Calidad institucional

El funcionamiento razonable de la democracia requiere el cumplimiento de dos reglas éticas básicas: a) no se puede eliminar al rival; b) hay que saber perder. Aunque estas reglas fundan normas jurídicas, la sustentabilidad democrática depende de que cada jugador las asuma y se autoexija su cumplimiento.

La primera regla comprende el muy evidente deber de no matar, pero también prohíbe otras formas de exclusión, tales como proscribir o (des)calificar al rival, tratándolo como delincuente o irracional. Además, la sustentabilidad de la democracia requiere sociedades inclusivas.

La segunda regla exige aceptar el resultado que surge de los procedimientos electorales a los que se someten todos los jugadores.

La legitimidad democrática es el resultado de la aplicación de ambas reglas.

Desde hace algunos años, en diferentes contextos nacionales, la democracia está amenazada por el incumplimiento –por parte de los más diversos jugadores– de una o las dos reglas.

El reciente proceso electoral estadounidense, signado por la violencia racista, está inscripto en esta tendencia: el presidente saliente sostuvo durante toda la campaña que el único resultado aceptable era su propia victoria.

En nuestro país, los opositores de 2015, que habían amenazado con desconocer el resultado electoral, quedaron sorprendidos cuando el candidato oficialista aceptó su derrota, aunque fuera por un margen mínimo. A diferencia de Brasil, donde la persecución judicial impidió la participación electoral del principal líder opositor, el Senado argentino no permitió la detención arbitraria de Cristina Fernández de Kirchner, impulsada desde la antipolítica.

Además, desde 2015 las coaliciones que predominan electoralmente con chances de ganar elecciones presidenciales son altamente representativas de la diversidad sociopolítica de nuestro país.

Desde estas fortalezas, y a la luz de las malas experiencias ajenas, las argentinas y los argentinos debemos cuidar nuestra legitimidad democrática y asumir el desafío de construir una sociedad cada día más inclusiva, a través de procesos plurales y participativos de debate y concertación.

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