Ante una nueva resistencia

En el capitalismo financiero el principal recurso de control y dominación social es el de la deuda. Cambiemos y sus CEOs lograron en pocos años endeudarnos con una monstruosa cadena de obligaciones. Con esa deuda, si no podemos cambiar el curso de nuestra historia, el gobierno de Cristina Fernández habrá sido el último con cierto grado de independencia económica, soberanía política y justicia social. Para evitarlo es indispensable resistir el dominio siniestro de las corporaciones trasnacionales y sus ejércitos. En este aporte quiero volver sobre las formas en que debemos organizar una resistencia, que será difícil y prolongada, y sobre la que no veo un intercambio de ideas capaz de orientarnos –y orientar a los más jóvenes– en el tema.

 

Sobre los programas en la construcción de la resistencia

Tomo un comentario de un compañero respecto al artículo de Jorge Taiana, aparecido en el número 3 de esta revista. Pero no lo hago en referencia al artículo mismo, sino a la opinión del compañero Carlos Albisu, que representa un tipo de pensamiento muy generalizado: “En líneas generales, está bien ‘bonito’ el documento. Ahora, no hay una sola propuesta sobre qué vamos a hacer, ni cómo, en relación con Medios de Comunicación, Sistema financiero y tributario, Modelo sojero, Recursos Naturales, Empresas de energía eléctrica, en definitiva, el Modelo de País que queremos. A profundizar en propuestas compañeros”. No estoy para nada en desacuerdo con la responsabilidad que todos tenemos respecto a la caracterización de la situación del mundo, de nuestra América y de nuestro país, con el objetivo de mejorar nuestra capacidad política como oposición y como gobierno. Lo que temo es que junto a ese señalamiento se adjunte la idea de que el Movimiento deba presentar un programa detallado de esos que la izquierda conservó de su origen racionalista. Programas que tienen tres grandes defectos: a) nunca pueden reflejar lo cambiante de las realidades que debemos enfrentar; b) dan lugar a trasnochadas discusiones y divisiones en torno a los puntos y las comas; y c) reemplazan la construcción cognitiva permanente que debemos realizar junto a la totalidad de cada parte y a la totalidad de las partes que componen nuestra compleja sociedad.

Hubo una época en que la JP creó los equipos político-técnicos. Hoy deberíamos volver a crearlos. Pero recordando que dichos equipos –como las escuelas sindicales– eran lugares de militancia en el territorio y en las empresas. En mis más de 75 años, y el paseo por diversos países, no conocí partidos que se ajustasen a programas. La razón no es que sus dirigentes sean necios o traidores. La razón es que la forma de organización partidaria, de raigambre racionalista ilustrada, no es una forma adecuada. Al menos para organizaciones políticas de base popular, cuya principal misión es construir unidades que superen la fragmentación producida por la lógica mercantil. Pero también porque la liturgia de los programas crea la ilusión de que éstos son herramientas de dirección, cuya flecha desciende desde la cúspide en lugar de producir formas organizativas en las que el conductor persuade, pero al mismo tiempo percibe cuáles son las necesidades y demandas de los diversos sectores que componen lo popular.

También me interesó un segundo comentario, el de Susana Ramella: “Estoy de acuerdo con Carlos, estamos en un mundo muy distinto a 1946 y 1974, y hasta ahora no he visto propuestas que encaren ese nuevo mundo por ningún partido, y tampoco el justicialismo”. El comentario de Susana completó lo dicho por Carlos de un modo en el que estoy en parte de acuerdo. Yo mismo tengo en la universidad la misión de estudiar las características que va adoptando la sociedad del conocimiento y sus efectos sobre la actividad universitaria. Ello importa, pues debemos formarnos de modo tal que la dictadura de las trasnacionales, apoyada en las TICs y en las ciencias de la vida (psicología, neurofisiología, etcétera), no nos margine de la humanidad. Lugar al que parecen destinar a muchos millones de seres humanos. Pero, nuevamente, una cosa es profundizar en estas necesidades imperiosas –frente a las que el macrismo nos dejó casi inermes como país al destruir la industria y la vida universitaria– y otra creer que debemos redactar un programa que contenga esas caracterizaciones. Tarea que implica otros tiempos, otras formas de organización y otras metodologías de trabajo.

