Notas sobre la génesis del Revisionismo Histórico en Argentina

El presente trabajo tiene por objeto sintetizar dentro del vasto campo de producción existente en el tema, los orígenes del Revisionismo Histórico en Argentina. La posibilidad de un examen crítico de la denominada historia oficial liberal, sólo pudo ser posible en Argentina a partir del desarrollo de una historiografía con posterioridad a la batalla de Caseros en 1852 y más aún con bastante distancia temporal hasta la consolidación de los primeros escritos historiográficos de Vicente Fidel López (1815-1903) y Bartolomé Mitre (1821-1906) Estos escritos han conformado la base de la historiografía liberal oficial. Ambos opositores a Rosas, legaron una tradición historiográfica fuertemente vinculada a la consolidación de un orden oligárquico asociado a fundamentalmente a l política exterior británica. No sólo en sus escritos sino en los hechos, Mitre fue aliado de Urquiza y posteriormente comandaría las tropas argentinas en la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, acaso el último bastión del proyecto autónomo de nuestra región en la época. En el caso de López, a pesar de ser un gran impulsor del proyecto de desarrollo del sector secundario en Argentina, su posicionamiento ideológico se encuadraba en promover un proyecto de modernización de acuerdo con los principios liberales y centralizadores al igual que Mitre, de la organización del Estado. Fuertemente antirosistas, invisibilizaron el proyecto nacional en curso y lo combatieron. Es en ese marco que posteriormente Antonio Zinny, un continuador de la obra de Mitre, escribiría la Historia de los gobernadores de las provincias argentinas (1880), en los que sobredimensionaba los rasgos fuertemente descalificadores hacia la figura de Rosas y de los federales constituyendo esta obra una de las principales fuentes de inicio de revisión de estos procesos, por parte de los primeros revisionistas. Este trabajo, se estructura a partir de tres momentos. El primero abarcará los precursores del pensamiento revisionista tomando como punto de partida la obra de Adolfo Saldías (1849-1914) particularmente sus escritos de fines del siglo XIX: Ensayo sobre la historia de la Constitución Argentina escrito en 1878 e Historia de Rosas, luego titulada Historia de la Confederación Argentina, realizada entre los años 1881 y 1883. En un segundo momento se analizarán conjuntamente con los cambios contextuales y los giros del Nacionalismo, en la década del veinte las producciones que redefinen el sentido de la historiografía nacional y de las principales obras que han dado lugar al revisionismo en los años treinta del siglo XX.

 

