Un baño de realidad

En el mes de mayo de este año, y específicamente en el número 12 de esta revista, dijimos (ctrl+clic para ir al vínculo) respecto de la construcción de la fórmula FF: “Por un lado, en una jugada de ajedrez que solo el mejor Alberto Samid –versus Kasparov– podría haber diseñado, Cristina Fernández de Kirchner allana el camino –nunca garantizado– para una victoria en primera vuelta de la fórmula Fernández-Fernández. Por el otro, con esta decisión CFK ofrece un vector para rescatar parte del electorado huérfano por la caída libre de Macri. Seguramente hay mucho de esta jugada que no estamos viendo, pero la reacción instantánea de Sergio Massa parece justificarla desde temprano. Lo cierto es que si todos los politizados –expertos en elucubraciones electorales que nunca son acertadas– nos sentimos un poco sorprendidos e igual ya experimentamos esa sana sensación de que todos vamos a votar a un mismo candidato, ya tenemos, sólo en eso, un buen signo electoral: la salida de la endogamia”. La autorreferencia tiene carácter de introducción acerca del análisis que se presentará en este artículo. No nos ocuparemos de las estrategias napoleónicas ni de roscas de mesa de café. Hay sobreabundancia de comentario político en este sentido. Por el contrario, nos enfocaremos brevemente en lo que consideramos un factor –ni exclusivo ni excluyente de otros muy importantes– clave de estas PASO: un análisis del mensaje del justo ganador de las PASO, el Frente de Todos. Destacaremos algunos puntos clave de la comunicación política del candidato a presidente por ese espacio, es decir, la de su comunicador principal: Alberto Fernández.

 

La comunicación de la unidad

“Sé que entre ustedes hay personas de distintas religiones, oficios, ideas, culturas, países, continentes. Hoy están practicando aquí la cultura del encuentro, tan distinta a la xenofobia, la discriminación y la intolerancia que tantas veces vemos. Entre los excluidos se da ese encuentro de culturas donde el conjunto no anula la particularidad, el conjunto no anula la particularidad. Por eso a mí me gusta la imagen del poliedro, una figura geométrica con muchas caras distintas. El poliedro refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan la originalidad. Nada se disuelve, nada se destruye, nada se domina, todo se integra, todo se integra. Hoy también están buscando esa síntesis entre lo local y lo global” (Papa Francisco en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, 2014).

En primer lugar, diremos que el abrumador rendimiento de la fórmula F-F, marca dos aciertos políticos que deben ser anotados a cuenta de su vértice de conducción: a) que la despolarización fue una eficaz táctica; b) que hubo una importante cuota de madurez política para asumir que existe una realidad adversa con la que hay que negociar de modo eminentemente político, es decir, teniendo en cuenta las relaciones de fuerza vigentes hoy desde una perspectiva de poder.

Las PASO consolidaron de manera pronunciada una tendencia que se venía observando en la comunicación política del candidato a presidente del Frente de Todos. De menor a mayor, pudo salir del corset en que el aparato comunicacional macrista lo quiso empantanar: un espejo del Haddad derrotado en Brasil, mascando todas las carnadas diseñadas para reducir el alcance de su discurso. Procurando presentarse como articulador político para acercar posiciones, se alejó de la trampa que tanto venía resultándole al macrismo: acercarle el anzuelo a la oposición para que radicalice diferencias internas. Enfocándose en una agenda realista, necesaria, orientada a un tercer tercio de sujetos de carne y hueso –y no meramente a construcciones comunicacionales de las redes sociales– el Frente de Todos logró forjar la unidad posible, como bien lo había diagnosticado Cristina Fernández de Kirchner en un discurso brindado en ATE (2016). Esa unidad no iba a venir “por el lado de la ideología, sino por el lado de representar los intereses agredidos”. La cohesión dirigencial para representar esos intereses fue clave. La conformación del Frente fue la forma clara en que se puso de manifiesto el obstáculo que la propia oposición necesitaba sortear, esto es, asumir que ninguna de las fuerzas que integran el Frente, tomadas individualmente, podían derrotar al macrismo en las urnas.

