Después de la pandemia: un mundo posible es mejor

Se habrá advertido que invierto la remanida frase: “un mundo mejor es posible”. Trataré de explicarme porqué lo hago y, de paso, compartir con posibles lectores esa explicación. La frase me suena junto con otra que le escuché o leí a Perón: “lo mejor suele ser enemigo de lo bueno”. Son ese tipo de frases que podrían pertenecer al reportorio de la sabiduría popular o a cierta tradición más refinada de la cultura semifilosófica que los griegos de la época clásica dejaron flotando en el ambiente, aunque, en este caso, la frase pertenece a Voltaire: “Le mieux est l’ennemi du bien”.

Diré para empezar que la frase siempre me resultó un tanto esquiva en su significado y, tal vez por eso mismo, atrayente. Como nos atraen los enigmas y los misterios. Porque la frase de Perón puede ser interpretada de muchas maneras. De hecho, en el contexto en que viene transmitida[1] se deja interpretar, desde cierto ángulo de pragmatismo político y mesura, como un camino de “perfectibilidad” que, partiendo de lo que es bueno, vaya gradualmente en pos de lo mejor. No obstante, esa explicación deja sin explicar lo principal: ¿cómo es posible que lo más valioso –“lo mejor”, superlativo de “bueno”– sea menos preferible y esté por debajo, por así decirlo, de lo menos valioso, lo meramente bueno? Y no sólo eso, sino que entre ambos haya además una enemistad, incluso tal vez una contradicción que, puesta sobre un horizonte práctico, implicaría que al pretender lo mejor ni siquiera se realizaría lo bueno, sino que iríamos marchando directamente en la escala descendente hacia lo malo.

¿Qué conclusiones parciales podemos sacar de estos intentos explicativos? La primera, creo, es que la frase “un mundo mejor es posible” retuerce el sentido práctico hasta dejarlo exánime, aunque parezca lo contrario: si ese mundo se presenta como el mejor, entonces no sería ya meramente posible, sino imperativamente necesario. Un imperativo que anula la “posibilidad” y la transforma en “necesidad”. No quiero demorarme mucho en estos argumentos, pero algo del optimismo leibniziano se cuela por aquí: el mejor de los mundos posibles es la realización, es decir, el paso de lo posible a lo necesario, que deja fuera de juego las posibilidades alternativas, es decir, no realizadas. No nos entretengamos en hacer dialogar a Voltaire con Leibniz acerca de estos temas y sigamos adelante.[2] Si no le pifio mucho en la interpretación, la frase “un mundo mejor es posible” se llenaría de sentido práctico si dijese, al modo leibniziano, que un mundo mejor es “necesario o inevitable”, pero no “posible”. Una variante criolla podría ser “estamos condenados al éxito”, frase que no oculta, sin embargo, una buena dosis de sarcasmo.

Vayamos hacia otro lado, el que propongo con “un mundo posible es mejor”. Acompañemos la frase con los condimentos filosóficos que le permitan sostenerse. Uno, ceo yo, nos lo brinda Spinoza: “nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo [quid corpus possit], es decir, a nadie ha enseñado la experiencia, hasta ahora, qué es lo que puede hacer el cuerpo en virtud de las solas leyes de su naturaleza, considerada como puramente corpórea, y qué es lo que no puede hacer, salvo que el alma [mente] lo determine” (Spinoza, 1975). El texto de Spinoza puede ser interpretado –y de hecho es usual y correctamente interpretado de este modo– como una explicación “materialista” de la mecánica del cuerpo, aquella que apela a las causas eficientes como principio productivo y explicativo.[3] Pero mi interpretación, ahora, se propone ir en otra dirección: la de tomar el cuerpo como metáfora del cuerpo social o comunidad, y la mente como metáfora de la clase dirigente o élite gobernante o burocracia administrativa o vanguardia intelectual, o como se quiera nombrar a todo aquello que poniéndose por encima del cuerpo se arroga el privilegio de dirigirlo o gobernarlo.[4] Entonces, interpreto en Spinoza lo siguiente: no sabemos lo que el cuerpo social puede hacer sin que la dirección intelectual lo guíe. Uso ese “puede” en el doble significado de “posibilidad” y “poder”.[5]

