La gestión empresarial después de la crisis: apuntes temáticos para la reflexión

La duración de las crisis económicas y sociales en el estado de globalizacion y de financiarización es cada vez más corta. Pasa de diez años –en momentos de modernidad y posmodernidad después de la Primera y la Segunda guerras– luego a siete años –en los países centrales y emergentes después de la Segunda Guerra Mundial y de la crisis de las subprime y de la bolsa en 2008-2009– los ciclos cortos de tres años y en disminución –después de las últimas formas de golpes de mercado con las high tech o las monedas virtuales– a la actualidad con la pandemia y las cuarentenas. ¿Qué pasa con la gestión y el comportamiento empresarial en esta situación, en tiempo y lugar, en territorio e incertidumbre? La economía y la sociedad se fragmentan.

 

El caso argentino: grandes empresas nacionales

Son el conjunto de empresas nacionales que lideran nuestro mercado y que orientan la acumulación del capital local. No solo tienen todavía una identificación acorde con el territorio por origen del capital, por herencia familiar o por propiedad accionaria, sino también porque parte de su forma de acumulación patrimonial tiene su base en Argentina o la mantienen como referencia, a pesar de un creciente grado de internacionalización.

Este grupo tiene una gestión empresarial autónoma desde la inversión y se referencia con el Estado como ente público facilitador para su gestión empresarial, o como dificultador de dicha gestión. De allí que busca situarse en forma externa a los vaivenes de la crisis, y de convivir marcando su diferencia ideológica y conceptual. Puede evolucionar en forma de planificación intrafirma, como pool de empresas en distintos países, como los casos en automotriz, bancos, minero extractivas, agrícolas ganaderas u otras. En los periodos de modificación de los ciclos de reproducción posteriores a la crisis –que comenzó en Argentina en 2007 y en forma internacional en 2008-2009– esta forma de gestión o management empresarial se profundizó, y muchas empresas locales se instalaron o la buscaron en mayor medida, llevando actividades y casas matrices o identificaciones tributarias al exterior: mayor uso de mercados off shore; tributación con cláusula de doble imposición; zonas francas; uso de bandera de conveniencia para navegación: Panamá o Liberia, o directamente para la sede de la casa central: Paraguay, Islas Caimán; sedes bancarias o de logística –off shore, Delaware, Nevada o Florida, en Estados Unidos– o más alejadas en lo financiero: Hong Kong y Singapur.

Para estas empresas, al igual que las grandes o medianas grandes atadas a las anteriores por la forma de valorización –como el caso de las de la misma cadena metalmecánica, maquinaria agrícola o energía– sería importante analizar un formato de gestión privada entre sector propietario –CEO técnico profesional– y representación sindical cuando entran en crisis. Esto significaría para la mayor cantidad de actividades de la empresa una cogestión similar a la vigente en varios países a posteriori de la Segunda Guerra Mundial: al estilo de la cogestión alemana o francesa, con decisiones de planificación de ritmos de trabajo, productividad, reparto de dividendos, modificaciones de unidades de trabajo vivo y tecnologías nuevas, como las que protegen la salud laboral, y también la introducción de robotización y de tecnologías limpias; al igual que la educación continua y la capacitación, cambios en la logística, en la democracia sindical y en la ética y la responsabilidad social empresarial; y mejoras en la responsabilidad y en la transparencia en la actividad y en prácticas justas en el mercado, en lo posible cumpliendo las pautas de la OCDE. Si bien no es necesario que el Estado tenga una o un representante con voz y voto en el directorio de estas empresas, sí debe tenerlo en caso de ser propietario de parte del capital –aquellas empresas con parte del patrimonio que sea resabio de las AFJP– o por representar a los entes reguladores respectivos. El desenlace para este sector de grandes empresas es mejorar su rendimiento y responsabilidad social, propagando la aplicación de métodos de cogestión de representantes sindicales con representantes del capital propietario. Esto obliga a formalizar una tecnocracia cogestionada que tiene que formarse en las necesidades del mercado nacional e internacional para la salida de la pandemia, al mismo tiempo que para las nuevas necesidades del mercado ampliado. Puede ser válido que los organismos económicos del Estado orienten e incentiven inversiones que mejoren la reposición, el mantenimiento y la nueva tecnología “limpia” para periodos próximos de modificación tecnológica y crecimiento.