En el poliedro político del Frente de Todos existieron tres aspectos destacables en los que el mensaje del candidato a presidente fue superador. El primer aspecto tiene que ver con que, a través de ideas claras aunque no rimbombantes, Alberto Fernández ha logrado poner de manifiesto –o por lo menos con más claridad que antes– en su mensaje la principal estafa de la comunicación macrista: la lógica por medio de la cual Cambiemos le quitó y le sigue quitando bienes patrimoniales a la clase media y “se los negocia” por bienes simbólicos –sindicalistas presos, dirigentes kirchneristas procesados, “mayor transparencia”– sin que esto redunde en una mejora de la calidad de vida, de la economía doméstica o en algún tipo de ampliación del acceso al consumo.

El segundo aspecto problemático que se logró sortear tiene que ver con lo señalado por este escriba en artículos anteriores publicados en este espacio. Las hiperabundantes caracterizaciones de algunos referentes opositores acerca del evidente colapso autoinflingido por el gobierno actual –con mayores o menores gradientes poéticos– no constituían propuestas políticas, sino –también– bienes simbólicos bajo la forma de ideas que tenían por función reconfirmar posturas de los ya convencidos. Y claro, todo electorado demanda un relato ilusionante, aspiracional, organizado en un discurso que lo represente, que no oponga orden a progreso, sino que construya una agenda donde ambos vectores de representación puedan confluir. La sustancia de los mensajes del Frente de Todos, tales como “ordenar el caos” y “volver a crecer” fueron en este sentido, y apuntaron a ese tercer tercio tan caracterizado, pero tan poco comprendido. La campaña de Axel Kicillof fue la más destacada en este sentido.

El tercer factor tiene que ver con algo también ya señalado por este escriba en Movimiento: la necesidad urgente que tenía el campo opositor –incluso antes de estas exitosas alquimias electorales– de abandonar la cosmovisión del progresismo culposo a la hora de vincularse con valores como el orden, la seguridad, la movilidad social ascendente con dinámica de méritos deseables para la realización de la comunidad –trabajo, esfuerzo, dedicación– y demás cuestiones que hacen a la representación de mayorías sociales. Acertadamente, el candidato optó por tener un discurso propositivo en este sentido: tiene claro que la estrategia de campaña no podría oponer, por ejemplo, “inclusión versus seguridad”, cuando una propuesta política consistente y con vocación de gobernar debe tener en cuenta ambas agendas. El campo opositor fue comprendiendo, aún a los ponchazos, que no debe comprar falsas dicotomías pensadas para encorsetarlo y dividirlo.

En suma, diremos que el mensaje de Alberto vibró en una frecuencia adecuada para captar votos que no se tenían –los esfuerzos por incorporar a Sergio Massa fueron clave en este sentido–, aún en evidente desventaja con el oficialismo en materia de recursos y aparato. Políticamente, podríamos resumir –con mucha arbitrariedad, claro– que el mensaje de Alberto Fernández ha sido el de ofrecer al electorado –el sector que lo pide y también el que “lo acepta”– un estilo de gobierno “no grietológico”, basado en un modelo de Estado que promete procesar esos innegables conflictos para administrarlos, pero también para ocuparse de “lo importante”: ordenar el siempre incipiente estado de anomia que produce el neoliberalismo en el gobierno.

El mensaje fue correcto. Lo suficientemente moderado para intensos, y lo suficientemente intenso para moderados. Por primera vez en años, el relato opositor apostó a salir de la endogamia, después de sacar de la zona de confort a la militancia más intensa para ingresar a las periferias del tercer tercio: el que definió la elección.

