Pensar Nacional: el pensar alienado. Arqueología de una experiencia

En el primer capítulo de estas reflexiones mencionamos a dos autores: Paulo Freire y Manuel Ugarte. Aquí invito a compartir algunos aspectos del pensamiento de Freire y otros autores afines a él que ayuden a dilucidar el título de esta segunda entrega.

Quienes teníamos algún tipo de militancia a fines de los 60, y sobre todo si estábamos relacionados con la docencia, empezamos a escuchar el nombre del pedagogo brasileño Paulo Freire. En el año 1969 se da a conocer en lengua castellana su segunda obra: Pedagogía del oprimido. Era una versión incompleta publicada en Chile. Al año siguiente se editó en Uruguay (Tierra Nueva) y en 1972 en la Argentina (Siglo XXI). La primera obra había sido La educación como práctica de la libertad (1967). Algunos quisieron minimizar su importancia y redujeron el pensamiento de Freire a un método para alfabetizar a las personas adultas. Esta postura implicaba dejar de lado una profunda crítica al sistema educativo latinoamericano y a la ideología política y económica que en él se escondía.

En un mundo de miseria y hambre, en el que se pone en evidencia la relación entre opresores y oprimidos, la propuesta de Freire se convirtió en educación liberadora. La contrapartida de ésta era la educación bancaria, denominada así porque el educador –el único que sabe– “deposita” en la mente del educando –que no sabe nada– los saberes necesarios. Podríamos preguntarnos necesarios para qué. Se contestaba desde el poder: necesarios para ser alguien útil en la vida, para el progreso… Se ocultaba la verdadera motivación: necesarios para que todo siga igual. Cabe señalar que esto no es una acusación a los docentes, quienes en general también fueron víctimas de ese sistema.

De la enorme riqueza que encierra el pensamiento de Freire deseo señalar un punto central: el triunfo del opresor es que el oprimido piense como él, y así justifique la opresión. En un régimen de opresión –como los existentes en muchos países de América Latina en los 60 y 70– la educación que busca la autenticidad del ser humano es una educación para la libertad puesta en práctica y, por lo tanto, sólo puede ser pedagogía del oprimido.

Se supone que el proceso educativo contribuye a la construcción de la subjetividad de la persona. Una educación que enajena al educando no permite este proceso. Por el contrario, la pedagogía del oprimido impulsa a una objetivación crítica del mundo y, al hacerlo, el educando-oprimido comienza a encontrarse a sí mismo al encontrarse con sus compañeros y compañeras. De allí la frase que es ya famosa de esta obra de Paulo Freire: “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión”. Tal vez a alguien le resuene una frase similar: “A niveles nacionales, nadie puede realizarse en un país que no se realiza. De la misma manera, a nivel continental, ningún país podrá realizarse en un continente que no se realice. Queremos trabajar juntos para edificar Latinoamérica dentro del con­cepto comunidad organizada”. Es una frase de Juan Perón, del Modelo argentino para el proyecto nacional.

En definitiva, el oprimido aprende a decir su palabra y, cuando la palabra es propia, es creadora.

En la práctica pedagógica de los 70 utilizábamos la expresión “cuña del opresor”, que no es estrictamente de Freire, pero que éste expresa de múltiples modos. Él habla de la sombra del opresor. Veamos algunos de estos pasajes extraídos de Pedagogía del oprimido. “El gran problema radica en cómo podrán acceder los oprimidos, como seres duales, inauténticos, que ‘alojan’ al opresor en sí, participar de la elaboración de la pedagogía para su liberación. Sólo en la medida en que descubran que alojan al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual ser es parecer y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo”. “La estructura [del pensamiento de los oprimidos] se encuentra condicionada por la contradicción vivida en la situación concreta, existencial, en que se forman. Su ideal es, realmente, ser hombres, pero para ellos, ser hombres, en la contradicción en que siempre estuvieron y cuya superación no tienen clara, equivale a ser opresores. Éstos son sus testimonios de humanidad”. “Los oprimidos asumen una postura que llamamos de adherencia al opresor”. “Para [los oprimidos], el hombre nuevo son ellos mismos, transformándose en opresores de otros”. “Perdura en ellos, en cierta manera, la sombra testimonial del antiguo opresor. Éste continúa siendo su testimonio de humanidad”. “Los oprimidos, que introyectando la sombra de los opresores siguen sus pautas, temen a la libertad, en la medida en que ésta, implicando la expulsión de la sombra, exigiría de ellos que ‘llenaran’ el ‘vacío’ dejado por la expulsión con ‘contenido’ diferente: el de su autonomía. El de su responsabilidad, sin la cual no serían libres. La libertad, que es una conquista y no una donación, exige una búsqueda permanente”. “Sufren [los oprimidos] una dualidad que se instala en la interioridad de su ser. Descubren que, al no ser libres, no llegan a ser auténticamente. Quieren ser, mas temen ser. Son ellos y al mismo tiempo son el otro introyectado en ellos como conciencia opresora. Su lucha se da entre ser ellos mismos o ser duales. Entre expulsar o no al opresor dentro de sí. Entre desalienarse o mantenerse alienados”. De una manera general afirma Freire: “Éste es uno de los problemas más graves que se oponen a la liberación. Es que la realidad opresora, al constituirse casi como un mecanismo de absorción de los que se encuentran en ella, funciona como una fuerza de inmersión de las conciencias” (Freire, 1971: 41-48). Los resaltados son míos.

