Dirigentes bobos, democracia boba

Hace algunas décadas hubo un giro comunicacional en la derecha americana –norte y sudamericana– que revolucionó el mundo de la política: a partir de los 80, gobiernos como el de Thatcher o Reagan –con decenas de ejemplos similares en América Latina– descubrieron que los sectores socioeconómicos medio-bajos podían votar políticas que los perjudicaran si eran manipulados por mensajes falaces y sobrecargados de componentes emotivos. No hace falta ahondar acá en algo sobradamente analizado: capturaron los medios de comunicación, no sólo para difundir noticias falsas, sino también para imponer la idea de que los dirigentes –y los votantes– de la izquierda y el “populismo” siempre mienten, roban y son genéticamente estúpidos. Se montaron cómodamente sobre una prexistente creencia de superioridad de muchos ciudadanos que piensan que su suerte económica es señal de inteligencia y los habilita a despreciar y hasta insultar a quienes no comparten sus muletillas y prejuicios.

Simultáneamente, algunos personajes decidieron probar suerte en la política, convencidos de que la ingenuidad del electorado –propio y ajeno– era un hecho irremediable, y eso habilitaba a decir disparates, incluso los más absurdos: el blindaje mediático siempre premia este tipo de ingenio.[1] Con el tiempo, casi todos los globos revientan y los señores duritos caen en desgracia, pero su objetivo ya fue logrado. Algunos logran reciclarse, pese a que no suelen tener “poder territorial”, lo que en todo caso demuestra que sus habilidades no son tan frecuentes como a primera vista parecen.

Podrían citarse rápidamente miles de frases de ese tipo por toda América Latina.[2] Se llega a acusar a los “populistas” de hacer ciertas cosas con malsanas intenciones, aun cuando, si realmente hubieran tenido esas intenciones habrían optado por otras vías más eficaces. En fin, ningún razonamiento lógico importa.[3]

No es lamentable esta tendencia solamente por el empobrecimiento que genera en el debate político, y porque la baja calidad de los debates influye fuertemente en la calidad de la democracia. Encontraron así –deliberadamente o no– el modo de burlar el principio democrático de soberanía popular. Otro efecto no menos atendible es que arruina la calidad de los dirigentes.[4] Se podría postular la hipótesis de que, merced –en parte– a estas reglas de debate “bobo”, algunos logran ascender y llegar a altos cargos ejecutivos o legislativos, básicamente porque tienen menos alarmas morales o mentales que les impiden decir alegremente bananadas.[5] Con los años, estos dirigentes llegan al gobierno o al Congreso. Algunos han llegado a presidir algunas de las principales potencias mundiales. Si la conjetura es atendible, la calidad de la democracia ya no solo disminuye por el debate empobrecido, sino también por sus decisiones.

¿Se puede hacer algo al respecto? No hay por el momento suficiente respaldo científico para sugerir soluciones institucionales que generen por sí una mejora en la inteligencia de los dirigentes políticos. Pero sí existen posibilidades de mejorar los debates imponiendo obstáculos –y hasta sanciones reales–[6] a las noticias falsas y a los sofismas baratos. ¿Alcanzaría? No creo, la otra parte la tenemos que hacer entre todos y todas: esforzarnos para formarnos e informarnos, militar y debatir, reflexionar, escuchar y buscar consensos en lugar de insultar y poronguear, para hacer mejores propuestas, y para que se note que no es lo mismo decir pavadas que –cada tanto– se nos caiga una idea.

[1] La ley de Murphy ya lo decía hace años: “si no los podés convencer, confundilos”.

[2] El mayor logro en este terreno, en septiembre de 2018, va a ser difícil de superar: en un programa de TN, “Patricia Bullrich reveló que en la chacra de Lázaro Báez ‘había pozos con forma de cajas fuertes’”. https://tn.com.ar/politica/patricia-bullrich-revelo-que-en-la-chacra-de-lazaro-baez-habia-pozos-con-forma-de-cajas-fuertes_897162. Uno envidia la capacidad de algunos comunicadores para no carcajearse en pleno programa. El contexto ya era un hallazgo comunicacional: fotos de excavadoras en la Patagonia. Las repreguntas que no le hicieron a la ministra en ese programa quedaron para siempre en el baúl de las entrevistas ficticias: quien en su infancia haya desenterrado un cubo de juguete en la playa sabrá que la única manera de hacerlo es cavando al costado y rompiendo el pozo… a menos que estas cajas fuertes vinieran con prácticos ganchos que permitieran sacarlas con una grúa. La siguiente pregunta obvia es para qué usarían cajas fuertes si las iban a enterrar… ¿no habría sido más práctico e “hidrófugo” usar otro tipo de cajas? Podría seguir con las preguntas, pero creo que nos entendemos.

[3] No es solamente un problema americano: en 2010, en España, el PSOE gobernante había decidido reducir la velocidad máxima en autopistas para disminuir el consumo de combustibles. Buscando criticar la medida, la vocera del PP dijo en conferencia de prensa: “algunos dicen (sic) que el verdadero objetivo de esta decisión es aumentar la recaudación por multas”.

[4] Entiéndase que no estoy diciendo que todos los dirigentes de la derecha sean menos inteligentes u honestos que el resto –los de otros palos a veces usan recursos similares, aunque con menos talento, o con menos complicidad periodística–, o que la única causa de la poca idoneidad de los dirigentes sea esta forma de comunicar.

[5] Pueden hacerlo, por ejemplo, porque sus caras no reflejan una mínima alerta inconsciente al decir pavadas. Un ejemplo: los consejos de Durán Barba a Sturzenegger para el debate televisado con Heller y Lousteau, en 2013 (www.youtube.com/watch?v=8uUqMM-f7Go): “no propongas nada”, “no expliques nada”, “solamente decí que están mintiendo”, “o decí cualquier cosa, hablá de tus hijos”. Sturzenegger le hace caso, pero el gesto de su cara en pleno debate dice: “qué estoy haciendo”. Al menos en este aspecto, si idoneidad como dirigente de derecha está en entredicho.

[6] Uno de los principales dilemas de las normas que penan a quienes vulneran las reglas de juego electorales es que tales sanciones suelen ser muy inferiores en importancia que el “premio” que se obtiene por vulnerar esas reglas, sumado al hecho de que ganar las elecciones –aun con malas artes– permite influir luego sobre quienes deben imponer esas sanciones. Hay varios ejemplos recientes sobre este punto, como la elección de Trump en Estados Unidos, o las diversas sanciones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación en México. En la Argentina, el caso más resonante fue el de los aportes para la campaña y las afiliaciones falsas del PRO en 2017 en la provincia de Buenos Aires: no solamente no hubo condena, sino que los legisladores del PRO votaron una modificación en la ley que su propio partido había vulnerado… facilitando su propia elección como representantes.

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