Reflexiones sobre el devenir histórico del peronismo

Los últimos treinta días han sido muy emotivos para nosotros, los y las peronistas. Tres fechas cargadas de simbolismo, tres hitos históricos en un mes. Desde el día de la lealtad, hasta el día de la militancia, pasando por el décimo aniversario de la partida de quien, a nuestro juicio y el de muchos, fue el iniciador de la mejor etapa histórica después de Perón. Desde entonces hemos leído varios y merecidos artículos en homenaje a Néstor Kirchner. En muchos de ellos obviamente se le dedicaron importantes espacios a enumerar y reivindicar los logros de su gobierno, como así también a elogiar su personalidad y liderazgo. Está muy bien que así sea, nosotros por nuestra parte queremos abordar el tema haciendo hincapié en otro aspecto de su obra: la de haber devuelto a su cauce natural al Movimiento Nacional Justicialista.

Antes de abordar el tema haremos un par de consideraciones que introducen nuestro punto de vista. En primer lugar, mencionamos principalmente a Néstor por haber sido el iniciador de este período histórico. Pero no por eso caemos en lo que consideramos un error teórico, en el mejor de los casos, o simplemente una trampa malintencionada, que consiste en crear una falsa disyuntiva entre Néstor y Cristina. Desde luego que hay diferencias entre ambos, es imposible que no las haya, sin embargo, sostenemos que el período del 2003 al 2015, con sus altibajos y distintos momentos de avances y retrocesos, fue una única etapa histórica.

En segundo lugar, nos parece muy importante evitar el culto al personalismo. Sabemos que esto puede ser polémico o malinterpretado, por eso queremos aclarar que no nos impide reivindicar a quien se lo merece, o elogiar lo que es digno de elogio. Nos referimos a ver a nuestros y nuestras líderes, no como seres providenciales –la historia está llena de ejemplos de cómo terminan estas experiencias–, sino como personas que en condiciones excepcionales hacen cosas excepcionales. Los y las líderes son seres humanos que surgen en un determinado momento y lugar, en un contexto histórico, político y social, con una determinada correlación de fuerzas entre diversos actores.

Ahora bien, ¿cuál es la relación entre el o la líder y el acontecimiento histórico? ¿Quién determina a quién? Muchos creen que es el individuo quien, con sus atributos o condiciones de personalidad y liderazgo, da a los hechos una impronta que sería irrepetible si aquél no hubiera actuado. Otros, por el contrario, consideran que las personalidades históricas sólo son el emergente de ciertas condiciones políticas, económicas, sociales y culturales, preexistentes a los individuos y determinantes de su accionar. Karl Marx, en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, sostenía que “los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”.

Por último, estamos quienes tenemos una postura ecléctica entre estas dos perspectivas. Desde luego que las condiciones estructurales son preexistentes a los y las líderes, pero entre ellos se produce una retroalimentación en la cual se moldean el uno al otro simultáneamente. En esta visión, las condiciones de las que hablamos preparan el terreno para el surgimiento de las personalidades históricas, pero esas mismas condiciones estructurales jamás serán las mismas luego de que los o las líderes las moldeen y dejen su impronta personal en ellas.

Hace poco escuchamos en un programa de televisión al escritor y periodista Jorge Asís decir que el peronismo históricamente sólo ha tenido tres líderes: obviamente Juan Perón, y luego de éste, Carlos Menem y Néstor Kirchner. Esta afirmación nos parece válida si nos enfocamos en un único aspecto del poder: su naturaleza fáctica. Sin dudas, todos ellos ejercieron su liderazgo de forma indiscutida. Pero consideramos que ser líder es mucho más que gobernar y ser obedecido.

Líder es alguien que debe trascender a su gobierno, perdurar en el tiempo y, lo más importante, dejar un legado. Parafraseando a Evita, es tomar su nombre para convertirlo en bandera y llevarlo a la victoria. Esta es la abismal diferencia entre Menem y Néstor. Para nada planteamos esto desde una presunta superioridad moral, ni desde un purismo ideológico o doctrinario. No pretendemos juzgar ni criticar a nadie, sobre todo teniendo en cuenta que muchísimos compañeros y compañeras fueron parte de ambos gobiernos. Admitir y aprender de los errores, evolucionar y mejorar es esencial en la política. Solo los fanáticos no cambian jamás.

