La Restauración Justicialista: el renacer de la Utopía Social en la segunda etapa de la revista Hechos e Ideas (1947-1955)

La revista Hechos e Ideas fue una importante publicación de Ciencias Sociales que desarrolló varios períodos de edición a lo largo de la historia argentina. Comenzó siendo una “revista radical” –como se enunciaba en el subtítulo– que se publicó entre 1935 y 1941, cuando dejó de aparecer después de 41 entregas. En agosto de 1947, ya en el campo del peronismo, presentó su número 42; hasta junio-julio de 1955, y con una frecuencia mensual casi permanente, ofreció 93 números. Posteriormente volverá a intentarse el emprendimiento, en los años setenta, inaugurándose una tercera etapa, frondosa y con una mirada regional, a cargo de Amelia Podeti (1974). Asimismo, en los años noventa, por intermedio de Ana María Aimetta de Colotti, tendrá un nuevo intento de relanzamiento (1997) con un formato más al estilo de Revista académica, contando con un consejo asesor integrado por Fermín Chávez, Julián Licastro, Abel Posse y Graciela Maturo. Actualmente, desde el año 2016 se ha relanzado en formato libro, recuperando ese proyecto de pensar la Argentina y el Mundo desde una perspectiva situada. La Revista por lo tanto, tiene dos épocas clásicas, la época radical (1935-1941), y la época peronista (1947-1955), y luego una serie de iniciativas posteriores en los setenta, los noventa, y hoy en día.

En lo que hace al período peronista clásico, al cual nos dedicaremos, dicha publicación no sólo es crucial para reinterpretar y revisar el supuesto que la academia argentina ha mantenido durante años sobre la no existencia de debates y ambientes intelectuales durante el primer peronismo, ya que el itinerario de temas abordados por la revista, la multiplicidad de perspectivas, el número de autores, el abanico de disciplinas, y el renombre de los intelectuales, nos obligan a re-escribir la imagen que podemos tener hasta el momento sobre lo que puede considerarse “intelectualidad” por aquellos años, sino que también, permite identificar una serie de elementos vitales de la Tercera Posición peroniana que posteriormente serán sistematizados en la literatura doctrinaria del régimen, y que por ende, podemos ver en génesis a través de esta Revista.

Desde quien podría considerarse como el “fundador” empírico de la disciplina de las Relaciones Internacionales, Hans Morgentau, hasta Carl Schmitt, pasando por Homero Manzi, el historiador español Sánchez Albornoz, o Hans Kelsen, son muchos los filósofos, historiadores, juristas, economistas y hasta poetas que publicaron artículos en esta Revista durante el período justicialista. En nuestro caso, nos abocamos a lo que denominamos el primer ciclo peronista de la revista Hechos e Ideas (1947-1951), diferenciándolo de un segundo proceso (1951-1955), atravesados por un una “bisagra” o coyuntura –el año 1951– en la unidad histórica que el implica el Peronismo, que también se expresa en la publicación. Dicho año (1951) es de cambios fundamentales en la historia del régimen, e implica notables cambios en el campo que nos ocupa, el rol de los intelectuales, el adoctrinamiento, la visión del mundo y el alineamiento exterior de la república.

De ese “primer ciclo peronista” de la revista Hechos e Ideas (1947-1955), destacamos en otra investigación el embrionamiento de la Tercera Posición, puntualmente en la dimension de la Memoria y la Doctrina, es decir, a aquellos escritos o discursos vinculados al relato historicista y al encuadramiento doctrinario (Lavallén Ranea, 2016). En otros trabajos también hemos analizado la dimensión de las políticas de Defensa y la visión geopolítica del Mundo, como parte constitutiva del proceso de ensamblaje del tercerismo justicialista (Lavallén Ranea, 2015, 2017). Hemos intentado demostrar en esos estudios, que a lo largo de la revista Hechos e Ideas, se identifica la emergencia teórica de rasgos fundamentales de la Doctrina justicialista, como marco referencial del proyecto político, en una representación revolucionaria del universo simbólico argentino, a partir de una serie de artículos, papers, ensayos, discursos, etc, orientados a modificar la visión del pasado, la interpretación del presente, y el rol de la Argentina en dicha transformación hacia el futuro.

Asimismo, consideramos que ese marco teórico expresado en los trabajos elaborados en los primeros años del gobierno de Juan Perón, nos permiten identificar un intento de “insubordinación ideológica” –en términos de Marcelo Gullo– estimulando al Estado Argentino a convertirse en “sujeto” de la política internacional –trocando su posición de objeto. El ciclo iniciado en el mismo año que comienza a editarse la revista (1947), no sólo es el “inicio formal” de la Guerra Fría –y como veremos, también de una Guerra Fría Cultural–, sino también en donde el régimen justicialista construye gran parte de sus apuntalamientos simbólicos y doctrinarios. Por ello es interesante ver que la imagen inicial del mundo está ampliamente diversificada en la publicación, pero compartiendo una representación agonal de la política mundial, donde se pretende ampliar los márgenes de maniobra y el “umbral de poder” del estado.

La Revista poseía una sección de bibliografía, además de traducciones, la permanencia de ciertas políticas editoriales, contactos con el exterior, y la recepción de artículos especiales de colaboradores latinoamericanos, convocatoria a intelectuales de prestigio nacional, o la reproducción de artículos internacionales, la inclusión de autores capaces de emitir opiniones técnicas sobre cuestiones económicas, jurídicas o institucionales, y hasta “números especiales” dedicados a temas relevantes, como la economía tercerista y sus implicancias, o la Reforma Constitucional de 1949. Todo esto, según Alejandro Cattaruzza –uno de los pocos estudiosos de la publicación junto con Roberto Baschetti– redunda en la búsqueda de un público “ilustrado”, y quizás también, la intención de crearlo en el interior del propio peronismo. La importancia del análisis de esta obra editorial, cobra aún más relieve si se tiene en cuenta que la Revista recogía sistemáticamente trabajos de otros esfuerzos editoriales que los sectores del estado peronista vinculados a la cultura realizaban, incluso, llegando a crear una editorial homónima, desde donde se dará visibilidad a importantes trabajos de la época.

Obra singular, la revista Hechos e Ideas puede ser considerada según palabras de Horacio González, como un “raro puente” entre la revista socialista Claridad, y la nacionalista Sexto Continente. Pero aún más interesante, es el amalgama de una publicación que conjuga intelectuales y funcionarios, en un binomio paradojal y trascendente. El análisis de la revista Hechos e Ideas nos permite entonces reconstruir la historia cultural e intelectual del ciclo en cuestión, ya que como nos dice Flavia Fiorucci, estudiar una revista constituye “una estrategia recurrente en la historia intelectual”, por el papel que éstas tienen en la configuración del campo intelectual. Las mismas “delimitan posiciones, agrupan y dividen, ponen en circulación polémicas, consagran determinados productos y figuras, se constituyen en usinas de proyectos colectivos y otorgan identidad” (Fiorucci, 2011: 25).[1] Justamente, como sostiene Guillermo Korn al investigar la revista Cultura (1949-1951), tomar un objeto concreto de análisis permite mostrar algunos matices “que quedan encubiertos en afirmaciones tan amplias y asertivas” (Korn, 2010). Por su parte, Pablo Martínez Gramuglia (2014), analizando otra revista análoga como Sexto Continente, enfatiza que este tipo de investigaciones permiten repensar la relación entre los intelectuales y el pensamiento oficialista en los años del primer peronismo, para “revisar o matizar la idea de una oposición monolítica del campo intelectual”.

Nuestra aproximación nos permite introducir una serie de categorías sobre la intelectualidad de los años 1947-1951, que por el momento se resisten en el campo. El concepto mismo de “intelectualidad embrionaria” hacia el cual dirigimos la indagación, apunta a inferir la existencia de un grupo de hombres de la cultura, con reconocimiento entre sus pares, que son parte del proyecto político del gobierno pero mantienen ciertos márgenes de independencia, lo que se corrobora por enunciados críticos muy puntuales en determinadas políticas públicas del régimen. La principal relevancia de nuestra búsqueda, radica en demostrar que aquello que entendemos por “intelligentzia”, posee un funcionamiento orgánico al interior del Peronismo, el cual le permite “transferir” políticas al campo de la cultura, donde se evidencia un estímulo a la insubordinación ante las estructuras hegemónicas del sistema mundo imperante. En otras palabras, como ya adelantáramos, se debería revisar los supuestos generales que una parte de la literatura especializada posee acerca de la dimensión cultural del Peronismo Clásico.

