Unidad, liderazgos y escenario político

La hemorragia política de Macri

Dato principal: el macrismo plantea un agotamiento de su principal y fundante liderazgo, el de Macri. Tanto la corporación mediática como –de modo bien distinto– la fauna política que habita en la periferia de los dos principales tercios electorales –es decir, el tercer tercio– han comenzado su diáspora hacia el fino arte del despegue. La caída libre de Macri se evidencia, fundamentalmente, por descuidar –y hasta agredir sádicamente, económicamente hablando– a buena parte de su base de sustentación. Es que una fuerza política con vocación de gobernabilidad –pero sobre todo de gobierno– debe representar más que una base de adherentes “intensos”. En el caso del macrismo, su base intensa radica en el antiperonismo rancio. Siempre intenso, pero nunca mayoritario.

A fuerza de brutalidades autoinflingidas, Macri ha perdido el magnetismo electoral con ese sector clave. Sector que, así como experimentó un desencanto con algunos componentes de la experiencia kirchnerista, también hoy parece mostrar un amplio rechazo al mal experimento macrista. Un desencanto por motivos bien distintos, claro está, pero que puede ser tan determinante en términos electorales para el macrismo como lo fue para el kirchnerismo.

A ese sector social desencantado, habitante del “tercer tercio”, podríamos tipificarlo como un sector electoral que mantiene una relación ambigua y problemática con el Estado. Combina dependencia estatal con un rechazo casi pulsional por la política: obra social con escuela pública, colectivo diario al trabajo con universidad del conurbano, escuela parroquial con dos semanas en Mar del Plata. Lo que Abel Fernández ha denominado “el pibe gol”: habitante de la periferia de las ciudades globalizadas, asalariado en el sector industrial o cuentapropista con algún capital propio (un taxi, un kiosco). Carente de toda oferta, el macrismo no parece haber generado los mecanismos para satisfacer las demandas de este sector, sino más bien todo lo contrario: lo ha incluido en la amplia franja de sus víctimas, es decir, la mayoría de la sociedad argentina. Tampoco parece haber generado, políticamente, algún esquema alternativo para quitar el ancla (Macri). Pero, sobre todo, no parece poder salir de su monolítica oferta al electorado: el “no al populismo”, “no a Cristina”, su compulsión a ofrecerse como garantía del “no a la venezuelización”, etcétera. Pero claro, los análisis portadores de más sociología que política no suelen ser entretenidos. Mucho menos acertados. Pasemos a consideraciones más políticas.

El “silencio activo” de Cristina Fernández de Kirchner puso en valor dos cosas: primero, el mantenimiento –y crecimiento según el caso– de su capacidad electoral en muchos distritos de Buenos Aires, con 14 millones de electores. En segundo lugar, también puso en valor aquello de que para saber cómo es el rengo hay que dejarlo caminar. Mauricio caminó, siguió caminando, pero ya nadie parece querer prestarle andador.

Son estas las condiciones en las que Macri “convocó a un diálogo”. Los testigos de Durán Barba vieron en esa estrategia comunicacional una estrategia política. Ese fue el núcleo falaz que explica la sobreestimación de las capacidades de cálculo del asesor ecuatoriano: confundir comunicación con política. La realidad, en cambio, se parece más a un lastimoso, caprichoso y agónico final para el peor presidente de la historia argentina, que con suerte será recordado como el más eximio domador de reposeras.

En este sentido diremos que el modo de funcionamiento de Cambiemos hasta aquí ha sido el de quitarle bienes patrimoniales a la clase media y negociarlos por bienes simbólicos: sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, mayor transparencia, etcétera. Pero todo tiene un límite. Nueve resultados electorales adversos parecen ir evidenciando ese límite.

 

Unidad, liderazgo y “funcionalidad”

Hoy se sabe que la disyuntiva de Unidad Ciudadana era la misma que todavía atraviesa a toda la oposición de cara a 2019: construir unidad real en alianzas que trasciendan el propio espacio, o “achicarse la cancha” en una construcción intensa pero endogámica. También que el sector intersindical y de movimientos y organizaciones que constituyen el 21F y el Frente Sindical para el Modelo Nacional, por ejemplo, son la prueba territorial de que el modelo de oposición no podía definirse por fuera de la oposición al macrismo. Digo no podía siempre y cuando la oposición no pretendiese degradarse en un ritualismo morisquetero vacío, reduciendo al movimiento nacional sólo a una identidad cultural dispersa y adaptada al esquema de representaciones fragmentarias que necesita el neoliberalismo, pero sin traducción electoral.

La suerte de la unidad del campo nacional dependía –y depende– en parte del decaimiento de los “partidos del no”: no a Macri, no a Cristina, no al peronismo, no al pasado… porque ninguno de esos puede ganar por sí mismo. Depende de los candidatos. Porque la política es personal.

Para el peronismo que no ha enajenado su discurso público, ganarle a Macri siempre fue más “útil” que ganarle a Cristina Fernández. Por eso los niveles de antikirchnerismo han mermado, y las consecuencias prácticas de esta vertiente de la anti política (el antikirchnerismo) le estarán estallando en las manos al único sector al que, por genealogía política, le pertenece: al núcleo duro macrista, ciego de su propia impotencia. Dios ciega a quien quiere perder, pero hasta Dios necesita para eso que la oposición consolide una candidatura que termine, electoralmente hablando, con Macri.