Todos los líderes populares han sabido que las construcciones políticas son renuentes a estrategias simplificadas o lineales y a construcciones abstractas en las que el amor y las emociones estén ajenas. La organización y la construcción de unificaciones es una tarea de enamoramiento y acción cotidiana. En ellas, los dirigentes se ganan su lugar porque allí los ubican aquellos que, por su acción, han confiado en ellos como sus representantes. El Movimiento es el lugar en el que, bajo comunes propósitos, convicciones y amores, vamos unificándonos los diferentes grupos de la diversidad de lo social, fortaleciéndonos para enfrentar al 1% de ricos que dominan, en nuestro país y en el mundo, y del cual los dirigentes de Cambiemos son peligrosos lacayos.

Hablar de estos temas es importante por dos razones coyunturales. La primera es que los liberales que se dicen peronistas confunden el Movimiento con aquello que constituye su herramienta electoral. Y desde esa confusión –sin querer queriendo– dicen que Cristina no es peronista porque en las últimas elecciones fue como Unidad Ciudadana y no como Partido Justicialista. La segunda es que muchos compañeros –peronistas o no, pero de indudable vocación nacional y popular– se muestran impacientes porque el peronismo antiliberal no ha presentado, aún, un frente electoral con un partido claramente hegemónico y un acordado candidato a presidente. Impaciencia que no debería ser tan desesperante si vemos la masividad de las demostraciones callejeras –que por cierto no carecen de organización– y otros actos de clara oposición, que incluso han llegado hasta a nuclear un importante grupo de juristas en defensa del Estado de Derecho reiteradamente violado por este gobierno.

 

La partidocracia y sus limitaciones

Asocio esas preocupaciones con la influencia que el pensamiento liberal consiguió en la cultura política argentina, fortalecido por el éxito de las “teorías de la transición a la democracia”. Prédica muy engañosa que se caracterizó por poner, como patrón de medida de la democracia, un modelo estilizado y falso de las democracias del “Cuadrante noroeste” (Estados Unidos y algunos países de Europa), que entienden la construcción política como si fuese el ágora de un acuerdo entre intelectuales (O’Donnell, 2010) y que –al mismo tiempo– evitan incluir en sus razonamientos el efecto político de los sistemas de dominación económicos –y de otros sistemas de dominación que se combinan con aquel. Ambos rasgos nos inhiben de entender tanto el origen y la eficacia del poder empresarial (los denominados “poderes fácticos”), como las complejas relaciones existentes entre los gobiernos y sus burocracias y el resto del entramado social.

Ya desde los momentos constitutivos de su accionar político-gubernamental, Juan Perón rechazó lo que denominó partidocracia y dio paso a que la forma movimiento –ya presente en lo sindical– cobrase nuevos rasgos al conformarse como una red de organizaciones de acción política dentro de las cuales el Partido es solo su instrumento electoral. Forma organizativa que trascendió la distinción público-privado de origen liberal, que fue adquiriendo estructuraciones diversas en las diversas épocas, pero que tiene como denominador común el ser una red de instituciones en las que –mediante un fecundo proceso de ensayos y errores, compartiendo símbolos y dirigentes− cada una de sus partes fueron totalizándose y totalizando al todo. Debido a sus éxitos, teniendo en cuenta que el enemigo son los poderosos oligarcas modernos, y que será ante ellos que deberemos resistir –antes y después de ganar elecciones–, esa es la tradición en la que deberíamos situar la discusión sobre nuestra organización.