 

Pequeña y mediana empresa

El tejido productivo y comercial tiene a esta forma empresarial como la más difundida y de mayor utilización de unidades de trabajo vivo en nuestro país. En función de la expansión a futuro, tienen que generar empleo y ser desarrolladoras de iniciativas creativas y en la incorporación de nuevas tecnologías “limpias”, respetando la biodiversidad y el medio ambiente. Los polos de innovación tienen que cambiar la logística y ser facilitadores de nuevos procesos de producción, comunicación y cristalización de masas de información y de gestión. La relación entre la gestión y el vínculo del conflicto capital-trabajo en nuestro caso local debería ser entre propietarios o propietarias y sindicato, dentro de una legislación laboral que intente manejar la lucha social y desarrollarla, en un ambiente respetuoso de la dignidad del trabajador y de la trabajadora, y del trabajo.

Este cambio de cultura empresarial significa reconocer la identidad del trabajador y de la trabajadora y absorber empleo, sin usar negativamente a éste en el contenido de productividad y eficacia, y sin desconocer el costo del trabajo para la valorización del capital avanzado al proceso de producción.

En la salida de la crisis, una mayor presencia activa del Estado tiene que crear condiciones de sostén de las pequeñas y medianas empresas. La mediación estatal debe tener el papel de facilitar la nueva gestión asociativa o empresarial. El papel del Estado es generar propuestas para planificar iniciativas regionales de incremento de oportunidades de negocios. Esto puede realizarse, y no es necesario impulsar una presencia que sobredimensione el estatismo. Sí se requiere un sostén permanente para las empresas que cierran o quebrantan durante la crisis, o al momento de recuperación. Este es un efecto que se expande en los momentos del ciclo productivo o mercantil, con más intensidad que en los aspectos financieros.

La gestión administrativa de estas empresas es un aspecto determinante en el corto plazo, ante el riesgo y la incertidumbre de expansión y crecimiento del mercado, en el tiempo en que el Estado provoque una inyección de liquidez para aumentar el consumo y sostener la cadena de pagos, para modificar la transición de restricción aguda del consumo. Es en esas circunstancias cuando la liquidez empresarial se agota, disminuye el stock de mercancías e inventarios, y la incertidumbre del contexto del mercado hace que el empresario dude. Es allí, donde el Estado puede inducir la motivación para seguir en la actividad y no retirar el capital para buscar otra localización en la búsqueda de retribución, evitando que los quebrantos y cierres empresariales reduzcan el mercado y aumenten el desempleo y la carencia de ingresos, vía salarios. En esa circunstancia es factible promover la gestión de los trabajadores y las trabajadoras en forma de asociación autónoma.

La autogestión es una conducción empresarial que requiere una decisión del colectivo laboral de hacerse cargo de la empresa, recuperar deudas y salir a competir al mercado como una empresa más. En caso de que esto ocurra, se debe contemplar no sólo la internalización del funcionamiento productivo, sino también las funciones financieras, comerciales y de reproducción de salarios, inversiones de reposición, amortización y distribución de beneficios y de condiciones laborales.

Otro de los vínculos interesantes para las empresas en autogestión es el de la educación o formación de los miembros del colectivo, que se traduce en aplicación del trabajo vivo en creatividad e incentivo en intensidad laboral y en mejoras en gestión y management empresarial.

Esto exige, en la mayoría de los casos y oportunidades, un apoyo estatal para créditos y financiamientos, para búsqueda de mercados regionales o internacionales –papel del comercio internacional– en aplicaciones e intercambios con ciencia y tecnología, universidades, Conicet, la posibilidad de polos de desarrollo o núcleos de pequeñas empresas.

Este tipo empresarial es muy probable que tenga una amplia difusión para la salida de la crisis de la pandemia, sumada o siendo parte constitutiva de la crisis socioeconómica actual.

La autogestión o los funcionamientos empresariales autónomos tienen dificultades de permanecer en el tiempo, por problemas del entorno externo a la empresa, en donde el mercado puede estar concentrado y se necesitan respaldos financieros para evitar compras hostiles de capital accionario, o precios de dumping de parte de otras empresas. Estas “externalidades” exigen una gestión reconocida y con conocimiento del rubro o actividad, para poder funcionar con “profesionalidad” en el medio o actividad de que se trate. Las mayores dificultades son las que surgen y desarrollan en la gestión interna, por ejemplo, en el reconocimiento interno por las trabajadoras y los trabajadores y funcionarios y funcionarias de la manera de mantener la producción para no generar interrupciones laborales; en disputas de poder en la dirección empresarial; o en gestión financiera y programación o planificación de mediano y largo plazo técnico y profesional de nivel.

