Fratelli tutti: ni globalismo ni soberanismo

Hacia finales del siglo XIX, en pleno auge y expansión del sistema capitalista, la Iglesia Católica entendió que debía alzar su voz y exponer su mirada sobre ese fenómeno. De esa necesidad surgió la encíclica Rerum novarum (1891) que dio nacimiento a la Doctrina Social de la Iglesia. El cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y obreros estaba generando profundas injusticias sociales. Asimismo, había provocado la acumulación de riquezas en pocas manos y llevaba a la pobreza a una inmensa mayoría. Ante esta situación, proliferaban respuestas consideradas erróneas por la Iglesia. El socialismo incitaba a la lucha de clases y a la discordia social. Existía un problema, pero se proponía una mala solución. Ante los abusos del capitalismo, el socialismo ofrecía una inadecuada e injusta respuesta. León XIII superó esa falsa dicotomía con la publicación de la Rerum novarum: la Doctrina Social Cristiana es presentada allí como la solución correcta al drama originado por el sistema capitalista.

Hace décadas el mundo sufre los efectos de una globalización igualmente injusta. Se ha acrecentado en los últimos años la oposición a los devastadores efectos de este proceso. La Iglesia Católica –ya desde los años 90– viene advirtiendo sobre este flagelo. Los antecesores de Francisco –Juan Pablo II y Benedicto XVI– condenaron en reiteradas oportunidades, tanto a la globalización neoliberal como al capitalismo salvaje y la cultura de la muerte, que crecieron a su amparo. Esta línea es ratificada por el Papa Francisco en esta nueva encíclica social, titulada Fratelli tutti y firmada el pasado 3 de octubre de 2020 en Asís, Italia, a pocos metros del sitio donde se veneran los restos de San Francisco.

El Papa rechaza con vehemencia el individualismo y critica la teoría neoliberal del “derrame” que no resuelve los problemas sociales. Del mismo modo, asegura que es un pensamiento pobre y repetitivo suponer que el “mercado” soluciona todo (FT, 168). A su vez, objeta la subordinación de la política a la economía y a las finanzas, ya que –según explica– la política se vuelve así cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales. En ese sentido, señala que “el siglo XXI es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política” (FT, 172). Asimismo, se muestra contrario al avance del globalismo que pretende imponer un modelo cultural único que divide a las personas y a las naciones y debilita la dimensión comunitaria de la existencia (FT, 12). Advierte sobre la penetración cultural de una especie de “deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero y aspira a borrar la conciencia histórica (FT, 13). En definitiva, a estas ideologías que destruyen la fisonomía espiritual y la tradición nacional, las califica de nuevas formas de colonización cultural (FT, 14).

Pero la novedad de la última encíclica de Francisco es que cuestiona y alerta sobre los malos remedios que se están proponiendo para enfrentar a la dañina globalización: el actual proceso de mundialización es perjudicial para la humanidad, pero también lo es el soberanismo xenófobo que pretende combatirlo y promueve falsas actitudes nacionalistas que alimentan posturas cerradas y opuestas al amor cristiano. El soberanismo es una respuesta equivocada al globalismo, como el comunismo lo era al capitalismo. Siguiendo con la analogía, es posible afirmar que, del mismo modo que la Rerum novarum superó el falso dilema de “capitalismo o comunismo”, Fratelli tutti deja de lado la falsa disyuntiva de “globalismo o soberanismo”. El nuevo documento papal postula la fraternidad y la amistad social universales, pero respetando las identidades nacionales.

A León XIII le preocupaban los planteos del socialismo marxista y a Pío XI le afligía la embestida anticristiana del neopaganismo nazi. De modo similar, actualmente a Francisco le inquieta el resurgir de los falsos nacionalismos que tergiversan el auténtico sentido de Patria. En la reciente audiencia –del 24 de octubre pasado– que mantuvo con el presidente de España, Pedro Sánchez, el Papa volvió a alertar sobre el peligro de caer en ideologías que falsifican el genuino patriotismo y pretenden alterar la realidad “disfrazadas o de modernidad o de restauracionismo para que la patria sea lo que yo quiero y no lo que he recibido y que tengo que hacer crecer libremente. Y ahí entran en juego las ideologías. Armar una patria a mi cabeza, a mi mente, a mi idea, no con la realidad del pueblo que recibí y que tengo que llevar adelante, que estoy viviendo”. En particular, Francisco recordó el surgimiento del nazismo en Alemania, luego de la primera guerra mundial: “Caído el imperio ahí empezó toda una ensalada de posibilidades de salir de la crisis y ahí empezó una ideología a hacer ver que el camino era el nacionalsocialismo, y siguió y siguió hasta el drama que fue Europa con esa patria inventada por una ideología. Porque las ideologías sectarizan, las ideologías deconstruyen la patria, no construyen”.