Como ejemplo de nuestra historia reciente podríamos hacer estas preguntas: ¿no explicaría esta hipótesis de Freire la actitud, en medio del conflicto por la Resolución 125, de muchísima gente que apenas podía comprar un churrasco y sin embargo defendían a los sectores agrarios más oligárquicos? ¿Por qué un inmigrante llegado a la Argentina hace algunas décadas ahora se espanta ante la vista de un paraguayo o boliviano que busca trabajo igual que él o sus padres lo hicieron antes? Recordemos que Perón, en su discurso de campaña el 12 de febrero de 1946, decía: “Cuando medito sobre la significación de nuestro movimiento, me duelen las desviaciones en que incurren nuestros adversarios. Pero mucho más que la incomprensión calculada o ficticia de sus dirigentes, me duele el engaño en que viven los que de buena fe les siguen por no haberles llegado aún la verdad de nuestra causa. Argentinos como nosotros, con las virtudes propias de nuestro pueblo, no es posible que puedan acompañar a quienes los han vendido y los llevan a rastras, de los que han sido sus verdugos y seguirán siéndolo el día de mañana”.

Ahora bien, es pertinente señalar que este concepto del opresor en la mente del oprimido como una sombra no es original de Freire, sino que él lo toma de Albert Memmi, escritor tunecino nacido en 1920. La obra a la que hacemos referencia es Retrato del colonizado (1966), con prólogo –nada menos– de Jean-Paul Sartre. Pero los adelantos de esta obra ya habían sido publicados en 1957, antes de que Frantz Fanon diera a conocer su obra Los condenados de la tierra, también con prólogo de Sartre. Explica Memmi que el colonizador construye un relato mítico y degradante del colonizado: es perezoso, es débil, es ingrato, no tiene cualidades positivas, es imprevisor, no sabe usar su libertad. Y concluye: “Ese retrato mítico y degradante, querido y difundido por el colonizador, termina por ser aceptado y vivido en cierta medida por el colonizado. Adquiere de este modo cierta realidad y contribuye al retrato real del colonizado”. Luego explica: “Ese mecanismo no es desconocido: se trata de una mistificación. Es sabido que la ideología de una clase dirigente se hace adoptar en gran medida por las clases dirigidas. Pues bien: toda ideología de combate comprende, como parte integrante de la misma, una concepción del adversario. Consintiendo esta ideología, las clases dominadas confirman en cierto modo el papel que se les ha asignado. Lo que explica, entre otras cosas, la relativa estabilidad de las sociedades; en ellas la opresión es tolerada, de buen o mal grado, por los propios oprimidos”. Y completa: “Para que el colonizador sea totalmente el amo, no basta con que lo sea objetivamente; es preciso además que crea en su legitimidad. Y para que esta legitimidad sea completa, no basta con que el colonizado sea objetivamente esclavo; es preciso que se acepte como esclavo. En resumen, el colonizador debe ser reconocido por el colonizado” (Memmi, 1969: 98). Los resaltados son míos.