Por eso discrepamos con lo planteado por Jorge Asís. Para nosotros, los únicos líderes que tuvo el peronismo después de Perón fueron Néstor y Cristina Kirchner. Ellos, y en especial Néstor, fueron los únicos que construyeron un proyecto político que trascendió a sus mandatos presidenciales. Que empoderó y enamoró a una nueva generación con la militancia política. Y lo más importante a nuestro juicio, que retomó el proyecto original de Perón para devolverle a nuestro movimiento su carácter nacional, popular y democrático. Mucho se habla del pragmatismo de Néstor, y seguramente lo era, pero no era un pragmático desinformado, ni sin una direccionalidad, porque no existe la acción sin intención. No se trata solamente de un sujeto, ni de un aire de época, es la resultante de la fragua del movimiento nacional, del 17 de octubre, de la resistencia, del “luche y vuelve”. Así es como se explica el surgimiento del devenir político a partir del año 2003.

Desde luego, somos conscientes de que no todos los compañeros de nuestro amplio movimiento piensan como nosotros. Por eso fue tan importante la construcción de una nueva fuerza electoral que nos incluyera a todos y todas, logrando así la anhelada unidad del peronismo y permitiéndonos volver a la victoria. Un logro más que notable, teniendo en cuenta que se consiguió en un contexto histórico y regional sumamente adverso, con un marcado predominio de gobiernos neoliberales.

Perdurar luego de la muerte o la caída del líder fundador es algo que pocas fuerzas políticas pueden lograr. Con mucho orgullo podemos decir que el peronismo ha pasado la prueba del tiempo. Sobrevivimos al derrocamiento de Perón, a los 18 años de exilio, a su muerte y la de Evita. Sobrevivimos a la más brutal dictadura que diezmó a una generación completa. Sobrevivimos a la muerte de Néstor, y a pesar de la dura derrota del 2015, resistimos la larga noche macrista y volvimos una vez más.

¿Pero qué tiene de especial el peronismo? Pregunta más que ambiciosa, que excede ampliamente el tema de este artículo y obviamente no vamos a responder. Pero nos gustaría esbozar algunas ideas iniciales. En primer lugar, como dijimos, el peronismo trasciende a Perón. Es un fenómeno multidimensional, político, económico, social y cultural que cambió para siempre a nuestro país. En palabras de John William Cooke: “Es un movimiento de conciencia elevada de las masas negras, sucias y feas del país colonial, que ahora consideraban ser merecedores de descanso, respeto, salud y educación en un país de patrones rígidos y de ricos con herencias abultadas. El peronismo es un hecho maldecido por las clases dominantes de nuestro país y por la política burguesa que nos gobierna”.

El peronismo no es simplemente un programa de gobierno de mejor distribución de la riqueza, es la construcción de una ideología donde lo plebeyo colectivo se transforma en discurso –significante– de impugnación del mensaje neoliberal de la realización individual. Y no sólo eso, “lo plebeyo” deja de ser despectivo para convertirse en identitario del origen del peronismo. Lamentablemente, esta reivindicación de lo plebeyo genera una contracara en su desprecio visceral, que constituye la esencia del antiperonismo. Nadie expresa esto mejor que el político conservador Robustiano Patrón Costas, cuando decía: “Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno, y luego también, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía, discutía!”. En efecto, los derechos no se piden, se conquistan. Gracias al peronismo, la clase trabajadora los conquistó de forma irreversible.

Otra faceta del peronismo es que completó el proceso de democratización de la Argentina, entendiendo a este como la incorporación a la vida política nacional de amplios sectores sociales marginados de ella hasta entonces. Fue un largo proceso en el cual los movimientos nacionales y populares fueron ganando terreno. Primero con el surgimiento de la UCR, que incorporó a sectores medios y erosionó el orden conservador. Luego el peronismo organiza e incorpora a la clase trabajadora y al 50% de la población que carecía de derechos políticos: “la mujer”. Este es el ADN peronista, la ampliación de derechos, la inclusión social, la construcción colectiva. Dicho en otras palabras, es el empoderamiento de los sectores más humildes de nuestra patria y la construcción de un nuevo modelo económico, político y social.

