La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y el Sector Nuclear, segunda parte

La tecnología nuclear, o más genéricamente, la Energía Atómica, con su pecado original plasmado en los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki –que dieron fin a la Segunda Guerra Mundial– y luego la carrera armamentista de la guerra fría –con el terror de la Humanidad a una guerra nuclear y sus apocalípticas consecuencias–, tuvo su otra cara en las aplicaciones civiles, entre las cuales la generación energética es la de mayor volumen, asegurando energía por décadas a una civilización altamente necesitada. No vamos a especificar acá las ventajas y las desventajas de la energía nuclear. No es el objeto de este escrito, pero hoy constituye una fuente de energía que aporta el 14% de la energía eléctrica mundial, con 443 reactores nucleares diseminados por el mundo, y por lo tanto con un enorme impacto social. Aplicaciones medicinales, sanitarias e industriales, presentes en nuestra vida diaria, completan su contribución a la sociedad.

Como vimos en el artículo precedente, la tecnología nuclear argentina, iniciada en 1950, aporta en la generación eléctrica, está presente en la medicina y la industria, pero sigue en deuda respecto al desarrollo de tecnología propia en áreas estratégicas, a pesar de los recursos invertidos. Como vimos, desde el principio se buscó como norte la construcción de reactores nucleares de diseño propio, tanto para la producción de radioisótopos de uso industrial y medicinal, como para la producción de energía.

En el primer caso se puede afirmar que se alcanzó el objetivo. Ya desde los tempranos 60 Argentina, a través de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), construyó sus propios reactores de investigación, desde el RA1 en 1958 y el primer RA3 de 1964 –tuvo dos actualizaciones en 1990 y en 2002– se constituyó con el tiempo en el principal proveedor de radioisótopos de nuestro país. Se ha conseguido dominar la tecnología de diseño y construcción de este tipo de reactores, y aun producir los radioisótopos a partir de plantas sofisticadas construidas en el país, como las plantas de fisión y producción de molibdeno y demás radioisótopos, surgidos a partir de la irradiación de placas con uranio en el reactor. Hoy somos capaces de construir el reactor y las plantas productoras de radioisótopos primarios a partir de tecnología de fisión nuclear. Esta última tecnología también se logró en los 90, y tal vez fue el último logro tecnológico importante en el área nuclear argentina.

En el segundo caso, respecto a los reactores generadores de energía, hemos pasado por varios intentos, desde proyectos basados en la tecnología uranio natural agua pesada que nunca pasaron de planos y carpetas en papel, hasta el proyecto CAREM, que es el que más avance tuvo. Pero esto lo ampliaremos más adelante.

 

Un poco de historia para amenizar

A veces se cometen errores por voluntarismo y no por mala intención. En la última dictadura militar, cuando se construyó la Planta de Pilcaniyeu, con los primeros ensayos para enriquecimiento de uranio, a alguien se le ocurrió construir un tren monorriel que uniera Bariloche y Pilcaniyeu, sobreelevado, para evitar las irregularidades del terreno y también la nieve que eventualmente puede haber en invierno. Los que vivieron esa época de los 80 suelen denominar a este proyecto como el “tren bala”. Su misión era transportar el personal de la ciudad de San Carlos de Bariloche a las instalaciones de Pilcaniyeu en forma rápida y segura. No se contaba, entre los que propulsores del proyecto, con especialistas con experiencia en el tema trenes, por lo menos de este tipo. Aparecieron problemas en temas tales como la suspensión del vehículo. Las vibraciones que surgían al atravesar las juntas de dilatación de las vías hacían imposible lograr velocidades dignas de hacer útil a dicho medio de transporte. Así que el proyecto culminó con unos pocos kilómetros de vía sobreelevada y un prototipo que aún hoy se puede ver en el Centro Pilcaniyeu. Así terminó un proyecto del que se han escrito notas periodísticas, e increíblemente ya lo estábamos vendiendo al mundo. El problema es que en ese proyecto se desviaron no pocos recursos del objetivo principal: la Planta de Uranio enriquecido. Más allá de que, como se dijo, esto fue en la época de la última dictadura militar –donde CNEA tenía más presupuesto que la provincia de Buenos Aires–, tampoco en esa época los recursos eran infinitos. Seguramente, si el objetivo era transportar personal, había otras opciones mucho más baratas y realistas.