Para Fiorucci, en Hechos e Ideas los intelectuales intentaron inventar una tradición y una historia para el movimiento, junto con “definir un programa político, cultural, económico, que se adecuara a sus visiones previas. (…) Un proyecto económico anti-imperialista liderado por la intervención del Estado en la economía, un proyecto cultural hispanista y católico, y una democracia que avanzara en el plano social” (Fiorucci, 2012: 112).

Para estos intelectuales había un punto de partida: la identificación de Perón como restaurador del proyecto trunco de la gesta de Yrigoyen. Por el contrario, en la otra vereda, la prestigiosa Revista Sur se incluyó siempre dentro de la oposición al régimen. Según Terán (2004: 240), desde su comienzo el grupo transmitió un mensaje elitista y cosmopolita. En palabras de Neiburg son el “lado democrático” de esa oposición, y durante al década peronista no publicará notas referidas de manera directa a la realidad política del país, “sólo algunas declaraciones generales de fe democrática” o de repudio al fascismo derrotado en Europa. Queda claro que en los patrones culturales del grupo no existía ningún tipo de aprecio por el fenómenos peronista, ni en Victoria Ocampo, ni en Borges, ni en ninguno de los escritores e intelectuales que se congregaban en Sur. Ocampo será incluso encarcelada durante 15 días, y Borges tendrá una constante prédica anti-peronista en sus declaraciones cuando es entrevistado sobre política, a pesar de su reticencia en inmiscuirse en eso aspectos de la realidad argentina.

 

La revista Hechos e Ideas

Entre los pocos trabajos profundos que indagaron sobre Hechos e Ideas, se pueden citar a Alejandro Cattaruzza (1993), quien lo abordó en Una empresa editorial del Primer Peronismo. La revista Hechos e Ideas (1947-1955), siendo uno de los pocos trabajos que desarrolla todo el período, realizando un relevamiento de autores, temáticas, e impactos de la publicación. Del mismo modo tenemos el trabajo de indización ya citado elaborado por Roberto Baschetti (2008). Asimismo, también lo ha trabajado Gabriel Piñeiro, en la obra Del radicalismo al peronismo: “Hechos e Ideas” 1935-1941 (1989). Sí existen varios trabajos sobre el período radical de la revista, como por ejemplo el de Virginia Persello, titulado Liberalismo y democracia en el pensamiento radical (1992). Sobre otras publicaciones ya se amplia mucho más el panorama, ya que hay varios trabajos importantes donde se implementa un análisis de revistas culturales o políticas de la época, como el estudio de María Isabel De Ruschi Crespo sobre la revista Criterio, el análisis de Edit Rosalía Gallo sobre la “prensa política del radicalismo”, los trabajos de Claudio Panella y Guillermo Korn sobre las Revistas Culturales del Primer Peronismo, el trabajo de César Días sobre la “prédica jauretcheana” en la revista Qué (1955-1958), y la investigación doctoral para Oxford de Jhon King sobre la revista Sur. Éste último, advierte que cuando nos encontramos ante un texto múltiple –como es el caso de Hechos e Ideas– se hace necesario identificar los nexos de cierto número de textos diversos “sin reducir una empresa compleja a una burda clasificación general de contenidos”. Por suerte, como dice nos dice el autor inglés, ciertas revistas declaran sus intenciones, “ofreciendo así sus lineamientos para todo el análisis ulterior”.

Éste último es el caso de Hechos e Ideas, ya que desde la editorial del primer número de Agosto de 1947 declara la finalidad de la publicación, y de alguna manera los esquemas centrales de pensamiento, como veremos más adelante. Como hemos dicho anteriormente a partir del trabajo de Flavia Fiorucci, el análisis de la revista Hechos e Ideas nos permite reconstruir la historia cultural e intelectual del ciclo en cuestión, constituyéndose en una estrategia de la historia intelectual, identificando el papel que la publicación ha tenido en la configuración del campo intelectual. Como otras publicaciones, Hechos e Ideas ha logrado poner en circulación polémicas, consagrando “determinados productos y figuras” (Fiorucci, 2011: 25). Por aquellos años la labor más importante de propaganda del régimen estará a cargo de la Subsecretaría de Informaciones y la Secretaría de Prensa y Difusión, las cuales editarán millones de ejemplares de carácter panfletario y laudatorio, y en donde Raúl Apold cumplirá un rol estratégico desde la Dirección General de Difusión. Como nos dice Horacio González en un trabajo reciente, a la luz de “su propia visión” el régimen peronista fue “un conjunto de videncias en torno a la historia, entre angélica y reparadora”, postulándose su carácter “iluminado, maravilloso, ejemplar” (Gonzalez, 2007: 45).

Como ya hemos dicho, la revista Hechos e Ideas fue una publicación que ha desarrollado varios períodos de edición. Comenzó siendo una revista radical que se publicó entre 1935 y 1941, cuando dejó de aparecer después de 41 entregas. En agosto de 1947, instalada ya en el campo del peronismo gobernante, presentó su número 42; hasta junio-julio de 1955, y con una frecuencia mensual casi permanente, ofreció 93 números. La publicación, como nos dice Magallán, nace en 1935 bajo la influencia de las ideas renovadoras de los jóvenes radicales yrigoyenistas de la agrupación Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Creada entonces, resulta una “vidriera atractiva” por las posibles propuestas innovadoras de estos jóvenes de clase media comprometidos con la revolución, la intransigencia y la abstención electoral en un contexto conservador y alejado de la democracia constitucional. La incorporación de Hechos e Ideas en 1947 al proyecto ideológico, político y económico del peronismo, de la misma manera que lo hizo FORJA a finales de 1945 –al disolverse para sumarse al movimiento liderado por Perón– es otro atractivo para estudiar la revista en tanto expresión intelectual renovadora y, a su vez, destacar los puntos de contacto entre ambos proyectos (Magallán, 2014). Nos dice Baschetti que de los casi 100 radicales que escribieron en Hechos e Ideas en el período radical entre 1935 y 1941, sólo 15 apoyarán al peronismo en algún tramo de su gobierno, de los cuales 11 colaborarán en la Revista durante los años que analizamos.

La revista está dirigida a un militante con cierto nivel intelectual o de formación, por lo general al funcionario del aparato estatal o partidario. Del período justicialista debe destacarse también que se creará una editorial homónima que subsistirá hasta 1957, la cual publicará trabajos sobre la Constitución de 1949, una versión parcial de Política Británica en el Río de la Plata de Scalabrini Ortiz, un frondozo trabajo sobre el Segundo Plan Quinquenal, y dos trabajos más abocado a la economía y los recursos naturales. Quien más ha estudiado la Revista en el período justicialista es Alejandro Cataruzza (1993), considerando que la misma es de gran utilidad “como testimonio” del intento del gobierno por convocar a intelectuales, y en general, como fuente para identificar las políticas que el primer peronismo “esbozó hacia el mundo de la cultura” (Cataruzza, 1993: 91).

En las dos etapas, tanto radical como justicialista, pueden identificarse ciertas líneas editoriales homogéneas, como la sistematicidad en editar traducciones de artículos importantes, los contactos “con el exterior”, la recepción de artículos de colaboradores regionales, comentarios bibliográficos, y la “convocatoria a intelectuales de cierto prestigio nacional” (Cataruzza, 1993: 32). Pero uno de los aspectos que más nos interesa, es que la publicación apuntaba a la búsqueda de un público “ilustrado”, y “quizás la intención de crearlo en el interior del propio peronismo”. Cataruzza observa que la presencia de números especiales dedicados a la reforma constitucional de 1949, al Segundo Plan Quinquenal, y a “temas técnicos” de proyectos del gobierno, demuestran –junto a la presencia de profesores universitarios– que no parece ser entonces una publicación “pensada para un activista barrial o sindical de base”. En su balance, el autor referido observa que a partir de estos datos, “podrían revisarse” las opiniones de quienes sostienen la ausencia de una verdadera política cultural durante el peronismo, o “su pura reducción a la represión de la disidencia,” y también su supuesto perfil “exclusivamente reaccionario y ‘tradicionalista’”.

Entre los múltiples temas que abordan Hechos e Ideas, en este caso queremos destacar la complementariedad con los elementos difundidos por parte del Gobierno por otros medios, acerca de la transformación que la “Nueva Argentina” imprime a la historia tradicional del país. Se observa por ejemplo la permanente referencia al régimen como una Revolución que ha dejado atrás un ciclo oscuro de nuestra historia, y todos los efectos que dicha alteración conlleva.

