¿Y nosotros?

En estos días se ha derramado demasiada tinta en relación a que nuestro triunfo mostró una diferencia con el macrismo menor a la esperada. Es gracioso que los perdedores digan que están contentos: me hace recordar un poco a esa idea de los campeones morales de otras épocas, triste premio consuelo.

Creo que el centro de nuestra discusión debería girar más hacia aquello que nos falta para que nuestros apoyos sean más persistentes, más consistentes, más definidos. Los peronistas representamos una proporción importante de la población, que se torna mayoría cuando ofrecemos a todos –y no solo a nosotros mismos– una propuesta política sólida y ajustada a los tiempos que corren. Es así que otra proporción nos votó porque está en contra de lo que hizo Macri o ha sido afectado por el macrismo y, a la vez, observó que el Frente de Todos mostraba suficientes espaldas para ponerse al hombro esta coyuntura. Insisto: no fue la economía la que nos dio la victoria, sino nuestra política, cuya manifestación más espectacular fue la actitud de Cristina, acompañada por una dirigencia que visibilizó el riesgo que corre nuestra Argentina.

Sin embargo, si comparamos las PASO con las elecciones definitivas, se observan algunas cuestiones que constituyen déficits nuestros. No me refiero al error indubitable de habernos achanchado después del 11 de agosto: si un movimiento popular no está en la calle, se debilita. ¿Quiénes son esas personas que votaron en blanco en las PASO y ahora se inclinaron por este gobierno entreguista? ¿Quiénes son esas personas que no han ido a votar a las PASO y ahora prefirieron a Macri antes que nosotros? Creo que ahí está uno de los desafíos inmensos, que tiene que ver con dos segmentos de la población: por un lado, los apolíticos, aquellos que dicen que todos los políticos son iguales, que la política no les cambia la vida, que con ellos en la suya está todo bien; por el otro lado, la tercera edad. No siempre la tercera edad es conservadora. Recordémoslo. Recientemente, en Inglaterra los jóvenes estuvieron por quedarse en la Unión Europea y los de mayor edad se inclinaron hacia el brexit. Tenemos vastos conglomerados de población a lo largo y a lo ancho de la Argentina a los que nos resulta dificultoso llegar: lo que yo llamo los apolíticos –o los antipolíticos– y las ancianas, los ancianos, los jubilados.

Para una perspectiva nacional y popular, la transformación de las conciencias, la posibilidad de que la inmensa mayoría de los argentinos seamos solidarios; que defendamos a nuestra patria no tanto o no sólo en las palabras sino en los hechos; que creemos que la justicia social, la independencia económica y la soberanía política son elementos constitutivos para un futuro mejor; configuran seguramente ejes indubitables de las tareas de esclarecimiento y de difusión de nuestros militantes, en particular en una etapa en la que los medios hegemónicos están totalmente en contra nuestro.

Sin embargo, reconocido esto como la principal actividad, también hay que aceptar que es refractaria a la política una franja de la población –y no me refiero sólo a los sectores medios-altos– que se distribuye en todos los sectores. ¿Cuántas veces escuchamos: “yo tengo que trabajar con todos”, “yo hago la mía”, “todos los políticos son iguales”? Este discurso antipolítico, que es una herramienta de la reacción, tiene su correlato en una proporción de argentinas y de argentinos que no nos votan. Entonces, además de todo lo que podemos hacer en cuanto a transformación de las conciencias, creo que deberíamos ser más activos con esa franja refractaria, sin intentar una transformación de sus visiones, sino simplemente armando actividades, estructuras y asociaciones que tiendan hacia nosotros, sin otra pretensión que la electoral. Para explicarme mejor voy a traer un ejemplo de otra área. Algunos movimientos sociales entienden que el capitalismo ya no va a estar en condiciones de generar trabajo con productividad alta, que va haber una franja de argentinas y argentinos que quedarán fuera del sistema. Esos movimientos se han comprometido asimismo para organizar esa franja, por ejemplo, alrededor de la economía popular. En este esquema de trabajo no se plantea inicialmente la idea de “votemos a Fernández”. Más aún, hay muchas de las personas que aquí se nuclean que están totalmente descreídos acerca de la capacidad estatal para reincorporarlos al sistema. No se trabaja inicialmente con el objetivo de la politización, sino del agrupamiento con la idea de una mayor visibilidad, una mayor dignidad y una mejor eficacia en el trabajo mancomunado. Se trabaja con el fin de organizar una parte de la sociedad en función de una economía solidaria.

Pues bien, mi pregunta es: ¿podemos trasladar ese esquema de trabajo hacia los apolíticos? ¿Quiénes son? ¿Qué prefieren? ¿Alrededor de qué temas pueden nuclearse? ¿Cuestiones culturales, musicales, deportivas? Son, en fin, un conjunto de actividades que están fuera estrictamente de la actividad política. ¿Hacemos lo suficiente al respecto? ¿Nos hemos dado una política persistente en ese sentido?

Traigo también otro ejemplo: fijémonos en la política que desarrolla el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y lo activo que es en ese plano. No exige que su público se politice: es la tradicional orientación de la oligarquía. Simplemente, arman actividades y estructuras que dejan algo así como testimonio de cómo benefician a todos. Vemos maratones, la noche de los museos, de los helados o de lo que se nos ocurra, organizan paseos, festivales, etcétera. No se dice “voten a Cambiemos”. Simplemente, están ahí. Desarrollan muchísimas actividades que tendemos a despreciar.

Nuestra situación es distinta, pues no contamos con recursos análogos. Pero la pregunta se mantiene: ¿y nosotros? ¿Cómo nos acercamos a esos sectores? ¿Qué nos planteamos? Del mismo modo tenemos que analizar la temática de la tercera edad, y aquí partir de la pregunta: ¿cómo es posible que vote a Macri una ama de casa que ahora tiene beneficios previsionales a raíz de la política de Cristina? Por supuesto, incide un montón de elementos ideológicos, culturales, la televisión, la radio, etcétera. Pero también es cierto que ha tenido una experiencia extraordinaria: ahora tiene ingresos propios, y antes no los tenía.

Pues bien, a mi juicio, el tema de nuevo es la organización popular, la estructuración de colectivos que en este caso acepten las características de esas personas, pero que puedan nuclearlas. Me refiero a los centros de jubilados, a las actividades deportivas para viejos o a un conjunto de posibilidades a las que muchas veces no damos importancia: sacamos fotos y valoramos a Fulanita que tiene 93 años y ha ido a votar. Pero no nos detengamos en las elites: hagamos pie en el común de la gente, seres humanos a quienes ya no nuclea el trabajo o el sindicato, que tienen achaques, sus hijos están demasiado ocupados, etcétera.

En las universidades existen las llamadas “upami”. Pero esos cursos llegan a una elite, a personas activas que se relacionan más con las de mediana edad o con jóvenes, con ganas de hacer cosas. El desafío es llegar a los demás, los más pasivos, los desorganizados, los que todavía no están en clubes o en centros, pero que, finalmente, cuando ven el peligro del kirchnerismo, van y votan en contra nuestro. Ahí tenemos que estar. Nuestras organizaciones políticas están en deuda al respecto. Creo que, si se avanzara un poquito más al respecto, la famosa batalla cultural –que no se define en estos dos ejemplos que estoy dando, pero que tienen su importancia– estará un poco más a nuestro favor.

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