La clase dirigente argentina ha comprado muchas veces proyectos sobre bases que no han sido consolidadas, sobre todo en el área nuclear. Muchas veces, sobre todo a partir del último gobierno de facto, “vendimos” a la sociedad el poseer capacidades tecnológicas que aún no teníamos.

Vaya a manera de ejemplo una anécdota –de la que fuimos testigos– de hace unos 15 años, pero que podría ser de ayer. Estando en Viena, funcionarios de CNEA tuvieron una conversación con alguien de alto rango en la Cancillería –dejamos los nombres en reserva. En ese momento teníamos el problema de adquirir uranio enriquecido para construir los combustibles del reactor RA3, el principal productor de radioisótopos de nuestro país. Siendo una persona de gran experiencia y alto conocimiento, preguntó a los funcionarios de CNEA por qué no utilizábamos nuestra Planta de Enriquecimiento de Pilcaniyeu para producir ese uranio. En efecto, creía que teníamos disponible una planta con capacidad de hacerlo. La verdad es que lo único que teníamos era el conocimiento y unos kilos de uranio enriquecido a muy bajo enriquecimiento hechos en los 90, pero la realidad era que no teníamos planta, sino un conjunto de instalaciones abandonadas a punto de ser desmanteladas.

La última actividad importante en Pilcaniyeu y la planta de enriquecimiento se deben al doctor Manuel Mondino, quien tal vez fue el último gran presidente de la CNEA –y peronista– que en ese momento englobaba a la Nucleoeléctrica NASA y a la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN). Fue en su periodo –1989-1994– que se intentó un proyecto coherente de Planta de Enriquecimiento, con poco más de las instalaciones ya existentes, que, sin ser muy ambicioso, habría sido capaz de proveer uranio levemente enriquecido a la Central Atucha I. Aun así, no habría sido capaz de producir en forma eficiente uranio enriquecido al 20%, como requería el RA-3. Debemos recordar que la construcción de una planta de enriquecimiento comercial a gran escala es tanto o más cara que la de una central nuclear nueva. Pero esta iniciativa terminó con la renuncia del doctor Mondino en 1994, ante la ofensiva de Domingo Cavallo. A partir de ese momento, no se trabajó en esa planta por más de una década, quedando literalmente casi abandonada.

 

Enriquecimiento de uranio en Argentina

A todo esto, la tecnología de enriquecimiento de uranio, como es sabido, es una tecnología ultra sensitiva desde el punto de vista de la proliferación, pero a la vez es, desde el punto de vista político, una poderosa herramienta de alto impacto internacional.

Alrededor de 2005 surgió una iniciativa dentro de la Agencia Internacional de Energía Atómica denominada “Internacionalización del Ciclo del Combustible”. En ella se buscaba que los proveedores de uranio enriquecido fueran los grandes productores existentes, como Estados Unidos, Europa, Rusia, etcétera. Los demás países se comprometerían a no desarrollar sus plantas de enriquecimiento y a recurrir a alguno de esos centros para el suministro. Con esto se buscaba evitar la proliferación, pero a la vez significaba que deberíamos renunciar al desarrollo de una planta propia, dado que nuestro país, si bien había alcanzado la tecnología, no tenía una planta de producción.

Fue en ese momento que el presidente Néstor Kirchner comprendió el problema y su significado político y, contra la opinión de muchos y demostrando su visión estratégica, dio la orden de reiniciar el proyecto enriquecimiento. La persona de Cancillería que se mencionó antes, habiendo tomado conocimiento de la situación real, colaboró intensamente, convenciendo a diferentes funcionarios y funcionarias.