También varios artículos son sumamente expresivos de la idea de “misión especial” que le toca vivir a la Argentina en la coyuntura de posguerra. Por ejemplo, en las palabras de Scalabrini Ortiz, en un articulo titulado Perspectivas para una esperanza Argentina, el genial escritor destaca el rol que el líder tiene que cumplir para con el destino del país, en momentos tan particulares a nivel global. Para Ortiz, la Argentina “siente, quizá subconscientemente,” que tiene “un deber que cumplir con la humanidad”, y para eso, el general Perón “ha demostrado una fina sensibilidad al captarlo y expresarlo”. Enfatiza que no podemos “permanecer impávidos e indiferentes ante el desarrollo de los acontecimientos”, aconteceres en que los hombres “andan como niños perdidos por el bosque.” Debemos oír el “gran mensaje”, el “deber de humanidad” que nos llama, que nos convoca “a la lucha activa y decidida en pro de la paz de los extraños” (Scalabrini Ortiz, 1950). En función de expresar ese mismo mensaje de “coyuntura inédita” en el plano internacional, y también de oportunidad para nuestro país de aprovecharla, en miras a protagonizar los grandes cambios del destino del hombre, se acompañan los artículos como este de Scalabrini Ortiz, con discursos complementarios de Perón, que por supuesto, enfatizan esa visión. Sobre todo, se expresa permanentemente la idea de estar “acorde con los tiempos”, y de tomar una actitud de compromiso con el cambio y la situación decisiva que se estaba viviendo.

Perón destaca en un artículo de 1948, que el Mundo tiene diferentes etapas en su historia, donde atraviesa momentos de indecisión, de fluctuación, de resolución, de inevitabilidad, etc. Pues bien, en los momentos que se vivían, expresa Perón que ha llegado la crucial hora de “definición y decisión”, donde se necesitan hombres de carácter, valientes y luchadores, que se suman a la responsabilidad vital (Perón, 1948: 36). Por ello, los “hombres sibilinos no podrán triunfar”, sólo triunfarán los decididos, “cada cosa en su lugar y cada hombre en su tiempo”.

Al igual que en los artículos de Scalabrini Ortiz, y de los muchos discursos de Perón en Hechos Ideas, en el que citamos se vuelve a reiterar la propuesta del régimen acerca del distanciamiento con el “el individualismo pernicioso” del capitalismo, y de una “socialización constructiva”, no explotadora como la del comunismo. Asimismo, vuelve sobre la idea que oponerse a las realizaciones que el régimen está consolidando, no es oponerse a un proyecto político ni a un partido, sino que es directamente ir en contra del país mismo. Pero por sobre todo, se reitera la idea, por lo general sobre el cierre de muchos artículos, de los desafíos que se acercan, donde el pueblo debe permanecer unido y preparado, ya que “tiene el destino en sus manos”, no depende de nadie, sólo de sí mismo, y tiene como principal herramienta de lucha la Doctrina Justicialista. Por eso Perón le pide a Dios que “el pueblo, con nuestra Doctrina y con nuestra mística”, sea iluminado, para que marche hermanado para realizar el destino común. Esa herramienta, según las propias palabras del líder en otro artículo, es innovadora en la historia argentina, ya que “nunca antes” un partido en nuestro país había tenido una “doctrina argentina” (Perón, 1949), y siempre se habían formado cuerpos doctrinarios –cuando se los formaba– a partir de lecturas “foráneas y extranjerizantes”. Recomienda para ello que en las coyunturas venideras se tenga siempre a mano el Manual del Peronista, donde “está todo perfectamente explicado”, y a partir del cual cada peronista se puede transformar en un “predicador” de la misma (Perón, 1949).

Roberto Baschetti, quien realiza la indización íntegra de la Revista, le asigna una serie de puntos trascendentes a la publicación como objeto de investigación: a) La conjugación de intelectuales y autores de diversa procedencia ideológica, en una “atípica coexistencia”, tanto del socialismo, del nacionalismo, del forjismo, del conservadorismo, del anarquismo, del catolicismo, del radicalismo, y del riñón mismo del peronismo; b) ser el único medio de la época que refleja desde el discurso, la teoría y la reflexión, puntos profundos de discusión política de aquellos años, como por ejemplo: los planes quinquenales, la reforma constitucional, los derechos sociales, los conflictos estado-iglesia, etcétera; c) ser un instrumento de difusión doctrinaria y de pensamiento de los dos más grandes movimientos de masas de nuestro país: el radicalismo primero, y el peronismo después (Baschetti, 2008: 17).

La revista tuvo calidad y duración, y representa esos intentos de los intelectuales “convertidos al peronsimo”, de crear un polo alternativo de sus instituciones culturales (Fiorucci, 2012: 110). Relanzada a partir de 1947, nos permite ver como los intelectuales nacionalistas de derecha comienzan a migrar hacia la oposición, y en esta publicación de fortalece la representación más pura de FORJA, lo que durará hasta 1951, cuando el desplazamiento de varios de los intelectuales más importantes del forjsimo se evidencia en una perdida de calidad de la Revista.

El período que analizamos (1947-1951) es el ciclo de los ideólogos, de los nacionalistas populares, es una búsqueda de definir ideológicamente el proyecto, donde abundan trabajos sobre la memoria y el pasado, muy diferente del segundo ciclo peronista donde hay artículos técnicos, y de análisis de coyuntura, más próximos a fines propagandísticos, y se refuerzan los trabajos vinculados a la Defensa Nacional y la Seguridad Internacional. En el segundo ciclo abundan artículos que son leyes, decretos o discursos oficiales, como veremos, perdiéndose el objetivo de nutrir la doctrina, o ampliar el espectro del debate. Incluso, desde 1951 desaparecen de la revista casi todos los referentes del viejo radicalismo, del forjismo, e incluso cambiará la mirada general sobre el irigoyenismo. Como nos dice Fiorucci, es un proceso de peronización evidente, sobre el que no existen investigaciones que den cuenta en profundidad de las razones, lo que al menos podemos cotejar con el ambiente intelectual de la época, donde se encuentra la misma evidencia.[2]

El fin de ese primer ciclo de Hechos e Ideas durante el peronismo (1951), coincide además con la inauguración de la Escuela Superior Peronista –el órgano por antonomasia de adoctrinamiento– y la creación de la Revista Mundo Peronista, revista bimensual de alcances nacionales que llegaba a todas las unidades básicas del País, a todos los sindicatos, las dependencias de la administración pública y las escuelas estatales (Bianchi, 2001: 177). En el primer ciclo peronista la Revista Hechos e Ideas le dedica un lugar trascendente a Hipólito Yrigoyen, lo cual no se oberva en la segunda parte cuando el gobierno adquiere una connotación más confrontativa con los intelectuales. Incluso, como cita Fiorucci (2012: 119), al clausurar al famoso Congreso de Filosofía, Perón da a conocer la comunidad organizada, sociedad armónica donde ya no están permitidas las disidencias.

En un artículo de la revista Hechos e Ideas, Rivera dando cuenta sobre los “fundamentos del sistema capitalista”, nos dice que sus teóricos han sabido explotar hábilmente no solamente los fallidos ensayos de economía social a las que son tan afectas las inexpertas burocracias, sino también los más generalizados errores de algunos entusiastas “propugnadores de la reforma económica”, que se empeñan en adjudicar a la escuela clasica la absoluta y feliz paternidad del régimen capitalista de explotación. Su panorama en este punto es clarificador de cómo se asume el capitalismo durante el régimen.

La vía reformista intermedia que proponía Perón, con fuerte presencia del estado en la regulación social, económica y política, lo hacía atractivo tanto para aquellos que desconfiaban del capitalismo, como para aquellos que temían una Revolución Socialista en nuestras tierras, ya que no amenazaba el principio de propiedad privada. El mismo Perón desde iniciado su gobierno, hasta incluso el proceso final de su poder, deja permanentemente en claro que el ciclo por él protagonizado es una auténtica Revolución ante los esquemas imperantes,[3] como puede verse en la edición de la Doctrina Revolucionaria en 1946, donde enfatiza la necesidad imperiosa de contar con una doctrina clara, identificable en cada uno de sus puntos, y con “un solo intérprete”, su propio fundador (Altamirano,2002). Perón, por intermedio de estos documentos, expresaba ser un “custodio” de aquellas visiones y representaciones del pasado –además de las del presente y del futuro– que iban en consonancia con las nuevas pautas, y que deben ser “restauradas”, recuperadas, ante el camino perdido y desviado de las últimas décadas.