En este sentido, es evidente que en términos generales el liderazgo de la ex presidenta despierta tanto adhesiones como rechazos, pero las adhesiones son lo bastante numerosas como para opacar a cualquier otra figura del espacio opositor. Esto obliga a quienes lo rechazan –y aún a quienes lo cuestionan– a definir, en primer lugar, su relación a ese liderazgo. Y es de notar, como bien señala mi amigo Abel Fernández, el nombre que ha elegido la propuesta política más visible que va en línea opuesta a ese liderazgo, surgida del peronismo, que se plantea lejos de él. El nombre elegido, reitero, es revelador: “Alternativa Federal”. Freud se habría hecho un picnic. Pero en política siempre es mejor que no te vean venir, y Cristina decidió brindar una salida “por arriba” a este laberinto. Ampliaremos en la última parte de este artículo.

 

Prioridades y debates subyacentes

Ya habrá tiempo para dar los debates subyacentes, donde el peronismo, desde lo cultural, deberá estar en condiciones de brindar, también, la salida “por arriba”. Deberá debatir con robustez con ese cosmopolitismo urbano, civilizatorio, extremadamente elitista y peligroso, que lleva al perpetuo vagabundeo por el extenso pero inconducente campo que enmarcan las ideologías teledirigidas. El peronismo tiene que brindar un vector que trascienda la lógica divisionista y facciosa de los opuestos.

Desde lo político, la revalorización de la pluralidad dentro del peronismo debiera partir de una absorción inteligente de las distintas –y exitosas– formas de construcción a nivel federal, como también de la inclusión de las y los cuadros políticos que fueron fundamentales en el ciclo anterior, a quienes los poderes concentrados demonizaron por sus aciertos, naturalmente. Claro, para eso se requieren transigencias, y las transigencias se llevan mal con el abuso de ideologismos y discusiones que –creo y repito– pueden esperar.

Desde lo económico, donde tocará administrar la cosa pública en un contexto extremadamente delicado, somos muchos los que esperamos con ansias que los cuadros de política económica del campo nacional, de todas las extracciones, vuelvan a trabajar juntos en el nuevo modelo de contingencia, primero –para arreglar el desastre–, y de desarrollo, después. Sería un verdadero desatino que el próximo gobierno se prive de contar en su seno, por berrinches ideológicos o criterios mediáticos, de cuadros de probada experiencia, lealtad y calibre técnico.

Si bien este escriba no compra féretros anticipados, está claro que un posible futuro gobierno del peronismo deberá construir una agenda de representación política lo suficientemente amplia, coherente y mayoritaria para consolidar un marco de futura gobernabilidad en tiempos que serán extremadamente delicados, a niveles no vistos por mi generación. Una agenda que no oponga torpemente demandas, como por ejemplo: seguridad versus inclusión. Se deben tener en cuenta ambas, y para eso es necesario abandonar tanto la pose mediática bolsonarizada, como la cosmovisión del progresismo culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad (trabajo, esfuerzo, dedicación), y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. Alejarse de los extremos.

 

Salir del laberinto por arriba

Por un lado, en una jugada de ajedrez que solo el mejor Alberto Samid –versus Kasparov– podría haber diseñado, Cristina Fernández de Kirchner allana el camino –nunca garantizado– para una victoria en primera vuelta de la fórmula Fernández-Fernández. Por el otro, con esta decisión CFK ofrece un vector para rescatar parte del electorado huérfano por la caída libre de Macri. Seguramente hay mucho de esta jugada que no estamos viendo, pero la reacción instantánea de Sergio Massa parece justificarla desde temprano. Lo cierto es que si todos los politizados –expertos en elucubraciones electorales que nunca son acertadas– nos sentimos un poco sorprendidos e igual ya experimentamos esa sana sensación de que todos vamos a votar a un mismo candidato, ya tenemos, sólo en eso, un buen signo electoral: la salida de la endogamia.

La amplitud y la generosidad histórica de la ex presidenta queda evidenciada en la elección de un comunicador político pragmático, ex jefe de gabinete y armador, no aferrado –en la actualidad mucho menos– a la polarización política que impide salir de la situación de los tres tercios, cuando se requiere, justamente, ganar en primera vuelta. Claro, la unidad nunca es “hasta que duela”, sino hasta que alcance. En este sentido, la opción por el magnetismo de Alberto Fernández para atraer lo que todavía no se tiene –desde lo dirigencial y desde lo electoral– parece, por lo menos, inteligente y audaz a la vez.

El tiempo de las candidaturas no agota el tiempo del debate político, pero hoy la inteligencia política pasa por acercar posiciones, no por radicalizar diferencias en nombre de nada ni de nadie. La conducta de CFK da el ejemplo en ese sentido.

Como dice G. Fernández, uno es demasiado peronista como para ser ideologista. Como para ser ideologista peronista. Por eso el ideologismo fue y sigue siendo el que hoy nubla los debates internos. Una gran PASO puede ser buen mecanismo de acuerdo interno.

Ahora es hora. El candidato no es “el proyecto”. Ahora el candidato es Alberto Fernández. El objetivo, recuperar el gobierno para el pueblo.

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