Reflexiones en caliente en torno a las PASO

Lo primero en aclarar es lo de “en caliente”, porque aún están a la vuelta de la esquina los resultados de este domingo, con insuficiente tiempo para terminar de sacar conclusiones, tanto del resultado electoral como de las consecuencias posteriores en materia de gobernabilidad política y económica, particularmente tras la reacción del presidente Mauricio Macri.

Buscando respuestas para entender el imponente triunfo de Alberto Fernández y el Frente Tod@s, considero que hay dos fundamentales que corren en paralelo. La primera se vincula a la precaria situación económica del país. Pobreza, inflación y endeudamiento, todo en aumento y exceso, dinamitaron a lo largo de tres años y medio de gestión macrista muchas de las expectativas ciudadanas que habían convencido a varios argentinos durante la campaña de 2015. Esto ha llevado a que en las razones del voto a la fórmula Fernández-Fernández haya pesado un factor económico, tanto restrospectivo –sancionando a la gestión gubernamental– como prospectivo –la posibilidad de un mejor pasar para millones de familias argentinas.

El segundo elemento –que no se había dado desde la reelección de Cristina Fernández en 2011– es político: la unidad de la gran familia peronista, si bien se venía notando en el armado político que construía Alberto Fernández desde su designación como candidato, y se veía visibilizando con éxito en algunas de las elecciones provinciales previas, tal el caso de Santa Fe.

Ahora bien, esto no quita que la campaña electoral, por sí misma, no haya contribuido al resultado del domingo. Si tomamos en cuenta las tendencias electorales del último año, o por lo menos las del último semestre, todas indicaban escenarios similares: tanto Mauricio Macri como Cristina Fernández de Kirchner tenían un techo electoral, que favorecería al primero en una hipotética segunda vuelta. En el paso al costado de Cristina, demostrando una enorme capacidad estratégica para leer el escenario, y la entronización de Alberto Fernández como candidato presidencial, está el primer movimiento para abrir las puertas hacia la unidad del peronismo. Como contracara de eso estuvo el desatino del gobierno –confirmado tal vez con el diario del lunes– de haber descartado el Plan V.

Igualmente, más allá, de las decisiones estratégicas en cuanto a la elección de quienes serían protagonistas de esta carrera presidencial, una vez tomadas, la campaña en sí misma resultaba importante para saber hasta qué punto Alberto Fernández, su equipo y el peronismo estaban en condiciones de redefinir los términos del debate de la contienda electoral. Finalmente, con el resultado puesto, se puede asumir que los cambios en esos términos –superadores de las dicotomías futuro-pasado, democracia-autoritarismo o inserción-aislamiento planteados por el macrismo– se llevaron a la práctica con éxito. La centralidad de Alberto en la campaña, y la campaña en su conjunto, lograron construir una nueva situación que permitió hasta ahora cumplir con solvencia con tres elementos fundamentales para el desarrollo de una narrativa, a saber: a) una ética anclada en el “tod@s” que permitió incluir en un mismo espacio simbólico a todos los kirchneristas –en todas sus versiones, tanto nestoristas como cristinistas–, a todos los peronistas –incluso a algunos que siempre miraron la etapa K medio de reojo–, pero por sobre todo –y lo más importante– a todos los argentinos; b) una estética renovada en comparación a la liturgia tradicional del peronismo, que permitió dar una sensación de nuevo a todo; c) una épica abierta y convocante, no basada en solucionar los problemas de la relación de Argentina con el mundo, sino en recuperar la patria recuperando primero a su gente y sus oportunidades, y la tranquilidad que anhelan y sienten que han perdido en los últimos años.

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