En el peronismo podemos ver por lo tanto, que se cumplen inicialmente los dos requisitos para la materialización de una insubordinación fundante: una actitud de insubordinación ideológica, conjugada con un eficaz impulso estatal. La Revista Hechos e Ideas, es justamente una combinación de elementos superestructurales de insubordinación ideológica –los artículos referidos a la memoria y el pasado– con una fuerte dosis de artículos que implican un estructural impulso estatal, cuando son trabajos que refieren a balances de gestión, o un detalle sobre la labor realizada en políticas de estado concretas, las cuales identifican claramente el acuerdo, complementariedad y coherencia, de la teoría con la praxis, o si se quiere, de cómo la doctrina deviene en marco referencial, articulando ideas que difieren notablemente con los postulados hegemónicos.

 

Una Utopía Restaurada

En el primer número de la etapa peronista de la Revista Hechos e Ideas, correspondiente a Agosto de 1947 (año VI, tomo XI, número 42), la obra se abre con un trabajo de la “Dirección” –una suerte de “editorial”– titulada “Lo que tenemos que decir, a modo de presentación”, y una “Radiografía política del general Perón” perteneciente a Enrique García, el director durante el ciclo peronista y también el radical. Comienza la editorial mencionando que se inicia una nueva época en la Revista, ya que hace cinco años que no se publica Hechos e Ideas. La causa detallada es la presión ejercida por el Gobierno de Castillo, que con la excusa de asegurar la neutralidad argentina, había decretado un estado de sitio que hizo inútil el esfuerzo editorial que representaba la revista para “contribuir a la superación de las prácticas democráticas y políticas imperantes”.

La Revista intentaba –según declama en este primer número de la segunda época– plantear los problemas candentes, al margen de las banderías políticas, con aires de imparcialidad, teniendo como horizonte la “salvaguarda de los intereses fundamentales” de nuestro país, lo que ya se había vuelto ilusorio. Luego destaca el trabajo de difusión cultural de “lo argentino”. Paso seguido, puede verse como se incorporan ya los rasgos esenciales del peronismo en formación, al ensamblaje de preceptos políticos y directrices que la Revista reivindica.

Cuando la editorial define el objetivo de “bregar por la superación de nuestras prácticas políticas”, deja en claro que lo hace en función de la democracia social, la soberanía política, y la independencia económica, banderas doctrinarias fundamentales del régimen, y sin dudas, elementos que alcanzarán el nivel de lema universal del peronismo. La revista con esto, se ubica en un lugar casi de fuerza intelectual precursora de ciertos principios fundamentales, dándole rasgos heroicos a su empresa, cuando declama que han respondido con su esfuerzo a “inmanentes inquietudes espirituales de solidaridad humana”, las que –determinismo positivo mediante– tarde o temprano habrán de imponerse (García, 1947: 4).

Es notable como esta primera editorial de la segunda época de la revista Hechos e Ideas, condensa en pocas páginas, en escasos párrafos, varios de los principales supuestos filosóficos y de las representaciones que estamos trabajando. En la segunda página de la editorial, luego de la aclaración epopéyica citada, destaca que el panorama que ofrecía el país cuando la publicación cerró –y situación que se prolonga hasta la Revolución de Junio– era de “vapores nauseabundos”. El cuadro era sombrío y corrupto. La UCR había llegado a su casi total descomposición, la cual, impotente ante su colosal fracaso, conformó un conglomerado absurdo con el aporte de socialistas, demócratas progresistas, y comunistas. Con el fraude como aliado, desmoralizaron la política, siendo sorprendidos por la transformación del 4 de Junio. Ya introducido el movimiento político del 4 de Junio, ya acoplada la Revista en una lógica de cambio, y justificada la ausencia de la publicación durante esos años sombríos, en la misma página, en el párrafo siguiente, ya incorpora a la figura del líder, y el arquetipo de hombre que construirán los sucesivos números de toda esta segunda época. Lo hace al explicar que los “discursos de bullanga” ya no pueden distraer más al pueblo, por ello la Revolución del 4 de Junio no necesitó de mayores explicaciones, simplemente con la caída de la oligarquía, y con la aparición sorprendente de Juan Domingo Perón, emergió el “redentor social” que no necesita “ni explicaciones, ni crónicas, ni historias” (Perón, 1947: 4).

Estableciendo una clara línea de continuidad entre el espíritu de la primera época de Hechos e Ideas y esta segunda etapa, pero más aún, remarcando la continuidad entre el proyecto político que apoyaba la Revista, y los logros y los alcances de Juan Domingo Perón, en el siguiente párrafo la editorial enfatiza que la plataforma electoral sancionada en 1937 por la UCR, la cual “habría de realizar íntegramente Perón”, fue defendida desde las comunas de la Revista. Para eso, publica lo que en una editorial de abril de 1936 sostenía la revista once años antes: “Si aspiramos a una Democracia que sea algo más que formal, resultarán inocuos todos los esfuerzos que se realicen a favor del perfeccionamiento efectivo de nuestras instituciones representativas, si, correlativamente, no se acuerdan a las categorías sociales que actúan en el terreno de la producción el más amplio derecho a participar en la administración y dirección de las fuerzas productoras. El absurdo principio de que el radicalismo debe actuar por encima de todos los intereses, es incompatible con el propósito de consolidar el orden constitucional argentino. Existe un interés general que debe ser protegido y defendido por el radicalismo; es el interés general que comprende la defensa del consumidor, de los pequeños y medianos productores de la industria, del comercio, de la agricultura, de los empleados asalariados, y que en el proceso histórico argentino representan las únicas fuerzas auténticas y efectivas que alientan el espíritu democrático de la Nación” (García, 1947: 5).

Se permite en esas líneas hacer entonces una síntesis de la simbiosis de elementos que constituyen el radicalismo. Síntesis y explicación, que poseen el claro objetivo de acoplar como un todo coherente, o quizás aún más, como algo “intrínseco” del justicialismo en formación, el propio radicalismo. Como si el movimiento liderado pro Yrigoyen, hubiera constituído una primera fase de la revelación doctrinaria, para ser “superada” y actualizada por el peronismo.

“De estas zonas de intereses y aspiraciones ha surgido el radicalismo y es su más fiel exponente. De ahí pues que el radicalismo no debe ser solamente un genérico partido de gobierno, antes bien, debe convertirse en una aspecto concreto y en un movimiento específico de la realidad económica. La clases medias, o mejor dicho, las clases menores constituyen el terreno natural de su propaganda y de su acción” (García, 1947: 5).

Joseph Campbell decía en El héroe de las mil caras, pscicoanálisis del mito, que las imágenes arquetípicas son formas o imágenes de naturaleza colectiva que “toman lugar en toda la tierra”, son ideas elementales, producto de origen inconsciente. De alguna manera la revista Hechos e Ideas comienza con este número a elaborar la idea de un “redentor” arquetípico, un Salvador. Podemos ver que en la “radiografía política” de Perón que este primer número de la revista Hechos e Ideas publica, se identifica a Hipólito Yirigoyen como el paralelo de Perón, donde “habrá de estamparse a fuego” la política de la nueva argentina. Pero también ya se ofrece una visión evolucionista y superadora en la mirada del líder, detallándose un cuadro de vida donde el apredizaje para la vida política estuvo dado sin “catálogos de librerías, ni itinerarios de bibliotecas” (García, 1947: 9), sino que a partir de un ideario sociológico, que en defensa “temeraria y magnífica de la Patria”, se basó en el conocimiento personal, directo, de la geografía, la psicología, la política, la economía de nuestro pueblo.

