Los malditos del nuevo siglo: las movilizaciones populares y el Estado Liberal de Derecho

“Se alimentaban ahora pésimamente. Compraban cuarenta centavos de fiambre y un pan y con esto pasaban todo el día. Cesar viajaba a la ciudad en busca de plata y trabajo. Hacía dos o tres viajes a pie por semana hasta el centro. Iba y venía sin resultado positivo. Entraron en un periodo de privaciones agudas, sistemáticas, odiosas. Por último, vino el desaliento y la anulación de la voluntad” (Elías Castelnuovo).

 

Estas líneas corresponden a Los malditos (1924: 78) del escritor Elías Castelnuovo, novela ambientada en los momentos previos a la llamada “Semana trágica” de 1919. En aquel acontecimiento, las fuerzas represivas del Estado más la voluntariosa asistencia de la Liga Patriótica –integrada por sectores medios y algunos apellidos ilustres de la sociedad rural argentina– ejercieron la violencia contra trabajadores de la fábrica metalúrgica Vasena y luego, durante una semana, se dedicaron la cacería de trabajadoras y trabajadoras –supuestos rojos, bolcheviques, anarquistas– de Buenos Aires, causando más de 1.300 muertos y 4.000 heridos (Bilsky, 1984).

A cien años de aquel acontecimiento observamos que el Estado Liberal de derecho no ha encontrado soluciones para estos hombres y mujeres que, cansados de la explotación y las condiciones de vida, se deciden por salir a las calles. Pero los malditos de hoy son otros: no se enlazan directamente con aquellos de 1919. Aquellos malditos del siglo XX, observados por los funcionarios de aquel Estado como la “Cuestión Social”, no eran más que las consecuencias no deseadas del proceso de incorporación definitiva de la economía agroexportadora argentina al mercado mundial, con su resultante de pobres y excluidos ajenos a las bonanzas de la Argentina “granero del mundo. Hacia mediados de los años cuarenta, los malditos de 1919 –con políticas económicas que fomentaron la industrialización y el consumo, como demuestran los índices económicos y los estudiosos sobre el tema– fueron incorporados e instituidos con la constitución de 1949. Con una batería de derechos sociales, los malditos pasaban a ser parte de la sociedad argentina.

Desde la década de 1970, pero principalmente entre mediados de los años 80 hasta el 2000, el proceso de desindustrialización fomentado desde los gobiernos que controlaron el Estado encendió nuevamente la fábrica de malditos: los nuevos malditos que conocemos hoy, en 2019. Sólo en el conurbano bonaerense, de 12 millones de habitantes, 4.500.000 son pobres, un conurbano que además alberga al 36% de la población total del país. ¿Qué ha hecho el Estado con estos nuevos malditos? El investigador del CONICET, sociólogo y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga ha demostrado en su estudio que desde hace ya más de dos décadas “el Estado en el Conurbano ha cedido parte de la provisión de servicios públicos básicos a las cuadrillas de planes de empleo. Hoy, muchas de tareas como el zanjeo, la limpieza de parques y plazas, el corte de césped, la construcción de aceras, no la realizan empleados municipales, sino cuadrillas de las llamadas cooperativas del programa Argentina Trabaja” (Zarazaga, 2018). En otros lugares, el Estado simplemente se desentendió de sus habitantes y los malditos deben recurrir para sobrevivir a comedores populares o a la llamada economía popular, un mundo de actividades comerciales y productivas generalmente ambulantes, organizadas y gestionadas por la misma comunidad. Una economía donde el Estado, cuando llega, aparece sólo para quitar parte de las ganancias mediante el pedido de un tributo, y que como contraprestación permite seguir con aquello que el mismo Estado caracteriza como economía ilegal. Vale decir, a diferencia de lo que se suele escuchar, el Estado no está ausente, más bien se hace presente como cómplice y beneficiario de eso que cataloga como ilegalidad.

En síntesis, a pesar de que estos nuevos malditos son la consecuencia de políticas estatales que fomentaron la desindustrialización desde fines de 1970 hasta 2003 y de 2015 a la fecha, ellos son considerados como una amenaza. Podemos afirmar que hoy –como en 1919– siguen siendo un peligro para “el orden social”.

Volviendo a Elías Castelnouvo, en otro libro dice: “Así como en los tiempos pasados a los esclavos no se les permitía averiguar las causas de su esclavitud, en los tiempos modernos, por lo que veo, todos aquellos que padecen por culpa de todos los villanos contemporáneos, tampoco se les permite averiguar las causas de sus padecimientos” (Castelnuovo, 1949: 232).

