LA INTEGRACIÓN SURAMERICANA EN TIEMPOS DIFÍCILES

La entrada en el siglo XXI introdujo definitivamente en la experiencia y el pensamiento doctrinario del peronismo el objetivo estratégico que planteara el general Juan Domingo Perón en la década del 50, con el lanzamiento del “Nuevo ABC” y que, posteriormente, en los 60 sintetizara en la consigna “el siglo XXI nos encontrará unidos o dominados”. Efectivamente, fue a partir del año 2000 –con la paulatina aparición de gobiernos de claro origen popular y definida vocación integradora– que el peronismo desde el gobierno se planteó estratégicamente el objetivo de la Patria Grande, de la integración suramericana.

El último antecedente había sido el breve tercer gobierno peronista, entre 1973 y 1974, cuando en difíciles condiciones internacionales Perón desplegó su política latinoamericana. Hasta el encuentro con el dictador Augusto Pinochet, en el aeropuerto de Mendoza, estuvo dictado por su concepción estratégica de integración continental. La visita del presidente panameño Omar Torrijos, la venta de automóviles a la Cuba bloqueada por el imperialismo norteamericano y el dramático viaje al Paraguay –que de alguna manera signó su posterior fallecimiento– fueron los momentos más altos de esa política.

Hay que reconocer que Néstor Kirchner tuvo cierta reticencia, en el principio de su gobierno, a comprometerse con la política latinoamericana. Su ausencia a la reunión de Cusco, Perú, el 7, 8 y 9 de diciembre de 2004, donde se creó la Comunidad Sudamericana de Naciones, argumentando razones de salud, hizo evidente que el tema no estaba en el centro de sus preocupaciones que, por cierto, eran muy acuciantes en el plano interno. Hay coincidencia –en testigos y testimonios– en que fueron la gestión personal del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, y las facilidades financieras que le ofreciera al país, las razones que comenzaron a comprometer a Kirchner en la cuestión nacional latinoamericana. Este compromiso se hizo evidente y operativo en la IV Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, el 4 y 5 de noviembre de 2005, un año después. Vale la pena recordar que dicha Cumbre puso fin al intento norteamericano del ALCA, que hubiera significado la capitulación completa del continente frente a los intereses económicos norteamericanos. El presidente norteamericano George W. Bush y el presidente mexicano Vicente Fox, cabezas de la ofensiva imperialista, fueron los grandes derrotados en dicha reunión. La acción conjunto de Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula da Silva, más algunos presidentes centroamericanos como Leonel Fernández de la República Dominicana, terminaron sepultando al ALCA. A partir de esas históricas jornadas –que, dicho sea de paso, han dejado la sangre en el ojo del imperialismo yanqui y son posiblemente la razón última del odio al llamado “kirchnerismo” expresado por el establishment local y norteamericano– fue creciente el compromiso con la política latinoamericana, tanto de Néstor como posteriormente de Cristina. No es el objetivo de este artículo hacer un análisis exhaustivo de esa política, pero la creación de la UNASUR y la CELAC, la pérdida de peso específico de la OEA y la incorporación al Mercosur de Venezuela, así como la creación de la Comisión de Defensa de la UNASUR, fueron algunos de los puntos más importantes de todo ese período.

A partir de la asunción de Mauricio Macri a la presidencia, y en consonancia con su errática –pero coherentemente claudicante– política internacional, la cuestión latinoamericana desapareció, no solo de los titulares periodísticos, sino –lo que es mucho más grave– de la agenda política de la oposición. Lo ocurrido en Ecuador –con la capitulación de Lenin Moreno– y en Brasil –con el golpe contra Dilma, la prisión de Lula y el triunfo electoral de Bolsonaro–, más las enormes dificultades políticas y económicas por las que atraviesa Venezuela, parece que han quitado actualidad a la unidad latinoamericana. No existe en el Justicialismo una comisión de asuntos latinoamericanos, han dejado de aparecer artículos, reflexiones o propuestas en el sentido de la integración y, en el mejor de los casos, lo que aparece es una especie de solidaridad ideológica con los derrotados y el sistema de pensamiento académico progresista de la región. Pero no ha existido ninguna política explícita de replanteo de la cuestión, o sobre cómo debe seguirse una política de Patria Grande en tiempos de repliegue contrarrevolucionario. Y eso –estimo– es un error. Evo Morales sigue gobernando exitosamente Bolivia, el único país de la región que ha visto crecer su PBI en los últimos años y vive una pujanza económica y una estabilidad política que parece pasar desapercibida entre nosotros. De la misma manera, parecería que se ha vuelto vergonzoso preocuparse por el destino de Venezuela y el asedio económico y las provocaciones políticas y militares que dificultan la marcha de su economía, mientras el gobierno de Maduro permanece sólido y estable, enfrentando las permanentes amenazas imperialistas y de una oposición que solo quiere la intervención extranjera.

Creo que es necesario reabrir el debate sobre la necesaria integración continental, sin la cual todo esfuerzo que hagamos aisladamente será en vano. No se ha sabido entender, por ejemplo y en mi humilde opinión, la naturaleza corrosiva de la campaña continental contra la “corrupción” de empresas como Odebrecht o, incluso, Techint, detrás de la cual se movía la mano de las grandes corporaciones norteamericanas dispuestas a aplastar cualquier competencia de las burguesías latinoamericanas, cuya debilidad política e ideológica es innegable, pero cuyos intereses forman parte del gran frente nacional continental.

Es evidente que el gobierno de Macri no tiene la menor idea acerca de estos temas y que su visión es la de un capital financiero desterritorializado para el cual los estados nacionales son meros escenarios de su saqueo. Pero el movimiento nacional tampoco ha mostrado una política capaz de comprender y actuar sobre una realidad adversa, en cierto sentido, pero donde la opinión y la acción del peronismo siguen siendo respetadas y hasta esperanzadoras.

Siempre hemos insistido en que la integración continental no puede ser planteada en términos puramente ideológicos, que una integración basada únicamente en la coincidencia de algunos gobiernos, por importantes que sean, solo puede durar lo que esos gobiernos duren. Frente a un cambio en la situación política de cualquiera de nuestros países, los pujos integradores se dispersan y esterilizan. Fijémonos lo difícil que le resulta al Reino Unido, después de un plebiscito en el cual la ciudadanía le pide salir de la Unión Europea, cumplimentar ese mandato. Nuestra integración y –obviamente– nuestras políticas integradoras tienen que abocarse a tareas estructurales, económicas, de infraestructura, científicas, técnicas, militares e institucionales que hagan, si no imposible, al menos muy difícil quebrar ese gran acuerdo estratégico fundador de un nuevo agente en la política internacional.

Solo a modo de ejemplo, hoy Bolivia está clamando por un acuerdo con la Argentina para la extracción e industrialización del litio. Saben los hermanos bolivianos que, sin la asociación con nuestro país, los logros que se puedan sacar de tan estratégica reserva serán pocos y difíciles. Ha habido reiteradas señales del gobierno de Evo Morales. Y, sinceramente, ha sido muy modesta la respuesta de nuestra parte, no sólo de Macri, de quien nada podemos esperar, sino de nuestro propio campo.

La bandera de la Patria Grande no es un saludo a la bandera los días de escarapela. Es junto con la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social, el programa histórico del peronismo.

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