Lo electoral es político (II)

Los huracanados vientos algorítmicos y el “arte de dividir”

Sabemos que buena parte de las identidades políticas sobre-representadas en redes sociales –también la de buena parte del progresismo latinoamericano– son poco empiristas y muy aficionadas a vagas generalizaciones. Este tipo de identidades, estas formas de adhesión a la discusión política, están lejos están de organizarse en torno a problemas concretos, sino que más bien se estructuran sobrevolando las representaciones que la política descafeinada nos propone. Esto determina que los conceptos polisémicos pero rimbombantes circulen a la velocidad que requiere la autopista algorítmica. Pero ampliemos la mirada.

En ese torrente de sobreinformación compulsiva y desjerarquizada ingresa la discusión política, ya no para orientar el sentido, sino para resquebrajarse en ese convite mediático donde las y los dirigentes políticos son evaluados por sus características personales y no por su actuación política. El sistema operativo de occidente, el liberalismo, marca en sus axiomas este destino. Es por esto que, si la política oficia solo de ingrediente pseudo-polemista, se desjerarquiza y se transforma en teatralización vacía, en frases embriagadoras desprovistas de base de instrumentación real, en gritos de verdades en el desierto de las burbujas endogámicas de la microsegmentación que vinculan por semejanza aquello que ya es semejante. La tumba de la persuasión.

En este contexto, el gobierno tiene por fin, naturalmente, gobernar el conflicto, no producirlo. Por eso diremos que la “grieta” puede entenderse como hecho histórico que matiza los contextos donde las fuerzas sociales disputan la distribución de capitales de todo tipo –económicos, sociales, culturales, etcétera–, distinta de la “grietología”, patología mediática tendiente a producir conflicto por fines estrictamente comerciales.

El “arte de dividir” trabaja en las redes sociales, convertidas en un espejo de algoritmos calculadamente roto. Allí no hay nada en su justa medida. Allí no hay nada armoniosamente. Nada nuevo, pero a la velocidad del consignismo del hashtag. De las emociones efímeras comandadas por la indignación permanente. Donde la polarización de la opinión refleja un nivel de fragmentación sólo posible en el mundo de los caracteres. Y claramente, la vida politizada en red representa un universo mucho más acotado del que parece. Si esto es así, sería bueno regular las ansiedades, las autorreferencias y la compulsión a reafirmar la propia identidad, comprendiendo que –por fuera de las minorías intensas hiperpolitizadas de nuestra fauna de “orgas” y especies varias– existe un pueblo que consume 15 minutos diarios de TV e información completamente desjerarquizada y agobiante. A la fecha, nadie ha muerto de literalidad.

Vale decir que este “arte de dividir” no es producto de las estrategias maquiavélicas de un asesor caro. Nunca lo fue. Tampoco es resultado de la miserabilidad de un esquema de medios envilecedores de la opinión pública, que trabajan para destruir cualquier atisbo de conciencia nacional desde 1810. El arte de dividir se alimenta de lo efímero de las emociones. Requiere una velocidad de circulación de información específica y creciente. Información que debe ser lo suficientemente superficial como para circular rápido, pero debe tener una cuota suficiente de emocionalidad para conformar una verdadera “dictadura de la novedad”. Lo importante es comprender que el rédito político del antiperonismo –hoy difuso en su embalaje, pero homogéneo en su contenido– no depende del evento que utiliza para dividir al campo nacional, sino de la capacidad o incapacidad del campo nacional para no dejarse dividir. De esos anticuerpos depende, en gran parte, el destino del país.

En este marco, el sector más radicalizado de la oposición, cuyo hábitat predilecto son las redes sociales, vuelve sobre una estrategia previsible: la “venezualización” del debate público. De momento, esta oposición “a la venezolana” construye una imagen envenenada, intransigente, copiloteando la fiebre de las redes sociales. No obstante, desde lo estrictamente político, no parece tener una estrategia clara –por ahora– para maximizar sus chances electorales. Su objetivo –el de esta estrategia– es simplemente golpear y debilitar al gobierno. Nada más. Pero nada menos.

En este contexto, las y los paladares negros de nuestro querido movimiento debieran resignar esa actitud adolescente de reclamarse críticos y “anti-obsecuencias”, al calor de la métrica de la chicana twitera. Por innecesario. Por inconducente. Porque acercar posiciones resulta mucho más imprescindible que radicalizar diferencias. Mantener la unidad es el único camino para aumentar el volumen político del gobierno, y otorgar mayor densidad a las líneas de acción venideras. Hablar de nuestros proyectos y políticas, y no quedar encorsetados en una estrategia constantemente “defensiva” puede resultar una buena táctica para salir –otra vez– del laberinto por arriba.

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