Sobredosis de COVID

La pandemia y las medidas tomadas en consecuencia por los gobiernos del mundo son tema excluyente de discusión en los medios y en la opinión pública. Se discute sobre su origen, su impacto real y potencial, las formas de mitigar sus efectos y de proteger a la población, los nuevos hábitos que ésta debe adoptar, las fortalezas y debilidades de los sistemas de salud, la afectación de las libertades públicas, la identificación de grupos vulnerables y, especialmente, la forma en que la vida continúa durante la pandemia y cómo continuará después.

Uno de los aspectos crecientemente discutidos es la necesidad y el efecto de las políticas de aislamiento y distanciamiento social. ¿Tienen base científica? ¿Generan problemas peores que aquellos que pretenden solucionar? ¿Por qué esta actividad está permitida y aquella no? ¿Por qué acá sí y allá no? ¿Cómo afecta la vida cotidiana, la alimentación, la seguridad, la economía, la vida familiar, laboral o estudiantil, la salud mental? ¿Estamos seguros de que el costo no supera los beneficios? ¿No hay otra forma de hacerlo?

Todo está en discusión. Y es lógico. Hay muertos. Estrés. Incertidumbre. Nos sentimos amenazados. Se han cerrado negocios, perdido ingresos y empleo. Hay oficios que se han transformado en impracticables. No podemos estar con nuestros viejos. Han muerto amigos y no hemos podido despedirnos. No pudimos visitar a quienes han sido padres, o madres. No hay casamientos, bautismos, fiestas de 15, cumpleaños, asaditos, viajes, vacaciones, ni fútbol. Se han deteriorado todos los indicadores económicos y sociales. ¿Culpa de la pandemia o de las medidas para combatirla?

Todo está en discusión. Abiertamente, en todos los idiomas, en todos los soportes, al alcance de un mensaje de WhatsApp o un link de Internet, en Instagram, Twitter o en los medios convencionales.

Entidades de salud, educativas, gobiernos y organizaciones internacionales generan permanentemente números, estadísticas y proyecciones que se consolidan y comparan. Los medios las difunden. ¿Ya salieron los números de hoy? ¿Los muertos del parte de la noche se suman al parte de esa mañana, o a los de la mañana del día siguiente? Se arman tableros de control, se sigue la evolución de ratios.

Se discute la curva, si está aplanada o empinada, si hay que mantener, avanzar o retroceder en las etapas de la cuarentena, si la gente la cumple, hasta si hay o no cuarentena.

En el noticiero del mediodía nos enteramos de los cadáveres en las calles de Guayaquil, de la cola de autos para volver a Gran Bretaña por la nueva cuarentena, de las protestas por las medidas gubernamentales en Tel Aviv, de la imagen de Merkel, Bolsonaro o Trump. Los canales tienen corresponsales que todos los días cuentan cómo evoluciona la situación en Brasil, Estados Unidos, Gran Bretaña o Italia.

Se discute la diferencia entre las vacunas de Oxford y la rusa. Horas dedicadas a explicar cómo se testea una vacuna o el efecto del uso del plasma, si hay que usar o no ibuprofeno, cuál es el mejor tipo de barbijo. Se presentan y discuten en la televisión los protocolos propuestos para cada actividad, la vuelta a clases, las peluquerías o los gimnasios. Todos opinamos. ¿Por qué no se puede jugar al tenis?

Se discuten teorías conspirativas, si el virus es natural o artificial, si fue difundido a propósito, si funciona la OMS, si los gobiernos buscan restringir las libertades individuales, hasta si se busca endiosar al Estado en detrimento del sector privado.

Viejos temores y prejuicios florecen por todos lados.

¿Se busca sembrar el terror y la obediencia ciega? ¿Para qué? ¿Con qué finalidad? ¿Los gobiernos lo impulsan? ¿Bill Gates, los chinos, la CIA, los laboratorios, los K? ¿La Cámpora quiere quedarse con las empresas? ¿Está en peligro la República?

Parecería que los gobiernos hacen lo que pueden. Con información imprecisa y consensos cambiantes, tienen que actuar. Contagiados del temor por los expertos o por los propios ciudadanos. –¡No les están tomando la fiebre a los que vuelven del exterior! –decíamos al principio. –¡No hisoparon a la familia de un amigo que tuvo COVID! –decimos ahora.

Todos los gobiernos, con distinto grado, ámbito de aplicación o duración, han tomado medidas de aislamiento y distanciamiento social. Tanto es así que se miden. La universidad de Oxford desarrolló un índice que mide el grado de severidad de las restricciones de actividades y de movilidad de las personas en los diferentes países.

Asimismo, la mayoría de los gobiernos ha dispuesto medidas extraordinarias con alto impacto, generando o aumentando su vulnerabilidad fiscal. También se miden y comparan. Hay gráficos y estadísticas disponibles sobre el gasto destinado por los gobiernos para sostener la actividad económica, y sobre el gasto social originado en la crisis del COVID-19 medido en porcentajes del PBI, que los hace fácilmente comparables. También se han publicado cuadros que relacionan estas dos variables y disparan otras preguntas. ¿A mayor nivel de restricciones es necesario mayor gasto público? ¿Cuánto? ¿Es posible tomar medidas como las de los países de Europa sin tener su presupuesto? ¿Es posible sostener el aislamiento con este alcance dado el gasto posible?

En Argentina, el IFE y los ATP son las principales medidas con impacto presupuestario. El proyecto de ley de modificación presupuestaria presentado al Congreso por el PEN estima un déficit financiero proyectado de casi 40 mil millones de dólares para el ejercicio 2020.

Cuarenta mil millones que no tenemos.

Sin embargo, el impacto de ese gasto no es homogéneo ni suficiente. A pesar de ese esfuerzo, muchos sectores quedan seriamente desprotegidos. También es evidente que el gobierno no cuenta con recursos ilimitados y que hay que pensar en el día después. La sintonía fina parece ser esencial en ese contexto.

El daño que está produciendo la pandemia, y también algunas de las medidas que se han tomado para mitigar sus efectos, más allá de todos los datos y proyecciones que se manejan, sigue siendo inconmensurable.

Mitos, paranoia y temor hay. Información, datos y debate, también.

Cuando no hay consenso científico técnico o es cambiante, se requiere la búsqueda permanente de consenso político. Al gobierno se le pueden criticar muchas cosas, pero, en relación con la pandemia, está demostrando que ese es el camino que intenta transitar.

Share this content:

Deja una respuesta