promueven la mayor circulación de población en todas las sociedades. Lo vemos en el mes de enero, cuando no hay clases. Se suma, además, que esta nueva ola del virus afecta también a jóvenes, niños y niñas, no solamente por el transporte público de pasajeros, sino además en el incumplimiento del protocolo en todas las actividades que se desarrollan. Esto lo convierte en un problema de políticas sanitarias, y no de educación.

No hay educación si no hay salud en la población. Hoy todos los medios están pasando informes, asustados por la cantidad de niños internados. No es broma. Cuando la ministra de Salud de la Nación y el presidente dicen “necesitamos priorizar la salud por sobre la política” están planteando justamente que está creciendo la demanda de camas del sector de la población menor de 60 años, e incluso para niñas y niños. Ante la grave la situación viral en el país la respuesta desde la política debe ser para el colectivo y no para individuos –como lo plantea Jorge Alemán– separados de todo lazo social, para quienes no existe la idea de solidaridad, de una libertad compartida socialmente, sino que plantean un derecho individual que comienza y termina en uno mismo. Quienes no acatan la decisión de un presidente frente a un tema crucial, como es la política sanitaria, ejemplifican lo que postula Chomsky: en el mundo real el desprecio de las elites por la democracia se manifiesta en la norma. Se pone así de manifiesto permanentemente la “libertad individual” sobre el bien colectivo.

Es un problema de poder. Debería haber por parte de Rodríguez Larreta, como jefe de un gobierno, una “ética de la responsabilidad política” cuando está en juego la vida. Esa ética debe prevalecer sobre las ilegítimas pretensiones de imponer una crisis de poder. Para eso están las elecciones y las gestiones, pero no las pandemias, ni la salud. Más indigna es su posición cuando se está profundizando una sociedad más injusta, más insegura y menos democrática. En estos momentos debemos reforzar la salud para seguir atendiendo la realidad económica, social y educativa, y para recomponer un Ministerio que fue degradado a Secretaría, con una gran desinversión, hospitales sin terminar, con vacunas vencidas y sin personal suficiente… También hay reclamos por falta de insumos para las terapias intensivas y un bajo porcentaje de docentes vacunados y vacunadas en varias provincias.

En lo educativo, el gobierno de Macri fue el que desfinanció el presupuesto que supimos conseguir allá por 2006 con la Ley de Financiamiento Educativo, que establecía que al año 2010 se debía alcanzar el 6% del PBI, y se logró: se invirtió en educación, en ciencia y en tecnología. Macri lo redujo en el año 2019 al 4,8%. La desinversión en educación llevó a dejar de construir y arreglar escuelas, a la falta de tecnología que habíamos comenzado a tener en cada una de nuestras escuelas a lo largo y ancho del país, al desarme del Conectar Igualdad, a la falta de entrega de las hoy tan necesitadas netbooks, a la falta de conectividad, laboratorios, bibliotecas, CAJ, orquestas y coros del bicentenario, y de tantos otros programas y propuestas para la inclusión, como el Fines o el Progresar. No hace falta cerrar un programa para matar propuestas, alcanza con desinvertir para dejarlo agonizar. Dejó de invertir para desgastar la democracia, la calidad, la innovación, para reducir el ingreso de jóvenes a los estudios superiores que conseguimos por primera vez, cuando vieron que un pobre iba a la universidad, para desprestigiar un sistema científico tecnológico nacional. Habíamos constituido la mesa paritaria para que ningún o ninguna docente ganaran menos que lo establecido, garantizando la igualdad ante las mismas condiciones laborales, la formación continua, etcétera, y se encargó de no convocarla, jamás. Hoy defiende una escuela pública que desprecia. Desvalorizando la tarea docente y el derecho a la educación de nuestros niños, niñas y jóvenes, el gobierno de la CABA puso en práctica el nefasto plan de destrucción de la escuela pública durante sus 13 años de gobierno. La pérdida de estudiantes del sistema educativo obligatorio fue una constante del gobierno de Macri, pensando que tener las puertas abiertas de una escuela es suficiente para que los estudiantes vayan.

Para que esto suceda hace falta inversión, no solo para infraestructura escolar, sino para las propuestas educativas, que deben ser diversas y diferentes, mejorando las condiciones en las que viven nuestras y nuestros estudiantes, educadoras y educadores: viviendas, caminos, agua, etcétera. La escuela y sus alrededores: de esto se trata. Los derechos tienen costos. Hay que invertir para que haya derechos.

La pobreza creció, y los que hoy denominamos “desconectados y desconectadas” de la escuela –concepto que surge desde la virtualidad que forzó la pandemia– siguen siendo los excluidos y las excluidas, no solo de la escuela, sino de una vida digna, exclusión que la derecha, con Larreta, Vidal y Macri, supieron acrecentar. ¿Cuántos chicos y chicas no encontraron lugar en las escuelas de CABA? ¿Cuántos chicos y chicas duermen o trabajan en las calles y no van a la escuela? ¿Larreta se ocupa de ellos y ellas? ¿La sociedad se pregunta qué paso? Hay estudios que indican que la pandemia impactará en el sistema educativo a nivel nacional: aproximadamente 1,5 millones de estudiantes de distintos niveles se verían desvinculados y desvinculadas de sus escuelas, que se suman a quienes el gobierno anterior dejó como parte de la deuda social. ¿Cuántas escuelas se quedaron sin estudiantes? ¿Cuánto impactará la pandemia?

Claro que los chicos quieren ir a la escuela; claro que puede haber daño emocional por no ir, daño que también lo tienen quienes fueron excluidos, que son muchos y muchas; claro que para las y los docentes es más organizada la clase presencial, el contacto con sus estudiantes; claro que la virtualidad no es fácil de sostener para nadie: ni los chicos y las chicas, ni los educadores y las educadoras, ni la familia. Pero sin salud no hay educación. Entonces, el problema no es si hay o no presencialidad. El problema es la puja de poder, banalizar la investidura presidencial y desconocer las instituciones de la democracia, generando esa tirantez de las relaciones de fuerza políticas, en la justicia y no en la política, y sin la seriedad que requieren la vida y la salud.

Es hora también de pensar nuevos paradigmas desde la educación, nuevas propuestas, deconstruyendo viejos modelos que también llevaron a multiplicar las desigualdades. Se necesitan quiebres epistemológicos que dejen de justificar la existencia de culturas dominantes, aprendiendo a mirar y a escuchar a quienes hacen la escuela todos los días y a las comunidades donde están insertas. Se requieren otros proyectos pedagógicos que lleven realmente a generar compromiso, participación y construcción de Patria. Hacen falta nuevos sistemas educativos, con escuelas nuevas. Instituciones donde realmente el derecho a la educación sea para todos y todas; donde sea parte de la propuesta el deseo de aprender y de enseñar; donde cada educador o educadora, cada familia, cada vecino o vecina, o cada comunicador, tomen a la educación con la responsabilidad que se merece ese derecho y sientan la necesidad de construir el capital social y cultural como base de una sociedad democrática; donde esa tarea sea de todos y todas, y no solo de la escuela. No perdemos nada, podemos ganar una nueva sociedad, como lo dijo el maestro Freire.

El desafío del Ministerio de Educación hoy es trabajar con nuevas propuestas para quienes dejaron o fueron excluidos y excluidas, comenzando a construir la educación de la postpandemia. Entonces, la educación también se destacará en su rol de superar desigualdades y ser un eje de la construcción subjetiva de inquietudes emancipadoras.

 

Silvia Rojkés es presidenta de Central Tucumán, Espacio de Ideas. Fue legisladora y ministra de Educación de la Provincia de Tucumán.

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