Los desafíos del peronismo para las próximas elecciones

Lo obvio, aunque haya que reiterarlo hasta el cansancio: ¡unidad, unidad, unidad!

Si todos acordamos que nuestros verdaderos adversarios no son el PRO, la UCR, o como se llame la fuerza política dispuesta a encarnar los intereses del poder fáctico, concentrado y aliado de la élite económico-financiera internacional, sino ésta, sabemos que es enorme el nivel de recursos de toda naturaleza que enfrentamos. Sabemos además que, ante la imposibilidad de apelar a la razón, su principal arma es sembrar odio y división entre sus adversarios. Responder con unidad es condición indispensable –aunque no suficiente– para ganar cada batalla política y, en particular, cada batalla electoral.

Cada vez que enfrentamos los límites que nos imponen en el Congreso y en Tribunales al tratamiento de temas estratégicos para el bienestar de nuestro pueblo y de las instituciones, las derrotas de 2009, 2013, 2015 y 2017 se nos presentan como demandas.

Esta etapa institucional, de conducción colegiada, requiere construir y fortalecer ámbitos donde las contradicciones se resuelvan con debate interno, y no sumando confusión y desaliento en el espacio público.

Perón reiteraba hasta el cansancio la necesidad de esa unidad, amalgamada de solidaridad. No podemos ver al aliado con el mismo sentimiento feroz con que vemos al adversario. Es una verdadera locura. Emprendemos debates cada vez más fuertes, dilapidando esfuerzos, en vez de obligar al adversario a debatir sobre los verdaderos problemas de nuestro país: problemas que fueron profundizados en su última gestión hasta límites increíbles. Heredamos en nuestro actual gobierno nacional restricciones increíblemente fuertes, que se potencian con la incertidumbre de una pandemia inédita.

Objetivamente, nuestras diferencias son menores, comparadas con la codicia y las pretensiones de nuestros verdaderos adversarios. No pretendo una posición pueril de no tener diferencias. Las diferencias suman, si se resuelven correctamente.

Lo que hoy llamamos coalición de gobierno, en los orígenes del peronismo se lo denominaba movimientismo. En su creación, Perón desechó la idea del partido, que congela posiciones y debe quebrarse para poder evolucionar. Eso generó y genera conflictos. No siempre los resolvimos bien a lo largo de nuestra historia, y pagamos precios enormemente caros en términos de vidas y de bienestar de nuestro pueblo. En este marco, un aporte no menor sería, por ejemplo, llegar a la próxima elección con un movimiento obrero que alcance la unidad institucional, coronando lo que fue su convergencia en la propuesta política que contribuyó al último triunfo electoral.

Así, fortaleceríamos el tercer atributo que se requiere, que es el de la organización. Esto se complementaría con la nueva etapa en el Partido Justicialista nacional encabezada por quien ejerce el vértice superior del Gobierno, que es el presidente de la Nación.

 

El marco internacional

La pandemia corona una etapa de enorme retroceso para el mundo, iniciada con el Consenso de Washington y caracterizada por una inédita concentración económica y polarización social, así como por hambre y migraciones desesperadas. Podríamos sintetizarlo con la calificación con que la denomina el Papa Francisco: la economía del descarte.

América Latina había logrado recuperarse en base a una mayoría de gobiernos populares, pero mediante lawfare, golpes institucionales y maniobras arteras, en poco tiempo se revirtió esa situación con consecuencias sociales profundas, exacerbadas por la pandemia. Nuestros gobiernos dejaron de parecerse a sus pueblos, para parecerse a la nueva derecha fascista internacional identificada con Trump.

Recuperamos el Gobierno Nacional en un marco de soledad geopolítica dramática, que lentamente comienza a revertirse. La pandemia expone los límites del sistema, mientras la iniciativa política de nuestro gobierno construye consensos, alianzas y puentes que tienden a ampliar la comprensión de la naturaleza de los problemas que afrontamos.

El triunfo en Bolivia y la libertad de Lula iluminan el horizonte continental. La irrupción de Biden en el escenario mundial impulsa debates positivos: multilateralismo, cambio climático, impuesto a los ricos, movilidad social apoyada en las organizaciones gremiales, marcan un cambio de época más alentador.

 

La acción de Gobierno

En estos días homenajeamos a Evita por cumplirse un nuevo aniversario de su nacimiento. Ella describía su misión diciendo que, mientras Perón construía las políticas de justicia social, lo que requería de tiempo, ella asistía a las necesidades urgentes del pueblo. Era el puente de amor y solidaridad que atendía las demandas que no podían seguir postergándose. La asistencia inmediata no es contradictoria, sino complementaria de la acción estructural, revolucionaria.

Nuestro gobierno, en una tarea verdaderamente epopéyica, está desplegando con sensibilidad y audacia ambos planos, mientras supera la acción de desestabilización permanente de nuestros adversarios y la complejidad e incertidumbre que impone la pandemia.