 

Las resistencias

Desde el 55, la Resistencia Peronista enfrentó a la oligarquía. Hoy el régimen de excepción de nuevo tipo encarnado por Cambiemos repite las tendencias represivas y multiplica la propaganda calumniosa contra nuestros dirigentes. Sabemos que el mote de corruptos ha sido siempre el arma preferida por los gorilas. Con ella y con la armadura de los medios de comunicación monopolizados han logrado alimentar a otros gorilas y engañar inocentes, aquí y en muchos otros lugares del mundo. Por eso aquellas enseñanzas, puestas al día, deben ser retomadas. Debemos prepararnos para utilizarlas antes de las elecciones y después de ellas. Pues el gobierno es solo un momento en el proceso de nuestro fortalecimiento como pueblo. Lo que para nada equivale a concentrar el monopolio del poder –como nos han enseñado desde la escuela–, ya que, como ocurrió durante los gobiernos kirchneristas, la mayor parte de los recursos de poder seguirán en poder del 1% de oligarcas mundiales y de sus cipayos nativos –los criollos que nos venden. La resistencia deberá continuar. Sobre todo, luego de estos años de tremendo endeudamiento. Sin la utilización intensa de esa red de redes que es el Movimiento, no conseguiremos desenmascararlos ante la mayor parte de nuestros conciudadanos. Particularmente teniendo en cuenta que parte de ese poder les abre la posibilidad de convencer o comprar −con prestigiosos premios o donativos abundantes− los intelectos y las voluntades de periodistas, economistas y politólogos.

Es verdad que dicho poder no impide que –en diferentes países y desde diferentes vertientes– ya se estén orquestando resistencias globales frente al poder concentrado. Pero esas resistencias implicarán un arduo trabajo de organización y de articulación, en el que debemos conectarnos activamente con los movimientos en otras naciones que enfrentan al mismo enemigo y cargan con la misma responsabilidad: defender la dignidad de la vida humana sobre el planeta. Ya que –sin exageración ninguna– eso es lo que está en juego, debido a la máquina sin cerebro unificado ni moralmente limitado que, en su afán desmedido por concentrar riquezas, explota seres humanos y recursos naturales hasta su agotamiento. Esa es la nueva resistencia de este siglo y para ello debemos estar organizados y con ideas claras, pues no será tarea sencilla. Labor en la que, como bien sabía el General Perón, la verdadera política es la política internacional. En ella debemos actuar, trabajando cada uno en el lugar en el que esté y sea capaz.

 

La tradición organizativa del Movimiento Peronista

Como sabemos, históricamente el Movimiento se organizó dividido en grandes ramas: política, femenina y sindical (y posteriormente la de la juventud). Gracias a esa estructura trascendió siempre las formulaciones de las constituciones de origen liberal, que son pesadas herencias sobre nuestros recursos de poder e intelectos. En su historia, la rama política se organizó en uno y a veces más partidos –nacional o provincialmente– según las necesidades y posibilidades de cada momento, como ocurrió en las últimas elecciones en que concurrieron en forma separada Unidad Ciudadana y el Partido Justicialista, que no es sino un instrumento del Movimiento y no su principal estructura.

Pero el Movimiento tiene la virtud –ya comentada– de trascender su mera organización política, que lo obliga a respetar la tradición liberal republicana con todas sus limitaciones. Gracias a esa trascendencia, sus redes hacen posible la participación política de gran parte de la ciudadanía, con sus peculiaridades según provincias y según que la organización sea principalmente sindical, territorial, etaria o por género. Su misma flexibilidad permite una más directa comunicación de los líderes con sus bases, tanto como una mayor ubicuidad y aguante cuando ocurren dictaduras –como las cívico-militares o como la actual, de jueces y CEOs vendepatrias. Por eso tiene razón Manuel Urriza (1984) cuando afirma que al sistema le basta con “ilegalizar” al partido para combatirlo, pero debe recurrir a formas mucho más complicadas de represión para neutralizar al Movimiento. En todos los casos, la virtud del Movimiento Peronista es la de organizarse siguiendo el dibujo de las redes sociales e instituciones que se construyen dentro de la sociedad. Geografía de relaciones dinámicas que no se ajustan a la construcción ideológica y jurídica hegemónica –que obedece a la metáfora de una pirámide–, el Movimiento es una serie de redes con saberes sobre la acción, asentadas en recuerdos comunes. No redes estáticas, sino puntos luminosos que se activan o desactivan según diversas circunstancias.

