Desafío educativo: una sociedad (re)escolarizada en la alternancia

Desde hace un buen tiempo reconozco que en educación debemos pensar seriamente el aprovechamiento de los espacios y del tiempo. Está muy bien preocuparse por los contenidos de la enseñanza. Las reformas suelen mirar los diseños curriculares, entre otras cosas, y ver que nos siguen preocupando temas que no terminan de calar en la formación, tales como derechos humanos, educación sexual integral, formación para el trabajo, conflictos y violencias escolares, desigualdad educativa, y tantos otros.

 

¿Cómo mover entonces a la vaca sagrada?

En la universidad donde doy clases propuse dar un seminario sobre pensamiento pedagógico latinoamericano. No pensé que las circunstancias nos obligarían a tener que preparar un espacio que exige lectura y debate acalorado, y tener que realizarlo a través de alguna plataforma virtual.

Sería interesante en este tiempo que se suspendía la vuelta a clases volver a leer a Iván Illich y su sociedad desescolarizada.

La situación de pandemia que nos atraviesa vino a poner todo en cuestión. “Invita” a reflexionar acerca del papel de las instituciones de nuestra sociedad, sobre el rol de los Estados, el estilo de vida que llevamos, cómo consumimos y la forma en que nos relacionamos entre nosotros y con la naturaleza. La escuela pareciera que ocupa un lugar central en esta revisión.

Illich pensaba que una sociedad que aspire a repartir equitativamente el acceso al saber entre sus miembros y a ofrecerles la posibilidad de encontrarse realmente, debería reconocer límites a la manipulación pedagógica y terapéutica que puede exigirse por el crecimiento industrial y que nos obliga a mantener este crecimiento más acá de ciertos umbrales críticos. Desde la perspectiva illichiana el sistema escolar parecía el ejemplo-tipo de un escenario que se repite en otros campos del complejo industrial: se trata de producir un servicio, llamado de utilidad pública, para satisfacer una necesidad llamada elemental. Posteriormente, trasladó su atención al sistema de la asistencia médica y al sistema de los transportes que, al rebasar cierto umbral de velocidad, también se convierten, a su manera, en obligatorios.

Hay “escenas” que observamos en nuestras escuelas hoy: maestros y profesores esforzándose más que nunca para estar cerca de sus estudiantes, aprendiendo en tiempo récord nuevas herramientas tecnológicas, desesperando cuando se dan cuenta de que no alcanza, saliendo de sus casas para repartir alimentos para las familias de la comunidad educativa que las necesitan, chicas y chicos que no tienen acceso a las aulas virtuales y padres que muchas veces no saben cómo acompañar el desarrollo de sus hijos… Es entonces cuando el planteo de Illich cobra un sentido actual. El sistema educativo solo no iguala. “La desventaja educativa no puede curarse apoyándose en una educación dentro de la escuela”, y su sola existencia desanima al pobre y lo invalida para tomar el control de su propio aprendizaje.

 

Se necesitan odres nuevos…

El concepto moderno de “progreso” significa el principio del constante aumento de la producción, del consumo, del ahorro de tiempo, de la maximización de la eficiencia y ganancias, del cálculo de todas las actividades económicas sin tomar en cuenta sus efectos sobre la calidad de la vida y el desarrollo del hombre; el dogma de que el aumento del consumo conduce a la felicidad del hombre, que el manejo de las empresas a gran escala debe ser, por necesidad, burocrático y alienado; que el objeto de la vida es tener –y usar– en lugar de ser –o meramente estar–; que la razón reside en el intelecto y está divorciada de la vida afectiva; que el radicalismo es la negación de la tradición; que lo contrario de “ley y orden” es la falta de estructuras. En pocas palabras, que las ideas y categorías que han surgido durante el desarrollo de la ciencia moderna y la industrialización son superiores a todas aquellas de culturas anteriores, e indispensables para el progreso de la raza humana.

Escribe Illich: “La vaca sagrada fue publicado como artículo en Siempre! en agosto de 1968. Es mi primer esfuerzo por identificar el sistema escolar como instrumento de colonización interna. La desescolarización de la Iglesia es el discurso de apertura que pronuncié en Lima en 1971 para la Asamblea del Consejo Mundial de Educación Cristiana. El Consejo se disolvió al finalizar este encuentro. La alternativa a la escolarización es el último de una serie de ensayos que escribí sobre educación. Con este texto traté de oponerme a la recuperación de mi tesis expuesta en el libro La sociedad desescolarizada. Varias organizaciones internacionales se veían obligadas a reconocer los fundamentos de mi crítica al sistema escolar tradicional, y quisieron utilizar mis argumentos en favor de la proliferación de nuevas agencias para la educación recurrente, permanente, interminable. Desde 1971 me opuse a este exorcismo del diablo por Belcebú”.

Cuando se pone el vino en odres viejos se corre el riesgo de perderlo, porque lo que está “fermentando” lleva la novedad del nuevo fruto.