 

Los nuevos malditos

En una nota del diario Clarín de Buenos Aires fechada el 11 de septiembre de este año podía leerse: “La amenaza estaba planteada desde la semana pasada, cuando distintas organizaciones sociales acamparon sobre la avenida 9 de Julio para reclamar, entre otras cuestiones, por la emergencia alimentaria. En un comunicado de Barrios de Pie, Silvia Saravia, coordinadora nacional de ese sector, sostuvo que la reunión con funcionarios del Ministerio de Carolina Stanley ha fracasado por completo ‘porque el Gobierno no ha hecho una propuesta que responda a ninguno de los tres puntos centrales que las organizaciones venimos reclamando desde hace meses: apertura de programas, aumento de las partidas de alimentos, aumento en el monto de los programas actuales’”. El acampe en una de las avenidas más importantes e históricas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires conmocionó, perturbó y transformó la agenda de los diferentes partidos políticos a días de la última contienda electoral. Los análisis de periodistas, politólogos y demás aficionados a la opinión inundaron los medios de comunicación y redes sociales. Sin embargo, no hemos observado que se intente responder en profundidad a las razones de la movilización. Tampoco hemos encontrado indagaciones que crucen tres elementos que consideramos centrales para abordar el tema: la idea de pueblo; la naturaleza de la movilización; y las respuestas o el rol que el sistema de partidos políticos del Estado Liberal de Derecho ha asignado a estos grupos movilizados.

Volviendo una vez más al viejo Aristóteles, uno podría preguntarse: ¿qué es una forma de gobierno? Podría encontrar como respuesta que es un sistema elegido por una cantidad de seres humanos para responder a los problemas que esa comunidad de humanos tiene. En otras palabras, los sistemas de gobierno surgen desde esta perspectiva como una respuesta a un problema que los humanos disgregados, individualizados o aislados no pueden responder. Aristóteles consideraba que los gobiernos se dividían en formas puras e impuras. Para establecer su clasificación, tomó en cuenta el número de gobernantes y la manera de ejercer el poder. Así, tenemos entre las formas puras –aquellas que buscan el bien común y practican rigurosamente la justicia– tres tipos de sistemas de gobierno: Monarquía –gobierno de una sola persona para el bien de toda la comunidad–; Aristocracia –gobierno de los mejores para el bien de toda la comunidad– y República o Politeia –gobierno de todo el pueblo para el bien de la comunidad. Ahora bien, las formas y características de los sistemas políticos trascienden las formulaciones teóricas, ya que, si en todos los casos los gobiernos deben atender a las necesidades y proyectos de la comunidad, éstas son diferentes por historia, tradición y costumbres, como también por el lugar –territorio, suelo, naturaleza– en el cual reside esa comunidad. Pensar en abstracto a los sistemas políticos –designar, plantear o reflexionar sobre qué es una República y qué no lo es– es totalmente absurdo si esas formulaciones no se ligan con las necesidades y proyectos históricos-sociales de cada comunidad. La República no debe estar antes que la comunidad. No hay una República a la cual salvar: hay que reflexionar si el sistema republicano imperante garantiza el cumplimiento de las necesidades y los proyectos de la comunidad a la cual debe responder.

Durante el siglo XIX, tras más de medio siglo de guerras por la emancipación y conflictos civiles, se estableció –a sangre y fuego– que el sistema de gobierno para toda la comunidad argentina era el de la República. Ahora bien, siguiendo con la definición de Aristóteles: ¿nuestra República expresó la voluntad del pueblo? Si no lo hizo, ¿dónde y cómo expresa sus ideas, sus reclamos y demás inquietudes políticas nuestro pueblo? Por último, ¿la República fue constituida para el bien de la comunidad? ¿El Estado Liberal de Derecho en Argentina expresa un sistema de gobierno que se manifiesta para el bien de la comunidad?

 

La idea de Pueblo

Un Pueblo es, ante todo, una categoría histórica. Es un cúmulo de experiencias de la historia de un país. Solo así entendemos por qué en los pueblos reside la sedimentación cultural de valores y, sobre todo, de luchas de antaño. De allí que el filósofo argentino Rodolfo Kusch (2007) afirmara que en el cabecita negra que se lavó los pies en la fuente de Plaza de Mayo –aquel 17 de octubre de 1945– se reproducía la misma carga valorativa de luchas anteriores: Atahualpa, Rosas, Yrigoyen, muestran un común denominador. ¿Cuál es? Tanto para nuestro país, como para el resto de los países latinoamericanos, las gestas populares persiguen un único fin: la emancipación.

