MAURICIO MACRI, ¿EL BOLSONARO ARGENTINO?

Por más que el oficialismo y la oposición se empeñen en contratar encuestas para tratar de posicionar a diversos candidatos de caras a las Elecciones 2019, los resultados obtenidos hasta aquí son estremecedores. Salvo un puñado de figuras un poco más descollantes, como Roberto Lavagna, Cristina Fernández de Kirchner, Mauricio Macri o María Eugenia Vidal, ninguno consigue superar los dos dígitos aun en los escenarios más favorables. Para peor, incluso entre los más favorecidos en las mediciones, la opinión negativa supera generalmente los apoyos recibidos.

El fenómeno no es exclusivo de nuestro país, ya que no son buenos los tiempos para los políticos de las democracias en la consideración pública. De allí las victorias de dos destacados anti-sistema, como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Pero, ensayando una mirada más allá de lo superficial, ¿son realmente políticos anti-sistema o, como decía un antiguo líder de izquierdas, el capitalismo nunca se identificó con una forma política determinada, sino que utilizó aquella que le resultara instrumental según las circunstancias? Así, desfilaron a lo largo de la historia monarquías, repúblicas más o menos democráticas y autoritarismos de todo tipo, en la medida en que se mostraron capaces de garantizar la reproducción ampliada del capital y la propiedad privada. Por más que los medios alimenten la ficción del supuesto fascismo de Bolsonaro, queda muy en claro que el flamante presidente de Brasil tiene muy poco que ver con esa clase de régimen. Tal vez, a lo sumo, resulte posible caracterizarlo como un oportunista autoritario, que consiguió seducir al mercado con un discurso antidemocrático en una sociedad en la cual la democracia no tiene demasiado arraigo, y los desaciertos de Dilma Rousseff socavaron las bases del gobierno popular. ¿Podrá Bolsonaro implementar su discurso anti-republicano, racista y discriminatorio de las minorías durante su gestión? En una sociedad como la brasileña, donde –reitero– la idea democrática está poco afianzada, la institucionalidad oligárquica tiene en cambio un arraigo muy sólido. Las clases propietarias del país hermano se encontraban necesitadas de contar con un gobierno sostenido sobre una mayoría electoral, para reemplazar la decrépita legitimidad de Michel Temer, para así salir del Mercosur, sumarse al Alca y recuperar el rol de aliadas privilegiadas en América del Sur de Estados Unidos, tras los años de gobierno del Partido de los Trabajadores.

Sin embargo, nuestros políticos y comunicadores parecen haber leído muy mal la realidad internacional y compraron los experimentos de Bolsonaro o de Trump más por sus formas que por su fondo. Se dejaron seducir por la puesta en escena. Muchos se anotaron en la carrera, dispuestos a convertirse en “el Bolsonaro argentino”, en lugar de proponer, por ejemplo, una reactivación económica y productiva como la que impulsó el oxigenado presidente norteamericano. La lista de los candidatos a Bolsonaro argentino incluye desde el payasesco salteño Alfredo Olmedo hasta al ex carapintada Santiago Cúneo o la propia Lilita Carrió, en caso de que termine de despegarse de Mauricio Macri. Sin embargo, los más exitosos en su intento de emular al nuevo presidente brasileño, hasta ahora, han sido los dos invitados elegidos –para nada casualmente– por la ultraliberal Fundación Friederich Neumann para cerrar las Jornadas celebratorias del 60 aniversario de la entidad y los 35 de su establecimiento en la Argentina, el 30 de octubre pasado. Uno de ellos, el senador Miguel Pichetto, ya había anticipado esta pretensión al descargar un vibrante discurso anti-inmigratorio en el marco de los incidentes registrados durante el debate del Presupuesto Nacional en la Cámara de Diputados de la Nación, que fue profundizándose con el paso de los días. No es que el tema de la inmigración no deba ser tratado con el debido cuidado, pero el énfasis puesto por el jefe de la bancada justicialista en el Senado sorprendió a propios y a extraños. La otra invitada de la Fundación, la ministra Patricia Bullrich, eligió la ocasión para coincidir al respecto con Pichetto, duplicando su apuesta un par de días después: “El que quiera estar armado que ande armado, el que no quiere que no ande armado, la Argentina es un país libre”. Por si quedaba alguna duda, la ex “piba” montonera reiteró sus conceptos varias veces ante quien quisiera oírlos, sin importar estado ni lugar.

Sin embargo, en vistas de los pobrísimos resultados económicos de la gestión de Cambiemos, el retroceso sin freno en la imagen de sus principales referentes y el intenso clima de malhumor social imperante, la alternativa de que el presidente Macri sea acompañado en la fórmula electoral del año próximo por la ministra de la mano dura comenzó a instalarse como un canto de cisne. Al día de la fecha, sería temerario descartar esa fórmula.

Como sucede a menudo, el árbol parece haber impedido ver el bosque a buena parte de la intelectualidad y de la dirigencia nativa. En realidad, no es necesario inventar a ningún nuevo “Bolsonaro” argentino, puesto que aquí ya contamos con un antecedente caracterizado que gobierna nuestro país desde diciembre de 2015. Absolutamente despreciativo de las formas republicanas, dispuesto a cualquier desatino con tal de satisfacer los intereses de los mercados que lo llevaron a la primera magistratura, Mauricio Macri parece haberse ganado con holgura la distinción de líder anti-democrático y anti-popular. Gracias a la presión, los carpetazos o la amenaza escasamente sutil, ha sabido convertir su debilidad en fortaleza, a punto tal de continuar imaginando su reelección en condiciones de deterioro social y económico absolutamente inéditas. Bajo su égida, los mercados pudieron llegar a concretar aspiraciones siempre postergadas, aun en tiempos de las dictaduras más formidables. Colocó las áreas productivas y financieras en manos de los CEOS de las principales corporaciones de cada sector y, cuando el barco comenzó a hacer agua, movió algunas fichas del tablero y entregó las llaves de Banco Central y del Tesoro Nacional al FMI. A partir de enero próximo, con la asunción de Bolsonaro al Gobierno de Brasil, Macri podrá concretar, seguramente, el último objetivo pendiente para el mundillo corporativo que controla la economía argentina: la reducción a escombros del Mercosur, y una inclusión más completa en el Nafta y la órbita de negocios de Estados Unidos.

Mirando las cosas desde esta perspectiva, Macri no sería en realidad el “Bolsonaro argentino”, sino que Bolsonaro pasaría a ser una especie de “Macri brasileño”. La historia es sabia y nos provee de valiosas enseñanzas. Depende de nosotros decidir si queremos aprovecharlas. Es el fondo, y no las formas, lo que permite definir a los procesos y formular caracterizaciones. En síntesis, más árboles y menos bosques.

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