Historias de cuarentena

Hay dos clases de personas en el mundo: las que se hacen cargo de sus miserias y las que sólo las ven en otros u otras. Estas últimas nunca serán parte de la historia: las primeras la hacen. Las primeras son eso: primeras, porque saben reír con la vida, jugar con ella y a ella. Se le paran de frente y saben gambetearle al dolor, y hacen felices a otros y otras. Son los raros, los que sueñan y hacen realidad las utopías con lágrimas, pero sin rencor, aunque siempre se les exija más.

A los pobres, a los negros, a los deshabilitados, se les exige hablar sin la boca llena, bañarse aunque no tengan agua, no mirar de frente a los poderosos, no caminar por la vereda del sol, festejar los cumpleaños moderadamente porque tienen piso de tierra, no ingresar a los shoppings, sacarse la gorrita en la escuela y hacer los trabajos más tristes para no ser pobres. Así y todo, con esos condicionamientos salen al mundo, con barro en los pies, pero no embarrados. Si dios quiere les va iluminando el camino, y eso jode a los miserables.

No perdonarán los meritócratas tantas expresiones sentidas y envidiarán los cánticos, las banderas desplegadas, las sonrisas hermanando a todos y todas. Tampoco perdonarán las excentricidades, y llamarán fanáticos a quienes defienden abrazos, sin comprender que defienden visiones del mundo. Como en una misión irredenta, volverán con su dedo acusador a mirar con desprecio al pueblo.

No importa, los nadie seguirán emocionándose cuando rueda una pelota, cuando sale el sol, cuando la mesa está llena, cuando pueden decir gracias. Esos son los que escriben la historia.

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