¿Qué PASÓ?

18 de mayo de 2019. Cristina Fernández de Kirchner anuncia a través de sus redes sociales su pedido a Alberto Fernández (AF) para que encabece la fórmula presidencial que la tendría a ella como precandidata a vice. La noticia tomó a todos y todas por sorpresa. Fue TT en todas las redes sociales. Garry Kaspárov, desde la otra parte del mundo, se sintió desdibujado.

Como respuesta, el 11 de junio Mauricio Macri (MM) anunció vía Twitter que Miguel Ángel Pichetto sería su precandidato a vicepresidente de la Nación. Tanto Cristina como Mauricio optaron por candidatos con más peso en términos de gestión que electoral. ¿El significado? Que lo que suceda a partir del 10 de diciembre requiere de mayores consensos para poder gobernar.

A partir de ahí la política se convirtió en realismo mágico. La ancha avenida del medio se convirtió en apenas un pasadizo escueto y Alternativa Federal se desintegró estrepitosamente. El Frente de Todos fue a buscar a Sergio Massa para que se integre al espacio, teniendo su punto cúlmine en el momento en que Alberto Fernández lo invitó a “tomarse un café” en vivo desde América TV. Las tratativas incluían las posibilidades de realizar una interna presidencial, que Sergio Tomás fuera el precandidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires o que encabezara la lista de diputados nacionales. Finalmente, ésta última opción fue la que prosperó. El “no pasa nada si todos los traidores se van con Massa” se convirtió en el leitmotiv de una etapa adolescente concluida. Esta vez fue la política –principalmente, Cristina Fernández de Kirchner– quien le pidió madurez a la militancia para entender que la situación requería del pragmatismo –y de todos y todas– para superar al oficialismo.

Roberto Lavagna miró hacia ambos lados y se animó a cruzar la calle, imaginándose que la grieta se lo permitía, sin percibir que la división ya no es lineal, sino que ahora centrifuga. Su precandidato a vicepresidente fue Juan Manuel Urtubey, conocido por su planteo del agotamiento de los antagonismos. Un poco más relegados aparecieron Nicolás del Caño, cuyo gran logro en campaña se limitó a la viralización de un tema de trap donde se hacían juegos de palabra con su nombre; Juan José Gómez Centurión, quien vino a demostrarnos que existen personas posicionadas políticamente a la derecha de Macri; José Luis Espert, referente del liberalismo que creció a pasos agigantados a la luz de youtubers y jóvenes que votan por primera vez; Manuela Castañeira, del Nuevo Movimiento al Socialismo; Alejandro Biondini, vinculado a organizaciones neonazis, según reza Wikipedia; Raúl Albarracín (?) y José Antonio Romero Feris, ex gobernador de Corrientes.

Todas las predicciones aseguraban un triunfo de AF sobre MM. La mayoría de las encuestas daban una diferencia de entre 4 y 6 puntos de diferencia a favor del candidato peronista, esperándose un rendimiento de éste próximo al 39% de los votos. Respecto a Lavagna, se preveía que alcanzaría entre 7 y 9 puntos. El resto de las fórmulas, según las encuestas, no superarían los 5 puntos.

Llegamos al 11 de agosto. La gente empezó a votar, comenzaron a darse a conocer los sondeos a boca de urna y el gobierno se mostró preocupado. Cerraron los comicios y Smartmatic –la empresa a cargo del software de cómputo de votos– se demoró en el recuento, aumentando la expectativa con creces. A las 22:10 Macri reconoció la derrota. Después de las 23:00 se dieron a conocer los resultados: Alberto Fernández 48%; Mauricio Macri 32%; Roberto Lavagna 8%; votos en blanco 3%; Nicolás del Caño 2,9%; Juan José Gómez Centurión 2,6%; José Luis Espert 2,2%; votos anulados 1,2%; Manuela Castañeira 0,7%; Alejandro Biondini 0,2%; Raúl Albarracín 0,1% y José Antonio Romero Feris 0,1%. Los resultados sorprendieron hasta a los peronistas más optimistas, quizás producto de las fatídicas frustraciones generadas por las elecciones de 2013, 2015 y 2017.

Rememorando la amplitud de la coalición de gobierno de Néstor Kirchner, resultó una gran síntesis la foto del festejo del Frente de Todos, donde Alberto Fernández cantaba “vamos a volver” junto a Axel Kicillof, Sergio Massa, Verónica Magario, Juan Manzur, Máximo Kirchner y demás dirigentes del espacio, antes de anunciar la victoria en los comicios.

Los resultados también arrastraron a los candidatos macristas en la provincia de Buenos Aires, especialmente a la gran perla cambiemita bonaerense María Eugenia Vidal, quien obtuvo el 33% y perdió contra el implacable Axel Kicillof y su 49%. El impulso del peronismo fue tal que Cambiemos perdió en cinco de los ocho distritos del Gran Buenos Aires en los cuales gobierna (Quilmes, Lanús, Morón, Tres de Febrero y Pilar). En los tres que retuvo (Vicente López, San Isidro y San Miguel), dos son intendentes aliados y sólo Jorge Macri pertenece al Pro.

En la Ciudad de Buenos Aires, cuna del macrismo, también hubo sorpresa: si bien Horacio Rodríguez Larreta se impuso con el 46%, el rendimiento del candidato Matías Lammens fue histórico para el peronismo: alcanzó un 32% de los votos. Tercero y bastante más lejos, el candidato de Lavagna, Matías Tombolini, obtuvo el 7%. A pesar de las transferencias de recursos que la Nación le otorgó al Gobierno de la Ciudad y de la impronta que Larreta le otorgó a su gestión, éste no logró obtener una diferencia que le permita tranquilizarse, ya que el fantasma de la imagen negativa de Macri lo acecha y puede actuar como un Zeppelin de plomo para sus ambiciones. Ante estos rendimientos, el ballotage aparece como una posibilidad que va ganando fuerza y convertiría la disputa porteña en una tómbola.