Como se sabe, esa forma del Movimiento nunca fue comprendida por extranjeros o por los liberales argentinos. Respecto a ella, Steven Levitsky (2008), en un trabajo titulado “Una ‘desorganización organizada’”, luego de aludir a esos azoramientos frente al “fenómeno del peronismo”, dice: “La atención en la debilidad de la estructura formal del PJ oscurece la vasta organización informal que lo rodea. La organización peronista consiste en una densa colección de redes personales (que operan desde sindicatos, clubes, ONGs y a menudo desde la casa de los militantes) que están en gran medida desconectadas (y son autónomas) de la burocracia partidaria. Aunque estas redes no pueden ser encontradas en los estatutos y archivos del partido, proveen al PJ de una extensa conexión con las clases bajas y trabajadoras de la sociedad”. Acierta en cuanto a la formación de redes. Yerra en cuanto a considerar que esa organización es la del Partido, en lugar de percibir que es la del Movimiento. Aunque sirve como una fotografía hecha desde el exterior que creo fructífera para nuestra discusión. Ya que, si bien consigue captar la extensa red organizativa del Movimiento, la atribuye al Partido Justicialista, que es un simple instrumento electoral que en ocasiones puede dejar de serlo, ocupando su lugar otro partido, ya que los partidos se ven limitados por la legalidad liberal y la custodia de jueces que forman parte del poder oligárquico.

A pesar de ese error importante, es de reconocer que el aludido investigador, que estudió uno de los episodios más tristes de nuestro movimiento, captó su capacidad de resistencia ante las traiciones, al decir que: “la relación de Menem con el PJ de base estuvo siempre mediada por las poderosas organizaciones locales. Estas organizaciones proveyeron al gobierno de Menem con un surtido de beneficios políticos que incluyen vastos recursos humanos, canales para la implementación política, distribución de patronazgo y solución de problemas a nivel local. Sin embargo, también restringieron el liderazgo de Menem, limitando su capacidad de imponer candidatos y estrategias a las unidades inferiores. De hecho, estas unidades locales continuamente rechazaban o ignoraban las instrucciones provenientes desde el liderazgo nacional, siguiendo estrategias que poco tenían que ver con Menem o su programa neoliberal”.

De hecho, obligada por la feroz represión de los golpistas de 1955, la Resistencia se re-inventó, constituyendo a los sindicatos, clubes de barrio, sociedades de fomento o juntas vecinales en lugares de reunión de los peronistas. Fue en esos tiempos en que se valorizó, como nunca, la convicción de que para un peronista no hay nada mejor que otro peronista. Eso hizo posible que la diversidad de interpretaciones sobre el momento y sobre los medios de acción –emergentes de procesamientos diferentes sobre el momento político– no impidiese reconstruir permanentemente la unidad en torno a un conductor que no solamente era sabio en sus maniobras generales, sino que, además, se convirtió en un símbolo en torno al que conseguían unificarse las distintas organizaciones y personas del Movimiento. Fue un éxito de inmensa importancia, que no hubiese podido darse sin una mística que en Europa solo algunos pocos partidos conservaron por largo tiempo. Pero no lo lograron porque eran partidos –ya que no eran organizaciones cuyo acuerdo racional girara en torno a un programa concreto legitimado por elecciones internas ni estuviera sometido a la legislación que en cada momento signaba al país burgués– sino, por el contrario, porque –en los hechos– eran movimientos, aunque esa palabra no figurase en sus vocabularios políticos.

