Volver: el sueño eterno del peronismo

17 de noviembre de 1972: Perón vuelve después de 17 años de exilio.

La palabra ‘volver’ está imbricada en el mito originario del peronismo. Volvió Perón de la prisión de Martín García un 17 de octubre de 1945. Se inmortalizó a Evita con la frase de Tupac Katari: “volveré y seré millones”. Los jóvenes peronistas del 55 transformaron la cruz dentro de la V –pintada por los “libertadores”– en una P, y crearon el logo más repetido de la historia: “Perón Vuelve”. Intentó volver Perón en 1964. Volvió 17 años después, un 17 de noviembre de 1972. En 2015, una plaza de jóvenes que no vivieron estas historias cantó: “a volver, a volver… vamos a volver”. Un peronismo que tropieza, cae, y se levanta para volver. Setenta y cinco años, un tercio de la historia argentina. Un movimiento que cada diez años dan por muerto, y resucita para volver. Aunque nunca le fue tan fácil, ni tan rápido, ese volver.

 

La fallida Operación Retorno de 1964

Derrocado y condenado al exilio en 1955, Perón inicia un largo peregrinar por Paraguay, Panamá, Venezuela y Dominicana, hasta instalarse en Madrid en 1960. La dictadura iniciada en 1955 se había propuesto borrar todo vestigio del peronismo. Apelaba a la proscripción política, la persecución judicial, la represión, la compra de dirigentes, e incluso a la eliminación física de Perón.

Desde miles de kilómetros, sin los medios modernos de comunicación y sufriendo las campañas de desprestigio en su contra, Perón iba perdiendo fuerzas. Del 64% de los votos obtenidos en 1954 –en la elección de vicepresidente– los llamados al voto en blanco del peronismo no superaban el 25%.

El 2 de diciembre de 1964 gobernaba el radical Arturo Illia. Perón supuso que no se le iba a prohibir regresar al país, y se embarcó en un vuelo de Iberia con destino final Montevideo. Sin embargo, las convicciones democráticas de Illia tenían sus límites, y se apuró a negociar con la dictadura brasileña para que detuviera el vuelo en la escala de Río de Janeiro. Bajo amenaza de derribar el avión –con cien pasajeros dentro–, Perón y su breve comitiva fueron devueltos a España.

 

El ajedrez con Lanusse

En marzo de 1971 el general Alejandro Agustín Lanusse se convirtió el en nuevo dictador de la llamada Revolución Argentina. Igual que muchos otros militares argentinos –y aunque lo odiaba– soñaba en convertirse en el nuevo Perón. Su plan era conseguir un acuerdo con el peronismo para dar una salida electoral y convertirse él en presidente, incluso con un vicepresidente peronista. Perón, maestro de intrigas, no lo desalentó. Al contrario, recibía a sus emisarios y los escuchaba. Algunos de esos emisarios –como el embajador Rojas Silveira– terminaban seducidos por Perón. Mientras tanto, él ponía a Rucci al frente de la CGT para movilizar al movimiento obrero y daba amplio apoyo a las organizaciones armadas y los grupos juveniles que golpeaban al régimen por izquierda. También bendecía a las logias de militares nacionalistas que alardeaban golpes cada seis meses.

Lanusse fue entrando en la trampa. Cuando se vio estafado, amenazó a Perón diciendo: “si no viene es porque no le da el cuero”, y creó una cláusula de residencia en el país antes del 25 de agosto del 72, para impedir la candidatura a presidente de Perón. Éste, que entendía que lo mejor suele ser enemigo de lo bueno, aceptó el condicionamiento, a cambio de una salida electoral sin proscripción del peronismo.

 

El charter de la esperanza

Perón fijó fecha de regreso para el 17 de noviembre. 160 personas acompañaban al general en el avión “Giuseppe Verdi” de Alitalia. Mitad por protocolo y mitad por seguridad: si derribaban el avión, mataban a 160 personas. No era un supuesto ilógico: Carlos Mugica, antes de partir, confesó –a Federico Lanusse, que lo llevó hasta Ezeiza– su temor de ser derribados. Por el otro lado, el entonces contraalmirante Massera señalaba –en off– a los periodistas de Clarín y La Opinión: “no llega, lo volteamos”. Lanusse, por el contrario, hacía ingentes esfuerzos por evitar un atentado que lo hubiera hecho pasar a la historia como el peor de los criminales.