Igual que Freire, Memmi afirma que la relación de opresión destruye la humanidad tanto del opresor como del oprimido. En la obra mencionada de Fanon (1925-1961), el autor reafirma los conceptos de Memmi. Respecto de introyectar la figura del colonizador (opresor) dentro del colonizado (oprimido), afirma: “Es verdad, no hay un colonizado que no sueñe cuando menos una vez al día en instalarse en el lugar del colono”. “El colonizado es un perseguido que sueña permanentemente con transformarse en perseguidor”. Respecto de la construcción de un relato mítico del colonizado que justifique la colonización, dice: “Como para ilustrar el carácter totalitario de la explotación colonial, el colono hace del colonizado una especie de quintaesencia del mal. La sociedad colonizada no sólo se define como una sociedad sin valores. No le basta al colono afirmar que los valores han abandonado o, mejor aún, no han habitado jamás el mundo colonizado. El indígena es declarado impermeable a la ética; ausencia de valores, pero también negación de los valores. Es, nos atrevemos a decirlo, el enemigo de los valores. En este sentido, es el mal absoluto. Elemento corrosivo, destructor de todo lo que está cerca, elemento deformador, capaz de desfigurar todo lo que se refiere a la estética o la moral, depositario de fuerzas maléficas, instrumento inconsciente e irrecuperable de fuerzas ciegas” (Fanon, 1994: 34-46).

Es evidente que lo que se pone en duda es la humanidad del colonizado, porque el modelo de humanidad lo impone la metrópolis. Por lo tanto, el colonizador puede hacer con el colonizado lo que le plazca, pues es una “cosa”. La historia reciente de Occidente tiene múltiples muestras de estos atropellos: los españoles y, algunos siglos después, las liberadas colonias británicas respecto a los pueblos originarios de América; los portugueses, belgas, holandeses en África; los ingleses en la India…Y quede claro que esta es sólo una lista muy parcial.

Lo que quiero resaltar como conclusión central es que los procesos de dominación de las personas y de los pueblos se construyen con elementos externos: fuerzas de ocupación, dominio de los recursos económicos, cierre de ayuda financiera, destrucción de bienes, etcétera. Pero es muy difícil llevar a cabo estas acciones sin elementos internos: la complicidad de grupos privilegiados que se benefician individualmente con la destrucción de la Patria y el hambre del Pueblo. Pero hay que afirmar que, así como hay una parte de la población que piensa y siente como el opresor –y entonces deja de ser pueblo–, también todos corremos el riesgo de que una parte de nuestra subjetividad piense y sienta como el opresor. La lucha entre opresores y oprimidos se da en las calles y también en los corazones.

No pensar desde nuestra propia identidad hace que nuestro pensamiento sea desarraigado. Es decir, no somos nosotros quienes pensamos y vivimos nuestra experiencia histórica. Esto es una tragedia, porque nuestra vida transcurrirá en vano. No malgasta su vida quien se equivoca buscando honestamente un sentido para ella: la pierde quien la transita aceptando –por comodidad y por miedo– el sentido que le da otro.

¿No es este, acaso, filosóficamente hablando, la opción que tomó la generación del 80, que convirtió al país en una granja del Imperio Británico? ¿No hicieron lo mismo quienes en el siglo XX resolvieron que la Nación argentina no necesitaba marina mercante, aerolínea de bandera, o conservar el control de los recursos naturales y de las comunicaciones? ¿No se rinden a la inautenticidad quienes enajenan la tierra en manos de las pocas compañías transnacionales que dominan el mercado de las semillas transgénicas y los agroquímicos? ¿Cómo hablar de soberanía alimentaria si el sujeto que se alimenta ha perdido la suya, es decir, ha dejado de ser sujeto? Dejo estas preguntas con la esperanza de que las compañeras y los compañeros que las lean las multipliquen en encuentros de reflexión política. Como mencioné en el primer párrafo, en la primera entrega también nombré a Manuel Ugarte. Me interesa dedicarle específicamente algunas páginas, porque Ugarte fue un pensador argentino que profundizó seriamente estos temas a partir del año 1900 –cincuenta años antes que Memmi o Fanon y setenta antes que Freire– y sin embargo, para la mayoría de los argentinos, incluso los militantes políticos, es un desconocido. Trataremos, aunque sea parcialmente, de enmendar este error. A su pensamiento dedicaremos el próximo capítulo.

Hasta la próxima, si Dios quiere.

 

Referencias

Fanon F (1994): Los condenados de la tierra. México, Fondo de Cultura Económica.

Freire P (1971): Pedagogía del oprimido. Montevideo, Tierra Nueva.

Memmi A (1969): Retrato del colonizado. Buenos Aires, De la Flor.

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