Los mismos que endeudaron a la Argentina en una magnitud inédita, destinándola a la especulación y la fuga, avanzaron en la primarización de nuestra economía y empobrecieron las jubilaciones y los salarios en más del 22%, predijeron para nuestro gobierno devaluaciones leoninas, hiperinflación, saqueos y anarquía. Todo eso es lo que se logró evitar, aunque hoy parezca difícil valorarlo acabadamente.

¿Cuál es la tarea revolucionaria? ¿Cómo concebimos el proyecto de engrandecer la Patria y de que el Pueblo sea feliz? Yo lo imagino –y advierto que lo hago con mi sesgo profesional de economista– como aquel que pueda revertir la estructura productiva concentrada y primarizada: aquella que nos convirtió en un país que exporta capital e importa deuda, y que en cada ciclo neoliberal empobrece cada vez mayor cantidad de argentinas y argentinos e hipoteca el futuro a través del empobrecimiento de nuestras niñas, niños y adolescentes; aquella que pretende sepultar nuestros sueños de independencia con el peso de la fuga y del endeudamiento.

La consigna de calmar la economía no es un gesto de tibieza política. Por el contrario, sabemos que en las crisis es donde mayor porción de ingresos capturan los más poderosos respecto de los más humildes. Evitarlas constituye una actitud inteligente. El intento de una devaluación abrupta de la moneda hacia el cuarto trimestre del año pasado, como la puja de precios en la actualidad, son el emergente de una pulseada por el poder. Por eso es imprescindible avanzar con nuestros objetivos de justicia social con una prudencia extrema en el control de las restricciones existentes, en particular la restricción externa agravada por el vaciamiento de reservas que heredamos. Las crisis económicas en la Argentina siempre comienzan en el sector externo.

Se trabajó y se trabaja para reducir y postergar cargas financieras que se redestinan a inversión en obra pública, vivienda, ciencia y tecnología y educación, es decir, en mejora de la competitividad social y económica, al mismo tiempo que se impulsó la ampliación de la infraestructura sanitaria diezmada por el macrismo y se avanza exitosamente en la compra de vacunas, imprescindibles para afrontar la pandemia. Todo esto con criterio federal y de justicia redistributiva.

Se asumió el pago estatal de salarios del sector privado para preservar miles de puestos de trabajo y auxiliar a las actividades más afectadas por la pandemia. Se reestructuró todo el esquema de retenciones y reintegros para revertir el perfil primarizador del macrismo y estimular la generación de valor agregado –puestos de trabajo con derechos– con enormes recursos destinados a una política industrial activa y con estrategia de futuro. Se retomó el programa satelital, el atómico, y se impulsa un programa innovador de movilidad sustentable. Se avanza con el servicio universal de conectividad en todo el territorio nacional. Se reinició la entrega de computadoras a la comunidad educativa. Se reconstruyó el mercado de capitales en pesos, a tasas razonables, generando una fuente de financiamiento público destruida por el macrismo. Se está fortaleciendo la estructura de unidades de economía social.

Todo ello, mientras se asiste con nuevos instrumentos, como la tarjeta alimentar, IFE, Potenciar Trabajo, la ampliación de la AUH y becas Progresar, las demandas urgentes de los sectores más necesitados. Se prioriza la política de géneros y el combate al patriarcado, atravesando con ello toda la política pública con una potencia admirable. Se ha asumido el compromiso de que este año salarios y jubilaciones superaren la inflación, para que empiecen a recuperarse de lo perdido. Se modificó el impuesto a las ganancias, para reducir la carga sobre los ingresos personales de trabajadoras, trabajadores y autónomos. Se hizo efectivo un aporte extraordinario sobre las grandes fortunas que redistribuye las cargas de la pandemia.

No es el objeto de esta nota hacer una enumeración exhaustiva, ya que seguramente hay mucho más para exponer de lo hecho y más aún de lo que queda por hacer. Sólo aspiramos a dar una idea de la dimensión del desafío y de la tarea. No es para sobredimensionarla en una actitud conformista, sino para evitar subestimarla en una actitud de boicot al propio esfuerzo.

 

A modo de colofón y volviendo al principio

Recordemos que en 2019 hubo un clamor hacia la dirigencia: ¡únanse para que les ganemos! Hoy ese clamor se ha transformado en una demanda de fortalecer la unidad para poder avanzar en las conquistas pendientes y no permitir que nuestros adversarios vuelvan a ejercer su enorme capacidad de obstrucción y destrucción.

 

Kelly Olmos es consejera nacional del Partido Justicialista.

La revista Movimiento se edita en pdf y se envía gratis por email una vez por mes. Por favor, envíe un email a marianofontela@revistamovimiento.com si desea que su dirección sea incluida en la lista de distribución.

Share this content:

Deja una respuesta