Un admirable dirigente político italiano en el primer tercio del siglo pasado hablaba de “guerra de posiciones”, refiriéndose a esa tarea de organizar la resistencia institución por institución, pues la hegemonía capitalista se recrea en todas ellas. Por su forma rizomática, el “movimiento” es una herramienta ideal para ese tipo de batallas propias de la “guerra de posiciones”, al mismo tiempo que consigue producir efectos de reconocimiento identitario en el que los peronistas hemos aprendido a construir la unidad en defensa propia y de nuestros compañeros contra las oligarquías de todas las épocas.

Eso –repito– es lo que es permite el Movimiento: aunque debamos admitir que ha implicado la existencia de una serie de dirigentes peronistas que, reduciendo la Doctrina a la caricatura de un mero recurso de poder personal, se identifican con los poderes concentrados. Ellos han sido y son una lacra. Aunque con ellos debemos coexistir, so pena de asumir un costo que no debe ser aceptado: el del sectarismo incluido en el peronómetro. Lo que no implica abandonar la lucha por demostrar quiénes somos los que, según la herencia recibida, nos convertimos en parte y conducción de todas y cada una de las organizaciones preocupadas prácticamente en llegar a una patria justa, libre y soberana.

Por eso es que, si algunos de los líderes del PJ puede ser líder en el Movimiento, es porque mostró su aporte a la Resistencia. Por lo que su autoridad no ha de basarse en un escalafón superestructural, sino en su capacidad de conquistar compañeros y acompañarlos en sus luchas. Aunque es preciso comprender que la acción de cada uno se debe al papel que encarna en cada momento, ya que la posición de aquellos que son líderes partidarios los obliga a ser más cautos y más sujetos a normas institucionales. Comprensión que no será difícil si se entiende que la conducción del Movimiento no necesariamente ha de ser la misma que la conducción de su rama política.

En esa conducción –y en la de cada grupo, por otra parte– la discusión racional, el acompañamiento y el sostén afectivo deben estar indisolublemente unidos en todos los niveles: bancar a un compañero es parte de la tarea militante; sostener a quien reconoce que se equivocó y quiere incorporarse a la lucha es propio de nuestra generosidad e inteligencia militante, pues el sectarismo lleva a la destrucción de las organizaciones mayoritarias; y discutir qué hacer con cada uno de quienes quieren militar es una obligación. Nadie conoce mejor cómo tratar a los compañeros que aquel que comparte sus penas, alegrías y razonamientos cotidianos. Pero justamente por eso debemos ser generosos con los desengañados y, en cada caso, debemos permitir que ellos y nosotros aportemos con lo que sabemos y podemos. Ya que no es lo mismo lo que puede aportar un empleado o un obrero cargado de años y horas de trabajo y obligaciones familiares, que quienes por su edad y posición social pueden dedicar todo su tiempo a la militancia.

Esa concepción de la acción política es ajena a todo ese sectarismo de los que suponen que, para formar parte de una misma fuerza política, se requiere homogeneidad de concepción y de pensamiento, y en la que se ignora que la diversidad es la madre de la creación y que la unidad se construye en la acción y no en discusiones sobre teoría. Si volvemos a escuchar lo que dijo Cristina en su último mensaje como presidenta, es a esa tarea conjunta que nos convocó.[1]

Hablar de estos temas es importante. Pues durante buena parte de este siglo deberemos aprender a organizarnos para resistir y transformar el Tánatos capitalista en progresos de nuestro pueblo y de la humanidad hacia un mejor porvenir. Que lo dicho sirva para comenzar una discusión sobre el qué y el cómo hacer las cosas. Estoy seguro de que muchos podrán mejorar inmensamente este pequeño aporte, para una Resistencia acorde con las exigencias de esta nueva época.

 

Bibliografía

O’Donnell G (2010): Democracia, Agencia y Estado. Buenos Aires, Prometeo.

Levitsky S (2008): “Una des-organización organizada”. En Política y gestión, Rosario, HomoSapiens.

Urriza M (1984): “¿Movimiento o partido? El Peronismo”. En Nueva Sociedad, 74.

[1] Ver: https://www.youtube.com/watch?v=Qqqbpxt3mGY.

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