En ese primer trabajo, ya se comienza a delinear una de las ideas más profundas de la Revolución de la “Nueva Argentina”: el hecho que el peronismo incorpora una instancia nueva de expansión de los Derechos Universales, superadora de los derechos civiles de la Revolución Francesa y la Revolución de Mayo, con un alcance temerario hacia las nuevas interpretaciones de la idea de Libertad. En esta oportunidad, el esbozo de esta idea arquetípica del justicialismo es mucho más sutil que en casos posteriores, por ejemplo cuando dice que la oligarquía “en sus inmoralidades” llena las décadas más sobresalientes de la libertad constitucional, y a pesar de ello, esa misma oligarquía, impone una injusticia económico-social que obstaculiza cualquier derecho humano. Por eso, observa que como dice Perón, el argentino pobre “no percibe los beneficios de la autonomía y soberanía patrias”, porque los atrapa la oligarquía (García, 1947: 10). Incluso la supuesta “apertura” política del sistema electoral argentino, engaña, cuando quiere hacer creer que se dieron cambios profundos que dignifiquen al trabajador. El obrero siempre fue un “vulgar elector”, un peón de patio o estancia, o de chacra, o de calle, o de vías. Aunque se le dio voto, se lo llevo al comicio, también se lo olvidó y menospreció (García, 1947: 11). Hasta los partidos y agrupaciones de izquierda no pudieron superar esta “lógica estructural del sistema”, donde el criollo comenzó a tomar conciencia que se le especulaba en la política, o se lo descalificaba como chusma y agitador. En un sesgo de profundo revisionismo, posteriormente dice: “En los Museos, en los Archivos y en las plazas de Buenos Aires y provincias se exhiben los testimonios de tan grande verdad; sin embargo, la oligarquía, que ha hecho los libros de la historia, subsidiando historiadores, no guardó consideracioens, ni a los indios sometidos. Ni las figuras próceres de nuestros grandes legisladores los recordaron nunca” (García, 1947: 12).

García amplía diciendo que a medida que desalojaron al salvaje, ocuparon los campos con los mismos héroes de tantos ataques, y si se derogó la esclavitud como institución, “se prolongó la servidumbre al extremo” (García, 1947: 11). “Agreguemos que subsiste (la servidumbre) en regiones provincianas, porque exigir trabajo en quebrachales, yerbales, arrozales, ingenios, durante jornadas interminables y no proporcionarles alimentos suficientes, ni vivienda humana, ni asistencia médica, ni ninguna especie de higiene, no es más que disponer de elementos deshumanizados” (García, 1947: 12).

Como el general Perón tuvo la “genial ocurrencia” de proclamarse descamisado, despampanando a millonarios y burgueses, para García es “un enviado de Dios”, es el “vengador de la raza, del pueblo”, y por eso el dicterio de eleva a título de dignidad política “que más tarde investirá jerarquía de funcionario máximo” (García, 1947: 13). Es un nuevo José Hernández, un valiente humanista, patriota, un conductor, ni rastreador ni demagogo (García, 1947: 15). En un nuevo detalle revisionista, Perón es para García un superador de Sarmiento, porque no necesitó poner precio a la cabeza de nadie, como hizo el sanjuanino. A Perón le basta con “ocupar la tribuna”, utilizar un micrófono, convocar a un cabildo abierto, “soltar sus colmenares de críticas, admoniciones, verdades”, y aunque sepa que lo discutirá todo el mundo, a él no le importa, porque hay alguien que lo orienta, que lo sostiene, que lo impulsa: “es él, el mismo” (García, 1947: 15). En este esbozo, Perón es un conductor, que no arrea, dirige. Y como conductor, conoce los peligros del camino, de las pruebas, del derrotero casi iniciático para levantarse en la Nueva Argentina: “conoce los caminos, desbroza malezales, evita despeñaderos”, encabeza los comandos, y seguro de su estrella, de su destino, de su instinto, de su energía, de su posesión: “la justicia social” (García, 1947: 15).

Perón es vengador, un reivindicador, un reparador de injusticias, es un restitutor orbis. ¿Y por qué “restaurador”? ¿Qué espacio de justicia busca “devolver”? ¿Qué escenario histórico está restituyendo? Simple: el orbe del radicalismo yrigoyenista, el kosmos personalista. Dice textual García –recordemos, el director de la publicación: “Hipólito Yrigoyen, y el radicalismo, y las masas proletarias tienen su vengador en Juan Domingo Perón” (García, 1947: 16).

Pero como toda restauración, como todo renacimiento, debió darse una era oscura desde la cual consolidar la restitución de lo perdido. Esa edad oscura, iniciada por desviaciones, traiciones, organizada desde las sombras, por los poderes reptantes y conspirativos, tiene fecha de inicio: 6 de Septiembre de 1930. Como un héroe de estética apolínea y virtudes helénicas, Perón fue puesto a prueba, inició su camino iniciático a su misión y su gloria, ante adversidades épicas, que se romantan y entrelazan con las adversidades de su antecesor, Yrigoyen.

Nos dice García (1947: 16) que a Yrigoyen, especie de primer Perón, o presagio de éste, quisieron marcarle a fuego el rostro que había tomado “ya la forma eterna de los magnos próceres de la patria”, y lo encarcelaron en la Isla Martín García, donde se interpreta una suerte de sacrificio, de Pasión, donde luego de su liberación muere. El ataúd de Yrigoyen pasaba por las calles colmadas como una bandera nacional de guerra. Es esa bandera la que retoma y restaura Perón, siguiendo “muy de cerca” trayectos de Yrigoyen, como el encarcelamiento en la misma Isla Martín García. No sólo ambos dicen con “palabras de sonidos distinto igual significación”, sino que incluso Perón interpreta la Política Internacional de Yrigoyen y sus objetivos, pudiéndose afirmar que “nunca se encontraron en la historia argentina dos mentalidades tan diversas, y sin embargo, tan parecidas, en su función de Gobierno” (García, 1947: 17). Sintetiza García en una frase la visión de Yrigoyen sobre la política mundial: “Argentina debiera estar en la escena del Mundo como factor concurrente a la obra universal”, por eso Perón coloca a la patria “a la vanguardia de las naciones civilizadoras más poderosas y antiguas”.

El carácter intrínseco que posee el radicalismo respecto del peronismo queda claro desde un comienzo de la campaña del mismo Perón, cuando hablando a dirigentes de las agrupaciones que auspician su candidatura les declara que al organizarse los tres grandes grupos que lo conforman a su movimiento, tiene presente al “núcleo radical irigoyenista, que es lo más puro que el ambiente argentino ha tenido en todos los tiempos”, por eso su Doctrina “tiende a interpretar y a ejecutar el ideario de Yrigoyen, como base de nuestra concepción integral del Estado” (García, 1947: 18).

En el número 66-67 de la revista Hechos e Ideas, correspondiente al mes de septiembre-octubre de 1949, se publica el artículo: “El 17 de Octubre: Día de la Lealtad”. En el mismo se detalla cómo en el proceso revolucionario argentino, hay una singularidad en la que sobresalen dos fechas, que marcan distintiva e históricamente, las etapas de intervención de Ejército y pueblo en la lucha común por la reivindicación de lo argertino: obviamente, el 4 de junio de 1943, en que termina un periodo de “gobierno oligárquico”, y comienza a saberse de una nueva justicia social inspirada por el entonces coronel Perón. La otra fecha, el 17 de Octubre de 1945, cuando el pueblo sale a la calle para avalar la obra justicialista de su líder, “rescatándolo de entre las marzos de las fuerzas regresivas que jugaban su última carta”.

La gran trasnformación que comienza a operar Perón en el estado, es una suerte de gran despertar social, profundo y manifiesto, que “alarma a los círculos oligárquicos y sus aliados políticos” sin distinción de matices, quienes ven en ello el peligro de una pérdida definitiva de las antiguas posiciones de usufructo. El gran asalto contra el líder llega el 11 de octubre de 1945, cuando “la reacción obtiene la renuncia y luego el encarcelamiento del coronel Juan Perón”. Así las organizaciones sindicales de todo el país se aprestaron a la lucha en que se jugaría “el destino nacional”. A partir de esa fecha, y para todos los años, el 17 de Octubre no es una simple conmemoración, sino la reactualización manifiesta de la lealtad popular a la conducción del líder. Es el día de la Lealtad. Lealtad del líder para con su pueblo y del pueblo para con su líder. Es una alianza.

Luego de los dos escritos introductorios –es decir, la presentación editorial por el relanzamiento de la publicación, y la “radiografía política” de Juan Domingo Perón realizada por el director de la revista Enrique García, en ese primer número de Agosto de 1947 (año VI, tomo XI, número 42)– llegamos al primer artículo estrictamente historiográfico –sin autor– que se publica en el número siguiente. El trabajo, muy directo y sin ambigüedades, se titula “Desde la caída de Yrigoyen hasta el surgimiento de Perón. Esquema sobre nuestro reciente pasado político” (Septiembre de 1947, año VI, tomo XI, número 43), y organiza en 13 páginas un recorrido de algunos avatares políticos en el período comprendido entre 1930 y el advenimiento de la “Revolución de Junio” de 1943. Para darle coherencia y homogeneidad a todo el ciclo 1930-1943, oscurece todo ese ciclo intermedio entre los dos líderes populistas –Yrigoyen y Perón– como una edad oscura, caracterizada por el odio a las masas, a la chusma, a los alpargatados.