En el charter iban, además de dirigentes peronistas, personajes del deporte y la cultura: Chunchuna Villafañe, Marta Lynch, Marilina Ross, Leonardo Favio, José Sanfilippo, Miguel Bellizi, Juan Carlos Gene, entre otros, formaban una especie de escudo humano alrededor del general.

 

35.000 soldados para “cuidar” a Perón

El régimen tenía temor a un nuevo 17 de octubre, y Perón, aunque no lo dijese, en su intimidad lo esperaba. La dictadura desplegó alrededor de Ezeiza un cerco policial militar nunca visto. Admitido oficialmente fueron 35.000 efectivos, con una última barrera de tanques y carriers de guerra. Ningún sector de la dirigencia peronista organizó la movilización. Finalmente fue el pueblo que, de forma espontánea, se movilizó bajo la lluvia para recibir a su líder. La CGT convocó al paro, pero el gobierno decretó asueto, y no hubo grandes columnas sindicales. FAR y Montoneros a esa fecha todavía no tenían la organización, ni la cantidad de cuadros que sumarían meses después: decidieron quedarse “autoacuartelados”, en previsión de no se sabe qué estrategia. No hubo carteles de FAR ni de Montoneros en la movilización. En el interior, los grupos juveniles decidieron hacer actos locales, también sumados a una estrategia confusa que hablaba de sublevaciones de militares peronistas.

A las 11:15 el Giuseppe Verdi tocó pista. Solo 300 invitados permitidos por el ejército saludaban desde la terraza, cuando Perón pisó suelo patrio y alzó sus brazos. Alojado en el hotel Internacional, Lanusse hizo su último intento de condicionarlo: le impidió la salida del hotel, para que aceptase reunirse con él. Perón estaba prisionero. Dispuesto a salir, en el pasillo un desbocado comisario sacó su pistola para detenerlo. Finalmente, en la madrugada del 18, Lanusse aceptó su nueva derrota y dejó partir la comitiva hacia la casa de Gaspar Campos.

 

El cruce del río Matanza

El artista plástico Daniel Santoro, explicando su pintura El cruce del Riachuelo, dice que “todo cruce de aguas mitológicamente es un cambio definitivo, es un cambio de estado del pueblo o del individuo”. Si la Generación del 45 tuvo su bautismo en el cruce del Riachuelo el 17 de octubre de 1945, la del 70 tuvo su Rubicón en el cruce del Matanza el 17 de noviembre de 1972. Hoy el peronismo recuerda esta fecha como “el Día de la Militancia”.

La nota principal en las palabras de aquellos protagonistas es revivir una profunda emoción que por momentos quiebra la voz en los testimonios. Todos los nombrados luego fueron jóvenes militantes de distintas agrupaciones y tomaron parte en esta movilización.

Alfredo Ossorio: “el regreso de Perón era la sensación de estar arañando la libertad, era el sueño revolucionario, el cubría todas esas expectativas de cambio, de transformación de la Patria”.

Inés Iglesias (Silvia): “fue uno de los momentos más gloriosos de los que pude participar… llegamos temprano a Ciudad Evita, las puertas de las casas estaban abiertas… ya sobre la ruta, la movilización era increíble y tuve una sensación de ser transportada por una fuerza, una voluntad popular, que iba rompiendo los cordones militares… los soldados conscriptos debajo de sus cascos dejaban ver sus caras conmovidas, muchos lloraban… cuando subimos el terraplén del río, miré hacia atrás y vi serpenteando columnas interminables de compañeros… el cruce era difícil y las mujeres nos apoyábamos en los compañeros para cruzar”.