Este último punto es de central relevancia para nuestro análisis. Para abordarlo vamos a recurrir a la obra del sociólogo Juan Carlos Portantiero, y en especial a su concepto analítico de “empate hegemónico” (Economía y política en la crisis argentina: 1958-1973). Según este autor, las disputas políticas que se darían a partir del surgimiento del peronismo contienen otra mucho más amplia que es la de modelo de país. En esencia, hay dos modelos en pugna que obviamente representan a dos sectores claramente diferenciados: el tradicional agroganadero exportador, y contrapuesto a este, el modelo creado por Perón, el cual pretendió establecer una alianza estratégica entre Fuerzas Armadas, sindicatos y burguesía urbana industrial. La alianza de estos sectores debía diversificar la matriz productiva del país a través de un proceso de industrialización. Fue “una situación de poder económico compartido que alternativamente se desplaza de la burguesía agraria pampeana (proveedora de divisas y por lo tanto dueña de la situación en los momentos de crisis externa) a la burguesía industrial, volcada totalmente hacia el mercado interno”. Este péndulo de poder tiene una particularidad que la hace única, y es que ninguno de los dos sectores tiene poder suficiente para imponer de forma definitiva su modelo y convertirse en hegemónico. Pero lo que sí tienen es suficiente poder para sabotearse mutuamente.

Luego de la caída de Perón en el 55, la alianza estratégica que intentó establecer se deshace. Las fuerzas armadas son purgadas de todo elemento filoperonista y se pasan definitivamente al bando de la burguesía agraria. Los sindicatos son intervenidos y la incipiente burguesía industrial se queda sin aliados de peso y sin proyecto propio, fluctuando con mayor o menor protagonismo en los gobiernos posteriores. En este escenario, el empate hegemónico logrado por Perón parecía que lenta e inexorablemente se inclinaba a favor de la burguesía agraria y el capital financiero. Además, el golpe del 76 fue cualitativamente diferente a todos los anteriores, ya que pretendió a sangre y fuego definir de una vez y para siempre este conflicto. Para eso, y a diferencia de la Revolución Libertadora, el Proceso no se contentó solamente con el golpe superestructural. Por el contrario, pretendió llevar la destrucción del peronismo hasta sus últimas consecuencias, desmantelando la infraestructura industrial y desatando la represión más sangrienta de nuestra historia. Esta recayó principalmente sobre el movimiento obrero organizado, que siempre fue, es y será el mayor obstáculo para la realización de sus planes.

Además, y ya saliendo del enfoque de Portantiero, el giro que dio nuestro movimiento en los años 90, sumado a un contexto internacional de colapso del bloque socialista, mundo unipolar y un supuesto fin de la historia, parecía sellar de manera definitiva el resultado de esta lucha. Pero sabemos perfectamente que la historia no tiene fin. Y lo que parecía una singularidad política irrepetible, como fue el período del 46 al 55, volvió a ocurrir. Allí radica la grandeza de Néstor y la etapa iniciada en el 2003 y continuada por Cristina. Construir poder siempre es difícil, pero hacerlo en un escenario adverso es más que loable. Esta segunda singularidad histórica restableció el empate hegemónico –que esperamos definir algún día a favor de los sectores populares– y reencauzó a nuestro movimiento nacional y popular en la senda que nunca debió abandonar.

En esta etapa recuperamos la mística y el orgullo militante. Una mística que, lejos de todo sesgo esotérico, es algo completamente real y tangible. Es el combustible de nos moviliza, la fuerza vital que nos hace militar día a día por el bienestar de nuestro pueblo y por un país mejor. Es lo que nos permitió resistir 18 años de exilio y proscripción, y la persecución genocida, manteniendo vivo a nuestro movimiento. Es algo que trasciende a la dirigencia, y en ocasiones la desborda. Esto es algo que pudimos ver el pasado 17 de octubre, cuando a pesar de no haberse convocado a ninguna movilización a excepción de algunos gremios, los compañeros y las compañeras se volcaron masivamente a las calles en apoyo del gobierno de Alberto y Cristina.