Ahora bien, ya pasó el día D. ¿Después qué sucedió? La situación se tornó caótica. Elisa Carrió echó del búnker a Jaime Durán Barba, gurú espiritual y jefe de campaña histórico de Mauricio Macri, provocando que éste se vaya del país días después. El presidente nos recordó cuales son las cinco etapas del duelo, empezando el mismo domingo con la negación. Explicó el resultado a partir de la supuesta baja participación –participó del acto electoral el 79% de la población–, advirtiendo: “Fue una elección primaria, media inexplicable para muchos de los votantes, por eso muchos no fueron a votar”. Y se mostró esperanzando de poder revertirlo: “Duele que hoy no hayamos tenido todo el apoyo que esperábamos, pero a partir de mañana seguiremos trabajando, haciéndonos responsables. Todos somos ahora más responsables de que este país salga adelante, así que a dormir y a empezar a trabajar desde mañana a la mañana”.

Luego, el mismo lunes continuó con la ira. Ante las fuertes versiones que afirmaban que el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, había presentado su renuncia y aconsejado el adelanto de las elecciones, se llevó a cabo una extensa reunión de emergencia en el gabinete a las 11 AM. Luego de ello, Mauricio Macri se presentó junto a Pichetto para hacer un análisis sobre las elecciones, en medio de una corrida cambiaria que devaluó la moneda en aproximadamente un 33% –llevando al dólar a más de $60–, la caída de las acciones argentinas y el disparo del riesgo país. Con fastidio, MM advirtió: “Si el kirchnerismo gana, esto es solo una muestra de lo que puede pasar. Es tremendo lo que puede pasar”. Responsabilizando a sus contrincantes, siguió afirmando: “Hoy ante el resultado favorable para el kirchnerismo, el dólar volvió a subir. El problema que tenemos es que la alternativa no tiene credibilidad. El kirchnerismo debería hacer autocrítica”, y sentenciando: “El mundo ve eso como el fin de la Argentina. Los argentinos debemos decidir si vamos al pasado, que nos lleva a lo que pasó hoy”. El candidato derrotado no sólo no hizo autocrítica, sino que se la pidió a la fórmula vencedora, responsabilizándola por las deficiencias de su gestión y la frenética crisis económica. Más tarde se haría pública la inacción del Banco Central respecto al control del tipo de cambio, rompiendo las bandas de flotación y permitiéndole disparar.

El miércoles vino la etapa de la negociación: “Quiero pedirles disculpas por lo que dije en la conferencia de prensa, dudé de hacerla porque todavía estaba muy afectado por el resultado del domingo, además estaba sin dormir y triste por las consecuencias que tuvo en la economía. (…) Sobre el resultado de la elección, quiero que sepan que los entendí, que respeto profundamente a los argentinos que votaron otras alternativas”. El amante de las analogías continuó: “Sintieron que durante este tiempo les exigí mucho y que lo que les pedí fue muy difícil, fue como trepar el Aconcagua y hoy están agotados, cansados, enojados”. Y con el fantaseo de la reversión, anunció medidas económicas de alto impacto: los trabajadores en relación de dependencia –públicos y privados– que ganen menos de 60 mil pesos mensuales, recibirán dos mil pesos por mes en septiembre y en octubre; aumento del piso de ganancias en un 20% y devoluciones; exención del pago de monotributo el mes venidero, pago extra de dos cuotas de $1.000 por hijo a trabajadores informales y beneficiarios de planes sociales, bono de $5.000 para fuerzas armadas y de seguridad, subida del salario mínimo, aumento del 40% de los montos del plan Progresar, moratorias de AFIP y congelamiento del precio de la nafta por 90 días. Más allá de las dudas respecto de la puesta en práctica de dichos anuncios –plazo temporal, viabilidad fiscal, límites legales, etcétera–, desde lo político queda una única certeza: Macri va por todo. Emulando a Vercingétorix, aplica la táctica de tierra quemada, destrozando todos los recursos estatales que encuentra a su paso y poniendo en jaque la gobernabilidad del próximo gobierno. Ahora bien, habrá que esperar para descubrir si Alberto Fernández es Julio César y logra sitiar Alesia. Con 15 puntos de diferencia parece imposible que MM revierta el resultado, lo que genera una grave crisis institucional que lo deja como un presidente virtual aun sin realizarse las elecciones generales y faltando aproximadamente 4 meses hasta terminar su mandato.

De tener razón la psicología, en los tiempos venideros deberíamos ver las dos últimas etapas del duelo del presidente: la depresión –la falta de incentivos para seguir peleando– y la aceptación –aprender a convivir con el dolor emocional en un mundo donde lo querido ya no está. De su (in)estabilidad emocional dependemos actualmente más de 40 millones de argentinos y argentinas.

Por último, pero no menos importante, tenemos que poner en evidencia el rol de los medios y el de los grandes grupos económicos, quienes claramente mezclaron las barajas y dejaron de apoyar al actual gobierno, elogiando –y exigiendo– las habilidades de Alberto Fernández como piloto de tormentas. Extrañamente, parece que muchos sectores de la sociedad descubrieron que la crisis socioeconómica afecta a la sociedad en su conjunto y tiene una gran incidencia al momento de emitir el voto. En los términos de Hans Christian Andersen, parece que el pueblo y el poder fáctico se dieron cuenta de que el rey está desnudo.

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