Por eso el objetivo fue muy concreto, a partir de los recursos con que se contaba: volver a poner en funcionamiento la “Mockup”, un módulo de entrenamiento de la antigua planta de enriquecimiento que se usaba para capacitar a sus operadores, a los efectos de producir mínimas cantidades de uranio enriquecido –de bajo enriquecimiento. Políticamente, eso nos habilitaba a declararnos productores de uranio enriquecido, y técnicamente nos permitía entrenar personal en el manejo del hexafloruro de uranio, si bien utilizando una tecnología antigua como es la difusión gaseosa. Eso nos daría la continuidad en el caso del desarrollo de la tecnología de ultra centrifugación, que también es a base de hexafloruro de uranio.

Recordamos de esa época reuniones que tuvimos con el doctor Mohamed El Baradei, en ese entonces director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, que veía con buenos ojos nuestro proyecto en el marco de la mencionada internacionalización del ciclo, aún más si sumábamos esfuerzos con Brasil, constituyendo un Centro de Enriquecimiento Regional del Cono Sur. Todo eso nos alejó de los posibles impedimentos que podrían haber surgido con la iniciativa de internacionalización del ciclo combustible.

En otras palabras, y eso estaba claro en ese entonces, rehabilitar la Mockup era un medio y no un fin, como parece haberse convertido después para algunos. Este tipo de desarrollos son monitoreados desde el exterior y se sabe que, desde el punto de vista tecnológico, solamente la Mockup no solo no llega a ser siquiera una planta piloto, sino que representa un atraso respecto a lo que teníamos en 1994. Tampoco hemos avanzado en la planta productora de hexafloruro de uranio, que había sido renovada en 1994 y paralizada en ese año, cuando renunció el doctor Mondino. La puesta en marcha de esa planta nos habría permitido, en ese momento, abrir una cooperación con Brasil, dado que su planta de enriquecimiento a base de centrifugas también tiene como insumo el hexafloruro.

Pero veamos la situación hoy: de los trabajos que hoy existen en enriquecimiento de uranio –a propósito: hace pocos días hubo un encuentro virtual sobre ese tema– tenemos el ya mencionado en la Mockup, los trabajos en centrifugación y los que tienen base en tecnología láser. De estos, el único capaz de enriquecer, por lo menos en forma perceptible, es la Mockup. Parecen ser prometedores los trabajos en toberas combinadas con láser, pero son líneas de investigación a muy largo plazo. Una derivación, fruto de una iniciativa individual, dio lugar a un pequeño laboratorio de tecnología láser, AVLIS (Atomic Vapor Isotopic Separation), que obtuvo resultados positivos en la separación de uranio. Se trata de un método de hace varias décadas que, a pesar de los recursos en desarrollo, no se ha logrado convertirlo en un método comercial por los grandes costos que implica.

Finalmente, tenemos los trabajos en centrifugación, el método que en el mundo ha reemplazado a la difusión gaseosa. A pesar de que se dispuso de dinero, sobre todo después de 2009-2010, todavía no tenemos mucho más que maquetas, incapaces de hacer siquiera separación isotópica de gases de ensayo, y por lo tanto mucho menos de enriquecer uranio.

En este punto, debemos replantear cuáles son los objetivos para un plan de enriquecimiento de uranio, a la luz de los recursos disponibles. Un objetivo en sí mismo estaría dado con las actividades en la Mockup, y evaluar qué posibilidades hay de poner el sistema al mismo nivel de 1994, con planta de hexafloruro incluida. Por lo menos, así tendríamos una planta piloto que, si bien sería a base de difusión gaseosa, sería capaz de producir por cientos de kilogramos uranio de bajo enriquecimiento, como se hizo antes de 1994. Respecto a la centrifugación, deberíamos tener la posibilidad de construir una centrifuga, capaz de hacer separación isotópica de gases, y eventualmente que sea capaz de recibir hexafloruro de uranio. Hoy estamos muy lejos de eso. Y respecto de la tecnología láser, no se puede hacer mucho más de lo que se está haciendo. Insistimos en que es un método a muy largo plazo.