Por último, no podemos finalizar este artículo sin referirnos al gobierno de Alberto Fernández y del Frente de Todos. Es sumamente difícil emitir juicio de valor de un gobierno tan reciente, y que ha debido soportar la sumatoria y combinación de dos terribles calamidades; cuatro años de macrismo y la peor epidemia que el mundo ha visto en casi un siglo. Pero lo que nos interesa y nos provoca entusiasmo y preocupación al mismo tiempo es la construcción de nuestra nueva fuerza política, el Frente de Todos. Nos entusiasma, porque ha logrado lo que parecía casi imposible hace poco más de un año: unificar a todo el peronismo. Y lo más importante, nos permitió una vez más volver a la victoria.

Sobre la creación de la fuerza en sí, no hay nada nuevo que decir. Su génesis fue una jugada maestra de Cristina Kirchner que, al dar un paso al costado y elegir a Alberto Fernández como candidato a la presidencia, despejó el camino para la tan anhelada unidad. En efecto, todo el kirchnerismo, el peronismo no kirchnerista, hasta el Frente Renovador y diversas fuerzas menores confluyeron en esta coalición que nos llevó nuevamente a la victoria. Nunca alguien sintetizó tan bien la estrategia que había que desarrollar como el propio Alberto, cuando dijo “con Cristina sola no alcanza, sin Cristina no se puede”. Así que, entre la grandeza de Cristina y la lucidez de Alberto, se gestó el Frente de Todos. Pero la pregunta que muchos nos hacemos es si una herramienta electoral tan buena puede convertirse en un instrumento de gobierno. Antes de esbozar una respuesta hay que destacar que, sin lugar a duda, la heterogeneidad del Frente de Todos ha demostrado ser su mayor fortaleza. También fue el sello identitario que aglutinó a todos los sectores de nuestro espacio en una sola fuerza. Esta diversidad es un gran capital político que debe ser valorado y preservado.

Dicho esto, hay que reconocer que conformar y contener a todos es una tarea titánica. Desde luego que hay debates internos, como también hay y habrá diferentes posturas sobre diversos temas. Perdamos de una vez el miedo a debatir. El debate político no es debilidad, es fortaleza. Y aunque sea una frase trillada, estamos convencidos de que la peor opinión es el silencio. En palabras del propio presidente: “Yo trabajo muy bien con todos y estoy muy contento de estar en el Frente de Todos. Y me encanta que el Frente de Todos no tenga un discurso único y que tenga opiniones distintas, porque en la diversidad somos mucho más fuertes”.

Conclusión: hay que preservar el Frente de Todos. Costó muchísimo conseguir la unidad de todo el pan-peronismo y es imperioso mantenerla. Para eso hay que encauzar las diferencias internas, debatiendo, buscando consenso y, en última instancia, por qué no, dirimiendo en las PASO las diferentes posturas. Hay que entender que no hay plan B. Si el gobierno de Alberto fracasa, las consecuencias serían catastróficas. La campaña electoral para las elecciones de medio término ya comenzó. El año próximo es clave para revalidar nuestro proyecto político. Para eso tenemos que redoblar esfuerzos y seguir militando, apoyando a nuestro gobierno y a nuestros candidatos. Somos conscientes de la gravedad de la situación que dejará la pandemia y lo difícil que será reconstruir la economía. Pero con una fuerza unida y determinada vamos a lograrlo una vez más.

Para finalizar: más allá de las tácticas y estrategias, de la construcción de diferentes fuerzas electorales o candidaturas, el peronismo vive porque está grabado a fuego en la memoria de nuestro pueblo. Por eso no pudieron y jamás podrán destruirnos. Al fin y al cabo, quien conoció y ejerció los derechos no lo olvida. Esta construcción coral del pueblo, la búsqueda de la felicidad, seguirá siendo la aspiración que debemos seguir como a la estrella que guía nuestro camino.

La revista Movimiento se edita en números sucesivos en pdf que se envían gratis por email una vez por mes. Si querés que te agreguemos a la lista de distribución, por favor escribinos por email a marianofontela@revistamovimiento.com y en asunto solamente poné “agregar”.

Share this content:

Deja una respuesta