Los precursores

Adolfo Saldías se constituye en el primer pensador del Revisionismo histórico. Aun cuando no se propuso realizar una obra en ese sentido las consecuencias de su Historia de Rosas y su época, fueron marcantes. Siguiendo los consejos de Mitre no dudó en adoptar un método exhaustivo de análisis de fuentes documentales que lo llevaron a entrevistarse con Manuelita Rozas en Londres. En esa ocasión tuvo acceso a documentos escritos de primera mano por Rosas que nunca habían sido analizados. El resultado de esa tarea, ha sido una enorme construcción de un relato historiográfico totalmente contradictorio con el discurso oficial liberal del mitrismo. En su ingenuidad, Saldías ofreció a modo de gratitud un ejemplar de su primer tomo publicado en París en 1881 (Saldías, 1968) de lo que luego serían cuatro y retitulados La historia de la Confederación Argentina (1881-1887). Mitre no vaciló en denostar aquella obra justamente por la presentación de un Rosas patriótico fuertemente enraizado con la historia del país. En la publicación del periódico La Nación del 19 de octubre de 1888, Mitre, editorialista de ese diario, hizo una feroz crítica distanciando su perspectiva de la desarrollada por Saldías (Jauretche, 1973). Otro de los precursores será Ernesto Quesada (1858-1934). Quesada entre muchas obras de Derecho y Letras, se lo reconoce como el fundador de las ciencias sociales en Argentina, y que en 1909 accede a la titularidad de una primera cátedra de Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. En febrero de 1873 Quesada junto con su padre visitan a Rosas, fruto de lo cual luego esas entrevistas pasarían a formar parte del texto La época de Rosas, su verdadero carácter histórico (1898) (Quesada, 2011). La mirada de la historiografía oficial presentando a Rosas como un caudillo autoritario y carente de toda iniciativa de institucionalización del Estado nacional, asociando su figura a la de la barbarie según el relato oficial liberal queda en partes del texto de Quesada puesta en cuestión. Por ejemplo, en esta cita del encuentro de Quesada y su padre con Rosas en 1873, el autor extrae este relato: “Señor –le dijo de repente mi padre–, celebro muy especial esta visita y no desearía retirarme sin pedirle que satisfaga una natural curiosidad respecto de algo que nunca pude explicarme con acierto. Mi pregunta es esta; desde que usted, en su largo gobierno dominó al país por completo, ¿por qué no lo constituyó usted cuando eso le hubiera sido tan fácil, y sea dentro o fuera del territorio, habría podido entonces contemplar satisfecho su obra con el aplauso de amigos y enemigos? –¡Ah! –replicó Rosas, poniéndose súbitamente grave y dejando de sonreír– lo he explicado ya en mi carta a Quiroga. Esa fue mi ambición, pero gasté mi vida y mi energía sin poderla realizar. Subí al gobierno encontrándose el país anarquizado, dividido en cacicazgos hoscos y hostiles entre sí, desmembrado ya en parte y en otras en vías de desmembrarse, sin política estable en lo internacional, sin organización interna nacional, sin tesoro ni finanzas organizadas, sin hábitos de gobierno, convertido en un verdadero caos, con la subversión más completa en ideas y propósitos, odiándose furiosamente los partidos políticos; un infierno en miniatura. La provincia de Buenos Aires tenía, con todo, un sedimento serio de personal de gobierno y de hábitos ordenados, me propuse reorganizar la administración, consolidar la situación económica, y poco a poco, ver que las demás provincias hicieran lo mismo. Si el partido unitario me hubiera dejado respirar, no dudo de que, en poco tiempo, hubiera llevado el país hasta su completa normalización; pero no fue ello posible, porque la conspiración era permanente y en los países limítrofes los emigrados organizaban constantemente invasiones. Fue así como todo mi gobierno se pasó en defenderme de esas conspiraciones, de esas invasiones y de las intervenciones navales extranjeras; eso insumido los recursos y me impidió reducir los caudillos del interior a un papel más normal y tranquilo. Además, los hábitos de anarquía, desarrollados en veinte años de verdadero desquicio gubernamental, no podían modificarse en un día. Todas las constituciones que se habían dictado eran de carácter unitario. Pero el reproche de no haber dado al país una constitución, me pareció siempre fútil porque no basta dictar ‘un cuadernito’, como decía Quiroga, para que se aplique y resuelva todas las dificultades; es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser el producto de un iluso sino el reflejo exacto de la situación del país. Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se requiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios; si tal constitución no responde a la vida real de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de ‘constitución’, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca” (Quesada, 2011). Es decir, la figura de Rosas que detalla Quesada es altamente contradictoria con el relato de la historia oficial, sobre todo en la presentación de un líder político desconsiderado respecto de los procesos de institucionalización del Estado. Para algunos autores, incluso del Revisionismo, tanto Saldías como Quesada no dejan de ser liberales positivistas, pero que aún dentro del contexto de la época pueden tomar cierta distancia crítica con la historia oficial respecto de la figura de Rosas (Echevarria, 2009). Es de destacar que este último período posterior a 1880, marca la consolidación del Estado argentino y su inserción en la economía internacional como país productor de materias primas. El proyecto liberal oligárquico comienza a definirse y a condicionar la emergencia cultural de ese ideario filosófico. Por otro lado, es necesario aclarar que según Zuleta Álvarez cuando describe la dimensión política del Nacionalismo en Lugones (Zuleta Álvarez, 1975) y en afirmaciones de Juan Pablo Oliver, existe una estrecha correlación entre Revisionismo histórico y Nacionalismo. Para Oliver esa relación es mucho más estrecha aún, es en sí misma la expresión del Nacionalismo el propio Revisionismo como corriente historiográfica (Oliver, 1969). Posteriormente a Quesada, quien ha continuado la línea de revisión histórica, ha sido Francisco Silva, quien desde la titulación de una de sus más importantes obras ya marca la proposición activa de realizar ese debate con la historiografía liberal oficial. Silva, católico, cordobés, escribe El Libertador Bolívar y Deán Funes en la política argentina. Revisión de la Historia Argentina (1916). Es quien deliberadamente expresa la necesidad de construir una revisión historiográfica opuesta al mitrismo. Se propone realizar una historia de los caudillos federales en oposición a la historia oficial. Juzga a la historia escrita desde 1810 a 1916 como una historia reduccionista de Argentina, debido a que es la historia desde el puerto, desde Buenos Aires. En ese texto reivindica a Simón Bolívar, fuertemente denostado por la historia mitrista y al mismo tiempo resalta la figura de José Gervasio Artigas reconociendo su carácter de Protector de los Pueblos Libres (Silva, 1930: 84). La intencionalidad política de Silva es instalar en el marco del debate acerca de la historia argentina, la centralidad que han tenido las provincias en la construcción de la nación, aspectos olvidados por la historiografía oficial. Entre otros de los precursores cabe destacarse la producción de David Peña (1862-1930), amigo personal de Alberdi y quien llamativamente va a recuperar la figura de este en su posición frente a la Guerra del Paraguay. Su célebre obra titulada Alberdi, los mitristas y la Guerra de la Triple alianza (Peña, 1965) se constituye en una elogiosa argumentación de la posición de Alberdi frente a la Guerra del Paraguay, donde reconocía al Paraguay como el último bastión de las provincias del interior frente al centralismo de Buenos Aires. Esa revisión implicaba un posicionamiento contrario a la historia oficial. Al mismo tiempo su claro posicionamiento de reivindicar en la figura de los caudillos una nueva lectura de los procesos históricos fundantes de la Patria, lo han llevado a realizar varias conferencias en la Facultad de Derecho y Ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires, donde hubo exaltado la figuro de Facundo Quiroga. De esas conferencias ha publicado en 1916 un libro llamado Contribución a la historia de los caudillos argentinos, allí se resalta la figura de Dorrego y del propio Facundo Quiroga. Muy probablemente el pensamiento de Alberdi en los Escritos Póstumos, pudo haber influido en estas perspectivas de recuperación de la figura de los caudillos por parte de Peña. (Alberdi, 1900) En efecto, Juan Bautista Alberdi, en sus escritos póstumos en el tomo V, va a contradecir el relato historiográfico mitrista pues va a realizar una clara revisión de la figura de Rosas. Alberdi, tendrá un vínculo personal con Rosas y a partir de esta relación y sus reflexiones conjuntas se expresará en su obra una clara defensa de los caudillos del interior. Alberdi, se opondrá a Mitre y Sarmiento y será el pensador de la Confederación argentina. El suceso del 11 de setiembre de 1852, posteriormente a Caseros, señala la división del Estado de Buenos Aires y la Confederación argentina con sede en Paraná. En ese conflicto los historiadores de oposición a Rosas se dividen en dos campos: por un lado, Sarmiento, Mitre, Alsina defienden posición de Buenos Aires y Alberdi con la Confederación. La crítica más aguda de Mitre a este centralismo de Buenos Aires, lo ubica en destacar el privilegiado ingreso de la ciudad que advierte fundado sobre renta aduanera y el puerto. Esta posición privilegiada dice Alberdi, es fuente de argumentación para los porteños para postular la dicotomía civilización y barbarie, identificando la primera con la sociedad porteña y la segunda asociada a los caudillos del interior. Alberdi afirmará que la campaña de Mitre a partir de Pavón de persecución y aniquilamiento de caudillos postulando la civilización, no resiste mayor argumento que identificar la civilización de Buenos Aires con los beneficios de la renta aduanera y la barbarie es producto de provincias expoliadas por el sistema rentístico de la ciudad puerto. Alberdi recupera los caudillos federales porque él se piensa desde el interior,

