Disciplina positiva

¿Qué es la disciplina? ¿Qué son los límites? ¿Cómo educamos para la autodisciplina? La disciplina se refiere especialmente al cumplimiento de normas morales. Cuando pensamos en poner los límites a un niño o niña, pensamos en qué está permitido y qué no. Hasta dónde se aceptan o toleran determinadas acciones y hasta dónde no. La pregunta es cómo les transmitimos a los niños o las niñas cuál es el límite. ¿Nos aseguramos de que lo comprendan? ¿Nos aseguramos realmente de que comprendan de un modo cabal no solamente el límite en sí mismo, sino también la lógica que subyace a ese límite?

Cuando un niño o una niña “se portan mal” o transgreden un límite, ¿cuál es nuestro objetivo? ¿Queremos castigarlos? ¿Queremos descargar la bronca que nos provocó su transgresión? ¿O queremos enseñarles algo? Disciplina viene de Discipulus: alumno. Nuestro objetivo difícilmente sea sancionar: debería ser educar, guiar a nuestro discípulo o discípula de un modo respetuoso y cálido, de forma que no sólo conozcan las normas, sino que también se sientan valorados y queridos.

Por otra parte, no se trata solamente de conocer las normas y acatarlas sin pensar, sino de comprender el trasfondo para guiar en el desarrollo de un razonamiento crítico. No buscamos obediencia ciega, buscamos regulación emocional, capacidad de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, y autocontrol. Si, por ejemplo, en la crianza tradicional mis padres me decían que no debía decir malas palabras porque me lavarían la boca con agua y jabón, podría no decirlas por temor a que laven mi boca, ¿pero habría aprendido algo de respeto? ¿Por qué no debo “decir malas palabras”? ¿No debo decirlas nunca? ¿Ni en la cancha cuando mi equipo pierde? ¿Por qué ellos pueden decirlas mientras manejan? La verdadera consecuencia de las malas palabras no es que nuestra boca se ensucie y haya que limpiarla. Es que el vínculo con la persona a la que se las dirigimos se puede deteriorar y podemos hacer sentir mal a alguien, y eso difícilmente sea un objetivo.

Es sumamente común, cuando un niño o niña no hacen lo esperado, por ejemplo, diciendo “una mala palabra”, que sus padres los amenacen o castiguen. Lamentablemente, los castigos pueden funcionar para que acaten por miedo, no por respeto, ni por convicción, y la mayoría de las veces generando una sensación de injusticia y falta de comprensión de lo sucedido.

Para educar desde la disciplina positiva, lo primero que debemos recordar es que una conducta puede ser inadecuada, pero el niño o la niña no. El niño es nuestro discípulo, lo estamos guiando, como guías podemos empatizar con su emoción. En nuestro ejemplo, el niño se enojó y dijo una mala palabra. Podemos reconocer su enojo, hacerle saber que esa emoción es válida, todos podemos enojarnos y como padres o madres no importa lo que diga, siempre tendrá nuestro amor. Ahí estamos para él, para contener su enojo y hacerle saber cómo nos sentimos nosotros con esa reacción. Pero no con un sermón: puede razonar, es mejor ayudarlo a pensar. Cuando alguien te levanta la voz, o dice alguna palabra ofensiva, ¿cómo te sentís? ¿Eso es lo que querés generar en el otro? ¿Qué impacto creés que va a tener sobre la relación ese tipo de conducta? ¿Cómo te querés sentir con la relación?

Cada hijo o hija y cada padre o madre son diferentes. No se trata de una receta a aplicar para todos de la misma manera. Se trata de una invitación a pensar que la conexión empática es posible y puede acompañarse de límites claros y la seguridad emocional de que como guías estaremos ahí para ellos a pesar de sus errores. Ellos y ellas están aprendiendo, podemos guiarlos sin autoritarismo, con respeto y amor.

Si frente a una transgresión gritamos, amenazamos o golpeamos. ¿Qué estamos enseñando? Los adultos somos el ejemplo a seguir, el modelo que tienen los niños y las niñas. ¿Qué modelo ofrecemos cuando gritamos? ¿Les enseñamos autocontrol? Si les gritamos cuando estamos enojados les enseñamos a gritar cuando se enojan; si amenazamos les enseñamos a amenazar cuando las cosas no salen como ellos quisieran; y si golpeamos, estamos fomentando la violencia. De algún modo desde ese modelo se transmite de un modo oculto el siguiente mensaje: quien tiene poder puede aplicarlo sobre el o la más débil, sin considerar sus emociones, ya que no tendrá consecuencias externas. Dudo que queramos educar así a nuestros niños y niñas.

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