Jorge Veliz (Chacho): “no solo era ir a recibirlo, sino también cuidarlo de los que amenazaban matarlo… ese día se respiraba que era el fin de una etapa, habíamos hecho realidad el ‘luche y vuelve’. De pronto avanzábamos por el campo con un gran rugido, como si fuésemos esos ejércitos de antaño lanzados al combate. El cruce del río producía una emoción especial: era meterse al agua fría, sentir cómo el barro comenzaba a subir por el cuerpo, se te pegaba, era la lucha contra los elementos”.

Ricardo Gómez (Lolo): “llovía mucho cuando salimos desde Moreno en una especie de procesión: colectivos, chatas viejas, hasta un carro creo. Íbamos por caminos de tierra, buscando esquivar los retenes militares… al amanecer, la gente salía de las casas y se sumaba… era increíble. Llegamos a Ciudad Evita, a una plaza, éramos miles. Gente de todas las edades, mujeres en batones, hombres grandes, la lluvia, el barro, el humo de los gases, era surrealista. Era un retrato bíblico, el pueblo buscando al Mesías. Avanzábamos y de pronto caíamos de cabeza al río. Se armaba una cadena de brazos para ayudar a cruzarlo. Mojados y embarrados hasta la cabeza, pero envalentonados y felices. Cuando estábamos a metros de la cerca del aeropuerto, nos tiraron los carriers encima. Allí escuchamos el avión y cantamos la marcha. Era Perón, era el sueño por el que había luchado mi viejo, por el que habían muerto tantos compañeros”.

Javier Mouriño: “yo tenía 17 años. Mi viejo cerró las puertas con llave para que no pudiera salir, tenía miedo de que me pasara algo. Me escapé por la claraboya del baño y me fui a la Unidad Básica. Seríamos 150. Llovía, pero éramos imparables, y seguíamos adelante: había que llegar a Ezeiza a defender a Perón. Empezaron con gases lacrimógenos, balas de goma y balas de plomo. Una granada de gas le pegó en el muslo a una compañera de secundarios, Ana María Spindola. Le atravesó el vaquero y le penetró la carne. Nos dispersábamos y nos volvíamos a juntar. Caminamos, puteamos, lloramos y cantamos”.

Vidal Giménez (el Negro): “cruzamos el río y nos metimos en el bosque de eucaliptos. Allí dentro éramos miles. De pronto, empezaron los carriers a tirar con ametralladoras a la copa de los árboles… cortaban las ramas y caían… allí vimos que ya no era posible avanzar más, eran balas de plomo… tuvimos que retroceder y volver a cruzar el río”.

Federico Lanusse: “avanzando por la ruta, de pronto nos enfrentamos a un pelotón militar, rodilla en tierra, apuntándonos con fusiles. Por esas cosas de locura no nos detuvimos. El oficial dudó unos segundos y dio la orden de bajar las armas… pasamos junto a los soldaditos que lagrimeaban de emoción y nos hacían la V de la victoria”.

 

La historia de una foto

Federico Lanusse, veinteañero en ese entonces, completa su relato mostrándome una foto que encontró en la contratapa de un libro: “cuando estoy por cruzar el río, tropiezo con una mujer, con pantalones negros y un paraguas. Le digo: ‘señora no cruce, se va a mojar toda’. Ella me responde: ‘joven, yo esperé muchos años que vuelva el General, así que voy a cruzar’. Me dio el paraguas y se tomó de mi brazo como sostén. Era una escena un poco extraña. Cruzamos con agua y barro hasta la cintura, pero sin cerrar el paraguas… supongo no querría arruinar su peinado. Para mis adentros pensé: ‘que el fragor de la lucha no le haga perder la elegancia’”.

Cuarenta años después, Federico vio la foto en la contratapa del libro Las JP de Pablo José Hernández y se dijo: “ese soy yo”. Tal vez en este mismo momento, una señora mayor, viendo esta nota, diga: “esa soy yo”. Y la mitología peronista vuelva a reproducirse en un nieto o bisnieto de esa abuelita del paraguas, y en los ojos de Julia, la nieta de 12 años de Federico, que termina de escuchar esta historia.

 

Aldo Duzdevich es autor de La Lealtad: Los montoneros que se quedaron con Perón y Salvados por Francisco.

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