 

Volviendo a los reactores

El reactor CAREM 25 es un diseño aun no congelado en algunos aspectos esenciales. El proyecto nació en los tempranos 80, como una derivación de un proyecto de reactor compacto o reactor naval. Tuvo en sus inicios vaivenes importantes y, para ser justo, el proyecto encontró una orientación realista a fines de los 90. Siguió avanzando hasta que la conducción máxima del proyecto cayó en manos de profesionales sin experiencia en centrales nucleares –más bien venían del área de operación de reactores de investigación que, con buena voluntad, podríamos definir como medianos. Por supuesto, esa incompetencia no implica a los muchísimos y muchísimas excelentes profesionales, algunos y algunas muy jóvenes, que hoy siguen trabajando en el proyecto CAREM y que padecieron –y padecen– una conducción deficiente a partir de diciembre de 2015.

Queremos que se ponga en marcha el CAREM de 25 MW, observar los defectos que seguramente tendrá, y también sus virtudes. Hay mucho por hacer, aun con un presupuesto limitado.

Pero tampoco en el caso de reactores de investigación y producción de radioisótopos se están haciendo las cosas como debieran. Es un área que se domina tecnológicamente. Hoy estamos construyendo solo el RA10, pero no están en construcción las plantas anexas, como la nueva planta de fisión y la de producción de radioisótopos. Estas dos plantas demandan varios años para su construcción, casi tanto como para el RA10. No nos estamos refiriendo al tema del uso de haces que permitirá este nuevo reactor, cosa muy importante, pero este proyecto RA10 tuvo como justificación el reemplazo del RA3, que opera en conjunto con su planta de fisión y su planta de producción. A pesar de que alguien lo planteó como posibilidad, es imposible irradiar en forma cotidiana y segura blancos de uranio y trasladarlos a las viejas plantas de fisión y producción –RA3 y RA10 están separados por más de un kilómetro. Eso no significa que el nuevo conjunto RA10 y las plantas anexas no sean nunca terminados, sino que la demora llevará por lo menos una década, durante la cual deberán mantenerse en operación las plantas existentes, hoy en condiciones bastante penosas.

Esto es lo que se le debe reclamar a la CNEA. Lograr objetivos concretos. Pero las cabezas actuales de los grandes proyectos no saben dónde están paradas. No porque les falte capacidad, sino porque no tienen experiencia. Por eso es importante una conducción coherente. Como dijimos en el primer artículo, cada peso de más que gastemos es un peso menos para el sistema de salud, o para la educación, o para combatir nuestros serios problemas a nivel social.

 

Conclusiones

Vimos a vuelo de pájaro cómo el sector nuclear quiso desarrollar trenes de avanzada y diversos proyectos cuya base era más que discutible. Vimos también cómo se vendieron y fueron comprados por la clase dirigente argentina.

Decía Perón que la única verdad es la realidad. Nunca mejor aplicada esa frase que en el sector nuclear. Ahora bien, esto no significa que la tecnología nuclear argentina no pueda soñar con concretar lo imposible, si esto significa estar en la cresta de la ola tecnológica nuclear. Pero se trata de hacer primero lo posible, para luego pasar a lo imposible.

Hoy seguimos en el punto que, habiendo renovado las autoridades de la Nucleoeléctrica Argentina y la Autoridad Regulatoria Nuclear, las autoridades del organismo rector en tecnología –la CNEA– son las mismas que fueron nombradas durante el gobierno anterior, en su mayor parte compuesta de gente cuya competencia para esas posiciones son más que dudosas, por supuesto con honrosas excepciones.

Tratemos de que el cambio que debe hacerse nos lleve a una conducción con liderazgo y presencia en los grandes temas, tanto para optimizar los recursos que no sobrarán, como para dejar una base que sirva para las futuras generaciones.

 

Carlos Rubén Calabrese es ingeniero nuclear (1982), doctor en Ingeniería Nuclear (1991) y magister en Defensa Nacional (1997). Fue gerente general de CNEA entre 2006 y 2015.

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