La mayoría de los estudios sobre Illich y la educación se concentra en los primeros escritos polémicos de los 70. No se han revisado demasiado sus artículos publicados en los 80 y 90 que manifiestan cambios en su trayectoria intelectual. Al momento de la publicación de La sociedad desescolarizada, el mismo Illich marcó la distancia con el texto como parte de su reflexión histórica y de la memoria, y destacó su preocupación por la educación como discurso histórico.

En 1995 escribió: “Mientras mi crítica a la escolarización en ese libro puede haber ayudado a mucha gente a reflexionar sobre los efectos colaterales no deseados de esta institución –y quizás buscar alternativas significativas– ahora me doy cuenta que estaba ladrando al árbol equivocado”.

Releer a Illich en este momento de pandemia nos coloca en medio de una encrucijada. Por diferentes razones, la vida de docentes, padres, niños y jóvenes no es mejor sin escuela.

 

Sostener la escuela, más allá de la escuela: la sociedad (re)escolarizada

Es indispensable poder pensar los nuevos sentidos de educar. ¿De qué manera sostenemos a “la escuela” por fuera de la escuela? ¿Cuáles serán las prácticas necesarias para sostener esas cuatro paredes, que llamamos aula, desde la ¿comodidad? de nuestros hogares? ¿De qué manera la escuela puede llegar a los barrios populares, donde los pibes y las pibas no tienen agua para lavarse las manos? ¿A qué costo la escuela se legitima a la distancia impartiendo cuadernillos con actividades secuenciadas –con suerte– que buscan una “valoración pedagógica” como resultado? ¿Cuál es la escucha a la demanda de aprender cosas realmente importantes?

Repensar los modos en los que decidimos hoy hacer la escuela. Entonces quizás la propuesta deba ser: a partir de un nuevo pacto pedagógico, “la sociedad (re)escolarizada”.

En este tiempo de emergencia educativa la docencia se (re)inventó. Se adecuaron contenidos, se aprendió a las apuradas a manejar plataformas, se hicieron cursos de diseño virtual, se buscaron tutoriales en la web y se usaron todas las redes sociales posibles. Se confeccionaron cuadernillos ad hoc, se propusieron clases por TV. Se trata de un gran esfuerzo, no siempre valorado socialmente. Ahora bien, ¿la escuela es un cuadernillo de actividades? Pareciera que para la concepción de quienes hacen escuela “desde fuera” muchas veces podrían responder que sí, que la escuela es un cuadernillo con actividades. ¿Y qué hacemos con el “choque los cinco” de todas las mañanas? ¿Cómo le hago llegar mi palmadita de aprobación en la espalda para que vea que es capaz de leer? ¿Cómo lo miro mediante la pantalla para hacerle un gesto comprensivo, cuando en su casa no hay una computadora? ¿Cómo llega la escuela a casa cuando no hay una calle asfaltada que lo permita?

No alcanzan los cuadernillos y los programas televisivos, no alcanza la “valoración pedagógica” como evaluación, porque la situación desnudó las desigualdades.

Este tiempo, nos invita a continuar haciendo escuela. ¿Pero qué escuela? ¿Y qué sociedad?

Pensar con Illich cómo (des)escolarizar la escuela para (re)escolarizar la sociedad. En palabras de Illich, “aprender se ve restringido por la obligación de asistir a la escuela”. Se entiende que hoy aprender se ve restringido a contar con pantallas y con una familia que acompañe. ¿Acaso hoy sí podrá ser válido –para los sectores que lo niegan– que la mayor parte de lo que nuestros estudiantes aprenden sucede fuera de la escuela? El desafío está en pensar una escuela con espacios y tiempos alternativos, y para lograrlo la sociedad debería escolarizarse.

 

La sociedad (re)escolarizada en la Comunidad Organizada: la alternancia

En La sociedad desescolarizada, Illich denuncia una escuela tradicional, en la que abunda la pasividad del consumo frente a la creatividad de un pensamiento crítico. Cuestiona el axioma de que el aprendizaje es resultado de la enseñanza, cuando gran parte de los aprendizajes se reciben fuera de la escuela. Valoriza el mundo cotidiano como espacio de convivencialidad. Manifiesta la confusión que hay entre enseñanza y saber, entre promoción y educación, y entre diploma y competencia.

Propone entonces que la sociedad se convierta en una gran red educativa que aumente la oportunidad para:

  • Que cada uno transforme cada momento de su vida en un momento de aprendizaje.
  • Compartir intereses con otros motivados por iguales cuestiones.
  • Lograr un montaje autónomo de recursos bajo el control personal de cada aprendiz.
  • Presentar al público un tema de debate y dar a conocer su argumento.

En la Universidad Nacional de Hurlingham me tocó dirigir un proyecto de investigación sobre la pedagogía de alternancia a partir de los Centros Educativos para la Producción Total (CEPT) que se desarrollan en la provincia de Buenos Aires desde 1988. La experiencia tiene su historia, animada siempre por Gerardo Bacalini, si bien no se la conoce como deberíamos.

