Alberto Fernández y la encrucijada del destino

La segunda guerra mundial, con sus decenas de millones de muertos y la destrucción total de pueblos, países y economías, fue el contexto en el que el peronismo irrumpió en la historia nacional y cambió irremediablemente el modelo de exclusión social, poniendo al Estado como eje del proyecto de desarrollo que consiguió que un país –exportador de materias primas con el 90% de la población sumergida en la pobreza– se convirtiera en menos de diez años en una potencia de nivel mundial.

Lo que era una desgracia fue una oportunidad.

Evito adrede enumerar de qué manera se destruyó el proyecto Nacional durante todos los gobiernos que sucedieron al golpe del 55, con la única excepción del último gobierno de Perón, iniciado por Cámpora en el 73 y cerrado por Isabel con el golpe del 76.

El presidente Alberto Fernández encuentra en este momento un escenario análogo al de Perón a nivel mundial, aunque muchísimo menos grave en sus consecuencias materiales y número de muertes, pese a lo que sugiere el bombardeo mediático internacional frente al COVID-19.

Se trata de una sorpresa ingrata para el hombre que se preparaba para el escenario que recibió en diciembre, más parecido al que recibiera Alfonsín después de la última dictadura oligárquica-militar.

El veloz cambio de las condiciones de contexto definitivamente aniquila la soñada eficacia de una salida alfonsinista –con sometimiento al capital internacional, reconocimiento de la deuda ilegítima y rescate de bonos– que fuera copiada con pocas modificaciones en cada crisis posterior, ya que, fuera de nuestras fronteras, el mundo es imposible de prever con certeza.

La salida alfonsinista no sólo tiene destino de pobreza a largo plazo, sino que en el corto –el período de gracia para comenzar a pagar– no se avizora ninguna posibilidad de crecimiento ni de auxilio externo, como soñaban el ministro Guzmán y su maestro, ex gerente director del FMI, Joseph Stiglitz.

El desafío de un gobierno que sigue atendiendo la urgencia está en el rol del conductor frente esta catástrofe inesperada, ya que la única solución posible pasa por la valentía de restaurar el Proyecto Nacional.

Un Alberto Fernández que pensaba ajustarse, para lucirlo, el traje del decadente autor de la hiperinflación y el salario más bajo de la historia, se enfrenta con la necesidad de probarse el de la titánica y más exitosa figura que dieran la política argentina y del tercer mundo todo.

Mientras define si espera instrucciones de alguno de los bloques en pugna por el planeta –el de la Open Society de Soros-Roschild que maneja a Europa o los nacionalismos sui generis de Trump, Putin, Ji Ping o Bolsonaro– o se atreve a la tercera vía de proteger el trabajo, el alimento y la salud de los argentinos en modo “vivir con lo nuestro”, el descontento social está apenas contenido por el confinamiento obligatorio.

 

“El poder es hacer lo correcto”

No es la primera vez que, encontrándonos en crisis, ésta despierta la conciencia de que toda la capacidad de respuesta de este momento está en los jirones que quedan del Estado. Pero también en políticas de Estado que fueron no sólo exitosas para las crisis, sino para el desarrollo y la justicia social.

Se hace urgente, para seguir teniendo Patria, ejecutar un plan de salvación nacional con eje en la soberanía:

a) Soberanía sobre el ahorro argentino: nacionalización de la banca.

b) Soberanía alimentaria: prohibición del paquete agrotóxico y fomento de la agricultura sostenible.

c) Soberanía del agua: prohibición con sanciones ejemplares al cierre del acceso público al agua y expropiación patrimonial a los contaminadores.

d) Soberanía energética: política hidroeléctrica, termonuclear, petrogasífera, eólica y minera.

e) Soberanía monetaria: modificación radical de los contratos auríferos, declaración de inalienabilidad de los recursos, declaración de la moneda nacional como bien público e inconvertible para eliminar el mercado negro de divisas.

f) Soberanía previsional: declarar inalienable el fondo de garantía de jubilaciones y pensiones, recuperar el instituto de reaseguro y modificar la ley de seguros, orientándola a la necesidad social, patrimonial y productiva.

g) Soberanía sanitaria: nacionalización de la salud, eliminando la intermediación privada a través de la creación de una agencia nacional.

h) Soberanía laboral: el Estado como garante del empleo y el trabajo, mediante una agencia única nacional que registre y administre la situación laboral y social de todos los habitantes de la Argentina, garantizando plena ocupación.

i) Soberanía ambiental y habitacional: promoción y creación de comunidades autosostenibles.

j) Soberanía digital: promoviendo o creando nodos y redes, garantizando conectividad y un paquete gratuito de datos digitales mínimo para cada habitante.

k) Soberanía comunicacional: presupuesto para comunicación e información pública y ley de responsabilidad pública de los medios de comunicación, a la que deberá atenerse cada señal que acceda al territorio nacional.

l) Soberanía cultural: alentar la producción y el consumo cultural; nuestros artistas y pensadores nos representan mejor que cualquiera del extranjero; se debe facilitar el acceso de toda la población al producto artístico y cultural y al debate social.

m) Soberanía comercial: nacionalización inmediata del comercio exterior y la administración de puertos.

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