El otro condimento filosófico que quiero incorporar lo tomo prestado de Nietzsche: Más allá del bien y del mal [Gut und Böse]… Esto no significa, cuanto menos, ‘Más allá de lo bueno y lo malo’ [Gut und Schlecht] (Nietzsche, 1975). También aquí me tomo la libertad de interpretar a Nietzsche en función de mi objetivo: pensar lo posible como tal, sin los presupuestos valorativos o ideológicos que podrían condicionarlo y, si así fuese, alterarlo o, por usar un término pasado de moda pero significativo en mi interpretación, “desnaturalizarlo”: claro está, con “las mejores intenciones”, las de “mejorarlo”. Entonces, más allá de Nietzsche, en este caso, y conectando su frase con la de Spinoza, lo bueno y lo malo quedan referidos a posibilidades del cuerpo social que pueden ser afirmadas como tales sin que valoraciones que le son ajenas o externas –el bien y el mal– las determinen de acuerdo con una escala cuyo vértice es “lo mejor”, lo óptimo en relación al bien. Lo bueno, en cambio, es aquello que el cuerpo –social– puede y, si hay allí algún saber, es allí –en el cuerpo– en donde tiene su lugar –y no en un plano que le resulta extraño: la mente, de acuerdo con Spinoza; el bien y el mal, de acuerdo con Nietzsche.

Todo esto viene a cuento de la pandemia de intérpretes de otra pandemia, la del COVID-19,[6] que por izquierda y por derecha aplican sobre los hechos los moldes de interpretaciones confeccionadas para otras ocasiones. Algunos ven entonces que avanza el Estado totalitario –contra las libertades individuales– y otros ven con entusiasmo profético que el colapso definitivo del capitalismo se aproxima –para dar lugar, ahora sí, a un mundo más humano, es decir, “mejor”.

Como no pretendo hacer profecías –ya Hegel recomendaba no hacerlo– ni tampoco hacer un balance retrospectivo para que el ave de Minerva levante vuelo –ya fue criticado el hegelianismo por Arturo A. Roig contraponiendo la calandria al búho– quiero instalarme en lo que es posible en cuanto tal: en lo que el presente tiene de abierto, en su posibilidad potente. Y en esto advierto que la situación actual tiene muchos puntos de coincidencia con la crisis del 2001. Un orden que se agota y posibilidades que se abren. Un orden –en griego diríamos kosmos– no es más que el sistema triunfante de los mundos posibles –como diríamos que habría dicho Leibniz. Al entrar en crisis, ese orden se desordena y permite que otros mundos posibles ofrezcan su potencial. De la crisis del 2001, yo rescato las organizaciones sociales: es decir, los variados cauces no institucionales por los que la vida social y comunitaria continuó fluyendo. Luego, la “normalidad” puso la norma y esas posibilidades se fueron reduciendo a lo que la norma admite. Creo que hoy estamos en una situación similar. Tal vez no todavía, pero podemos presumir que después de la pandemia nos esperan días difíciles. La pregunta es aquí qué mundo de los mundos posibles queremos convertir en el mejor, y sostener mediante nuestro deseo de que sea esa la posibilidad que se afirme, aunque nada lo garantice.

Un mundo así es posible. Aunque claramente improbable, sin embargo es mejor que este, cuyas posibilidades se reducen a una: el progreso científico y tecnológico puesto al servicio de un desarrollo capitalista sin objetivos claros, salvo los de satisfacer los deseos de los consumidores.[7]

 

Bibliografía

Casali CA (2016): “Pensar la libertad: entre Aristóteles y Sartre”. filosofiabiblioteca.blogspot.com.

Casali CA (2018): “La comunidad biopolíticamente organizada”. Movimiento, 5.

Casali CA (2020): “Coronavirus hasta en la sopa: una pandemia de filósofos azota el mundo”. Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales, 31 de marzo.

Nietzsche F (1975): La genealogía de la moral. Madrid, Alianza.

Perón-Cooke (1972): Correspondencia. Buenos Aires, Papiro.

Spinoza B (1975): Ética demostrada según el orden geométrico. Madrid, Nacional.

[1] Perón-Cooke (1972).

[2] Véase el Cándido de Voltaire.

[3] Desarrollé de modo amplio esta interpretación en Casali (2016).

[4] Se advertirá que resuena aquí “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes”. Es decir, el cuerpo –social– se da a sí mismo una cabeza dirigente que de él depende, y no al revés, una clase dirigente que encuentra en el cuerpo social la legitimación de su estatus directivo.

[5] Desarrollé estos temas, aunque desde otra perspectiva, en Casali (2018).

[6] Nos hemos referido a esto en Casali (2020).

[7] Se disculpará la evocación nostálgica en esto del Marcuse de El hombre unidimensional.

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