Filosofía, pandemia y educación

Desde hace varias décadas se viene hablando de un cambio de época. A principios de los años 90 del siglo pasado, tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, el politólogo norteamericano Francis Fukuyama profetizó “el fin de la historia”. Sin embargo, los 90 fueron pletóricos de cambios sociales, políticos y culturales de todo orden que hicieron que la historia no terminara: sencillamente continuó cambiando, para bien o para mal. El capitalismo, ahora sin frenos y aparentemente triunfante en la guerra fría, aceleró su carrera depredadora sobre la naturaleza y sobre las sociedades humanas.

El modelo liberal económico se aplicó en toda la línea. Las leyes del mercado se impusieron. Argentina fue uno de los modelos en ese sentido, hasta llegó a vender “las joyas de la abuela”: las empresas estatales. Sin embargo, con crisis financieras como la del “Efecto Tequila” de mediados de esa década, el sistema comenzó a desmoronarse y regresó el endeudamiento externo de los países emergentes y la inestabilidad social en la región. Aumentó el desempleo y la pérdida de poder adquisitivo. Los tenues movimientos de resistencia social y política solo comenzaron a tener alguna fuerza en la región tras los desastres sociales de fin del siglo XX. Por su parte, en Rusia se desató una crisis financiera conocida como el “Efecto Vodka” y en el sudeste asiático otra similar, llamada “Efecto Arroz”. En fin, prácticamente todo el planeta se encontraba en medio de sucesivas crisis financieras y económicas que iban a afectar la vida de todos. No obstante, a pesar de los problemas económicos, ambientales, sociales y políticos, los líderes del sistema capitalista siguieron su marcha. Por un lado, la naturaleza, y por otro, la imprevisibilidad humana, provocarían lo que podría llegar a ser una de las transformaciones más “radicales” de la sociedad y del sistema: la pandemia del COVID-19 fue un golpe al corazón del sistema.

En Argentina, en 1871 un brote de la fiebre amarilla transformó la ciudad de Buenos Aires. Cambiaron no sólo los hábitos y muchas costumbres, sino también el lugar de residencia de la élite porteña. Aquella “peste” redujo la población de Buenos Aires en un 7%. El higienismo, en cuanto teoría de la salud positivista que bregaba por una ciudad sin la enfermedad, se convirtió en uno de los puntales del desarrollo del sistema educativo público. Las normas educativas de aquella época, emanadas de la ley de educación 1420 sancionada en 1884, se hicieron eco de los nuevos preceptos de higiene y la obligación de controles de salud y vacunación en los establecimientos escolares.

Es de esperar que esta nueva peste del siglo XXI traiga nuevos ordenamientos sociales y hábitos. Para quienes no habían asumido y comprendido la advertencia del cambio de época, el COVID-19 les vino a significar un cachetazo impensado. La pandemia provocó una las mayores crisis desde la segunda guerra mundial, en diversos planos de la existencia, quizás más grave que los “efectos” señalados anteriormente. El sistema económico tuvo un impacto directo, los trabajadores y la población en general fueron confinados a una extensa cuarentena, lo cual dejó en evidencia que la rueda del capitalismo no se puede mover sin los trabajadores y las trabajadoras que, efectivamente, son esenciales para el sistema. Quizás por eso muchos empresarios y líderes mundiales defensores del sistema capitalista fueron activos militantes de la anticuarentena. La postura del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, fue significativa en ese sentido, al comparar los efectos del coronavirus con el de una “gripecita”; más al norte, en Estados Unidos, Donald Trump abogaba en los primeros días de la crisis por la aplicación de lavandina para curar los síntomas de la enfermedad. El transcurso de las semanas y la caída en las encuestas electorales lo obligaron a aceptar el barbijo y a cambiar su discurso.

Los efectos de la pandemia aceleraron cambios que ya se venían produciendo en diversas áreas de la vida humana. El sistema educativo es uno de los sectores donde más fuerte pegó la prolongada cuarentena. Se cerraron las escuelas y la enseñanza se trasladó a los hogares. La educación virtual irrumpió como nunca antes y llegó para quedarse. Sin embargo, no todos los y las docentes y estudiantes estaban preparados para el abrupto cambio. Por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires las diferencias de acceso a la educación y a las tecnologías son profundamente marcadas, especialmente en los sectores marginales del Gran Buenos Aires. La imposibilidad de disponer de dispositivos o conexión de Internet adecuados profundiza la desigualdad y la exclusión preexistentes en la educación. Para el actual gobierno –con una propuesta de inclusión– se trata de un desafío aún mayor. En tanto las escuelas de las “élites” siguieron funcionando sin mayores inconvenientes, en el otro extremo de la escala social amplios sectores de estudiantes quedaron más excluidos de lo que ya estaban, muchos inclusive más preocupados por el sustento diario que por la educación en sí misma. Agravan la situación una progresiva pérdida de la autoestima y el sentimiento de fracaso. Así, la intervención del Estado y la creación de trabajo genuino deberán ser prioridad en los próximos años.

En este contexto cambian los valores y surgen nuevas preguntas sobre el significado de la “normalidad”. Cuando esto sucede reaparece la filosofía para ayudar a preguntarnos sobre estos nuevos valores y confrontarlos con los del pasado, los que hemos sostenido hasta hace poco. La crisis del sistema educativo no comenzó con la pandemia, pero ella pone en discusión el formato mismo de la institución “escuela”. El sistema educativo “moderno” es piramidal: “universal” en la base, pero, a medida que se sube, varios quedan en el camino. El COVID-19 y la virtualidad impuesta arrojaron de la pirámide a mayor cantidad de personas.

Paulo Freire en su libro ¿Qué es la educación? afirma que “la educación es la acción y la reflexión del hombre sobre el mundo para transformarlo”. Es en ese sentido que la filosofía viene a proponer una mirada crítica sobre todo lo instituido como “normal” dentro del sistema. Según Leonardo Boff, uno de los referentes de la Teología de la Liberación, volver a la “normalidad” sería “autocondenarnos”: sería volver a la educación bancaria, a promover el individualismo y la “meritocracia” como lógicas del mercado. Se hace necesaria otra mirada, que establezca un nuevo paradigma educativo. Hay un debate en desarrollo sobre la ética en las decisiones políticas y en las conductas individuales y sociales en medio de la crisis sanitaria. La tensión entre la política y la moral de las decisiones y cómo influyen en la vida cotidiana de la sociedad irán definiendo los nuevos hábitos de enseñanza y el papel de la filosofía en este nuevo contexto.

 

Juan Maya es profesor de Filosofía (CENS 452 Vicente López).

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