Deterioro ambiental, segregación espacial y polarización social: impactos de una sociedad ordenada por el capitalismo

La naturaleza tiene, sin dudas, los recursos que el hombre necesita para la vida. Pero es indiscutible que la forma de extraerlos, su comercialización y su destino no son los indicados, y por muchas razones.

Actualmente en el mundo, las áreas rurales y los espacios considerados “naturales” cumplen para la sociedad dos grandes funciones: la primera es la extracción de los recursos mencionados: una dinámica llevada a cabo de la peor manera posible, cuyos resultados hace tiempo comenzaron a manifestarse a través de catástrofes y desastres ecológicos. La segunda, cada vez más expandida e intensa, es la transformación de estos espacios en áreas urbanas, ya sea por la construcción de grandes edificaciones residenciales o comerciales, o bien por la relocalización de industrias. Esta violenta transformación del espacio beneficia exclusivamente a los actores –locales o transnacionales– cuyo capital les permite convertirse en dueños de esta riqueza.

 

De la conservación al expolio

Latinoamérica fue concebida desde la llegada de los europeos como un espacio geográfico de enormes dimensiones, salvaje y rica en naturaleza y biodiversidad, características cuyos pueblos originarios entendían como fundamentales para la vida y que cuidaban e idolatraban.  Sin embargo, lo que para los pueblos americanos era un elemento vital, para los europeos se tradujo en algo muy diferente. Afirmados al ideal antropocéntrico, a partir de la conquista de América se iniciaría un proceso de exploración seguido de explotación, que permitió que el ser humano pusiera el valor de cambio por encima del valor de uso, y en base a ello, decidiera qué tiene valor y qué no. A partir de allí, la naturaleza se entendió como una serie de componentes diversos, fragmentados y a disposición: pasó a ser entendida como una canasta de recursos valiosos para una economía y un sistema mundo que no pararían de crecer. Los recursos, pero también los seres humanos, comenzaron a ser convertidos en objetos –como bien explica Achille Mbembe– separados unos de otros, manipulados y utilizados meramente para fines mercantiles. Dentro de ello, la legitimación de su apropiación y la dominación de los pueblos originarios fue vista, pensada y justificada como una tensión inevitable de la civilización contra la barbarie, en la cual debería prevalecer la primera por sobre la segunda, si el deseo era progresar.

Esta manipulación se consolida y acelera gracias a que esta relación entre la naturaleza y la sociedad es –valga el juego de palabras– desnaturalizada de una lógica de sustentabilidad y largoplacismo, para pasar a ser comprendida como algo distinto, ajeno: es, inevitablemente, la dominación de la sociedad sobre la naturaleza. Bajo estas condiciones resulta inviable pensar en la puesta en marcha de una forma de gestión de los recursos en donde se prioricen las necesidades básicas de la sociedad, ya que la extracción de recursos naturales está totalmente controlada por el sistema económico capitalista. La naturaleza es exprimida y dañada hasta su núcleo, el recurso es convertido en mercancía y la mercancía adquiere ribetes especulativos, razón por la cual el acceso no es universal, sino sólo para quienes pueden acceder, las ganancias se concentran cada vez en menos manos, y los pueblos originarios –de subsistir– son desplazados e invadidos. Pero eso no es todo.

 

La expansión de las áreas urbanas

Por otro lado, existe otro pilar de acumulación que adquiere cada vez más importancia. Todo lo que queda de naturaleza o de “espacio verde” que no es utilizado para la extracción de sus recursos está siendo paulatinamente eliminado, transformado. El crecimiento de urbanizaciones, principalmente caracterizadas por barrios cerrados, countries y todo tipo de modalidades dirigidas a las clases altas y muy altas –o incluso el simple loteo especulativo de áreas productivas abandonadas– es un fenómeno que comienza a ser preocupante, ya que no sólo corrompe a la naturaleza y a las áreas rurales productivas necesarias para la vida, sino que también lleva consigo una segregación espacial visible y una diferenciación social implícita.

Cuando hablamos de convertir un espacio natural en uno urbano, subyacen intereses económicos muy grandes. Por ejemplo, la transformación de un parque público en un edificio –algo muy común en CABA. Donde antes había un enorme espacio verde al que podía acceder cualquier persona, ahora hay una edificación con todos los lujos, muchos pisos y departamentos, que por supuesto traerán ganancias y un incremento de la densidad poblacional en áreas que ya de por sí se encontraban densamente pobladas. Esto resulta en un beneficio para pocos o incluso un único actor, por lo general el dueño del espacio, que pensó exclusivamente en crearlo para incrementar sus ganancias. Pero no solo por sus impactos demográficos, o porque estas nuevas construcciones marcan un quiebre con las antiguas, sino porque su llegada también fomenta el desplazamiento de población y la generación de nuevos espacios abandonados, sean viviendas o locales de barrio. La expansión de los espacios urbanos, algo característico del antropocentrismo y del sistema capitalista globalizado que lo comanda, trae como consecuencia inevitable la fragmentación de los territorios, segregándolos, a lo cual se le suma una polarización social que es cada vez más visible y preocupante.

 

Una sociedad fragmentada

Más allá de las discutibles e injustas cuestiones económicas, es necesario pensar cómo trabajar sobre una polarización social que en Argentina es cada vez más grave, considerando el actual contexto pandémico. Acá es donde resulta necesario pensar en una nueva cuestión social que ha llegado –por el momento– sin ninguna intención de retirarse. En este contexto, no sólo tenemos un sector productivo cada vez más deteriorado y un proceso de acumulación de ganancias cada vez más concentrado, sino que también comenzamos a apreciar –al igual que algunas décadas atrás– irreductibles diferencias sociales dentro de espacios geográficos reducidos.

Preguntas posibles y urgentes, tales como plantear cuándo el ideal antropocentrista tendrá un quiebre, cuándo el sistema capitalista llegará a su punto final o, mejor dicho, si ese quiebre y punto final llegarán por parte de una naturaleza que –agotada por siglos de depredación– se torna cada vez más hostil para la especie humana. Mientras tanto, las consecuencias negativas para el ambiente y la sociedad se multiplican.

 

Referencias bibliográficas

Diario Responsable (2018): Ese riesgo emergente llamado polarización social. https://diarioresponsable.com.

Gudynas E (2014): Naturaleza, Ecosistema y Pachamama en derechos de la naturaleza. Lima, Ética Biocéntrica y Políticas Ambientales.

Mbembe A (2016): Crítica de la razón negra. Barcelona, NED.

Svampa M (2013): “El Consenso de los Commodities”. Le Monde Diplomatique, 168.

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