Desafíos post 2019: reconstruir la estructura sociolaboral para entrar sin más atrasos a la sociedad del futuro

Los esfuerzos por plasmar la unidad de las distintas expresiones del peronismo abren un nuevo panorama de cara a las próximas elecciones. El estrepitoso e irremontable fracaso del gobierno de Macri solo tiene una opción para mantener viva una débil esperanza de renovar alquiler en Balcarce 50: la diáspora del peronismo y, con ello, posponer la urgente reaparición del movimiento nacional como solución a los acuciantes problemas.

En efecto, el gobierno de Cambiemos “cambió” la estructura socio laboral sin necesidad de haber logrado la reforma laboral tantas veces anunciada. No hizo falta: las políticas económicas unidireccionales hacia los mercados financieros hicieron posible tamaño deterioro en cualquier indicador de la economía real. La caída del 13,3% del nivel de actividad económica interanual como último dato oficial remonta a ejemplos de una libanización económica. El mercado de trabajo presenta mes a mes signos de contracción. En el año 2018, el empleo formal cayó en más de 268.000 puestos de trabajo, llegando a niveles en el sector privado solo asemejables al año 2014. El único indicador usado durante los primeros años del gobierno macrista para mostrar el crecimiento o –mejor dicho– el cambio de empleos protegidos por formas atípicas de empleo institucionalizadas en el monotributo, quebró esa tendencia experimentando una caída de 125.000 “cuentapropistas” registrados ante la AFIP.

La ocupación en la industria retrocede invariablemente desde el inicio del mandato y no discrimina sector-actividad, y la política de tarifas como única política de ingreso –negativo– erosionó el salario real medio de convenio en un promedio del 15% en términos generales. Las forzadas reaperturas de paritarias sirven solo a modo de recomposición, no llegando a revertir el deterioro en términos de la distribución del ingreso. Y como si esto fuera poco, el desembarco de las denominadas economías de plataformas institucionaliza la precarización del trabajo, engrosando en miles de trabajadores a la indomable economía informal.

Este proceso de destrucción de la estructura socio laboral es el terreno con el que deberá lidiar el nuevo gobierno. Una vez más, no por obstinación, sino por necesidad, la complejidad social requiere de un gobierno de unidad nacional en el que el Movimiento exprese las múltiples demandas sociales. No se trata de una alquimia electoral. La fragmentación social, el retroceso en términos de derechos de todos los estratos sociales y el complicado frente externo en un contexto de economía globalizada necesitan gobernabilidad. Históricamente, el Justicialismo no concibe la gobernabilidad como tregua política: siempre la alcanza con gobernanza.

Para reconstruir el escenario un buen gobierno necesitará de la voluntad política de todos los actores. La historia muestra que esta tarea no pudo hacerla nunca otra fuerza política. Es el peronismo como movimiento político, económico y social quien, además de conducirla, será capaz de la construcción de una agenda amplia.

Esa agenda debe contemplar un modelo de producción, con la dinámica del mercado interno que permita salir de esta coyuntura, pero entendiendo que el desarrollo sostenible solo se alcanza teniendo una estrategia que piense en una frontera de producción más extensa.

Este esquema, a mi juicio, lleva implícito la reconfiguración del trabajo en la Argentina. No como una rémora del pasado, sino como la forma de entrar sin más demoras a la sociedad del futuro. En un mundo que debate con preocupación el futuro del trabajo, la solución no puede ser la desprotección o la pérdida identitaria. Los trabajadores, como sujetos de derecho humano, y los sindicatos, con una institucionalidad empoderada, deben ser efectivos protagonistas del diseño, implementación y monitoreo de un plan de gobierno que, desde uno de los ejes del movimiento nacional, traccione las demandas de sectores que engrosaron las filas de la vulnerabilidad social, producto de las actuales políticas económicas.

En definitiva, la reconfiguración del sindicalismo, con una base ampliada en los movimientos sociales y la inclusión de sectores de clase media empobrecida, devuelve el rol distintivo y el aporte del peronismo a la justicia social.

Pero también requiere de un movimiento que no se agote en la reivindicación de la clase y que sea ícono de la movilidad social ascendente para un proyecto nacional que incluya a todos y todas.

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