Peronismo y mundo obrero: la creación de la columna vertebral

La Confederación General del Trabajo declara su indeclinable decisión de constituirse en celosa depositaria y fiel ejecutora de los altos postulados que alientan la Doctrina Peronista y en leal custodio de la Constitución de Perón, por cuanto concretan en su espíritu y en su letra, las aspiraciones eternas de la clase obrera y constituyen las reglas insuperables para orientar a los trabajadores argentinos en el cumplimiento de su irrevocable determinación de forjar una Patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

El movimiento obrero y su formación ideológica luego de 1930 ha sido un objeto trillado de estudio. La crisis del 30 trajo como consecuencias la modificación de las relaciones comerciales, el proceso de industrialización por sustitución de importaciones, los movimientos migratorios del campo a la ciudad y los cambios operados en el mundo del trabajo que determinaron los factores objetivos que alterarían a la organización gremial. Sumado a esto, hubo un reordenamiento de la política mundial a partir de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. Pero existe una dimensión subjetiva que hace que la conformación del movimiento obrero argentino adquiera un carácter excepcional, esto es, la emergencia del peronismo como Movimiento Nacional. El presente artículo tiene como objetivo principal analizar brevemente las relaciones entre el mundo el obrero y la emergencia del peronismo.

 

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió

La izquierda internacionalista con sucursales en la Argentina lamentó no haber consolidado su predicamento en el Movimiento Obrero local e identificó esta desilusión en los albores del peronismo. Gran cantidad de autores de diferentes arcos teóricos y políticos se animaron elucubrar respuestas a la situación, desde Hugo del Campo a Hiroschi Matsushita, o el propio Julio Godio. Pero a los fines de este trabajo me detendré en la dupla Murmis y Portantiero y en la obra de Juan Carlos Torre Ensayo sobre Movimiento Obrero y Peronismo.

Torre se pregunta si el Partido Socialista Argentino no era el más sólido y prestigioso de América Latina, y si por tal motivo no era el apropiado para conducir al Movimiento Obrero, otorgándole un horizonte ideológico bajo el prisma de Juan B. Justo. El autor realiza un itinerario acerca de la composición del Partido Socialista, prestando analogías con el caso norteamericano. Asimismo, desmenuza el trabajo de José Aricó La hipótesis de Justo, donde da cuenta de la escasa eficacia del Socialismo para interpelar al Movimiento Obrero. En sus conclusiones, en cuanto al fracaso de seducción del Partido Socialista en relación al Movimiento Obrero, el autor esgrime una serie de explicaciones basándose en las características propias del partido, y centra los motivos de su impopularidad con el mundo gremial en las peculiaridades del proceso histórico argentino.

Otros autores intentaron explicar el éxito del peronismo en su acercamiento al Movimiento Obrero a través de la distinción entre antiguos obreros de características inmigrantes y nuevos obreros migrantes proclives a la diatriba peronista. Murmis y Portantiero en su trabajo Estudios sobre los Orígenes del Peronismo desactivan esa operación, argumentando que viejos dirigentes del mundo sindical tuvieron un papel destacado en el primer peronismo. Pero en este punto los autores tienden a establecer una linealidad entre las transformaciones socio-productivas operadas durante la década del 30 y la emergencia del peronismo. Es decir, no identifican un punto de quiebre, y como consecuencia tampoco observan una refundación del Movimiento Obrero a partir de 1945.

Estos trabajos, que tienen predicamento dentro de las ciencias sociales, presentan un déficit: son parcializados en términos temporales y omiten comprender al peronismo como un fenómeno inscripto en una tradición política de carácter nacional y en una matriz de pensamiento arraigada en la cultura popular. Es posible identificar la tradición y la matriz desde la expulsión de los ingleses del Río de La Plata en 1806-1807, el carácter mestizo de los ejércitos emancipadores, las luchas del pueblo bonaerense contra el bloqueo anglo-francés, la resistencia de los caudillos del interior al proyecto de entrega mitrista, o la reivindicación del mundo federal por parte del yrigoyenismo.

Es decir, el Movimiento Obrero de 1945 no estaba desprovisto de ideología, pero tampoco era una mera continuación ideológica de las corrientes sindicales de la década del 30. El sindicalismo local necesitó de condiciones materiales efectivas y de una conducción política que lo convocara a ser parte de la Nueva Argentina.