 

Producciones del Revisionismo Histórico en la década del veinte y treinta del siglo XX

Como continuidad histórica de las producciones anteriores, merece destacarse la producción que comienza a vincular los escritos del Revisionismo Histórico con un compromiso político con la época y sus contextos, al mismo tiempo que se instituyen como productos del desarrollo histórico del Nacionalismo en Argentina. Uno de los primeros autores que también es señalado como iniciador del Revisionismo Histórico es Carlos Ibarguren (1877-1956). Diplomático y Abogado de origen salteño, Ibarguren comenzará su obra en el contexto de 1930, período de agotamiento del ciclo agroexportador de Argentina, iniciado entre los años 1880 a 1930 aproximadamente, y a las puertas del proceso de sustitución de importaciones y el desarrollo de una incipiente estructuración del sector secundario. En ese plano también merece destacarse que Ibarguren es producto del Nacionalismo previo a la década del treinta fuertemente enraizado en el proyecto oligárquico (Zuleta Álvarez, 1975: 36) tal como plantea al mismo tiempo Spilimbergo, intentando buscar algunas raíces con el fascismo que luego descarta pero que vincula a la oligarquía (Spilimbergo, 1956). En verdad este nacionalismo oligárquico fuertemente consolidado a partir de la década del diez del siglo XX, fomenta una prédica contra la inmigración europea, contingentes humanos que son percibidos y definidos como factores de dispersión cultural y social. Más aún portadores de doctrinas que se juzgaban en la época como disolventes, pues enfatizaban la lucha de clases frente a una élite que promovía la cohesión frente a un proceso de consolidación de su proyecto.