El enfoque interdisciplinario es esencial en el equipo profesional para desarrollar una educación con fines sociales, técnicos y productivos. La modalidad de la pedagogía de alternancia está compuesta por dos matrices: la educativa y la productiva.

La estrategia de la matriz educativa está basada en la relación de la escuela con la realidad existente, a través de una propuesta educativa abierta a la comunidad, lo que le da la particularidad al concepto de escuela abierta.

El formato escolar se caracteriza por la asistencia alternada de los estudiantes entre el CEPT –una semana de permanencia– y dos semanas en sus hogares, llevando actividades escolares curriculares que son supervisadas por tutores en la última semana de estadía en su hogar. Esta dinámica de formato escolar permite desarrollar hábitos de trabajo autónomos en los estudiantes, proporcionándoles alternativas de indagación en el medio, como también sistematización de la información obtenida y preparación para su socialización.

La metodología pedagógica implementada en los CEPT consta de tres fases nodales:

  • Una fase de búsqueda hecha en la vida o en la realidad que despierta el interés de los jóvenes y adultos, quienes descubren su experiencia y llegan progresivamente a su toma de conciencia.
  • Una fase de adquisición, hecha en el CEPT, utilizando lo descubierto o indagado por el alumno o la alumna; lo profundiza y consolida con explicaciones académicas y técnicas, ofreciéndole la base que le permita más adelante buscar, clasificar, sintetizar y expresar nuevos aprendizajes.
  • Una fase de asimilación en el medio de vida, tendiente a que cada alumno o alumna establezca relaciones y haga síntesis entre ambos aportes.

En esta propuesta con enfoque situacional y organizacional, las áreas de promoción de: un medioambiente sustentable; la comunidad rural y su cultura; la comunicación y la producción;[1] están a cargo de equipos integrados por un coordinador o coordinadora y docentes de apoyo competentes en los espacios curriculares del área. Llevan adelante tareas de docencia, investigación y organización de los procesos de aprendizaje en las tres fases de la alternancia.

La otra parte de la propuesta de la pedagogía de alternancia es la matriz productiva. Ambas matrices se retroalimentan en una relación dialéctica, conformando la propuesta pedagógica-socio productiva. El eje productivo se concreta dentro de cada CEPT, con la puesta en funcionamiento de los Comités de Desarrollo Local (CDL) integrados en su mayor parte por productores y productoras y por docentes con perfil técnico productivo. Estos CDL tienen como tarea principal la formulación de propuestas y proyectos que promuevan experiencias asociativas o proyectos que consoliden infraestructura e instalaciones necesarias orientadas al desarrollo local de la comunidad.

Durante los últimos 39 años, en la provincia de Buenos Aires el contexto del trabajo cogestivo llevado a cabo entre la Dirección General de Cultura y Educación y la Federación de Asociaciones Centros Educativos para la Producción Total (FACEPT) posibilitó la creación de 35 CEPT distribuidos en cuatro regiones, un Centro de Formación Profesional y un Instituto Superior de Formación Docente.

Esta evolución tiene fuerte implicancia en la participación del Estado como uno de los integrantes significativos para que el proyecto se difunda como derecho en todas las comunidades que así lo requirieran. Al respecto, Claudia Bernazza afirma que “cuando la política define como prioridad la transformación de este aparato (El Estado), para ponerlo al servicio de un proyecto, las organizaciones públicas y sus trabajadores responden”.

 

Aprender en espacios y tiempos distintos

El desafío de las políticas públicas en educación para los tiempos que se avecinan será pensar un nuevo itinerario para las propuestas pedagógicas de las instituciones educativas.

En los últimos días, Diego Golombek tuvo que salir a explicar en algunos medios la idea de las “aulas burbujas”. Con mucho esmero se están pensando tiempos y espacios nuevos. La situación de pandemia agudizó nuestra creatividad y puso en juego nuestra intuición y experticia al servicio de nuevos desafíos.

Habrá que imaginar entonces un nuevo sistema donde la escuela no ejerza el monopolio de las tareas de enseñar y de aprender, sino que involucre otros espacios educativos que puedan ser accesibles para todos –habrá que pensar la acreditación de saberes. Una “sociedad educativa” en la que puedan multiplicarse las oportunidades y las formas de aprender. Será necesario pensar esa matriz dialéctica de educabilidad y producción.[2]

El uso de la tecnología en educación deberá estar al servicio del encuentro, sabiendo que no sustituye abrazos, miradas y caricias tan necesarios en la educación emocional de nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Volvió Paka Paka, se pensaron nuevas propuestas televisivas y se celebran.

Debemos seguir pensando el uso educativo de las redes. Necesitamos escuelas nuevas, abiertas los fines de semana y en los recesos de invierno y verano. Orquestas escolares, clubes de ciencias, y la imaginación puede volar…

[1] Según las resoluciones que norman el Programa CEPT: 9589/91, 3184/95, 1874/00 y 2453/07.

[2] Con la ley Siñani-Pérez, Bolivia ha hecho un interesante recorrido desde 2010 hasta el presente.

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