El colapso del duranbarbismo: las PASO 2019 y un mentís a la política como imagen

Los resultados de las PASO del 11 de agosto son relevantes en muchos aspectos, pero aquí nos vamos a referir a uno que consideramos muy importante: el voto ciudadano se expresó en contra de las decisiones o la falta de decisiones del gobierno Cambiemos-Pro en relación a las políticas públicas. El voto popular desoyó el mensaje de los medios hegemónicos –todos macristas–, dejó de lado los globos, las caras sonrientes y los llantos de ocasión, y se centró en un elemento central del porqué de la política: los logros de las políticas públicas en relación a mejorar las condiciones económicas, laborales y sociales. A primera vista, parece una expresión obvia. Pero no resulta ocioso señalar que hace menos de dos años el gobierno macrista recibió el apoyo en las urnas luego de sus dos primeros años de gestión.

Si retrocedemos a las elecciones del 2015, debemos decir que fueron tradicionales en el sentido de vincular políticas públicas y voto: el voto a Cambiemos-Pro de ese 2015 no se basó en los resultados de gestión –pues no podía haberlos– sino en una campaña mediática muy profesional, que no se centró en criticar la gestión y los logros sociales del gobierno kirchnerista, sino en enviar el mensaje de que ninguna de las conquistas o derechos adquiridos durante la gestión kirchnerista iba a ser conculcada. Se configuró así una clara “estafa electoral” en donde los tópicos centrales de la campaña Cambiemos-Pro giraron en torno a alcanzar “la pobreza cero”, la reducción del pago del impuesto a las ganancias, la apuesta a los microemprendimientos y la lucha contra “la corrupción”. En lo discursivo, nada en contra del pueblo, todo a favor. Que diferentes actores políticos y académicos expresaran dudas profundas sobre el compromiso de la derecha neoliberal con esos enunciados no formó parte del arco de consideraciones por parte de la ciudadanía, que privilegió los aspectos esperanzadores y de cambio del discurso Cambiemos-Pro. La comunicación hacia los votantes recayó sobre las empresas mediáticas oligopólicas afines al macrismo. Con globos, sonrisas y un aspecto descontracturado –pero con promesas concretas de mejora económico-social–, el triunfo se basaba en un futuro esperanzador.

El candidato del Frente para la Victoria tampoco mostraba diferencias discursivas profundas con el candidato Cambiemos-Pro, y actitudinalmente aparecía más dinámico el candidato neoliberal. De modo que la promesa de no modificar lo logrado, más la promesa de “un cambio” en las temáticas anticorrupción y mejoras salariales o de bolsillo –el fin del impuesto a las ganancias– llevaron a una parte significativa del electorado –aunque la elección se definió por el 1,5% de diferencia– a votar las promesas del candidato Cambiemos-Pro.

Pero la elección de 2017 fue realmente preocupante: en esa elección, la decisión del voto se despegó casi totalmente de cualquier consideración de políticas públicas. El gobierno macrista no podía ofrecer ni mostrar ningún logro de gestión en ningún campo y se limitó a una campaña que se basó en señalar que íbamos por el buen camino pero que la herencia recibida dos años antes era aún demasiada pesada. El triunfo en esas elecciones de medio término convenció al gobierno macrista y al de la provincia de Buenos Aires que había logrado alcanzar la fórmula mágica: despegar las decisiones del electorado de cualquier vinculación con las políticas públicas. El dólar se había más que duplicado, la inflación pasaba del 40%, los despidos en las empresas privadas se sucedían día tras día y el cierre de pequeñas y medianas empresas era permanente. Sin embargo, las elecciones de medio término las ganó la dupla Macri-Vidal. La imagen y el discurso vacuo –de la mano del blindaje y control hegemónico de los medios de comunicación– parecían haber alcanzado un grado de invulnerabilidad absoluto. Por esa misma razón, Macri y Vidal apretaron el acelerador. Consultado el presidente sobre qué le parecía que había que hacer, señaló: ir a fondo en la línea en que venimos… Tanta fue la creencia en haber alcanzado el deseado cielo político en donde las políticas públicas no tenían nada que ver con el voto, que en estas PASO 2019 el presidente le pidió explícitamente al pueblo argentino que lo vote sin pensar, “sin necesidad de argumentos” (sic)…