Sin embargo, esa perspectiva cambiará hacia los años veinte, cuando el Nacionalismo en su dirección política cambiará su foco de contradicción antagónica de la inmigración europea al gobierno de Hipólito Irigoyen. En efecto a partir. A partir del veinte el eje de conflicto cambia y el Nacionalismo enfatizará sus críticas a la Ley Sáenz Peña, porque esta ley era percibida como el medio que permitía la institucionalización de una democracia de masas considerada corrupta. La identificación de la democracia como régimen corrupto deviene de fundamentaciones de la Filosofía política clásica, particularmente en la obra de Platón. En el Libro VIII de la Republica de Platón, se describe a la democracia régimen decadente, los nacionalistas de fines de los veinte, abrevan de esas fuentes clásicas. Este embate contra el gobierno de Irigoyen y contra la Ley Sáenz Peña, conduce a enfatizar un posicionamiento fuertemente antiliberal de ese nacionalismo. La obra de Ibarguren estará signada por ese contexto pero al mismo tiempo por sus condiciones personales que impactarán en el contenido de su obra… Ibarguren proviene de una de las más importantes de las familias tradicionales salteñas y al mismo tiempo es primo de José Félix Uriburu, Va a formar parte de la Revolución del 6 de setiembre 1930, proceso político del cual no sólo será parte sino del que estará fuertemente influido. En 1914 será uno de los fundadores del Partido Demócrata Progresista, de fuerte oposición al gobierno de Irigoyen, contra el que finalmente conspira como parte de la revolución mencionada. En 1930 escribe su obra central del período Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo (Ibarguren, 1935).

La revisión histórica de la figura de Rosas la realiza enfatizando muchos puntos en común con su primo, Félix Uriburu, es decir que la finalidad política de Ibarguren es definir un relato de legitimación del gobierno de Uriburu. La creación de una historia, de una interpretación de ella se dirige a la conformación de una construcción política a través de lo que se conoce como los usos del pasado. En ese texto, construye un Rosas a imagen y semejanza de su perspectiva sobre la Revolución de 1930, reivindica a un Rosas participante activo de la fundación de la Patria en su lucha contra las Invasiones inglesas, donde desde muy joven empuña las armas en defensa frente al invasor. El suceso en el que se funda la Patria para Ibarguren, está en las invasiones inglesas como acto fundacional. Pero sin embargo resaltará que, en los sucesos del proceso revolucionario de mayo de 1810, Rosas estará ausente, se desvinculará de ese acontecimiento por estar inspirado en doctrinas liberales, decurrentes de la Revolución Francesa (1789-1798) se aleja de aquellos ideólogos vernáculos sobre todo porque se trata de un proceso que barre con las jerarquías sociales, pero por sobre todo porque percibe en ello una alteración del orden, consolidado en el período colonial. La asociación entre el proceso de la revolución de mayo y la precedencia del régimen democrático liberal de Irigoyen se encuentra en clara analogía en la obra de Ibarguren. Destaca a Rosas en su papel de repliegue en momentos de la Revolución de Mayo a conservar y sostener la autoridad en la campaña rural, en su tarea de preservar la propiedad frente a los malones indígenas, es decir es quien resguarda el orden y la propiedad (Ibarguren, 1935).

Por tanto, el Rosas de Ibarguren es el hombre del orden, un Rosas definido por Ibarguren como u nacionalista que se posiciona frente al ideario liberal de la Revolución francesa. Otro de los grandes conflictos de los nacionalistas del veinte es el del cuestionamiento a la Revolución francesa y sus instituciones. Ibarguren plantea una feroz crítica contrariando la historiografía oficial, al denostar a Moreno y a la Liga unitaria como portadores de ideologías extranjeras y foráneas, basadas en puras abstracciones alejadas de la realidad concreta de la Nación. Curiosamente no se destaca en la figura de Rosas, el papel de proteccionista económico aquel que sanciona la Ley de Aduanas sino aquel que garantiza el orden político territorial. La no referencia a la soberanía económica en Rosas es una clara adscripción al modelo agroexportador todavía en vigencia, por lo que no aparece aún en el pensamiento de ese Nacionalismo la idea del Nacionalismo Económico. El pensamiento de Carlos Ibarguren para muchos es el inicio pleno del Revisionismo y el que marca una transición entre los precursores y sus sucesores.