La continuidad de todo el ciclo está dada por la permanencia del desbarajuste, la corrupción administrativa, la ausencia de justicia, la anarquía institucional, el favoritismo y el despilfarro. Ese marco de degradación institucional y falta de orden –recordemos lo caro al peronismo que implica el concepto de “anarquía”– se nutren de una acción destructora y denigrante en materia doméstica, y el descrédito internacional, propias de una “incultura agresiva”, el “atropello, el fraude, el latrocinio, y el crimen”. El hombre más importante de aquel período intermedio entre el radicalismo personalista de Yrigoyen, y el advenimiento de Perón, el general Agustín P. Justo, es caracterizado como un “audaz y cínico organizador de todo género de fraudes”, “prepotente y despótico”, con políticas corruptas, complicidades, y el desprecio por la “gauchocracia”. Todo lo que marco al sexenio de Justo para este artículo, fue, además de las lobregueces citadas, el enriquecimiento ilícito, con el cual además pudo corromper a gran parte del arco político nacional, sumados a los caudillejos y personeros, junto a los profesionales del bandidaje comicial.

En este artículo se citan algunas de las innovaciones políticas o de gestión de esta “edad oscura”, para demostrar que incluso aquellas transformaciones que podrían verse con buenos ojos, estaban bajo los intereses de las oligarquías. Tal es el caso de las famosas creaciones gubernativas de Justo, las juntas reguladoras, que “sólo sirvieron para (…) nivelar en la miseria a las clases productoras argentinas”. Todo el período estuvo marcado por una “relajación moral”, lo que lleva entre otras cosas a conocerla como la “década infame”.

Sin pretender analizar cada uno de los actores políticos de aquellas presidencias, observa el artículo que no fueron mejor las cosas con el Presidente Castillo, cuyas actuaciones políticas “eran las más antidemocráticas y anticonstitucionales de los oligarcas anteriores a Roque Sáenz Peña”. Toda la degradación moral implica un retroceso cultural sin parangón, ya que ante la decadencia de la clase política, todas las células de la sociedad se “relajan”, incurriendo en una “crisis espiritual” casi sin precedentes, donde ya no se respetaba ningún valor moral, crecía el analfabetismo, y comenzaba a dominar el hambre. Incluso, para ennegrecer el panorama, el Ejército, contralor moral de aquellos años según las visiones ya expuestas, “había sido completamente descuidado”. Este panorama comenzó a legitimar la violencia “desde abajo”, ya que la política del oficialismo “tenía que ser resistida por la violencia organizada, convirtiéndose en derecho del puedo la Revolución” (García, 1947: 16).

La Revolución del 4 de Junio de 1943, para el articulista, colocó una lápida a “aquel ominoso asalto al poder que derrocara a Yrigoyen”, no siendo negada por nadie en aquellos años. Con esto quiere decir, que todo el arco político saludo jubilosamente la Revolución de Junio, y en aquel momento nadie la discutía, la negación “vino después”, con el tiempo, cuando se instalen nuevos intereses, pero en su momento, los líderes que formaban la abrumadora mayoría en el electorado nacional y en la opinión pública, la festejaron.

Como corolario de esta radiografía epocal, el artículo referenciado profundiza a continuación, la personalidad y el impacto del General Juan Perón, en esa línea de recuperar el yrigoyenismo, y traducir en políticas concretas algunas de las principales iniciativas de justicia que habían fracasado anteriormente. De hecho, entre los pocos personajes que rescata el artículo, además de los dos grandes héroes, está Lisandro de la Torre, “heraldo de la acción de justicia social del coronel Perón”. En primer lugar, deja en claro el espacio central de Perón en la redacción y diagramación de la Revolución, y la proclama del 4 de junio.

Para implementar la transformación social que estaba diagramada el 4 de junio, Perón también se encarga, según el artículo, de analizar las estrategias de difusión de las nuevas reglas de juego, pero para ello, debió aprender muchas cuestiones vinculadas al mundo del trabajo, que su oficio de militar no le daba integralmente. Por esta razón, no queriendo “aprender en los libros”, quiso aprenderlo “en las fábricas y en todos los sitios donde el hombre trabaja y era víctima de inconmensurables injusticias”.

En coincidencia con esta mirada de complementar las figuras del líder radical y el líder peronista, y englobar todo aquello que está en medio de ambos ciclos como un período oscuro de la Historia Argentina, el artículo más elocuente es el de Raúl Scalabrini Ortiz, titulado “Identidad de la línea de Yrigoyen y Perón”, publicado en el número 54 de septiembre de 1948 (año IX, tomo XIV), el cual muestra las percepciones políticas que el viejo forjismo, devenido en justicialista, retenía como imágenes de su identidad cultural. En este trabajo Scalabrini Ortiz invierte de alguna manera el sentido de “edad oscura”, o si se quiere, lo dilata.

El gran escritor argentino apunta que en realidad desde la década de 1860 hasta 1916 hubo una dilatada era de oscuridad en la historia política y social de nuestro país, con un breve pero contundente período de renacimiento durante el yrigoyenismo. La prosa de Scalabrini es sin dudas una de las más completas de las que se acercaron a Hechos e Ideas, y la ornamentación de sus palabras, le otorgan matices y colores difíciles de encontrar en muchos articulistas de toda la historia de la revista Hechos e Ideas. Comienza el autor contextualizando la mitad de siglo XX, donde “densos nubarrones cubren el horizonte del destino humano”. Esta pluma, como podemos ver, se complementa con esa “mística estatal” que buscaba el gobierno en su pedagogía política, y le da una profundidad y una estética, totalmente acordes a la pretensión meta-histórica de la matriz en formación. Scalabrini Ortiz enfatiza el “momento especial” que vive el mundo, que le toca a la Argentina, y que por ende, debemos asumir todos en nuestro compromiso con la sociedad. En esa coyuntura, Juan Domingo Perón, llego para clarificar los roles de cada uno. Scalabrini Ortiz en otro artículo de la misma revista, titulado “Perspectivas para una esperanza Argentina”, destaca el rol que el líder tiene que cumplir para con el destino del país, en momentos tan particulares a nivel global. Remarca que la Argentina “siente, quizá subconscientemente,” que tiene “un deber que cumplir con la humanidad”, y para eso, el general Perón “ha demostrado una fina sensibilidad al captarlo y expresarlo”.

Enfatiza Ortiz que no podemos “permanecer impávidos e indiferentes ante el desarrollo de los acontecimientos”, aconteceres en que los hombres “andan como niños perdidos por el bosque.” Casi mesiánicamente, para Scalabrini, debemos oír el “gran mensaje”, el “deber de humanidad” que nos llama, que nos convoca “a la lucha activa y decidida en pro de la paz de los extraños”. En función de expresar ese mismo mensaje de “coyuntura inédita” en el plano internacional, y también de oportunidad para nuestro país de aprovecharla en miras a protagonizar los grandes cambios del destino del hombre, se acompañan los artículos como este de Scalabrini Ortiz, con discursos complementarios de Perón, que por supuesto, enfatizan esa visión. Sobre todo, se expresa permanente la idea de estar “acorde con los tiempos”, y de tomar una actitud de compromiso con el cambio y la situación decisiva que se estaba viviendo.

Como dijimos, el propio Perón destaca en un artículo de 1948 que el mundo tiene diferentes etapas en su historia, donde atraviesa momentos de indecisión, de fluctuación, de resolución, de inevitabilidad, etc. Pues bien, en los momentos que se vivían, expresa el líder que ha llegado la crucial hora de “definición y decisión”, donde se necesitan hombres de carácter, valientes y luchadores, que se suman a la responsabilidad vital (Perón, 1948: 36). Por ello, los “hombres sibilinos no podrán triunfar”, sólo triunfarán los decididos, “cada cosa en su lugar y cada hombre en su tiempo”.