Esta forma empresarial de autogestión puede desarrollarse con espacios compartidos de capital público o privado, en donde el Estado asuma deudas o inversiones iniciales de la forma empresarial y después tenga una representación en la conducción de la gestión.

La codirección puede no ser cogestión. Lo que importa es que se garantice la transparencia en la conducción, y la no pérdida de la motivación y el estímulo a la reproducción y acumulación del capital, como si la empresa fuera de valorización privada. Esto justifica una solidaridad interna con un comportamiento social en lo subjetivo de la gestión, aunque conservando la competencia en el mercado como partícipes de un entorno capitalista. La búsqueda de un mercado de acumulación “no salvaje” se debe dar cuando el tejido de pymes autogestionadas sea suficientemente importante como para incidir en el mercado y no desaparecer como reproducciones de capital efímeras en los momentos de crisis de empleo.

Un tema a analizar en esta forma empresarial es el de si opera y se autogestiona de manera de socializar el patrimonio, las pérdidas y las ganancias en el conjunto de los miembros del colectivo, o solamente en los primeros miembros y, si se expande la empresa, si el resto opera con la legislación laboral vigente y las condiciones laborales del mercado. Trabajo digno y decente, y democracia sindical, son consignas en la función y la gestión.

Funciona mucho en Argentina el cooperativismo de trabajo, de producción y de consumo, y las formas mutualistas. Desde la crisis de 2001 las fábricas y las empresas recuperadas son un ejemplo de sostén de empleo y al mismo tiempo de experiencia socializadora de las relaciones laborales. Se supone que se producen en estos colectivos autogestionarios desarrollos culturales con profundización de formas comunitarias y socializantes, con nuevos formatos intersubjetivos más propensos a surgir en los sectores sociales que distribuyen responsabilidades y beneficios, con significaciones más dignas y de identidades más igualitarias y compartidas.

Como conclusión, para la pequeña y mediana empresa y la recuperación de los cierres, quiebras y quebrantos agudos, se propone la autogestión, o cogestión cooperativa, con sostén del Estado.

 

Propuesta para empresa de intervención, control e inducción de la inversión

En la salida de la crisis, se puede utilizar el Consejo Federal de Inversiones para provocar un planeamiento regional, descentralizado en el territorio y en la actividad, con empresas mixtas público-privadas en donde se genere una valorización que contemple la posibilidad de inducir inversiones, de regulación del mercado por garantizar la oferta y generar precios testigo, control de calidad, aprovisionamiento y logística, mercados cautivos en expansión y mejoras en la calificación del trabajo.

Esto lleva a modernizar la creación de productos, con mayor uso del teletrabajo, de la inteligencia artificial, de la robotizacion flexible, de la comunicación y la difusión con soportes virtuales, de uso de diversidad monetaria e internacionalización del mercado: de lo local a lo mundial.

En este entorno, es dable pensar formas de empresas que sean orientadas por el Estado para ser usadas como organizadoras de negocios, regulando precios locales o de mercados ampliados: intentos similares a una “OPEP” de agroalimentos, o de minerales, o de servicios, como si fueran fideicomisos de servicios o de inversiones de riesgo; especies de núcleos duros en desarrollo de inversiones, con uso de capitalización “virtual” y orientación Estado-mercado.

Otra alternativa a profundizar es el uso de propuestas de empresas cooperativas para orientar cambios poblacionales, con nuevas formas de colonización como en los siglos anteriores en el campo, con iniciativa de apoyo estatal, pero de gestión privada colectiva, al estilo de las cooperativas de Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires.

 

Mario E. Burkun es licenciado en Economía (UBA) y doctor en Ciencias Económicas (Universidad Pierre Mendes France, de Grenoble) y profesor emérito de la UNM. Ha sido docente-investigador de grado y posgrado en varias universidades públicas y privadas, nacionales y del extranjero, e investigador del CONICET. Es autor de varios libros, entre otros: Nociones de Economía Política (en coautoría con Alberto Spagnolo, 1985), Recursos escasos y espacio social: la economía argentina frente a la globalización (2000), La búsqueda de un paradigma: grados de libertad de la política económica (2005), Crisis en la madurez del capitalismo: Argentina y Estados Unidos (2010, los dos últimos en coautoría con Guillermo Vitelli), Argentina y el mundo: crisis y perspectivas (2013) y Moneda y mutaciones del sistema financiero internacional (2017).

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