De la Argentina colonizada a la Patria alienada

Cuando se trata la cuestión educativa desde los poderes públicos del Estado y del Ministerio del rubro, llama la atención que los temas excluyentes, respecto al ciclo lectivo 2022, sean la bimodalidad educativa; la importancia de exhibir un video “motivador” referido a la pandemia en las instituciones del sistema; el retorno cuidado a una presencialidad “plena”; comprender que la educación es un “derecho”, etcétera. Propósitos correctos, sin duda, y condición necesaria para articular respuestas eficientes a las demandas educativas actuales. Pero dicha condición necesaria se vuelve insuficiente y peligrosamente vaciada de contenido cuando se transforma en una receta burocrática, despolitizada, descontextualizada y disociada de la quemante realidad histórica, social y política que vivimos los argentinos y las argentinas. Sobre todo, los del sur patagónico y de Malvinas. Tema que –salvo contadas excepciones– desapareció o fue prolijamente mutilado y tergiversado por la prensa canalla. Lo cual evidencia cómo funciona el aparato ideológico de la superestructura cultural dominante –parafraseando al extraordinario pensador sardo–, eficazmente entrenado para desinformar, manipular y transformar a las masas populares en un rebaño “con ilusorios derechos” pero sin libertades reales, sin conciencia crítica, y despojadas de autodeterminación individual y colectiva. En esos nichos mediáticos, el conflicto político y territorial que estalló en el sur patagónico no existe, mientras se “invisibiliza” a la potencia colonialista usurpadora que lo promueve y que ocupa militarmente una provincia argentina. Manto de silencio que encubre complicidades vernáculas, asociadas a las ambiciones imperiales cuyo objetivo fundamental es clavar sus garras en la plataforma continental patagónica, fracturando la nacionalidad. Antigua ambición de la Rubia Albión abortada por Avellaneda y Roca en 1878 y 1902, respectivamente, pero como el imperialismo es paciente, un siglo y medio más tarde Lewis es su avanzada táctica y su retaguardia es la partidocracia venal y la intelligentzia colonizada a su servicio.

Desde esa perspectiva, se ha pergeñado una sistematizada esquizofrenia mediática, destinada a idiotizar a los argentinos, alejándolos de la realidad y estupidizando sus conciencias individuales y colectivas. Reduciéndolos –como piadosamente lo hiciera la “pedagogía de la evangelización” durante el extenso yugo colonial– a “fieles siervos del Señor”. Hoy, como lacayos tributarios de una sostenida enajenación ideológica, habitamos nuestro fragmentado territorio conformando una masa lobotomizada e informe, una multitud descerebrada, sometida a constantes estímulos provenientes de un neoconductismo globalizado, hedonista, consumista, deshumanizado y reaccionario, sazonado con gotitas de un edulcorado “progresismo” carente de sustancia, pero con aspartamo.

Y este es el problema central, pues los discursos pedagógicos vaciados de contenidos crítico-contextuales, mestizos, latinoamericanos y endógenos, no nos educan para pensar, para cuestionarnos, para preguntarnos y revisar con celo las proposiciones organizadoras de los “saberes formales” del currículum escolar. O para hacer realidad lo que afirmaba el gran maestro pernambucano cuando se preguntaba: “¿Qué es la educación?”. Y contestaba: “La educación verdadera es praxis, acción y reflexión del hombre sobre el mundo para transformarlo”. En realidad, nos educan para la pasividad, el conformismo y el desconocimiento-desprecio de lo propio. Para castrar nacientes rebeldías o domesticar utopías. Es decir, para repetir textos universalistas, abstractos, enciclopédicos y farragosos. Para “competir”, “triunfar”, para no ser ovejas “descarriadas”. Para actuar “correctamente”, para ser “derechos” y “humanos”, pero sin Patria, sin historia crítica, territorio, pan ni trabajo. Para ser sensibles “intelectuales” identificados “con los que menos tienen”, pero sin liberación nacional, autonomía política y emancipación espiritual, en el marco de una Patria libre, justa y soberana. Sobre todo, cuando sobrevivimos en un país desigual, unitario, mitrista en historia, sarmientino en educación, y sometido al doloroso cáncer liberal-eurocéntrico que nos carcome, correlato de una decadente y secular anglofilia cultural.

La educación es una extensión de la política por otros medios. Ergo, a esta cuestión cardinal de la estratégica batalla cultural tenemos que tomarla nosotros. Como trabajadores de la educación y miembros de la comunidad educativa, no nos resignamos a que la derrota espiritual y el despojo material prosiga infectando el tejido social y avanzando sobre nuestro territorio.

Nos pongamos de pie con las armas de la crítica, de la acción y de nuestra condición patriótica, y hagamos un buen uso del “currículum real” cada vez que cerremos la puerta del aula y nos encontremos con nuestras alumnas y nuestros alumnos. Rompiendo la rutina, trabajemos y aprendamos juntos los temas de candente actualidad: esos contenidos inmediatos, holísticos, situados y emancipadores que nos duelen como nación inconclusa, como el tema Malvinas y Lago Escondido, por ejemplo, que fueron propiedad inaccesible del “currículum oculto”, de la negación histórica y de una educación tecnocrática, liberal, oligárquica, despolitizada y sin pueblo. No podemos seguir transitando lo cotidiano de la educación y del país lejos de la realidad y de los dolores de nuestra Patria que en el ciclo lectivo 2022 nos necesita más que nunca.

 

Daniel E. Yépez es licenciado en Pedagogía, magíster en Ciencias Sociales, Orientación Historia, doctor en Ciencias Sociales, Orientación Historia de la Educación, docente e investigador de las universidades nacionales de Tucumán y Jujuy, profesor del Nivel Terciario de Formación Docente, Escuela Normal J.B. Alberdi, San Miguel de Tucumán.

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