Al igual que en los artículos de Scalabrini Ortiz, y de los muchos discursos de Perón en Hechos Ideas, se vuelve a reiterar la propuesta del régimen acerca del distanciamiento con el “el individualismo pernicioso” del capitalismo, y de una “socialización constructiva”, no explotadora como la del comunismo. Asimismo, vuelve sobre la idea que oponerse a las realizaciones que el régimen está consolidando, no es oponerse a un proyecto político ni a un partido, sino que es directamente ir en contra del país mismo. Volviendo al artículo de Scalabrini que citábamos en el apartado anterior (“Identidad de la línea histórica…”), el autor referencia el conocimiento detallado que varios intelectuales tenían del “estado de sumisión” al extranjero en que se encontraba la economía nacional, la política, y hasta las ideas matrices en torno de las cuales se tejía la vida colectiva. Para Scalabrini esta situación económica y social tenía serias implicancias culturales, alimentando el colonialismo ideológico super-estructural que acompaña a las políticas de sometimiento.

La oligarquía, no hacía más que “refrendar” una posición histórica de desprecio para lo autóctono, y de sumisión para todo lo foráneo. Entre otras cosas, esa implicancia cultural es lo que el Peronismo vendría a subvertir. La piedra de toque de dicha transformación, hilvana la Revolución del 4 de junio, con la Revolución de Mayo, ya que ambas se forjaron “contra la voluntad de los hombres pudientes”, consubstanciando “de manera indisoluble” a lo nacional con lo popular. Salvo esas dos grandes revoluciones, sólo contados casos como el de Yrigoyen, intentaron transformar el colonialismo cultural que imponían las potencias, y con el que colaboraban las oligarquías locales. Por ello, como dice Scalabrini, para apreciar en todo su alcance la obra de gobernante que cumplió el presidente Yrigoyen “habría que trazar previamente un cuadro minucioso del pavoroso estado de decadencia física y mental en que se encontraban las grandes masas proletarias, describir la desesperanza de los pueblos, su desaliento más largo que un cansancio”. Como no podía ser de otra manera, en el análisis de Scalabrini, el inicio de la lucha de Yrigoyen contra la dominación extranjera, comienza en el “punto nuclear” de todas las herramientas de sometimiento: los ferrocarriles, los cuales, gracias a los escritos del propio Scalabrini, se transformarán en una bandera del peronismo.

El Peronismo, constituye para Scalabrini un “renacer”, cuando “ya todo parecía perdido y aniquilado”, y se abre un horizonte en “aquella oscura selva de traiciones y de intereses combinados”. Ese renacimiento social y espiritual, alcanza su pináculo, como era de esperarse, en el año cero de la nueva era, el 17 de octubre de 1945, cuando el pujante palpitar de las multitudes, reclamaron su lugar en la historia, y la misma plaza en la que se habían agolpado los “vecinos” –propietarios y de buenas familias– de la Revolución de Mayo, ahora ve el avance del tumulto, de la masa.

Sin dudas, en el artículo que seguimos, Scalabrini le da rienda suelta a su pluma, cuando tiene que describir ese instancia primordial, donde se desenvuelve la génesis del justicialismo, y donde la épica del peronismo encuentra su momento memorable. Casi cerrando el artículo, Scalabrini alcanza, quizás, a elaborar una de las páginas más espirituales y de mayor orfebrería literaria de toda la historia de la revista, donde se identifican las transformaciones espirituales que acompañan al cambio político, donde se evidencia la mística que alcanza el proyecto político.

Dándole continuidad a ideas expresadas en al número 43 de la Revista Hechos e Ideas, correspondiente a Septiembre de 1947, en el número siguiente (44, de octubre de 1947), en al artículo de Enrique García, Director de la Publicación, que ya hemos citado, titulado “El General Perón: líder de la Justicia Social”, se amplía el paradigma de “renovación” del Justicialismo en la política argentina, pero siempre expresado en términos de una recuperación o renacimiento de valores y políticas expresadas en el yrigoyenismo. Comienza el artículo expresando el “extravío oligárquico” que implico el paradigma dirigencialista liberal que no miraba las preocupaciones del pueblo, hasta que la revitalización del organismo estatal y social propiciado por Perón, redundó en “empresas espirituales y humanitarias” que permitieron una nueva visión del estado e incluso del hombre (García, 1947: 109). Este paradigma, sólo tuvo un antecedente en el Gobierno, Hipólito Yrigoyen, quien es reivindicado por el líder justicialista en ser el primero en enfrentar el sistema. García cierra la cita, tomando las contundentes reflexiones de Perón, cuando enfatiza que “Yrigoyen tenía razón”, y atacó a la oligarquía incansablemente, por eso “fue la reacción de esa misma oligarquía la que volteó a Yrigoyen” (1947: 110). Perón ante esta postura, asumió el rol de defensor del verdadero Yrigoyen con su proyecto político y sus decisiones, incluso ante los propios correligionarios radicales, ya que estos últimos conformaron según García una especie de “neo-radicalismo”, muy poco ortodoxo en los ideales que expresaba el líder histórico, y demasiado flexible en el discurso.

Luego de este encadenamiento con el modelo yrigoyenista, García vuelve al presente, e incluso al futuro, expresando que todas las tentativas reaccionarias que atravesó la historia reciente argentina, han sido claramente estériles, al no poder revertir el paradigma que atisbó el primer radicalismo, pero que amplió el justicialismo, y que según la perspectiva positiva de García, sólo en una cuestión de tiempo y espacio, el “plan de emancipación” económica obrera se llevará a cago indefectiblemente (García, 1947: 111).

Así como el Renacimiento –concepto cargado de connotaciones de amplio debate en la historiografía europea– implicó una “restauración” de ciertos patrones, representaciones y esquemas mentales del mundo clásico, es decir, del ambiente greco-latino de la última parte del período antiguo, el peronismo, como hemos destacado en varias oportunidades, implica un renacimiento de valores y doctrinas que habían comenzado a implementarse a partir del radicalismo yrigoyenista.

En esa perspectiva, el artículo de Juan de Aguirre, correspondiente al número 46 de enero de 1948, busca interpretar la ubicación del radicalismo en el gran proceso de la Revolución justicialista (Aguirre, 1948), y para eso, mira panorámicamente la historia de nuestro país, y observa que la ponderación por la historia de los grandes héroes, ha limitado y opacado el protagonismo que en todo el desarrollo de nuestra vida independiente ha tenido el propio Pueblo. Pero establece, que un “rastro honrado” nos podría señalar la existencia de esa “entidad anónima”.

Para fundamentar esta idea, recorre la vida argentina, comenzando por la revolución patricia, donde ya fue esencial y substancialmente un acto popular, el cual acelero el cambio, e incluso pudo formar los ejércitos libertadores. Desde Mariano Moreno, hilvana luego las montoneras –“el pueblo en campaña”– que se enfrentaron a los Señores de las ciudades, y organizaron los primeros reclamos de justicia social. Es interesante en el punto siguiente, el hecho que el autor toma el hito de Caseros (1852), como una etapa “en el proceso ascensional evolutivo”, ya que el país que había asegurado su independencia, y tenía ahora que organizarse, huyendo “del período del caos en que se debatía” (Aguirre, 1948: 280). Asumiendo a Rosas –a quien citan con “Z”– era el antagonismo con la Constitución Nacional –“precioso legado que proporciona ese acontecimiento histórico”– destaca que la consolidación de la carta magna es un acontecimiento trascendental, la cual no logra consolidar un régimen democrático real y amplio. Por ello los movimientos revolucionarios de 1890, 1893, y 1905, los cuales buscan asegurar los derechos del pueblo, que luego son retomados por Yrigoyen.

A pesar de todo esto, Yrigoyen –“como lo señaló con precisión el General Perón”– no pudo, no obstante su acendrada adhesión al pueblo, asociarlo a su vasto programa de ahincado nacionalismo” (Aguirre, 1948: 282). Para Aguirre, con la caída de Yrigoyen, “el último de nuestros auténticos caudillos con matiz popular”, la República cae en un falseamiento de la expresión popular, comenzando una era de fraude que burla los derechos fundamentales del Pueblo. Comienza la oscuridad de la que hablábamos con anterioridad, pero teniendo el antecedente de un “ciclo dorado” que puede restablecerse. Por eso la Revolución Justicialista recupera lo mejor de Mayo, y lo mejor del proyecto de Yrigoyen, es un reencuentro “con el mejor trozo de nuestra historia, con sus ideas, e ideales” (Aguirre, 1948: 283).

Ante esa Restauración, se ve el complemento de varios trabajos de Juan Perón, cuando advierte sobre los desafíos que se acercan, donde el pueblo debe permanecer unido y preparado, ya que “tiene el destino en sus manos”, no depende de nadie, sólo de sí mismo, y tiene como principal herramienta de lucha la Doctrina Justicialista.

