Una herencia oscura

Cuatro años del gobierno nacional encabezado por Mauricio Macri.

Cuatro años del peor gobierno nacional desde la recuperación de la democracia.

Cuatro años durante los cuales se han llevado muchas, muchísimas cosas.

Cuatro años que pretendían prolongar, para seguir llevándose dinero, derechos, identidad, dignidad, memoria.

Se llevaron muchas cosas y apuntaban a más. Se llevaron todo eso, pero nos dejaron otras cosas.

Nos dejaron una deuda enorme, casi increíble. Nos dejaron un sabor amargo. Nos dejaron instalados odios y represiones, prepotencias y desprecios.

Nos dejaron instalada su voluntad expresa y feroz de aniquilar nuestro proyecto popular y nacional.

Todo esto lo sabemos. Lo escribí así, con frases breves y simples, para nunca olvidarlo, para que quede claro y firme. Lo escribí así porque ahora necesito seguir escribiendo de otra manera, porque creo que nos han dejado otras cosas, si se quiere más sutiles, instaladas o infiltradas en lo que podemos llamar el pensamiento habitual, ese del que casi no nos damos cuenta.

Nos dejaron la idea, la noción, el principio, de la meritocracia. De las palabras con sufijo cracia –es decir, de aquellas que designan formas de gobierno– la única que me resulta aceptable y valiosa es democracia. De todos modos, aceptemos que parece, solo parece, que es deseable que gobiernen quienes tienen más méritos. No solo parece que debieran gobernar, sino que quienes hacen más méritos deben obtener los favores de la vida. Así, bajo estas premisas, se convocó al mejor equipo de los últimos cincuenta años. En rigor fue el peor equipo, pero sus integrantes habían alcanzado posiciones importantes en otros ámbitos, posiciones devenidas presuntamente de sus méritos.

Los cuestionamientos a estas perversas ideas se basaron en la desigualdad de las condiciones de inicio, en la desigualdad de las posibilidades reales. Esto se sintetiza en la frase de Arturo Jauretche: emparejemos y después larguemos. Estos razonamientos e impugnaciones a una supuesta competencia de mercado perfecto –falacia que el discurso económico ortodoxo había impuesto– son correctas: hacen trastabillar la naturalidad del principio de los méritos abstractos para gobernar o posicionarse. Sin embargo, entiendo que debe ampliarse la discusión y el rechazo a esa idea que de alguna manera ya nos dejaron.

Con la eficacia y el desparpajo con que Jauretche se movía entre lo intelectual y lo pueblerino, su frase remite a carreras cuadreras. Digo que es esa metáfora de la carrera la que conviene ampliar. Si se tratara de una carrera, entonces hay una sola dirección y una única meta. Yo prefiero imaginar que hay muy diversas direcciones y metas. Prefiero imaginar que, más que una carrera, es decir, más que una competencia con ganadores y perdedores, se trata de otra cosa. Si se trata de una carrera, los otros son competidores, y el mérito es superarlos. Pero si no estamos en la metáfora de la carrera, si los recorridos son múltiples, si lo buscado no es unívoco, entonces los otros también pueden ser colaboradores. En definitiva, pueden –o tal vez deben– ser compañeros. Si vamos juntos –no como ejército disciplinado para la confrontación, sino como pueblo organizado para la felicidad y la construcción– entonces los méritos pueden ser de tan diversa naturaleza que se diluyen o se amplían en la plenitud de la vida.

Emparejemos, porque es justo que así nos dispongamos o a eso apuntemos. Eso es justicia social. Emparejemos, pero más para la colaboración que para la competencia.

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