El Papa viene previniendo acerca de los riesgos de subordinar la realidad a las ideas y de desnaturalizar a la Patria. El reproche al soberanismo que adultera y corrompe el sano patriotismo es marcado desde hace tiempo por Francisco. Por ejemplo, así lo manifestó en la Sala Clementina, en su discurso ante la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, el 2 de mayo de 2019. En aquella oportunidad indicó que “la Iglesia siempre ha exhortado al amor del propio pueblo, de la patria, a respetar el tesoro de las diversas expresiones culturales, de usos y costumbres, y del justo modo de vivir enraizados en los pueblos. Al mismo tiempo, la Iglesia ha advertido a las personas, a los pueblos y a los gobiernos de las desviaciones de este apego cuando deriva en exclusión y odio hacia los demás, cuando se convierte en un nacionalismo conflictual que levanta barreras, es más, en racismo o antisemitismo. La Iglesia observa con preocupación el resurgimiento, en casi todo el mundo, de corrientes agresivas hacia los extranjeros, especialmente los inmigrantes, así como el creciente nacionalismo que descuida el bien común”.

El soberanismo postula odios y sentimientos anticristianos contra inmigrantes. El Papa no se mantiene al margen de esta problemática. “Los migrantes me plantean un desafío particular por ser Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos”, expresó años atrás el mismo Francisco, en Evangelii gaudium (EG, 210).  La defensa de las y los inmigrantes es uno de los pilares de su prédica y de su acción papal. El Papa es auténticamente católico, es decir, universal. Concibe al planeta como la Casa Común de todos y todas. Surge, del mismo título de la nueva Encíclica y de sus primeras palabras, la promoción de un amor que vaya más allá de las barreras de la geografía y del espacio, y más allá del lugar del universo donde se haya nacido o donde se habite (FT, 1). Todo lo cual evidencia una clara diferenciación con respecto al soberanismo xenófobo y anticristiano que cunde en el mundo, y especialmente en Estados Unidos y Europa.

En el primer capítulo, titulado Las sombras de un mundo cerrado, Francisco propone “estar atentos ante algunas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal”. En ese contexto, se muestra apenado por el retroceso de los procesos de integración regional. En particular, por el de la Unión Europa y el de América Latina. Censura el resurgimiento de los “nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (FT, 11) que caen en “el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos” y en los cuales “el inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada” (FT, 141). La reparación a la situación injusta provocada por la globalización no puede pasar por ese tipo de actitudes, toda vez que “el aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro” (FT, 30) el camino que debe seguirse. Con firmeza, el Papa rechaza la “mentalidad xenófoba, de gente cerrada y replegada sobre sí misma” (FT, 39) y los “narcisismos localistas” (FT, 146).

Esto no implica, bajo ningún punto de vista, objetar la sana reivindicación de lo nacional: se trata de no caer en posturas extremistas igualmente equivocadas. Ni el globalismo que tiende a destruir las identidades nacionales y apunta a la uniformidad unidimensional (FT, 100), ni el soberanismo que niega la fraternidad universal que debemos promover por ser hijos e hijas de Dios. Francisco propone un universalismo que haga equilibrio entre lo local y lo universal (FT, 142) y no caer en una polarización dañina. Del mismo modo, ratifica su vocación a favor de una ética de las relaciones internacionales que combata la inequidad que también se produce entre las naciones. En tal sentido, afirma que la justicia exige reconocer y respetar no sólo los derechos individuales, sino también los derechos sociales y de los pueblos, lo que implica asegurar el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso (FT, 126).

Fratelli tutti es un valiente documento donde la Iglesia reafirma su compromiso a favor de un mundo más justo. En este punto, el Papa manifiesta que “si bien la Iglesia respeta la autonomía de la política, no relega su propia misión al ámbito de lo privado. Al contrario, no ‘puede ni debe quedarse al margen’ en la construcción de un mundo mejor… La Iglesia ‘tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación’, sino que procura ‘la promoción del hombre y la fraternidad universal’… queremos ser una Iglesia que sirve… para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad, para tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación” (FT, 276).

En síntesis, el Papa expresa en Fratelli tutti la voz y la postura de la Iglesia para el mundo de la pospandemia. Propone una solución justa a los problemas que actualmente nos aquejan. Fiel a su principio que indica que “la unidad es superior al conflicto”, Francisco busca superar las tensiones entre lo global y lo local, sin caer en las posturas equivocadas del globalismo y el soberanismo, sino proponiendo un universalismo pleno de justicia social, con el trabajo en el centro de la escena.

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