El vínculo entre peronismo y Movimiento Obrero nace en la voluntad de un coronel con perfil obrerista que toma a su cargo el Departamento Nacional de Trabajo. El General Ramírez sostuvo: “denle el cargo al loco de Perón, que se interesa por esas cosas”. En pocos días el Departamento se convierte en la Secretaría de Trabajo y Previsión, el trampolín político que permitió la construcción del vínculo entre Perón y el Movimiento Obrero. La misma Eva Perón abona en esta línea: “el peronismo nació en la Secretaría de Trabajo y Previsión al momento en que un obrero desprevenido dijo ‘me gusta este coronel’”. El trabajo de Perón en la Secretaría es dual, por un lado, busca la ampliación de derechos conocida de memoria por todo el arco militante, pero también diseña la organización del Movimiento Obrero. La visión del coronel en cuanto al sindicalismo era que éste era anárquico y con tendencia a resolver conflictos a través de metodologías intransigentes. Esto no significaba invalidar las estructuras gremiales, muy por el contrario, implicaba un nuevo tipo de reconocimiento basado en una concepción de comunidad sostenida en un Proyecto de Justicia Social.

Al romper con la matriz liberal de democracia se está construyendo una democracia social, donde los sindicatos adquieren un lugar central por ser espacios de nucleamiento de un nuevo sujeto social que ingresa en la escena política argentina. Esta democracia social diseñada desde la Secretaría de Trabajo y Previsión le permitió a Perón consolidar su ascendencia al interior del sindicalismo local.

En el Proyecto de la Justicia Social la economía se encuentra al servicio del ser humano: el cambio de paradigma era una señal para la organización gremial. Al ponerse la economía como un vehículo para alcanzar al bienestar social, los trabajadores advierten que pronto su organización sindical debe ser modificada. Más allá de lo cualitativo de la relación entre Perón y el sindicalismo, los números indican que en 1945 la Confederación General del Trabajo tenía un millón de afiliados, llegando en 1955 a seis millones.

La consolidación de la relación entre Perón y el Movimiento Obrero la ubicamos en la presentación del Plan Quinquenal en 1947 y en la celebración de los Derechos del Trabajador. En un contexto de posguerra donde surgen organizaciones internacionales que pensaban distintas agendas de derechos, Perón sanciona con vocación nacional los Derechos del Trabajador, sanción que implicaba derechos y obligaciones, además de la mejora en las condiciones de trabajo. A la agenda internacional de derechos basados en una racionalidad universal, la Declaración imprimía un elemento comunitario y situado. Dos años después se asistirá al mayor evento de institucionalización de esos derechos: la sanción de la Constitución de 1949, con toda su impronta laboral.

Perón identificaba como el principal elemento anárquico de la realidad sindical su falta de centralización. Esto se debía a que la organización gremial se sostenía en base a federaciones. En este punto, varios de los trabajos vinculados a la temática señalan la anécdota entre José Espejo y Perón en relación al problema de la centralización del Mundo Obrero. Lo interesante es la advertencia que surge de la anécdota, el vínculo entre las federaciones gremiales y las centrales internacionales obreras. Incluso algunas estaban directamente relacionadas con entidades norteamericanas. Se destacaba en oportunidades el triste papel que desempeñaban los delegados de las federaciones locales en congresos internacionales. Aparece un elemento central y poco trabajado que es la soberanía gremial y la construcción de una nacionalidad obrera.

El otro elemento en la Nueva Argentina es la relación cotidiana entre Perón y la flamante CGT, la regularidad de las visitas semanales en la casa de los trabajadores, y el lugar en la gestión diaria que Perón otorga a los trabajadores. De esta manera, en la Nueva Argentina el trabajador ocupaba un nuevo lugar. Perón en ese sentido venía a convertir en protagonistas a sectores postergados que a lo largo de la historia argentina aparecieron en las principales gestas emancipatorias. La centralidad se la dará el nombre de columna vertebral del Movimiento Nacional. Es un intento de síntesis y conducción en la heterogeneidad de un mundo del trabajo cada vez más moderno y urbano.

En todo este proceso surgen dos variables: la primera es la soberanía gremial, desarrollada anteriormente; la segunda es la idea de un nuevo contrato social, no bajo los términos clásicos liberales del contractualismo europeo, sino que implicaba un salto evolutivo basado en la institucionalización de los derechos con la sanción de la Constitución de 1949 y la convocatoria a formar parte del proyecto de Justicia Social. De esta manera se discutían dos resabios del liberalismo, la adhesión gremial a organizaciones internacionales y una constitución liberal donde costaba identificar el lugar que ocupaban los derechos del trabajador. El resultado de esto es la centralidad que adquieren millones de obreros, que por primera vez en la historia nacional serán reconocidos.

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