Una territorialidad que aloja

A siete meses de las medidas preventivas ante la pandemia decretadas por el presidente Alberto Fernández el día 19 de marzo en nuestro país, las rutinas diarias de las persoans se han modificado, los colegios se encuentran cerrados, las plazas comienzan a tomar vida y las calles a reanudar su ritmo, pero los ánimos de la población se encuentran en estado de alerta, inquietud e incertidumbre, ya que el número de contagios crece día a día y por ende no existe certeza sobre el final del confinamiento, y esto genera diferentes sentires y padeceres en los sujetos. Más allá de que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ha comenzado a ponerse en marcha, algunos negocios y comercios han abierto sus puertas, los ciudadanos y las ciudadanas han comenzado a realizar ejercicio físico en las plazas y espacios verdes, y se han permitido los encuentros en bares al aire libre con distancia prudente y barbijo, es fundamental mencionar que los contagios en la Ciudad siguen creciendo, aunque la curva se mantiene estable, por lo cual las medidas de apertura están en un proceso de evaluación constante para evitar desbordes.

En pos del cuidado propio y del prójimo, varios centros de integración han abierto sus puertas para alojar a sujetos que se encontraban viviendo en la calle, en diferentes esquinas, en cajeros de los bancos o en las puertas de edificios. Son sitios donde buscan resguardarse del frío y del contagio vertiginoso del virus. Más de 200 personas se hallan hospedadas en los cinco centros que la Organización Social Proyecto 7 ha constituido: más de 200 sujetos tienen por las noches un plato de comida para compartir; más de 200 almas están siendo cuidadas y preservadas de esta pandemia que arrasa; más de 200 seres han encontrado un espacio subjetivante donde sentirse cobijados y alojados, construyendo un vínculo con otros para transitar este momento tan particular que los afecta en todo sentido y a todos sus sentidos. Estos centros cuentan con diferentes servicios: la posibilidad de higienizarse, llevar un control diario del estado de salud, realizar tareas cotidianas para conservar y propiciar la convivencia y, por sobre todo, una cama caliente donde dormir y transcurrir días y noches. Durante la jornada se organizan diferentes actividades recreativas para ejercitarse y crear desde lo lúdico; pueden leer, estudiar y generar redes vinculares que los y las sostengan y cobijen. Por las tardes se diagraman charlas con distintos profesionales de la salud, con el fin de anidar la palabra y prestar la escucha. “Donar el ser”, como dice el psicoanalista infantil Esteban Levín.

Ante todo, estos centros ofrecen un plato de comida en “la mesa”, una mesa que significa y resignifica, un espacio para compartir y alimentarse, conformando así un sitio que alberga y donde los sujetos pueden encontrarse con otros y sentirse protegidos, mirados, queridos, tenidos en cuenta. La mesa en estos sitios es un borde, una contención, un sostén y una posibilidad que convoca a generar y crear un “entre” con otras subjetividades, y de esta manera transitar la cotidianidad de otra forma y no en la soledad de la calle.

Más allá de lo antes mencionado, es fundamental comentar que estos establecimientos no cuentan con la conectividad necesaria para que los sujetos se vinculen con el mundo externo, ya que no tienen posibilidad de salir y tampoco cuentan con la distancia prudente y necesaria, debido a la gran población que cobijan. En tal sentido, es esencial que el Estado aloje y tenga en cuenta la realidad de ciudadanos y ciudadanas que transitan su vida en la calle y necesitan, en este momento más que nunca, un lugar para resguardarse y preservarse. Es imprescindible comprender que para que esto sea posible es necesaria una responsabilidad grupal, colectiva y comunitaria, y ante todo políticas públicas que sigan abregando por estos espacios que conforman, construyen y forjan subjetividades para que.

Termino estas líneas con palabras de la doctora María Aparecida Affonso Moysés del movimiento Despatologiza de Brasil: “La desigualdad es una gran forma de violencia. (…) Ciudadanía y derechos son cosas que todos tenemos, o nadie tiene. Si yo tengo derecho a tomar agua y tú no lo tienes, yo no tengo derecho; yo tengo un privilegio. Si todos no tienen derechos, nadie tiene derecho. Si hay una persona que no tiene ciudadanía, nadie es ciudadano. La desigualdad destruye derechos y destruye ciudadanía”.

 

Carla Elena es psicóloga social diplomada en Violencia Familiar y Género, Derecho de Niñez y Adolescencia, y Discapacidad; y posgraduada en Educación Sexual Integral y Despatologización de las Diferencias; miembro de Forum Infancias y docente.

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