Otros autores centrales en esta evolución del pensamiento del Nacionalismo a través del Revisionismo Histórico es la obra de los Hermanos Irazusta, Rodolfo y Julio. Acaso la obra más saliente es La Argentina y el imperialismo británico: los eslabones de una cadena, 1806-1833, que se constituye en expresión de un nuevo giro dentro del revisionismo Histórico condicionado fuertemente por el contexto de la época y el posicionamiento que tomará el Nacionalismo en esa etapa (Irazusta e Irazusta, 1934). El contexto en el que escriben este texto es el inmediatamente posterior al pacto Roca-Runciman firmado en 1933 entre Argentina y Reino Unido, en la que a consecuencia de la crisis de 1930 Inglaterra se obligaba a comprar carnes a sus colonias y ex colonias –Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica– en un claro deterioro de los términos de intercambio en perjuicio de Argentina. En ese sentido, este texto se inscribe dentro del giro del Nacionalismo que marca la crisis del Nacionalismo oligárquico y la emergencia de una crítica del Nacionalismo a la dependencia económica respecto de Inglaterra, evidenciada por el pacto que nos iguala en esa condición respecto a sus otras colonias. Esta política asocia a la Argentina con el régimen colonial británico formando parte integrante de la corona británica. Estos sucesos marcan un giro en el nacionalismo que cambia su contradictor, de la inmigración europea en el 1880 a 1920, de la crítica al Irigoyenismo y la democracia de masas en 1930, en 1933 las críticas fundantes del nuevo Nacionalismo se dirigen contra la dependencia económica, política y cultural respecto de Gran Bretaña (Spilimbergo, 1956).

Es en este marco que la obra de los hermanos Irazusta cobrará sentido ya que escribirán una feroz crítica frente al colonialismo británico desde un revisionismo de la historiografía liberal. Ambos hermanos fueron fervorosos militantes antiirigoyenistas. Julio desde el periódico la Nueva República, participó activamente de la prédica antiirigoyenistas desde su actividad periodística y militante. Sin embargo, el pacto Roca Runciman, será una bisagra en los que los hermanos Irazusta también modificarán el eje de sus críticas.

El texto La Argentina y el imperialismo británico lo escriben en colaboración, correspondiendo la primera parte la escribe Julio y la segunda Ricardo. El argumento central trata acerca de los procesos particulares que han dado origen al pacto. Es una clara denuncia frente al colonialismo, pero al mismo tiempo contra la oligarquía al que dedican la mitad del texto, Titulan a esta parte “Historia de la oligarquía argentina” en la que claramente asocian a la oligarquía local como los socios activos del imperialismo británico.

En el texto también se recupera a Rosas, pero en esta ocasión, se resalta su carácter antimperialista y de defensa nacional frente a los dos bloqueos, el anglo-francés de 1845 y el francés de 1878. En el mismo sentido existirá una clara antítesis en la argumentación entre las figuras de Rosas y Rivadavia, identificando a este último como agente de la dependencia británica. Sin embargo, tampoco aparece en la obra una enunciación de la Ley de Aduanas dictada por Rosas, por tanto, una apelación al nacionalismo económico. Sus posiciones resaltan en la figura de Rosas, pero en lo atinente a la defensa territorial frente a las potencias extranjeras. En la historia de la oligarquía se centra el análisis en la Confederación Argentina durante la época de Rosas y en ese marco ven a Mitre como continuador de proyecto integrador territorial de Rosas Los hermanos Irazusta recuperan a Mitre porque son hombres de la oligarquía y Mitre pertenece a ese cirulo oligárquico, Mitre, en la obra de los hermanos Irazusta, sale indemne y favorecido, y se le adjudica en el texto la condición de haber restablecido la unidad territorial en riesgo con Caseros en 1852.

