La pandemia puertas adentro

Es obvio que nadie imaginaba esta situación cuando empezábamos este año, pero seguramente lo que está ocurriendo marque la historia de la humanidad. No descarto que, sin tener aún la perspectiva global, más adelante tenga que reconocer lo inconexo y, tal vez, injusto de algunos de los análisis de este momento, pero, a riesgo de merecer ese juicio, considero importante detener nuestra corrida cotidiana y reflexionar sobre la huella que estamos dejando en este camino desconocido.

A largo de estos meses se ha reflexionado sobre cada una de las situaciones que nos trajo la pandemia, algunas realmente angustiantes y otras positivas, que serán dignas de ser aplicadas cuando todo esto pase. Tenemos grandes amenazas y grandes oportunidades que la sociedad podrá capitalizarlas si está dispuesta a hacer algunos cambios. Tenemos fácilmente dos posibilidades: o hacemos algunos pequeños movimientos casi de maquillaje, o tendremos la sabiduría y la fortaleza necesarias para que sean transformaciones permanentes. En este texto prefiero detenerme en lo que se sucedió a nuestro hogar, lo que pasó dentro de nuestras casas, mientras el virus se diseminaba.

Las consecuencias sociales de la pandemia del COVID-19 tienen un impacto central en el concepto del hogar, sobre todo en la primera fase de aislamiento: ya no sólo es el espacio que define la distinción entre un ámbito interno-privado, donde se resguardaba lo íntimo respecto del exterior-público simbolizado por la calle o lugares anónimos, donde realizamos las actividades económicas, educativas, etcétera. La sentencia sanitaria #quedate en casa, necesaria para evitar los contagios masivos, transformó inesperadamente ese espacio en un lugar de aislamiento donde se llevan a cabo todas las actividades humanas, tanto públicas como privadas. Con este cambio, la casa tuvo que abandonar su ritmo y espacios exclusivos para incorporar el mundo exterior dentro de sus cuatro paredes. Así es que se va formando un nuevo término sociológico –acuñado por Felipe Gaitán Alcalá– como el de Hogar-Mundo, que parafrasea lo dicho por Marc Augé cuando analiza la Ciudad-Mundo como utopía de la urbe que resuelve todo lo que el humano necesita y simultáneamente controla la movilidad de quienes la habitan en horarios y lugares. Hogar-Mundo es un concepto que busca comprender las nuevas formas de habitar, donde las relaciones sociales familiares o amorosas se combinan con las actividades públicas del llamado home-office, la vida familiar con la programación de fiestas en línea, la sala o el dormitorio convertidos en aula virtual. Es decir, el lugar de habitar: producir, educarse. Todo lo social y lo emocional contenido en cuatro paredes.

Este concepto desafía la distinción entre lo público y lo privado que la modernidad había establecido tan tajantemente. Entre otras consecuencias vemos que, al estar todos en la casa, todo el día, generó una intensificación de la carga de trabajo dentro de los hogares, sobre todo para las mujeres, ya que por la división sexual del trabajo suelen ser las que se ocupan de las tareas domésticas y de cuidados de las personas dependientes de la familia. Esta sobrecarga se refuerza por no poder contratar o solicitar trabajos que habitualmente desarrollan quienes cuidan a niños, niñas o familiares mayores o enfermos.

El último informe de la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM) indica que en América Latina habitualmente las mujeres ocupan entre 27 y 47 horas por semana en tareas de cuidados. Cuando llegó el aislamiento, se agregó otra forma de cuidado que es la educación en la casa. El mismo documento revela que en América Latina más de 15 millones de empleadas domésticas ya no fueron a sus trabajos, con el empobrecimiento que ello ocasiona. Podría seguir describiendo el tema de los cuidados en particular y la división sexual del trabajo como paraguas que aún determina nuestra cultura, pero por ahora y para rescatar un horizonte positivo, celebro las iniciativas con vistas a diseñar políticas públicas de cuidados en nuestro país, porque todos debemos tener “el derecho a ser cuidados y cuidadas”. Este es otro tema que siempre se trató como un tema privado y debe ser abordado como público.

Cuando pensamos en nuestro día a día, tal vez lo vemos insignificante, como si solo “soportáramos” lo que nos impone el aislamiento o el distanciamiento en el caso de nuestra ciudad, para no contagiarnos. Pero estamos haciendo mucho más que eso. Por eso me gusta traer la imagen de la novela El Húsar de Arturo Pérez Reverte, “en la que se narran las peripecias de un soldado que sueña con participar en una gran batalla. Sin embargo, cuando llega el gran día, nuestro húsar espera en la reserva, pasa calor mientras oye a lo lejos el fragor de un combate en el que no participa, y cuando finalmente interviene, le pasa por encima una carga de caballería enemiga y, herido, ha de refugiarse a pasar la noche en un bosquecillo, escondido y lleno de miedo hasta el amanecer. Al final, resulta que ha participado en una de las mayores victorias del ejército francés; pero desde su perspectiva individual, no ha visto más que miserias, y penalidades. Así, lo que desde una perspectiva global se presenta como una victoria histórica, es vivido por sus protagonistas como un absurdo episodio, inconexo y miserable”.

 

Laura Verónica Gervasi es licenciada en Sociología, maestranda en Sociología y Métodos avanzados de investigación, profesora universitaria y consultora externa para investigación en organismos nacionales y entidades privadas. Actualmente es directora de Presupuesto Participativo de la Municipalidad de Concordia, Entre Ríos.

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