Recursos Naturales, Medio Ambiente y Defensa Nacional: una relación compleja

Desde hace diez años, con la Cátedra Libre “América Latina, Ahora o Nunca”, intentamos instalar en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires la perspectiva geopolítica con la que Juan Domingo Perón apreciara el proceso de integración regional como única estrategia viable para la defensa de nuestros Recursos Naturales. Fueron diez años de debates y de investigación profunda sobre la cuestión de los Recursos Naturales en América Latina.

La problemática de los Recursos Naturales será central para la etapa que viene. El tema es tan complejo que abarca desde una mirada soberana –es decir de la Defensa Nacional en sentido ampliado– hasta la formulación de un adecuado Modelo de Desarrollo que tenga en cuenta el cuidado del ecosistema, cuestión central para la dignidad de la persona humana, solo realizable en un ambiente sano.

Defensa y Medio Ambiente aparecen así como dos dimensiones fundamentales para abordar la soberanía de nuestros Recursos Naturales. Durante décadas, la crisis económica empujó la necesidad imperiosa de divisas y fuentes de trabajo, obligando a los países de la región a recibir inversiones extranjeras sin tener una legislación protectora para prevenir las consecuencias medioambientales de estos emprendimientos. Nuestra riqueza en Recursos Naturales se transformó así en un calvario para las poblaciones que tuvieron la suerte –o más bien la desgracia– de vivir cerca de esos tesoros naturales. El modelo extractivista se instaló como la concreción del proceso de desposesión del neoliberalismo financiero. No solo es la financiarización económica el problema al que nos enfrentamos: es principalmente en la economía real donde un modelo reprimarizador, que se basa en el valor de las materias primas, calma la urgente necesidad de divisas, pero desvaloriza la industria nacional y el aprovechamiento de nuestras materias primas para la elaboración de bienes en nuestro país.

No son solo los bancos y su especulación infinita. También las empresas extractivas deforman nuestra economía. Las inversiones extranjeras del capital monopólico transnacional no persiguen la finalidad de desarrollarnos, ni de industrializarnos. El objetivo de esos grupos económicos es la extracción rápida de materia prima, el uso de mano de obra barata, la utilización y contaminación de fuentes de agua y energía que en sus países de origen les estaría prohibido, y la utilización de vacíos legales y ventajas impositivas que los países dependientes otorgan para seducir y radicar velozmente sus inversiones. Las limitaciones legales a las inversiones extranjeras en cuanto a la contaminación ambiental brillan por su ausencia en un código de minería y una ley de inversiones redactadas en el apogeo del neoliberalismo.

Hace poco se ha instalado con fuerza la necesidad de tener una clara y contundente mirada ambiental en el diseño de las políticas públicas futuras. Las movilizaciones por el cambio climático han evidenciado una juventud que ocupa las calles para denunciar “el camino suicida que ha emprendido la humanidad”, como Juan Perón denunciara en 1972 en su Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo. El tema llegó a la militancia y el peronismo no puede más hacerse el zonzo. Menos cuando su máximo líder dejó claramente expuestas sus ideas en torno al problema ecológico, hace más de cuatro décadas.

Pero no todo ambientalismo es popular y no todo pensamiento ecológico incorpora la dimensión imperialista en sus conceptos. Hay un ambientalismo colonial, como existe también un ambientalismo soberano. Hay una perspectiva que entiende que nuestros problemas ambientales devienen de nuestra situación de país dependiente, semicolonial y explotado. Pero también hay un ambientalismo de milanesas de soja, de clases altas, que pretende hacer de la naturaleza un lujo prístino para pocos y de la lucha por el ambiente una cuestión individual, desestimando las asimetrías entre países y las relaciones complejas entre centro-periferia.

Desde la Doctrina Nacional Justicialista es momento de abordar la problemática ambiental con una mirada peronista, esto es, con la perspectiva geopolítica que el General Perón elaborara en varios de sus discursos, fundamentalmente en la disertación en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas el 11 de noviembre de 1953, conocido como el ABC.

En un mundo superpoblado y súper-industrializado, la necesidad de alimentos y materias primas regirá toda la política internacional. América Latina, por su falta de explotación extractiva, es hoy el principal reservorio de alimentos y materias primas del mundo. Pero esta ventaja puede ser una amenaza, por la avidez de las potencias y sus grupos monopólicos, que intentarán quedarse con ellas por las buenas o por las malas.

