Cuando la mentira es la verdad

Por cierto, se trata de transformar el mundo, pero para ello es preciso valorar los actos del lenguaje. Cuando decimos “la realidad”, por ejemplo, podemos referirnos a ese afuera inmodificable, a esa suerte de muro infranqueable ante el cual sólo es posible chocar. O bien podemos adoptar un concepto dinámico de la realidad, como aquello que está aconteciendo y que siempre puede ocurrir de otro modo.

El devenir histórico sin duda está sujeto a las decisiones de las personas, de los líderes y en última instancia de los pueblos. Pero las organizaciones sociales que derivan de los procesos de cambio tienen que ver con objetos ficcionales, socialmente construidos e intersubjetivamente compartidos. Ejemplo: usted va a la verdulería y le da al verdulero un papel a cambio de verdura. El hombre lo toma porque cree que con ese papel podrá ir a la carnicería y le darán un bife de lomo. El carnicero a su vez lo toma porque cree que con ese papel podrá comprar zapatos, etcétera. Mientras sigamos creyendo en el valor de ese papel, el comercio seguirá funcionando. Otros ejemplos de objetos ficcionales intersubjetivamente compartidos son los pabellones nacionales, las fronteras, los sistemas económicos y jurídicos, los derechos humanos –entre ellos, los derechos de las trabajadoras y los trabajadores– y todos aquellos objetos que no se pueden ver, tocar, oler, pero que todos seguimos sosteniendo como realidades. Los sistemas de producción o difusión social de sentidos operan continuamente, enfrentándose en un combate de narrativas por instalar un “sentido común” funcional a los propios valores o intereses.

El acto del lenguaje que produce y difunde la idea de que el presidente “restringe libertades” combate contra la producción y difusión del mensaje según el cual el presidente pretende “cuidar y proteger” la salud de los ciudadanos. La producción y difusión de la idea de que “quieren dejar sin educación a nuestros niños” combate contra la producción y difusión de la estrategia de “disminuir la circulación” para evitar más contagios y continuar con las clases en forma virtual, etcétera. Este es un combate franco entre sistemas de producción y difusión de sentidos que compiten por instaurar un determinado sentido común, que es donde rige la hegemonía.

Pero, lamentablemente, junto con las nuevas tecnologías de la información y sus nuevos poderes de acumulación y procesamiento de datos, las noticias falsas –es decir, mentiras redactadas en forma de noticias– han ocupado el campo de batalla. La estrategia es compleja: se prepara el surco –con dudas, rumores, desmentidas– donde luego se sembrará la semilla –la noticia falsa que muchos esperaban escuchar. No se utilizan argumentos, ni datos, ni documentos reales, ya que no se trata de algo verdadero, sino de algo creíble, con el propósito de generar adhesión en una audiencia predispuesta a corroborar sus ideas previas, esas conclusiones que preceden todo razonamiento.

No es que nunca hayan existido estas estrategias de combate. Al contrario, se sabe que lo primero que muere en una guerra es la verdad. Pero nunca habíamos asistido a un poder tan grande de manejo de información, al punto de llegar a producir un discurso acorde a cada perfil de receptor, ya sea para venderle un producto de belleza o un candidato. Si antes decíamos que para cambiar la realidad necesitábamos cambiar las creencias mediante la producción o difusión de nuevas narrativas, hoy debemos agregar que es preciso, al mismo tiempo, desocultar estos nuevos mecanismos para restarles su eficacia fatal. Tarea tan difícil como posible y fascinante.

 

Alberto Ivern es filósofo relacional, magister en Comunicación-Educación, licenciado en Ciencias de la Educación y docente (UNLP). www.facebook.com/conacer21.

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