 

Conclusiones

Si bien es arbitrario todo corte en un análisis histórico de las ideas políticas, es posible considerar que llegados a fines de la década del treinta ya se advierte un punto de inflexión en el que decididamente las obras posteriores del Revisionismo Histórico seguirán un derrotero basados en estas primeras producciones. Hacia fines de la década del treinta, más específicamente en 1939, Ernesto Palacio (1900-1979) escribirá una obra importante que marca ese punto de inflexión titulada “La Historia falsificada” (Palacio, 1939). Proveniente del movimiento antiirigoyenistas en ese texto integra tres partes: una crítica literaria, un segundo apartado de crítica política y el tercero que fuera reeditado en los sesenta de modo autónomo refiere a un apartado historiográfico. En él, afirma que la historia oficial mitrista es un relato muerto, un relato perteneciente a una Argentina que ya no existe por lo que invita a reescribir la historia desde una revisión adecuada al presente. En verdad casi a mediados de los años treinta comienza en Argentina un lento proceso de sustitución de importaciones, con lo que nace un proyecto nacional superador del proyecto oligárquico agroexportador. Es en ese marco que Palacio afirma que la Argentina de Alberdi, de 1880, con esa fe ciega en el progreso indefinido ya no existe, sobre todo por el desánimo y el escepticismo generado a partir de la Primera Guerra Mundial y la crisis económica de los años treinta; propone superar las lecturas liberales y construir una nueva historiografía. Y en ese rol la historia cumple para Palacio un rol moralizante, proyectivo. Debe contribuir a la construcción de lo que denomina el “ser nacional”, es decir una categoría de reconstitución de las fuentes y fundamentos de la identidad nacional que luego será una categoría clave en el pensamiento de Jun José Hernández Arregui en los sesenta. Palacio advierte que el problema central radica en el materialismo fundante de la Argentina de 1880 de principios liberales y alberdianos, que según su lectura impiden construir el ser nacional. Tarea que plantea como ciclópea ya que el obstáculo es la ciencia de la historia, la prensa, las instituciones de enseñanza media y superior que se han convertido en los centros de difusión y legitimación de la historia liberal oficial, de tal modo que su puesta en cuestión conlleva el riesgo de quedar fuera del prestigio académico de no seguir esos cánones.

Señalar como punto cúlmine a Ernesto Palacio de esta primera etapa de conformación del Revisionismo supone además advertir de qué modo ha planteado su enfrentamiento con la Academia Nacional de la Historia, antigua Junta de Historia y Numismática, creada por Mitre. Otro hito importante en su militancia por construir una historia que se dirija a la conformación de una conciencia nacional ha sido sus debates contra Ricardo Levene, historiador de Agustín Justo. En 1938 al fin de su gobierno, Justo transforma la Junta en la Academia Nacional de la Historia y crea la Comisión Nacional de Museos y Monumentos. Justo delega en la tarea de Levene el resguardo del relato tradicional liberal. Ernesto Palacio opondrá a eso la postulación de una revisión de la historia que forme la conciencia nacional y que fundamentalmente a su juicio, pasa por reestablecer el vínculo con España. Palacio es decididamente un hispanista admirador de la obra de Ramiro Maeztu. Se piensa España a si misma si se redescubre América, Palacio dice hay que revisar la leyenda negra de la colonización fuertemente impulsada por el relato anglosajón. A partir de la independencia las elites políticas del proceso posterior construyen un relato de la hispanofobia, en particular la generación de 1837, donde predomina una lectura negativa respecto de España, Palacio en este sentido es muy crítico, afirma que las generaciones posteriores a 1810 se formaron con esta tendencia de cuestionamiento de la hispanidad. Afirma que en ese contexto correspondía por la escisión respecto de la corona española, pero en su tiempo, es negar lo constitutivo del ser nacional para Palacio que es ser españoles en América. Para Palacio, los argentinos somos españoles en América. Al mismo tiempo su revisionismo también apela a la figura de Rosas y en esta oportunidad afirman el carácter central que tuvo para impedir que la Confederación fuese colonia. (Palacio, 1939).

Finalmente, es destacar que las producciones del Revisionismo Histórico, fuertemente enraizadas con la historia del Nacionalismo en Argentina, han sido significativas durate todo este período. Desde fines de la década del treinta se observará un paréntesis en el cual las producciones del Revisionismo Histórico sólo continuarán con posterioridad al golpe de 1955. Curiosamente durante el período de gobierno de Perón de 1946-1955, no han existido significativos avances de esta corriente a pesar de que el propio Perón era admirador de Rosas. La reemergencia de estas corrientes dará lugar a una prolífica producción desde 1955 y en particular en las décadas del sesenta y setenta, afirmando una nueva historiografía acorde con los procesos de Liberación nacional en los contextos posteriores a la segunda posguerra y la conformación de la conciencia nacional hasta el presente.

 

Bibliografía

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