La mirada geopolítica ha sido abandonada de la formación de la dirigencia política y hoy cobra una principal función para la defensa de nuestros Recursos Naturales, lo que es también un llamado de atención a nuestras Fuerzas Armadas, que están prácticamente abandonadas, totalmente desfinanciadas, sin funciones, con su personal en condiciones de pobreza. El equipamiento es defectuoso y antiguo, con casi nula Fuerza Aérea, y con nuestra principal arma en el océano, el ARA San Juan, hundida. Militares sin casa, con alimentación deficiente, con salarios por debajo a los de las Fuerzas de Seguridad: todo esto implica una desvalorización de la función Defensa, poniendo a la Soberanía Nacional por debajo de los conflictos sociales, como si los problemas sociales no fueran una consecuencia de nuestra ausencia de soberanía. Es momento de recomponerse del dolor, de reconstruir las relaciones entre el pueblo argentino y los militares. Hay que empezar a reconocer que generacionalmente estos “milicos” detestan tanto a la dictadura militar como los hijos de desaparecidos.

Hace falta revalorizar culturalmente a la Defensa Nacional para darle la densidad presupuestaria que amerita. No habrá posibilidad de defender nuestros Recursos Naturales si nuestro pueblo ignora la riqueza de sus recursos ictícolas, de la riqueza minera, de la enorme potencialidad del litio en el Noroeste, del riesgo geopolítico de tener abandonada y despoblada la Patagonia, y de la peor consecuencia: perder en pocos años nuestra soberanía en la Antártida.

Es momento de trabajar sobre estos temas con una dirigencia clara, que aborde con franqueza y de frente a nuestro pueblo la importancia estratégica de encararlos. Es momento de desarrollar con contundencia una Cultura Soberana, dejando de esquivar los temas de la Defensa Nacional como si apestaran, e impulsando una agenda que incorpore a la política pública un proceso cognitivo en universidades, secundarios y escuelas primarias, en todos los ámbitos educativos formales o no formales, públicos o privados, en medios de comunicación que nos entretienen con agendas foráneas, en el desarrollo de un cine que hable a nuestro pueblo de los temas soberanos, en un complejo editorial que levante de una vez por todas la dignidad nacional.

Pero la revigorización de la Defensa Nacional Argentina nunca debe perder de vista que será la integración definitiva de América Latina, con la columna vertebral en sus pueblos originarios y sus cosmovisiones ancestrales, la que proyecte hacia el mundo un nuevo paradigma de defensa de la vida. No podremos defender nuestros recursos si no somos capaces de demostrar al mundo que los cuidamos ambientalmente y que defendemos las cosmovisiones de nuestros pueblos. Habrá que superar las miradas eurocéntricas para tomar con seriedad la enorme sabiduría de nuestros ancestros. No es posible abordar la problemática de la naturaleza sin una mirada holística, que tome el tratamiento de la defensa de algo sagrado, como lo es nuestra Casa Común en las definiciones de la última encíclica del Papa Francisco: Laudato si’.

No alcanza con un tratamiento racional: hace falta una revolución mental que nos permita conectar emocionalmente con el delicado equilibrio de la biodiversidad. Hace falta fundar una nueva ética que esté por encima del paradigma tecno-científico y cosificante, última expresión del materialismo decadente.

La Tercera Posición, aquella que nos legara la necesidad de restablecer los valores espirituales frente a las dos polaridades del materialismo, hoy debe vincularse al derecho a una cultura soberana y al cuidado del medio ambiente.

La Defensa de nuestros Recursos Naturales, desde la perspectiva geopolítica de la Defensa Nacional y desde la mirada de la construcción de un nuevo modelo de desarrollo respetuoso con el Medio Ambiente, será el complejo desafío de la política pública en los próximos años. El desafío no es solo “volver” a la gestión estatal, sino cumplir con la promesa de volver mejores.

 

Gustavo Adolfo Koenig es sociólogo (UBA) y maestrando en Defensa Nacional (UNDEF), integrante de las comisiones de Defensa Nacional y Medio Ambiente del Partido Justicialista, director del área Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Fundación Interactiva para la Cultura del Agua, y fundador del Eco-peronismo.

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