La emancipación, en un sentido amplio, no sería otra cosa que la liberación respecto a la tutela de los poderes dominantes. De allí que a estos últimos los denominemos imperios, puesto que su etimología proviene del latín imperium que significa dominio. Vamos sumando elementos para nuestra caracterización de lo que entendemos por Pueblo: es una categoría histórica y que en base a la experiencia adquiere una identidad propia, otorgándole una “memoria”, y es también protagonista de las luchas de independencia frente a proyectos imperialistas de dependencia.

Aquí agregamos un elemento más: estas luchas de emancipación nunca son llevadas adelante por una minoría. Un Pueblo siempre estará representado por una mayoría que, en determinados momentos, toma conciencia de la condición de opresión superando la pasividad, saliendo a las calles y enfrentando al grupo opresor. Subrayamos entonces, un nuevo elemento: un pueblo es siempre una identidad colectiva mayoritaria. En pocas palabras, un pueblo es el protagonista de las luchas de emancipación, definido por su historia y una identidad colectiva. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿el Pueblo, así entendido, se encuentra apropiadamente representado por el Estado liberal argentino?

 

El liberalismo y la representación política

La ideología que sustenta el concepto de representación tradicional es el liberalismo. La raíz de esto es el individuo que consagra y persigue su libertad frente a las identidades colectivas. El filósofo ruso Aleksandr Dugin (2013; 2017a; 2017b) afirma que el liberalismo es la liberación de algo bien concreto, de toda identidad colectiva, y que toda la historia puede ser entendida según este proceso de liberación. El individuo, así, arguye una supuesta dicotomía contra las expresiones generales. ¿Por qué nos interesa esto? Porque el liberalismo será el basamento de la Constitución de 1853. Su mentor, Juan Bautista Alberdi, considera que el individuo es éticamente anterior y superior a las instituciones sociales. El artículo 22 de la carta magna estipula que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes. Estos representantes, de manera institucionalizada, asumen la forma de los partidos políticos. Ahora bien, ¿qué tipo de problema atañe este tipo de representación atomista? A nuestro entender, el vínculo que se suscita entre el electorado y los representantes carece de compromiso fáctico. Resulta elocuente mencionar la trágica coyuntura de nuestro país. Durante la campaña del año 2015 el actual gobierno vertió sobre la agenda pública un conjunto de demandas reclamadas por una parte de la sociedad. El acuerdo explícito invitaba a los electores a inclinarse por esta propuesta, con la certeza de que una vez en el gobierno serían satisfechas. Parte del electorado que optó por esa propuesta hoy se asume como “estafada” por la alianza gobernante.

 

La representación para el peronismo

Un antecedente opuesto a lo que mencionamos anteriormente lo encontramos en el peronismo. Juan Domingo Perón en La hora de los pueblos realiza una distinción y diferenciación entre democracia y liberalismo. El problema no reside en la representación, sino en lo que se representa. Se representa al individuo, aislado, egoísta y cuya finalidad está en las ansias de lucro, o se representan los intereses de la comunidad. Así, nos encontramos con dos visiones diferentes y antagónicas: por un lado, el liberalismo que tiene su sustancia en el individuo; y por otro, el justicialismo que lo tiene en las organizaciones libres del Pueblo. ¿Qué quiere decir esto último? Que son organizaciones que nacen, no desde el Estado, sino desde la propia comunidad: los ya conocidos sindicatos, pero también aquello que los nuevos malditos han logrado generar con sus comedores y economías populares, organizaciones todas ellas donde la representación se expresa de forma directa o, como señala Perón, de forma “natural”. Estas organizaciones, que son definidas como organizaciones intermedias, tienen como fin común la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Implica unidad en la diversidad, y de esta manera se contrapone a la versión liberal que proyecta una visión atomista de la sociedad.

 

Bibliografía

Bilsky E (1984): La Semana Trágica. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.

Castelnuovo E (1924): Los Malditos. Buenos Aires, Claridad.

Castelnuovo E (1949): Calvario. Buenos Aires, Claridad.

Dugin A (2013): La cuarta teoría política. Barcelona, Nueva República.

Dugin A (2017a): Geopolítica existencial. Buenos Aires, Nomos.

Dugin A (2017b): Identidad y Soberanía contra el mundo posmodernos. Buenos Aires, Nomos.

Kusch R (2007): Obras completas. Rosario, Ross.

Perón JD (1968): La hora de los pueblos. Buenos Aires, Volver, 1987.

Zarazaga R (2018): “Punteros, el rostro del Estado frente a los pobres”. En Conurbano infinito. Buenos Aires, Siglo XXI.

 

 

Facundo Di Vincenzo es profesor de Historia (UBA), doctorando en Historia (USAL), especializando en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), docente de la UNLa, y columnista del programa radial Malvinas Causa Central (Megafón FM 92.1). Mauro Scivoli es licenciado en Ciencia Política y Gobierno (UNLa) y docente en la UNLa.

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