 

Evitar la anomia ante el último sacudón: una recomendación política

Vale la pena reconocer que por mucho tiempo la tecnología comunicacional macrista logró que el arco opositor quedara reducido al rol de “mensajero de las malas noticias”. Esto, claro, mientras el oficialismo se reservaba para sí el de construir un relato ilusionante que –aunque completamente ficticio y cínico– ya no moviliza los anhelos de la mayoría. No los moviliza porque el Frente de Todos logró ubicarse en ese lugar y ofrecer un al electorado –frente a la monolítica oferta de Juntos por el Cambio centrada en el no: al macrismo, al pasado, a Venezuela, al “populismo”, etcétera– y fundamentalmente porque, como se dijo, el campo opositor fue comprendiendo que no debía comprar más falsas dicotomías pensadas para dividirlo. Sobre esta última premisa debe volver a pararse para enfrentar los coletazos que generará la vocación de daño cambiemita y de su conductor en retirada, Mauricio Macri.

Se ha dicho en un artículo anterior para esta revista (aquí) que el peronismo, como doctrina cargada de futuro, tiene que brindar un vector que trascienda la lógica divisionista y facciosa de los opuestos, ya que el globalismo liberal amenaza el lazo social de todas las comunidades. También se ha dicho en el citado artículo que, pase lo que pase, tendremos un 2020 extremadamente complicado, donde el movimiento nacional, de ganar las elecciones, deberá construir una agenda de representación política lo suficientemente amplia, coherente y mayoritaria como para consolidar un marco de futura gobernabilidad, pero no sólo basada en lo discursivo, claro está, sino en una práctica política de cara a los intereses del pueblo argentino. Sobre todo porque, además de por razones morales, el peronismo no suele contar con los privilegios del blindaje mediático, blindaje que permitió al macrismo estafar a la sociedad a lo largo de cuatro años.

La crítica del instante, el diagnóstico del minuto alimentado por la sobreinformación mediática y su dictadura de la novedad, no ayudan en coyunturas tan complejas. Pero tampoco ayuda no ver lo que ahora mismo está sucediendo. Lo que se está cocinando. Resulta que hay un nauseabundo olor a 1989, pero resulta también que la oposición está dando un mensaje de fuerte responsabilidad política e institucional con el pasado reciente, pero también con el futuro argentino. De esta manera no caerá en la trampa del caos planificado al que nos quieren llevar, el enfrentamiento entre argentinos que diseñan desesperadamente y para el que están dispuestos a usar todos sus aparatos –financieros, políticos, culturales, mediáticos. Reitero: la anomia social en la que pretenden sumergir al país, con la que quieren licuar la gobernabilidad del próximo mandato, no parece encontrar desprevenida a la oposición. Más bien la encuentra razonablemente organizada para una transición urgente. En este sentido, vale señalar que existe una importante diferencia con 2001, en tanto al caos económico autoinflingido no se le suma la crisis de representación, situación heredada por Néstor Kirchner, quien la definió magistralmente en su llegada a Balcarce 50 en el año 2003: “tengo más desocupados que votos”. La decisión de CFK de ungir a un gran candidato como Alberto Fernández, el apoyo responsable de los gobernadores y la excelente elección de Kicillof en la provincia de mayor caudal electoral, evitan el caos. Claro, son todos méritos de la oposición. El oficialismo ha quedado reducido a un experimento político fracasado, degenerado en patología psiquiátrica que hasta sus propios socios quieren ver fallecer.

Una incertidumbre: no se sabe a ciencia cierta cuándo comenzarán los efectos sociales de una crisis ocultada bajo la alfombra mediática por tanto tiempo. La derrota monumental del oficialismo en las urnas corrió el velo que ocultaba la real gravedad de la situación. En efecto, estamos ante una crisis de magnitudes nunca vistas, que sólo puede ser abordada desde una perspectiva sistémica.

Una certeza: hemos reconstruido un nosotros mayoritario, todavía de carácter electoral. No es un dato menor en tiempos donde reconstruir será la premisa.

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