Por eso Perón le pide a Dios que “el pueblo, con nuestra Doctrina y con nuestra mística”, sea iluminado, para que marche hermanado para realizar el destino común. Esa herramienta, según las propias palabras del líder en otro artículo, es innovadora en la historia argentina, ya que “nunca antes” un partido en nuestro país había tenido una “doctrina argentina”,[4] y siempre se habían formado cuerpos doctrinarios –cuando se los formaba– a partir de lecturas “foráneas y extranjerizantes”.

 

Conclusión

En este escrito, así como en otros trabajos, observamos que los artículos historicistas –vinculados a la memoria y la representación del pasado, que incluyen principios filosóficos y teóricos– como también los vinculados a la defensa nacional –visión del mundo, rol de las fuerzas armadas, etcétera– publicados en la revista Hechos e Ideas durante el primer ciclo del peronismo clásico (1947-1951), permiten identificar un “embrionamiento paradigmático” –gestación teórica de grandes perspectivas– de una insubordinación ideológica, instrumentada por intermedio de un marco referencial múltiple: una suerte de misticismo tercerista de vocación universal. Dicho misticismo se constituye en una estrategia humanista de superación del antagonismo bipolar –que se constituía en aquellos años– como así también en una herramienta de contención del advenimiento bélico global, del que estaba convencido Perón. Este constructo, es un eje central de la nueva auto-conciencia nacional –como lo conceptualizaba Fermín Chávez– propiciada por el peronismo, en miras a la descolonización mental. En esto es innegable la herencia de FORJA, obra de elaboración colectiva donde aparecen los primeros “impugnadores” de los ocultamientos producidos por el uso ideológico de la división del saber, y quienes germinaron en Perón la óptica de mirar antagónicamente las propuestas culturales del centrismo europeo, con una vocación de desmenuzar críticamente toda una forma de conocimiento que era hegemónica, buscando contruir una forma de ver las cosas “desde aquí”, desde una “posición nacional”, como lo llama Jauretche.

De allí proviene la corrección epistemológica que propone el peronismo, discusión anterior a cualquier planteo doctrinario. Es decir, que esta subversión de paradigmas que plantea la Revista, implica una de las instancias donde se evidencia la “insubordinación ideológica” emanada del revisionismo sobre el pasado argentino (Marcelo Gullo). Esta tarea se desarrolla en complemento con la instancia de “momentos de reformas” –como lo trabaja Sabrina Ajmechet– es decir, en paralelo a una modificación sustancial de las reglas de juego político, donde se plantea el objetivo de contener los espíritus –ante la crisis y el advenimiento bélico– y superar el antagonismo estructural de la Guerra Fría.

Ante la interpretación historicista y filosófica que el peronismo realiza del devenir argentino, vemos que su misticismo constituye un corpus teleológico de características “agonales” –en el sentido de lucha– a partir del deslizamiento de elementos de la Teoría de la Guerra hacia la política. Como así también, implica un corpus meta-histórico –por pretender cierta trascendencia, y estar vinculada a una dimensión más profunda del ser humano. Del mismo modo se complementa con visiones utópicas irradiadas desde la literatura, con lo cual es próximo de una aplicación pedagógico-política –es decir, que tiene relación con la enseñanza o es propio para la instrucción.

El peronismo se rebela ante el sistema mundo, ante el dispositivo de ideas políticas predominante –la cual ofrecía la proscripción del pueblo– con una pretensión meta-histórica. El Peronismo es así una era axial, una vocación de constituir una matriz epistémica nueva, con una concepción orgánica del Pueblo, y un claro determinismo gregario. Su audaz fuerza moral, lo lleva a pensarse como un estímulo que puede llegar a despertar una nueva conciencia en el mundo. Es un impulso animador y creador, que apela a una reparación integral del origen del Estado, atendiendo el reclamo de los desposeídos –la queja de Martín Fierro–, único medio para restablecer la moralidad política, las instituciones de la República y el bienestar general, devolviéndole a ese pueblo, la condición de protagonista, de sujeto.

El peronismo es en ese sentido un nodo doctrinario, temprano, de conducción política y certidumbre social –ante la incertidumbre global– que posee un claro elementos transformadores de la conciencia histórica y la identidad social. Constituye una proto teoría periférica –es decir, apartada del “eurocentrismo cultural”, como lo llamaba Fermín Chávez. Constituye un corpus heroico de mística nacional, un quijotismo antisistémico si se quiere, con fuerte anclaje identitario, de raíz sanmartiniana, en contextos violentos de la Guerra Fría y la disputa inter-hegemónica. Reconfigura por lo tanto, el tradicional “Destino Manifiesto” argentino propio de los regímenes anteriores, como lo ha estudiado Roberto Etchepareborda (1978), ahora anclado en una perspectiva latinoamericana y local.

El peronismo es así emancipador, es un cambio mental para propiciar una nueva política. Es para García Mellid la “cuarta etapa” de la gran Revolución Argentina, otorgando al devenir nacional un módulo espiritual de amplias proyecciones. Pudo hacerse al destruir las bases políticas, económicas y sociales en que descansaba el sistema de explotación antecedente, inaugurando la era de la democracia social argentina, con todas las consecuencias de orden moral y material que se derivan de un cambio tan radical y profundo.

Y como todo cambio profundo, lo que Perón debía iniciar es un cambio de mentalidad, para a partir de allí comenzar con la Reforma Política, Institucional, etc. Perón fue consciente que no podría lograrse el programa de vida nacional que se proponía, si previamente no se liquidaba el sistema de ideas políticas que las clases conservadoras y reaccionarias habían impuesto al país. Como dice Mellid, el cambio operado por el Peronismo mediante una “persistente y hábil campaña de esclarecimiento de la conciencia pública”, fue desarticular el sistema mental en que se sostenían los caducos enunciados politicos de la oligarquía, basados en “burdas teorizaciones y ajenos a la realidad vital y concreta representada por el hombre”. Por eso la reforma educativa se fue desarrollando junto con los otros cambios, complementándose con la nueva dinámica de las industrias y los métodos de enseñanza.

Para Perón los valores morales deben compensar las euforias que producen las luchas y las conquistas, poniendo un “muro infranqueable” al desorden. Esto no implica perder las individualidades. Debe poder superarse el desolador espectáculo que implica la vida en las grandes ciudades, donde aparece el peligro de la “insectificación”, ese mismo que el materialismo “intransigente” observaba como signo mecánico del progreso. Pero el materialismo, a pesar de advertirnos de este peligro, provee de un sustitutivo muy negativo de la proporción individual: el resentimiento.

El peronismo provee de herramientas para invertir los valores, pero desde una confianza en el nuevo destino, y una promesa de utopía social más inmediata, que logra anclar una suerte de estado de ánimo más reconciliado con el presente.

En esta perspectiva, el concepto de Tercera Posición determina la estructuración lógica desde la cual se gestan, relacionan y adquieren significación, los postulados centrales de la Doctrina Justicialista, tanto desde el ciclo de adquisición de elementos externos al ideario formativo de Perón, como del proceso autoreferencial que hemos citado. En ese tercerismo están anclados los componentes del sistema de ideas propuesto desde la revista Hechos e Ideas, permitiendo consolidarse un marco referencial que aglutine la memoria, la imagen del mundo, y el porvenir de la Argentina.

Así, como principio dominante de la “arquitectura ideológica justicialista”, la Tercera Posición no sólo adquiere “estatura doctrinaria” como la llama Arzarun, sino que también se constituye en el nexo y nodo teórico, de las ideas políticas y filosóficas desde las cuales está embriónando el paradigma subvertivo, en el marco de una historia política y social de clara tendencia hacia la justicia, movimiento agonal que necesita de la coincidencia de dos elementos: un conductor (genio), dotado de una clara visión, y “un pueblo decidido a apoyarlo” (Buchrucker, 1987: 326).

 

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[1] Flavia Fiorucci (2011) viene desarrollando profundas investigaciones sobre el mundo intelectual argentino, particularmente durante el período justicialista.

[2] Ocurre lo mismo, por ejemplo, en el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.

[3] Las referencias a esto son múltiples, pero puede verse por ejemplo en los postreros mensajes de Eva, como por ejemplo Eva Perón (1951).

[4] En el siguiente trabajo Perón (1949) profundiza varios aspectos doctrinales que poseen en germen las consideraciones teóricas de la “Nueva Argentina”.

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