En este 2019, el gobierno llevó a cabo una campaña muy similar a la del 2017: ninguna precisión de política pública, ningún anuncio de gestión, ninguna medida a favor de los trabajadores y las trabajadoras, ni de los sectores populares. Prefirió garantizarse el apoyo de los famosos mercados: la semana previa a la elección explicitaron su apoyo a Macri el FMI, Donald Trump, Jair Bolsonaro, la Sociedad Rural y Wall Street… pero los representantes del establishment internacional no votan en las urnas. A diferencia del 2017, en la elección del domingo 11 un 48% de los votantes eligieron al Frente de Todos y sólo un 32% votó a Macri. En la provincia de Buenos Aires el naufragio fue aún mayor: el Frente de Todos, con la primera incursión electoral de Kiciloff, obtuvo el 52% de los votos, y María Eugenia Vidal –quien tampoco podía mostrar ninguna acción significativa de gestión y sobreactuó sus gestos y mohines de hada buena– obtuvo apenas el 34%.

 

¿Cómo explicar este cambio de tendencia?

En principio, dando de baja esa especie de pensamiento instalado en torno a la idea de que los medios hegemónicos de comunicación social son todopoderosos: la ciudadanía se ve obviamente influida por el mensaje mediático, pero la realidad concreta del día a día todavía existe y la recepción de lo que nos llega a través de las redes, TV y radio es un fenómeno complejo que admite sujetos que no responden afirmativamente ni automáticamente al discurso mediático. En ese sentido, hay valores y tradiciones culturales que los pueblos despliegan a lo largo de su historia, que operan a otra velocidad que la de los medios, pero que finalmente se hacen presentes: la idea de que las personas tienen derechos; que el trabajo debe estar justamente remunerado; que la niñez y la vejez deben ser cuidados especialmente; que la solidaridad entre los miembros de la comunidad no es una rémora del pasado… esas ideas y valores continúan teniendo un significado profundo en nuestra sociedad.

El macrismo desplegó desde sus inicios una campaña furibunda basada en la idea meritocrática: no hay colectividad, no hay comunidad, no hay solidaridad. Lo único que existen son personas aisladas que triunfan o pierden. En ambos casos –triunfar o perder– no es por la ayuda de nadie –¡y menos del Estado!–, sino por lo que pueda hacer cada uno. Meritocracia versus comunidad solidaria: parecía que definitivamente se imponía la lógica individualista-meritocrática de raíz neoliberal anglosajona. El voto del domingo 11 de agosto dio por tierra con esa ilusión. La cultura popular y sus tradiciones responden a otra velocidad, pero lo hacen, más tarde o más temprano.

Las políticas públicas del macrismo en estos casi cuatro años no le mejoraron la existencia a prácticamente ningún actor económico, social o cultural. Podemos señalar sólo dos beneficiarios: los grandes productores agropecuarios vinculados a las multinacionales agrícola-ganaderas –los medianos y pequeños productores no tuvieron mejor suerte que las PYMES industriales– y la banca nacional y transnacional –el sector financiero. El resto de la sociedad argentina, trabajadores desocupados, obreros industriales, empleados de comercio, personal de trabajo a domicilio, pequeños y medianos comerciantes, mayoristas distribuidores, trabajadores estatales, maestros, clases medias bajas y medias medias… han sufrido uno de los procesos más acelerados de destrucción económico-social de toda nuestra historia: ocultar esos niveles de destrucción societal con globos amarillos y palabras vacuas como cambio, sin ningún anuncio de gestión concreto, fue una estrategia políticamente suicida. Los resultados ya los hemos señalado. Con tasas de inflación, pobreza, indigencia, desindustrialización y caída de la economía, todas en constante incremento, la elección popular y de las clases medias agotó aquel crédito inicial de cambio y optó por la lógica profunda que el peronismo desplegó en amplios sectores de nuestra sociedad: proteger el trabajo argentino, la industria, las jubilaciones, los derechos de la niñez, y luchar contra la pobreza y la exclusión. Un Estado con políticas públicas para cada segmento de la población.

Por eso decimos que hay, en estas PASO 2019, un retorno a la elección política vinculada a la gestión pública. Dicho en otras palabras, el pueblo ha comprobado –en su experiencia vital cotidiana– los alcances destructivos de estos cuatro años de gestión macrista, y en ese sentido ha direccionado su voto. El duranbarbismo alcanzó sus límites de acción política. No por vocación propia, sino por expresión popular. De cara a octubre, al menos, esa tendencia –el retorno de las exigencias de políticas públicas en sentido popular– no podrá ser modificada.

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