Un territorio colonial con una organización federal

El proceso de organización nacional, que convirtió a las Provincias Unidas del Río de la Plata en una república agropecuaria que dependía económica y políticamente de Gran Bretaña, estuvo marcado en más de un sentido por la relación conflictiva que existía entre la provincia de Buenos Aires y el resto de las provincias: relación que fue expuesta con claridad en Revolución y contrarrevolución en la Argentina por Jorge Abelardo Ramos (Buenos Aires, 23 de enero de 1921-Buenos Aires, 2 de octubre de 1994). Allí, el autor abordó las tres causas de la disputa.

En primer lugar, Buenos Aires permitía el ingreso de mercaderías inglesas que inundaban las provincias del Interior, provocando la ruina de las producciones locales. “Si Buenos Aires, Montevideo, Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes tenían costas marítimas o fluviales y productos para la exportación (cueros, tasajos, lanas), las provincias mediterráneas vivían únicamente de los recursos del mercado interno y de sus industrias territoriales, nacidas de la insuficiencia industrial española, que nunca había podido abastecer a las colonias americanas. Como el monopolio virreinal cerraba el paso a los productos ingleses competitivos, las industrias argentinas del interior florecieron. Grandes sectores de nuestra población autóctona reposaban en esa producción industrial precapitalista. Los vinos, aguardientes y frutas secas de Cuyo, los tejidos cordobeses, los minerales, algodones y ganados de Catamarca y La Rioja, los alcoholes, suelas y tejidos salteños, constituían el fundamento económico de todo el interior argentino. Pero la derrota de la tendencia revolucionaria morenista nacional en Buenos Aires y el pase del control gubernativo a manos del grupo comercial porteño originó una caudalosa corriente de mercaderías inglesas que amenazaron las bases mismas de la economía provinciana” (Ramos, 1961: 32).

En segundo término, Buenos Aires no compartía el monto de la renta aduanera con el resto de las provincias, privándolas de la percepción de un beneficio que tenía como fundamento la salida de los productos locales y la entrada de los productos británicos que competían con aquellos. “Destruida la política nacional de Moreno, que contemplaba los intereses generales, y entronizada en el gobierno de Buenos Aires la tendencia rivadaviana probritánica, la oligarquía porteña se adueñó de esa máquina virreinal. Usufructuó la provincia-metrópoli y negóse a repartir las rentas aduaneras y el control político nacional con el resto de las provincias argentinas. Así nació la idea porteña de que la ciudad-puerto y la provincia bonaerense eran inseparables y que el producto de la Aduana pertenecía exclusivamente a Buenos Aires. Nadie pudo convencer con razones a estos nuevos virreyes de que la opulencia porteña y bonaerense se derivaba de rentas aduaneras que eran el fruto del intercambio engendrado por la actividad de todo el país. Instalada como un recaudador en las puertas del Plata, la oligarquía porteña se embolsaba la riqueza argentina” (Ramos, 1961: 34).

En tercer orden, Buenos Aires dominaba el Río de la Plata y, por su intermedio, el Río Uruguay y el Río Paraná, favoreciendo o dificultando la comunicación de las provincias del Litoral con el exterior. “Es preciso distinguir, no obstante, entre las llamadas provincias del interior y las provincias litorales. La Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos y en cierto modo Corrientes, tenían con Buenos Aires un poderoso vínculo que era al mismo tiempo el factor de disputa: las rutas fluviales que comunicaban a las provincias litorales con Buenos Aires y con el comercio exterior. La política de las fuerzas bonaerenses era discriminatoria. Utilizaban el puerto por derecho divino, despreocupándose del litoral. Esta actitud originó un movimiento de retracción y autodefensa de las provincias mencionadas que levantaron la bandera del federalismo como divisa política para proteger con las armas su modo de existencia. Debe tenerse en cuenta que la región del litoral se caracteriza por sus llanuras óptimas para la producción ganadera, ligadas a vías navegables con salida al Atlántico” (Ramos, 1961: 53). Por ende, tres razones económicas –el control de la actividad importadora, el control de la renta aduanera y el control de la comunicación fluvial por parte de la élite porteña– originaron la disputa y, en consecuencia, el surgimiento del federalismo argentino.

El federalismo –que no trasluce la existencia de una forma de organización gubernamental, sino la existencia de una forma de organización estatal– puede asumir dos modalidades: la de una confederación o la de una federación. La primera corresponde a una unión de Estados soberanos que ceden a una autoridad superior –federal– el poder necesario para la atención de algunos asuntos comunes –manejo de las relaciones diplomáticas, conducción de las guerras, concertación de la paz, etcétera– sin perder los atributos de su soberanía, ni el derecho a dejar esa unión cuando lo consideren conveniente. En cambio, la segunda corresponde a un Estado soberano que se encuentra constituido por la unión de varios Estados federados que, aunque ya no tienen los atributos de su soberanía ni el derecho a dejar esa unión, conservan el poder necesario para la atención de los asuntos de su competencia. No son modalidades ajenas a la historia argentina. Después de todo, las Provincias Unidas del Río de la Plata adquirieron la fisonomía de una confederación de Estados en los tiempos de Juan Manuel de Rosas; y la de un Estado federal con rasgos unitarios o centralistas, en los tiempos de Bartolomé Mitre. La comprensión cabal de esa transformación –que llevó a la consagración paulatina de un federalismo atenuado– resulta imposible sin la consideración previa de tres elementos: a) la conjunción del “nomadismo conquistador” y del “espíritu comunal” o “espíritu facúndico” –mencionados por Saúl Taborda en Esquema de nuestro comunalismo y en Sarmiento y el ideal pedagógico–; b) la aparición del caudillismo provinciano –resaltado por Arturo Jauretche en Los profetas del odio y en El medio pelo en la sociedad argentina–; y c) la magnitud de las fuerzas que se coaligaron en contra de los elementos anteriores.

