Carta de lectora

Querido Mariano y compañeros de la revista Movimiento:

Saben que leo con enorme placer la revista, que viene tanto a heredar un título emblemático como a ocupar un espacio que era imprescindible para la reconstrucción del movimiento mismo. Sin embargo, desde el inicio, extraño un mayor contacto con la realidad regional. Estamos reabriendo muchos debates, y ahora este también es un mandato. No pienso tanto en los debates Mercosur-Unión Europea, ni en la CELAC, ni en UNASUR, ni en el tipo de esfuerzo que se realizó durante el kirchnerismo, sino en un enfoque que retome nuestra vieja articulación con las realidades regionales y los compañeros de otros países. Tanto poniendo énfasis en el desarrollo de superestructuras, como en retomar vínculos con los compañeros de otros países, en una perspectiva histórica.

Para muchos de nosotros, sobre todo los más viejos, Latinoamérica fue un faro luminoso en nuestras vidas. Algunos hicimos el periplo regional para conocer un poco más esa realidad que se nos hurtaba en la formación académica. En mi caso, viajé a dedo un año entero en la tradicional recorrida, subiendo por el Pacífico y bajando por el Atlántico, con una incursión al Caribe angloparlante. Otros, que además lo escribieron, como Beatriz Sarlo, dan cuenta también de ese peregrinaje, o como Alcira Argumedo, que se refiere a ese viaje como “iniciático”. Es más, en un casamiento, conversando incidentalmente con un compañero, descubrí que nos había levantado a dedo en su vehículo en el desierto de Sechura en Perú, casi un no lugar, cincuenta años atrás. También están los que en su exilio se insertaron en otras realidades, casi siempre acompañados del eco de solidaridad que despierta el ser argentino –también de rechazo, pero menos frecuentemente.

Por otro lado, está la amplia legión de compañeros latinoamericanos que se refugiaron de las dictaduras de sus países en la Argentina, o que vinieron para acceder a una educación universitaria que se les negaba en sus lugares de origen. Son míticos los comunistas paraguayos de los 40, los estudiantes peruanos en La Plata, los refugiados del golpe de Pinochet de distintas orientaciones –que íbamos a buscar a la Federación Argentina de Psiquiatras que organizaba parte de la solidaridad–, los bolivianos que huían de la dictadura de García Meza. Como tuve la oportunidad de seguir viajando por la región durante muchos años, conversé con muchos de ellos. A diferencia de lo que pasa en Europa, donde nos liquidan rápida y superficialmente con la denominación de “populistas”, estos compañeros guardan su experiencia argentina cálidamente en su corazón. Muchos no son peronistas, pero todos reconocen y valoran lo que significó nuestro movimiento como una novedad en materia de reconocimiento de los derechos de las clases trabajadoras. Y valoran la persistencia de nuestro pueblo en la defensa de sus derechos. Tengo una amiga boliviana que nada quiere más que ir a los actos del Movimiento Evita cada vez que viene, y recorrer incansablemente las manifestaciones que se producen en nuestras calles. Además, somos muchos quienes, al tener un problema de salud en el exterior, fuimos atendidos alguna vez por un médico orgulloso de haberse graduado en Córdoba o en La Plata.

Por otro lado, están los miles y miles de argentinos y argentinas que se refugiaron en los países de la región: Venezuela, México, Perú, Bolivia, Chile o Cuba, por mencionar los más importantes, dieron oportunidades de vida y de contacto con otras maneras de vivir. En ellos aprendieron que la manzana no es la única fruta, que el picante no arruina el aparato digestivo, que el machismo persistía a niveles que no imaginábamos, que las discriminaciones se manifiestan en densas redes que cruzan la clase social, la etnia y el sexo, y que todos los países cuentan con un histórico acervo de una cultura que –excluyendo sus mayores exponentes– desconocíamos. A la vez, esos contactos les permitieron reconocer el rasgo peculiar de provenir de un estado de justicia social, aunque arruinado por el paso de las dictaduras.

Ahora enfrentamos otra realidad: la presencia masiva de latinoamericanos en nuestro propio país. Con hijos que van a nuestras escuelas, comidas que se difunden inesperadamente, acentos que se entrecruzan, políticas masivas de emisión de documentos de identidad para evitar la clandestinidad… en fin, podemos decir con orgullo que la persistencia del peronismo es visible en la recepción de nuestros vecinos, en modelos que resaltan frente al salvajismo de –entre otros– Donald Trump o los halcones de la Unión Europea.

Esta larga introducción va destinada a sugerir que hagamos un esfuerzo por poner estas voces en la revista. No es tarea fácil, y yo ya fracasé en algunos intentos, pero sería bueno que esta reconstrucción del peronismo incorpore voces que han quedado acalladas con el paso del tiempo. Sería un proceso de reivindicación de pequeñas acciones que fueron grandes y heroicas por el contexto en el que tuvieron lugar. Y un eslabón más para un proceso de unidad latinoamericana, tal vez hoy, más necesaria que nunca.

Debemos reconstruir esta memoria colectiva a partir de nuestra propia subjetividad, nuestras experiencias, nuestros contactos, nuestros aprendizajes, como sujetos de un peronismo que no sólo mira a la región, sino que se enriquece al registrar la forma en que nos miran. No en vano circula un mito urbano –imposible de verificar– que dice que Evo Morales fue llamado así cuando de niño vivía en Tucumán, en silencioso homenaje a Evita.

María del Carmen Feijoó

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