La batalla de Pavón (17 de septiembre de 1861) representa el paso de la Confederación al Estado federal. “Ante la crisis de la Confederación, abandonado por todos, librado a la aquiescencia de los porteños sedientos de sangre gaucha, el general Pedernera declara en ‘receso’ al gobierno nacional. Su secretario, un mocetón barbudo llamado José Hernández, cantaría para siempre la potente tragedia que lo tuvo como testigo. El estratega victorioso a pesar suyo se encargó del gobierno nacional provisorio: en 1862 era elegido presidente de la República el general Mitre. Se abría el ciclo de las guerras civiles más crueles de nuestra historia. El capital británico comenzaba el aniquilamiento de la industria territorial, la transformación del gaucho en peón de estancia, la incorporación argentina al sistema mundial de las grandes potencias. A este período tenebroso y mal conocido se le ha conferido la dignidad académica de titularlo ‘nuestra era de progreso’” (Ramos, 1961: 150). El caudillo, como fenómeno político y social, desapareció. Su desaparición anticipó la de las montoneras. Y la desaparición de las montoneras anticipó la de los gauchos en general. Martín Fierro –el gaucho de José Hernández que representa el enfrentamiento de lo “gauchesco” con lo “civilizado”– cedió su lugar a Santos Vega –el gaucho de Rafael Obligado que representa la derrota de lo “gauchesco”. Y éste, a su turno, cedió el suyo a Don Segundo Sombra –el gaucho de Ricardo Güiraldes que representa la extinción de lo “gauchesco”, tras la consolidación de lo “civilizado” con la asistencia de los capitales británicos, los fusiles Remington y los cañones Krupp.

A tono con la dimensión de sus pretensiones, la ciudad de Buenos Aires se convirtió en el asiento físico de la autoridad federal –Congreso, Presidencia y Corte Suprema de Justicia– y en el centro urbano más importante de la Argentina, si tomamos en consideración su superficie, su población y su actividad política, económica, financiera y cultural –una circunstancia que acrecienta su magnitud si aceptamos que la ciudad y los partidos de la provincia de Buenos Aires que la rodean por el norte, el oeste y el sur, conforman una unidad. Por su lado, la provincia de Buenos Aires se transformó en la más importante del país, si medimos esa importancia por su superficie, su población, su producción agropecuaria e industrial, su representación en la Cámara de Diputados del Congreso Nacional, etcétera. A causa de ello, una expresión popular dice: “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”. Tal expresión –que implica la identificación del poder con un ámbito geográfico y la caracterización de esa identificación como algo que es natural y, por ende, inmodificable– deja en claro que la existencia del federalismo, aunque sea en una versión que no tenga muchos puntos de contacto con la original, resulta impensable con la presencia de un centro gravitacional tan irresistible como el de Buenos Aires. Y, asimismo, exterioriza que el desarrollo integral de la Argentina, declamado en una infinidad de ocasiones por una infinidad de gobernantes, no asume la dimensión de una utopía sino la de una quimera, cuando comprendemos que el crecimiento desproporcionado de una parte del país impide el crecimiento de las demás.

 

Referencias

Brienza H (2011): El loco Dorrego. El último revolucionario. Buenos Aires, Marea.

Duhalde EL y R Ortega Peña (1975): Felipe Varela contra el Imperio Británico. Buenos Aires, Schapire.

Gálvez M (1954): Vida de Don Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires, Tor.

Güiraldes R (1977): Don Segundo Sombra. Buenos Aires, Kapelusz.

Hernández J (2005): Martín Fierro. Buenos Aires, Colihue.

Jauretche A (1987): El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional). Buenos Aires, Peña Lillo.

Jauretche A (1992): Los profetas del odio y La yapa (La colonización pedagógica). Buenos Aires, Peña Lillo.

Obligado R (1974): Santos Vega. Buenos Aires, Kapelusz.

O’Donnell P (2012): Artigas. La versión popular de la Revolución de Mayo. Buenos Aires, Aguilar.

Ramos JA (1961): Revolución y contrarrevolución en la Argentina. Las masas en nuestra historia. Buenos Aires, La Reja.

Taborda S (1994): Esquema de nuestro comunalismo. En La argentinidad preexistente, Buenos Aires, Docencia.

Taborda S (1994): Sarmiento y el ideal pedagógico. En La argentinidad preexistente, obra citada.

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